La ‘ecosexualidad’ busca obtener placer a través de sentir la tierra, los árboles o las flores y así ayudar a salvar el planeta. Vice habló con ecosexuales para saber más sobre este movimiento.
Por Alberto G. Palomo, Broadly
Ciudad de México, 11 de junio (SinEmbargo/ViceMedia).– La ecosexualidad no es filia ni fetichismo. Tampoco es lo mismo que ser vegasexual o sexetariano, que consiste en optar por no mantener relaciones sexuales con alguien que coma animales. Significa hacerle el amor al planeta. No solo de forma genital sino gozando de los estímulos de la naturaleza con los cinco sentidos.
Los ‘ecosexuales’ son aquellos que tratan la naturaleza como a un amante. Como un ser que nos acoge y nos alimenta, pero también nos proporciona amor. Por eso hay que cuidarlo y rendirle pleitesía. «Sería tomar conciencia de nuestro entorno y de cómo este es realmente sexy y excitante: el acariciar un musgo húmedo, el mirar como sube la marea y golpea contra las rocas, el masturbarse sobre una roca caliente, notar el calor de la arena ardiente sobre tu espalda, hacerse una paja imaginando lava en erupción», enumera Elena/Urko, activista de género no binario y mitad del colectivo Post-Op, grupo de investigación sobre postporno «desde una perspectiva queer feminista».
«Me interesa el ‘ecosex’ porque cuando te defines como ecosexual no haces referencia ni a tu identidad de género ni a lo que tienes entre las piernas —no estás diciendo hombre, mujer, trans, ni si eres homo, bi o hetero. Es una identidad que no remite a eso. Por otro lado, te vuelve totalmente autosuficiente. La naturaleza siempre está ahí y te permite tener sexo sin depender de nadie. Además, no te aburres porque cambia según el contexto y la época del año», continúa Elena/Urko.
Su adopción del término también remite a causas políticas: «Lo utilizamos como herramienta para volver a ocupar parques y jardines urbanos», defiende, explicando cómo sirve a la vez de protesta ante la merma paulatina de libertades en los espacios públicos. «Muchas de las prácticas ‘ecosex’ son difíciles de leer como sexuales desde fuera porque no hay desnudo ni una actividad claramente genital. Cuesta que se entienda como sexo y eso nos permite que quien lo está viendo no tenga los suficiente elementos como para denunciar. La persona se queda dubitativa, mirando, pero no acaba de entender. Mientras, nosotras estamos corriéndonos entre arbustos, césped y estanques», sonríe.
En realidad, la iniciativa proviene de Beth Stephens y Annie Sprinkle. Estas dos artistas estadounidenses introdujeron la ecosexualidad en 2008, pero hasta 2011 no crearon el movimiento, un híbrido entre arte, ecologismo y sexo. Desde entonces, cuando definieron sus bases con un manifiesto, la pareja se ha casado con la tierra, ha iniciado una ruta promocionándolo, ha dado conferencias y ha rodado un documental llamado Here come the ecosexuals (Aquí vienen los ecosexuales). En su página web hablan de «un encuentro entre el arte, la teoría, la práctica y el activismo» y se describen como «acuófilos, terrófilos, pirófilos y aerófilos». «Abrazamos los árboles sin pudor, masajeamos las tierra con los pies y hablamos eróticamente a las plantas. Nadamos desnudos, somos adoradores del sol y observadores de las estrellas», dicen, entre muchas otras cosas.
Por esta senda se sitúa el performer Graham Bell Tornado. De origen escocés pero residente en Valencia, viajó hace unos años con Stephen y Sprinkle a Venecia. «Representé con ellas The Blue Wedding en Venecia, en 2009, y me aficioné, pero creo que siempre he sido ecosexual, porque tengo una relación muy cercana con la naturaleza», cuenta por teléfono Tornado, quien siente esta afinidad como «una manera de ver todo —el cuerpo humano, los cuatro elementos, las plantas o las rocas— como algo sensual». Que puede ser más o menos sexual, dice, pero propicia placer.
Esta inclinación sexual también puede ser terminante a la hora de tomar decisiones en su vida sexual o amorosa. Al elegir pareja o tener relaciones esporádicas, tienden a fijarse en si la otra persona es respetuosa con el medio ambiente o si las condiciones del encuentro no dañan nuestro entorno.Y no hablamos, nimuchomenos, de dejar de usar métodos anticonceptivos como los preservativos, cuyo consumo asciende a los 750.000 al año, según la web veoverde.com, ni de cuestionarse cómo reciclar la parafernalia onanista y sexual, sino de evitar, por ejemplo, el gasto innecesario de energía en los momentos de intimidad. Para ello, Greenpeace ya elaboró un decálogo de prácticas sexuales ‘ecofriendly’, en el que incluyeron algunos consejos como no hacer el amor con la luz encendida, compartir ducha o usar afrodisíacos orgánicos, entre otros.
La tendencia ha vuelto a recuperar cierto protagonismo últimamente gracias a la Ecosexual Bathhouse, una instalación artística promovida por los performers IanSinclair y Loren Kronenmyer. Situada en el jardín botánico Victoria de Melbourne (Australia), el ‘baño público’ consistía en interactuar sexualmente con los objetos, gemir con ellos, frotarse con margaritas o césped y después limpiarse en una sauna «sin sentirse culpable».
«Creemos que el cerebro es el órgano sexual más grande. Si aplicamos nuestra imaginación y nuestra capacidad de inmersión en el medio ambiente podemos aprender a amar la tierra y respetar la diversidad y la complejidad que existe en nuestro alrededor», expresan en la web.
Lo mismo que Elena/Urko, a quien amplió horizontes: «Yo venía de las prácticas postporno más extrañas y tengo vinculación al BDSM. No me veía pasando de hacer fisting a abrazar arboles, pero la verdad es que —aunque pueda parecer algo muy náif — mi experiencia personal es que el ecosex me ha abierto enormemente mi imaginario y mis prácticas. Disfruto muchísimo en solitario o en compañía, teniendo en cuenta los elementos naturales que nos rodean. ¡Hasta ha cambiado el tipo de fantasías que tengo!».