La autora estadounidense regresa con La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, un ensayo que retrata a partes iguales su interés por el arte, la neurología y el pensamiento literario. «Me parece una locura que alguien considere feminista a Picasso»
Ciudad de México, 13 de mayo (SinEmbargo).- La primera vez que veo a Siri Hustvedt está enmarcada en un portal. Sentada en plena calle, posa con la madurez de los escritores de éxito que son a su vez respetados por crítica y público. La fotógrafa dispara y la escena adquiere un tono simbólico: miro a Siri Hustvedt mirada por una cámara. Las mujeres que miran a las mujeres, pienso, un trasunto de su último libro, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), donde desgrana una serie de ensayos que mezclan sus disciplinas favoritas, arte, ciencia y análisis literario.
La carrera de Hustvedt se despliega especialmente desde 2003. Pese a haber escrito y estudiado diversas disciplinas desde hace más de treinta años, fue con la novela Todo cuanto amé cuando llamó la atención del gran público. Desde entonces, el sempiterno título de ‘mujer de Paul Auster’ dejó de rondarle con tanta frecuencia, especialmente tras la publicación de Elegía para un americano y El verano sin hombres, en los que amor, desamor y los tránsitos de la enfermedad mental la hicieron mundialmente conocida.
Ahora, el regreso de Hustvedt se muestra como un complemento de sus intereses: habla con el mismo entusiasmo y humor sobre migrañas, modelos computacionales y feminismo, todos elementos presentes en su último libro, que presenta en plena vorágine editorial del Día del Libro.
–Su último libro es extraño puesto que no es confesional, pero sí tiene algo muy personal. Por ejemplo, el psicoanálisis se pone en valor después de mucha desvalorización por parte de la ciencia.
–Soy de un grupo de neuropsicoanálisis desde hace diecisiete años. Una de las premisas es que muchas de las tesis de Freud han sido confirmadas por la neurociencia. Él estudió neurología, era científico, escribió un libro maravilloso sobre la afasia. Creo que se trata de una unión interesantísima. Hay psicoanalistas hostiles a la idea de una unión con la neurociencia, mientras que los neurocientíficos suelen ser más abiertos porque han sido declarados los jefes de la cultura. Se pueden permitir ser benevolentes con los psicoanalistas, que han sido marginados y tienen una posición mucho más difícil.
–Usted lo usa varias veces a lo largo del libro para hablar de su propio análisis y cómo le ayuda a escribir.
–Se trata de una respuesta poética, pero también analítica a mi propio psicoanálisis que fui adaptando con distintos grupos terapéuticos cuando me pedían que diera conferencias. Pese a que había leído y estudiado psicoanálisis desde la adolescencia, especialmente a Winnicott, lo que me fascinó fue que cuando realicé mi análisis, mi conocimiento previo no fue significativo ni útil. Y no entiendo por qué ese proceso, que es una forma de diálogo, ha sido una gran liberación en mi vida. ¡No entiendo por qué! Pero es así [ríe].
–Podría ser porque le obliga a verse desde otro lugar, desde otra perspectiva, que es exactamente lo que hace usted al examinar algunas obras de arte en el libro.
Es verdad. La imaginación es un vehículo para habitar al otro, pero también para habitar otras formas de conocimiento. Puede tratarse de otra disciplina, pero también de otra persona.
–El ensayo que da título al libro trata una obra de Picasso, Mujer que llora y sirve para explorar cómo las mujeres son vistas en el arte y cómo se crean y centran los discursos alrededor de su percepción. ¿Sabía usted que la última exposición sobre Picasso en Madrid le interpreta como feminista?
–Me parece una locura que alguien considere feminista a Picasso. No sé cómo pueden decir eso. He leído muchísimos libros sobre Picasso, la biografía de John Richardson y varios otros. Que no sea feminista no devalúa en nada su obra y se puede admirar igualmente. Picasso, para mí, siempre ha sido un innovador estilístico, pero sus sujetos son siempre muy tradicionales, muy clásicos, aunque luego los deconstruyera. Lo comenté con un especialista en Picasso: para él, las mujeres eran objetos sexuales y simbólicos. La subjetividad femenina aparece a veces, por ejemplo, con algún retrato de su esposa, donde se ve que le interesa su vida interior. Pero ¿Picasso feminista? ¡Es absurdo!
–La exposición comisariada por Anne Wagner habla de que las mujeres se usan en su obra como armas.
–Ah, lo pillo. La pintura se «resignifica», como dicen ahora. Y las mujeres en la guerra también son vistas como víctimas. Tampoco me parece una posición feminista, qué quieres que te diga [ríe].
–Su libro también trata a los hombres que no dejan hablar a las mujeres: usted describe un caso muy concreto durante un panel en una universidad. No dejaron hablar a una mujer, aunque de manera sutil. Pero no le dejaron hablar.
–Sí, ¡aquella fue una situación terrible! Eramos tres mujeres en un grupo de 15 personas. Fue extraordinario ver como sucedía. En ese seminario, a mis 62 años yo era la más joven. Y estos hombres simplemente no veían lo que le estaban haciendo a esa persona. No le dejaban hablar.
–¿Qué le parecen los libros que se están escribiendo alrededor de esta temática, como Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit?
–Yo tengo una posición mucho más teórica, pero Solnit tiene razón. En mi ensayo sobre Karl Ove Knausgard lo interpreto como un problema de emasculación. Como los hombres se valoran de acuerdo al valor que les otorgan otros hombres. Las mujeres pueden ser ignoradas, incluso aquellas que no son especialmente tímidas. He estado en muchísimas conferencias en las que las mujeres son tímidas y no insisten en sus argumentos. Pero esta persona sí lo hacía y no le dejaban existir.
–Su descripción de la situación provocaba furia al leerla.
–Lo sé, pero el humor es un buen arma. O te lo tomas como algo absurdo o te enfadas. Por supuesto, cuando lo ves sientes muchísima rabia, pero puedes elegir como tratarlo [ríe].
–El ensayo sobre Karl Ove Knausgard es extremo, resume como las mujeres son invisibles en literatura porque se consideran un nicho y no suponen competencia para un autor como él.
–Yo no creo que Knausgard piense que las mujeres no sepan escribir. Creo que cuando le entrevisté me dijo algo que muchos hombres en literatura sienten: que compiten con otros hombres y que las mujeres, aunque sean brillantes, no son parte del juego. Ese es un problema enorme y suele ser verdad. No se trata de un ataque, quiero entender por qué pasa. Por ejemplo, cuando un hombre quiere que le firme el libro inmediatamente dice que es para su mujer y que él no lee ficción. A un hombre siempre le resulta castrador dar autoridad a una mujer, es una cuestión de autoría.
–De la misma manera, usted alude a un estudio de Goodreads que incide en como los hombres no leen a mujeres y que por tanto siempre son categorizadas como «literatura femenina». Eso es muy común. Las artes se consideran espacios femeninos y la ciencia masculina. Me suele pasar que los hombres leen mi no ficción y las mujeres mis novelas. Soy un sujeto escindido [ríe].
–Además, cuando las mujeres crean personajes, inmediatamente son percibidas como el personaje de sus novelas. Toda novela escrita como mujer se percibe como autobiográfica.
–Cuando no escribes literatura confesional, creen que sí lo haces. Siempre pasa, ¡aunque te lo hayas inventado todo! Cuando escribí El verano sin hombres todo el mundo incluidos mis amigos pensaron que estaba sufriendo una crisis matrimonial. ¡Y no era así! ¡Simplemente me lo inventé! En cambio, cuando un hombre escribe una y otra vez la misma historia, y es siempre autobiográfica y estupenda, se les lee de otra manera. Me resulta extrañísimo que se reduzca todo a la autobiografía. Mi conclusión es que el hecho de que la mujer tenga imaginación es siempre problemático.
–Su ensayo sobre el porno y Susan Sontag activa la idea de lo radical. Algunas feministas son muy contrarias al porno.
–No soy una gran consumidora, como explico en el texto. Lo que no entiendo es que la gente lo considere aburrido o que no les excite. Me sorprende muchísimo, a menos que hablen de algo violento, que sí queda fuera de mi espectro erótico. Pero si se trata del debate feminista, soy de las defensoras de la pornografía, evidentemente siempre que se trate de adultos que la realizan de forma consentida.
–Su libro tiene algo de gabinete de curiosidades decimonónico, con un montón de compartimentos que dialogan. A usted le obsesiona la pregunta de por qué no se comunican arte y ciencia. ¿Es el conocimiento demasiado estanco en la actualidad?
–El diálogo ha aumentado porque ciertas disciplinas han asumido que necesitan aire y que ese aire puede venir de otras disciplinas. En las humanidades se han adoptado algunas ideas científicas para los estudios literarios, con mayor o menor éxito. Hay algo de diálogo y charlas interdisciplinares pero son pocas. Yo puedo permitirme el lujo de leer sobre muchísimas cosas porque no tengo que ocuparme de escribir trabajos académicos para mantener mi posición en una universidad, pero es muy poco común.
–Usted habla de como la especificidad de internet tiene algo que ver con eso.
La gente sabe más y más sobre menos y menos cosas. Y el conocimiento compartido es prácticamente inexistente. En algunos espacios puedes citar argumentos filosóficos muy importantes y nadie sabe de qué estás hablando.
–En el ensayo Historia de los peinados realiza una labor antropológica: el pelo se usa como marca de género, pero también como un espacio psicoanalizable de sus propias fábulas y relatos.
–Sí, está en el centro de todo. Al fin y al cabo «trenzar» es una metáfora muy antigua para el verbo narrar. La rueca en la mitología noruega se relaciona con narrar. La historia de Rapunzel me fascina. Es maternal, trata sobre el amor de una madre, que más adelante se sustituye: hay una madre original y una sustituta, algo clásico de las fábulas.
–He leído que también le obsesiona Goya.
–Sí, no puedo parar de mirar sus cuadros.
–Y encontró una cara en uno de ellos, Los fusilamientos del Dos de Mayo.
Sí, los historiadores del arte no están muy contentos con eso. Me pasó también con un cuadro de Vermeer, encontré un pequeño huevo que nadie había visto en La muchacha del collar de perlas, lo que le daba un nuevo significado como pintura de anunciación. Ahora se la considera como tal, pero nadie me reconoció el mérito.
–¿No?
–Sé que publiqué sobre eso antes que nadie, pero ya se sabe como son los amantes de las jurisdicciones [ríe].
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