Jorge Alberto Gudiño Hernández
24/06/2017 - 12:05 am
Como una mala serie de televisión
Este sexenio se ha caracterizado, sí, por una pésima comunicación de parte de presidencia pero, peor aún, por un inverosímil silencio a la hora de enfrentar las crisis.
Me gustan las series de televisión. Sobre todo, las que se han ido sumando a diversas plataformas en los últimos años. Disfruto lo mismo las de fantasía que las trágicas; más si están bien hechas. Confieso que hace algunos años no me habrían interesado las políticas. Siempre tienen algo que se aparta un poco de la verosimilitud. Sin embargo, ahora las veo y es de ellas de las que quiero hablar.
La fórmula que las caracteriza no es tan complicada. Normalmente parten de un político encumbrado que busca llegar a un puesto más relevante o, en algunos, casos, nos hacen testigos de cómo funciona algún periodo presidencial. La mayoría son norteamericanas aunque también las hay de otras latitudes. Tras el planteamiento, vienen los problemas. Los protagonistas sortean una crisis tras otra por medio de colmillo, de trucos legaloides, de anticipaciones o declaraciones de prensa. Siempre, y ese siempre es absoluto, hacen algo. Me queda claro que ese siempre está relacionado con el desarrollo de la trama: al espectador le gusta ver a su personaje resolviendo conflictos. Más allá de la historia que se cuenta, es justo eso lo que debe hacer un buen gobernante a la hora de una crisis: afrontarla y superarla.
En México no sucede así. Este sexenio se ha caracterizado, sí, por una pésima comunicación de parte de Presidencia pero, peor aún, por un inverosímil silencio a la hora de enfrentar las crisis.
El mejor ejemplo es la noticia de inicios de esta semana: varios periodistas y personas relacionadas con ONGs han sido espiadas por un software (o malware). Dicho sistema israelí sólo se vende a gobiernos. Comúnmente es para que los utilicen contra criminales. El que existan mensajes y teléfonos intervenidos de personas públicas sólo abre una posibilidad, la de que nuestro gobierno invierta fortunas en espiarlos (porque, insisto, el software sólo se vende a gobiernos y porque es francamente absurdo suponer que el gobierno de otro país se ocupe de espiar a dichas personas). Así pues, espían salvo que se encuentre un argumento irrebatible en contra.
¿Qué harían los personajes de las series de televisión frente a esto? Un montón de cosas. Los más extremos, chantajearían a los proveedores para que éstos confesaran alguna filtración. Otros, más mesurados, iniciarían investigaciones en contra de sí mismos (algo que, créase o no, sí sucede en países con un estado de derecho confiable). Unos más, inventarían una guerra para distraer la atención; la famosa cortina de humo. Los menos renunciarían tras la revelación de la noticia. Ni siquiera se requeriría la intervención del Congreso o de un Fiscal independiente que los orillara a abandonar su puesto de poder. Sé que todas estas hipótesis son meras especulaciones y que, salvo la última, conllevan un crimen que regocijaría a los guionistas.
¿Qué hicieron nuestros gobernantes? Nada. O más o menos. Dijeron que no era cierto, primero, en un comunicado ridículo. Luego, amenazaron con investigar a quienes denunciaron, a quienes buscan lacerar la legitimidad gubernamental.
¿Absurdo? Por supuesto. Absurdo, ridículo y sintomático. No habrá nadie que llame a cuentas al gobierno. Nadie. Así que olvidémonos de la renuncia y del resto de las posibilidades. Hay quien diría que eso estaba por descontado, yo intenté comparar a la realidad con una serie de ficción. Lo triste no es eso. Lo triste es que, en otros países, ese mismo hecho habría sido suficiente para que la renuncia procediera. Incluso algún juicio político. Aquí, en definitiva, no sucederá.
A veces la ficción brinda más consuelo a la hora de lidiar con las ideas del bien y el mal que lo que sucede en este país.
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