“Haghenbeck es un autor cuidadoso, limpio y calculador”, opina Élmer Mendoza y siguiendo sus conceptos es que el narrador presenta Matemática para las hadas, la historia de una mujer excepcional, hija del poeta Lord Byron, capaz de conjugar el rigor del pensamiento matemático con la creatividad mágica y poética.
Ciudad de México, 8 de julio (SinEmbargo).- —¿Tiene algún secreto que decirle a su mejor amiga, Ada? —soltó con voz dulce su madre, cruzando sus dedos frente a ella y mostrándole una sonrisa que iluminó más que el sol la mesa.
Ada se sintió acorralada por esa actitud. Bajó los ojos, perdiendo de vista a su acompañante, la libélula color índigo, que seguía jugando por los aires.
—Nada, madre —repuso en murmullo.
El inicio de la novela de F. G. Haghenbeck muestra hasta qué punto el narrador se sintió atraído por esa mujer que en pleno siglo XIX ocupó un lugar central, con un feminismo a ultranza, capaz de diseñar el programa para la primera computadora de la historia, Ada Byron, parte de la realeza inglesa.
Se trata de la historia de una mujer tormentosa, amante de Charles Dickens (fascinado por una dama fascinante) y del ludópata John Crosse: condesa de Lovelace: La encantadora de números.
“Fue un libro de reto, me salí de mi zona de confort, porque siento que hay que escribir esos libros que te gustaría leer. Cuando empecé a investigar sobre Ada Byron, no había libros sobre ella y por eso decidí escribir Matemática para las hadas” (Grijalbo), cuenta F. G. Haghenbeck.
—¿Quién era Ada Byron?
—No es que yo sea un gran amante de las matemáticas y de la física, para nada, pero la personalidad de Ada Byron fue un amor a primera vista para mí. De pronto descubro a un personaje que me llama la atención, sobre todo por el tiempo en que sucede: 1840, digo, ¿cómo puede ser la primera programadora de computadoras cuando no había computadoras? Después descubro que es la hija de Lord Byron, que es noble, que fue amante de Charles Dickens, que fue muy bella, que tuvo un conflicto con su madre y su padre: el arte y la ciencia y sinceramente no estaríamos como estamos aquí sin ella. Es una mujer que descubrió el lenguaje binario y que hace 200 años nos cambió la vida a todos y nadie habla de ella. Eso sí me motivó a escribir el libro.
—¿Fue un acto de justicia esta novela, entonces?
—Sí y también como te dije, un reto. Tuve que cambiar mi prosa, una prosa que sigue a Hemingway, hasta encontrar la voz correcta para esta novela. Leí mucho a Jane Austen que era una contemporánea y traté de darle ese tono de novela romántica que era muy del siglo XIX. A lo mejor mi estilo maquillado con ese estilo, pero sí una voz distinta a la que yo podría darle a mis novelas históricas o policiales. Si fue un reto de amor, de cariño y creo que en la literatura nos debemos salir de nuestra zona de confort, por ejemplo, ¿por qué un mexicano tendría que escribir sobre una noble inglesa del siglo XIX? Y me contesto, ¿por qué no? Los mexicanos tenemos el derecho de hacerlo, no pasa nada, al contrario, que pasen cosas
—Me hizo acordar mucho a la novela que escribió Beatriz Rivas, Dios se fue de viaje… ¿Por qué esta mujer no es motivo de varios libros?
—Porque cuando ella propone el lenguaje binario es teórico totalmente, sus descubrimientos pudieron comprobarse 200 años después. Y el otro, porque no ha cambiado nada en 200 años, es porque era mujer. Ella creció en un mundo dominado por hombres. A tal punto que tiene que firmar sus artículos científicos con las iniciales, no hay que olvidar que además era noble. Ella fue una mujer que se adelantó a una época, pero que también luchó contra la moralidad de la época, abiertamente tenía muchos amantes, le gustaba el juego, le gustaba el alcohol, usaba drogas, una mujer que luchó socialmente para beneficio de los primeros trabajadores en los telares y una mujer no dejó de ser madre, no dejó de ser esposa y que nunca necesitó al esposo para ser lo que ella era. Era noble, para nosotros no es importante pero era muy definitorio para Inglaterra, su posición como condesa era la segunda después de la Reina, con todas las prerrogativas que tenía que cumplir. Una dama llena de contradicciones, pero muy fascinante.
—¿Qué te dio a ti como escritor dedicarte a Ada Byron?
—Antes que nada traté de darla a conocer. No hay libros sobre ella, pero lo que hay son tratados que destacan sus aportes científicos, pero nada sobre su vida. Me sentía comprometido en hacerlo. Por el otro lado quería experimentar nuevas voces, nuevos estilos, en la búsqueda, por qué no, de nuevos lectores. A esta novela la siento como continuación del trabajo que había hecho con Frida Kahlo. De hecho inicio con una frase de Frida, una obra que me ha abierto más las puertas que cualquiera de mis otros libros, traducida a 21 idiomas.
—¿Te unes al feminismo que está tan de época?
—Sí, yo soy feminista. A tal grado lo soy que creo que la mejor literatura mexicana que se está escribiendo en estos momentos es la escrita por mujeres. Como nunca antes. Y se nos olvida una cosa, nuestro gran ícono literario es una mujer, es Sor Juana Inés de la Cruz. Otra cosa, me siento muy a gusto con los personajes femeninos fuertes.
—¿En los ’90 sacaron el discurso de Ada Byron sobre las computadoras?
—Sí, el que ha ayudado mucho a su difusión es Google, porque es una empresa de programas y Ada Byron es su santa patrona.
—¿Hay posibilidades de una serie, de una película sobre ella?
—Me gusta mucho y pensar además que los ingleses podrían hacer una serie sobre Inglaterra. También podemos hacerla los mexicanos, si los americanos pueden hacer una película sobre mexicanos, también nosotros podemos hacer algo sobre Inglaterra. Recreando el escenario, para eso es la magia en el cine, pero con actores mexicanos y directores nuestros.
—¿Cómo está el resto de tu obra?
—En Océano publico mi serie de detectives, pronto vendrá uno nuevo, ahora publico mucho infantil y juvenil. Básicamente los libros históricos los publico en Penguin y además hago muchas antologías. En agosto sale, por la Secretaría de Cultura, un homenaje a Sherlock Holmes, porque se cumplen 130 años de la primera publicación.