Conociendo a Ricardo Piglia

06/05/2017 - 12:00 am

 

Me Gusta Pensar En él Como En Alguien Sobrio Más Allá De Su Mito Porque Esa Condición Lo Convierte En Un Hombre Bueno Y Es De Ese Hombre Bueno Que Tan Triste Me Puso Su Partida Foto Especial

Conocí a Ricardo Piglia más por voluntad de él que la mía. Sé que suena un tanto presumido, pero con él las cosas eran absurdas, demenciales. No quise yo conocerlo por conocido, es decir, cuando vino a México para mí ya era un escritor muy transitado, muy visto por eso de ser argentina y de haber comenzado a leer de muy chica.

Así que cuando él llegó a México y tuvimos oportunidad de vernos, yo ya había escrito la entrevista a Bolaño, ya empezaba a diseñar la biografía por medio de testimonios de cercanos, así que fue él el que quiso conocerme. Y siempre las conferencias de prensa eran como un estar más cerca de él y a veces nos la pasábamos discutiendo algunos temas, para sorpresa de los presentes.

La periodista Silvina Friera, me escribe: “Para mí lo de Piglia fue tremendo... yo lo quería muchísimo. Él siempre tuvo gestos de una generosidad infinita conmigo y yo estaré eternamente agradecida. Hace un rato me puse a leer un mail que me mandó, antes de la maldita ELA, en el que me "incita" a publicar un libro con mis entrevistas y que él escribiría el prólogo. Esto por su cuenta, sin que yo le pidiera nada, nunca existió ese proyecto, ¡es algo que imaginó Piglia! Un escritor como él, que debería estar cansado de recibir pedidos de prólogos, me ofrece escribir un prólogo para un libro mío... Esto fue una gran caricia a mi alma en ese momento”. Un recuerdo íntimo, personal.

Creo que eso es un poco lo que determina su ser. Lo que hace que ahora nos sintamos más solos, mucho más perdidos en un mundo que deja de tener escritores así, tan cercanos, tan disponibles.

“Creo que me lee un grupo de amigos”, me dijo en una entrevista para la agencia y fue tan revelador para mí, me miraba como a alguien familiar, para confesarme ese secreto que lo hacía tan popular en el mundo. ¿Quién faltaría en algún país que no tuviera una anécdota con Piglia?

Aquí, los chicos de Hermosillo. Me invitaron a participar en Pez Banana, una edición en su homenaje y presentamos el número en la FIL y se me ocurrió decir algo que qué importaba el Nobel si ya teníamos un Premio Banana para él, una manera de protestar contra las autoridades de Guadalajara que siempre se las ingenian para dar los galardones a gente muy lejana, como en este: Norman Manea, el rumano.

Bueno, no sé,  la literatura tiene geografías diferentes, pero ¿por qué no darle a Piglia, tan admirado, tan de aquí a la vuelta?

Y leí una crónica de su adiós de parte de Leila Guerriero, tan íntimo que quedaba como una ceremonia realizada entre ella y él y con ellos, todos nosotros. Un escritor Luis Guzmán dijo: “adiós al amigo” y el recuerdo de una amiga: “El 9 de abril de 2015 le había escrito a Piglia para contarle que, al fin, estaba empezando a trabajar en algo complejo, algo en lo que él me había alentado mucho. Me respondió tres días después. La última línea de su mensaje decía: Ojalá mi entusiasmo te ayude en los días difíciles”.

Ojalá mi entusiasmo te ayude en los días difíciles. Qué pensar si no pensar en ese navegar siempre para adelante, aun cuando la enfermedad y la muerte estuvieran rondando con sus manos leprosas: escribir y escribir, ese era su sino.

De Roberto Bolaño a Álvaro Enrigue, siempre estaba metido Ricardo Piglia. De hecho, en el libro El hijo de Mister Playa incluí una deliciosa discusión entre Roberto y Ricardo destinada entre otras cosas a saber de qué parte estaban los escritores latinoamericanos, si todavía podíamos pensar en escritores latinoamericanos.

Cuándo Álvaro escribió Decencia, una novela que me tocó presentar, fue una novela tan pigliana, tan borgiana, ¡tan argentina! Ricardo venía de escribir Blanco nocturno y las dos historias me pareció que tenían tantas similitudes.

No lo he hablado con él, sólo en una conferencia de prensa en Barcelona, donde algo del tema se dejó vislumbrar, pero algo me hacía estar cerca suyo cuando yo pensaba en una nueva literatura latinoamericana, una literatura que no tuviera que ver con Mario Vargas Llosa, con Gabriel García Márquez, con Carlos Fuentes y pensaba no sólo en Bolaño, en Piglia, sino también en Juan José Saer, en Juan Carlos Onetti (a quién estuvo dedicado su último libro), en Antonio DiBenedetto, en Mario Levrero, en Héctor Tizón…y al mismo tiempo me parecía que él iba a poder ser, por propia naturaleza, un elemento de unión de todos esos polos.

No tenía como suelen tener los escritores argentinos esa manera de mirarte por encima del hombro y quedarse por lo mismo siempre aislado de todos, incomprendido (de hecho, Hernán Ronsino parece ser un hombre destinado a heredarlo, en el medio puros autores argentinos…), Piglia tenía algo de unidad y de ver a la literatura como un todo, era raro, porque a la hora de ejemplificar sus impresiones siempre hacía referencia a la literatura argentina, pero tal vez por lo mismo sus pareceres tenían alcance mundial.

Es como Borges, por ejemplo. Cuando le tocó conducir los programas para la televisión estatal sobre él, todo era tan bonaerense, tan propio de Borges, que el unitario podría haber sido transmitido en Rusia e igual nos parecería adecuado.

Veo la foto de Daniel Mordzinski en una playa. Supongo que es Cartagena de Indias, en 2014, ¿ya estaba enfermo? Yo nunca lo vi enfermo. La última vez que lo vi fue en una Feria del Libro de Oaxaca y al año siguiente me enteré que padecía esclerosis lateral amiotrófica (ELA); alguna vez leí que lamentaba mucho su enfermedad. “Bueno, la experiencia de la enfermedad es la de la injusticia en estado puro: “¿Por qué a mí?”, se pregunta uno y cualquier explicación es ridícula y no tiene sentido. La sensación de injusticia llama a la rebelión y a la lucha, entonces uno no se queja y eso es un alivio.”

Para acordarme de él, aunque no tengo nada que determinar para acordarme siempre de él, elegiré una acepción de Luis Chitarroni, quien lo nombra “un mítico sobrio”.

Me gusta pensar en él como en alguien sobrio más allá de su mito, porque esa condición lo convierte en un hombre bueno. Y es de ese hombre bueno que tan triste me puso su partida. (Publicado primeramente en Inundación Castálida)

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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