LECTURAS | «El sótano», de Natasha Preston

01/04/2017 - 12:03 am

“Simplemente… ¡wow! Esto en definitiva es diferente. No quiero adelantar nada, pero este libro movió mucho en mí.  Realmente compartí muchos sentimientos con los personajes de El sótano. Una lectura obligada. Como lo dice mi título: nunca miraré las flores de la misma manera.” The New York Times

Ciudad de México, 1 de abril (SinEmbargo).- Durante, Lily meses estará secuestrada En un sótano junto con tres de otras chicas: Rosa, Violeta y Amapola. Perfectas y puras flores. Pero las flores no pueden sobrevivir por mucho tiemposi no se les da el sol y el tiempo se está acabando.

Por autorización de Selector transcribimos algunos apuntes de El sótano.

1.SUMMER Sábado 24 de julio (presente)

Me asomé por la ventana de mi cuarto y me encontré con otra aburrida tarde de verano. Las pesadas nubes la hacían parecer demasiado oscura, para ser julio en Inglaterra, pero ni siquiera eso iba a arruinarme la noche. Íbamos a celebrar el cierre del año escolar con el concierto de una banda de la escuela y estaba decidida a pasarlo bien.

—¡Hola! ¿A qué hora te vas? —me preguntó Lewis.

Entró a mi cuarto, como siempre, y se sentó en la cama. Llevábamos juntos más de un año, así que nos sentíamos súper a gusto el uno con el otro. A veces echaba de menos los tiempos en que no me decía que tenía que colgar porque quería hacer pis, cuando recogía sus calzones sucios antes de que yo llegara. Mamá tiene razón cuando dice que entre más tiempo pasamos con un hombre, más bruto se vuelve. De cualquier modo, yo jamás le pediría que cambiara. Se supone que aceptas a alguien que amas por quien es, así que yo lo acepté con todo y su desorden. Me encogí de hombros y me vi en el espejo. Mi cabello lucía aplastado y sin chiste, nunca se me acomodaba bien. No podía hacer que se me viera despeinado de forma espontánea. No importaba cuán “fácil” pareciera en las revistas conseguir el look del almohadazo, conmigo nomás no funcionaba.

—Ya me voy ahorita… ¿Me veo bien?

Por lo visto, la cosa más importante para lucir atractiva es la confianza. Pero ¿y si no puedes sentirte segura? ¿Qué le vamos a hacer? Es el tipo de cosas que no puedes fingir sin que resulten obvias. Estaba claro que no era una modelo de revista o una sexy Playboy, y lo que se dice confianza… no tenía por montones. Básicamente estaba jodida y tenía suerte de que Lewis estuviera tan ciego. Él soltó una risilla burlona y puso su mirada de aquí va otra vez con lo mismo. Al principio se molestaba, pero ahora creo que lo divierte.

—Sí sabes que puedo verte por el espejo, ¿verdad? —le dije mirando fijamente su reflejo.

—Te ves hermosa, como siempre —contestó—.

¿Estás segura de que no quieres que pase por ti en la noche?

Solté un suspiro. Y dale con eso. El club donde sería el concierto quedaba apenas a dos minutos caminando de mi casa y era un trayecto que había recorrido tantas veces que podría hacerlo con los ojos vendados.

—¡No, gracias! Regreso caminando. ¿Tú a qué hora te vas?

—A la hora en que el holgazán de tu hermano esté listo —dijo, y frunció un poquito los labios.

Me encantaba que hiciera eso

—. ¿Estás segura? Podemos darte un aventón de camino.

—No hay problema, de verdad. Yo ya me voy. Si esperas a que Henry esté listo, estarás aquí un buen rato.

—No deberías caminar sola de noche, Sum. Volví a soltar un suspiro, esta vez más hondo y azoté mi cepillo contra el tocador.

—He caminado sola durante años, ¿sí? Regresaba sola de la escuela todos los días y volveré a hacerlo el año siguiente. Estas —y me di una palmada en las piernas con bastante énfasis— funcionan perfectamente.

—Hummm… Me doy cuenta —sus ojos le dieron un rápido vistazo a mis piernas. Nos reímos y lo empujé hacia la cama. Me senté en su regazo.

—¿Puedes, por favor, quitarte el modo “novio sobreprotector” y darme un beso?

Lewis soltó una risita y sus ojos azules se encendieron cuando sus labios se encontraron con los míos. Después de dieciocho meses juntos, sus besos todavía me hacían saltar el corazón. Empezó a gustarme desde que tenía 11 años, cuando venía a la casa con mi hermano Henry después de las prácticas de futbol cada semana, mientras su mamá estaba en el trabajo. Al principio pensé que era un enamoramiento estúpido, como el que tuve en Usher por aquellos tiempos, así que no le di importancia. Cuando me di cuenta de que cuatro años después seguía sintiendo mariposas, supe que debía ser algo más serio.

—Ustedes dos son de lo más desagradable —salté al oír la fastidiosa voz de mi hermano. Volteé los ojos hacia arriba y le respondí con rudeza:

—Cállate, Henry.

—Cállate, Summer.

—En serio, no puedo creer que tengas 18.

—Cállate, Summer —volvió a decir el muy bobo.

—Como sea. Yo ya me voy —dije, y me aparté de Lewis. Le di un último beso y salí de la habitación.

—Idiota —murmuró Henry. Idiota inmaduro, pensé. Nos llevábamos bien (a veces) y era el mejor hermano mayor que pudiera pedir, pero me volvía loca. No me quedaba la menor duda de que íbamos a seguir peleándonos hasta el final de nuestros días.

—Summer, linda, ¿ya te vas? —llamó mi mamá desde la cocina. No, estoy caminando hacia la puerta nomás para dar un lindo paseo por la casa.

—¡Yep!

—Con cuidado, mi amor —dijo papá.

—Sí, pá. ¡Nos vemos! —dije, y salí corriendo antes de que pudieran detenerme. Seguían tratándome como si fuera una niñita de kínder y no pudiera valerme por mí misma. Nuestra ciudad era tal vez —de hecho lo era— el lugar más aburrido sobre la Tierra. Nada remotamente interesante había sucedido jamás. Lo más emocionante que habíamos visto fue hace dos años, cuando se extravió la señora Hellmann —sí, como la mayonesa—.

Era muy viejita y la encontraron horas después, desorientada, en medio de un campo de ovejas, buscando a su fallecido esposo. Todo el mundo salió a buscarla. Todavía recuerdo el alboroto que se armó porque algo finalmente había sucedido. Empecé a caminar hacia la acera que corre junto al cementerio. Esa era la única parte que no me gustaba de caminar sola. El cementerio. Era siniestro, en especial cuando iba sola. Sutilmente miré en derredor mientras caminaba sobre la vereda. Me sentía incómoda, incluso después de haber pasado el cementerio. Nos mudamos a este barrio cuando tenía 5 años y siempre me sentí segura aquí. Pasé toda mi infancia jugando en la calle, con mis amigos, y ya de grande iba al parque o al club, conocía la ciudad y a las personas como la palma de mi mano, pero el cementerio siempre me dio miedo. Me apreté la chamarra y apresuré el paso. El club casi estaba a la vista, justo a la vuelta de la siguiente esquina. Volví a mirar sobre mi hombro y ahogué un pequeño grito al ver una silueta oscura que salía detrás de un seto.

—Lo siento, ¿te asusté?

Respiré aliviada al ver que no era más que el viejo Harold Dane.

—No se preocupe, estoy bien —respondí y agité la cabeza. Levantó una pesada bolsa negra y la arrojó dentro del bote de basura con un profundo gruñido, como si estuviera levantando pesas. Su cuerpo flacucho estaba cubierto de arrugas y músculos flácidos. Parecía como si fuera a romperse en dos si se inclinaba.

—¿Vas a la discoteca? Me dio risa escuchar la palabra que había usado. Discoteca. ¡Ja! Tal vez así era como le llamaban antes, cuando era adolescente.

—Sí, quedé de ver a mis amigos allá.

—Muy bien, que te diviertas. Nomás ten cuidado, eh, porque no sabes en estos días las cosas que los muchachos ponen en las bebidas de las muchachas guapas —me advirtió agitando su cabeza como si ese fuera el escándalo del momento y todos los adolescentes fueran por ahí violando a sus amigas.

—Tendré cuidado. Buenas noches.

—Buenas noches, linda. El club ya alcanzaba a verse desde la casa del señor Harold, así que me sentí mucho más relajada conforme iba aproximándome a la entrada. Mi familia y Lewis me habían vuelto asustadiza y era ridículo. Cuando iba llegando a la puerta, alguien se me acercó por la espalda y me tomó del brazo. Salté del susto. Era mi amiga Kerri. Ella se rio y sus ojos se encendieron de buen humor. Ja, ja, qué chistosita.

—Oye, ¿has visto a Rachel? Mi corazón volvió a su lugar conforme mi cerebro procesaba el rostro de mi amiga y no la cara del tipo de Scream o de Freddy Krueger.

—No he visto a nadie, apenas voy llegando.

—Diablos. Se salió después de tener otra discusión con el idiota ese y su celular está apagado.

Ah, el idiota ese. Rachel tenía una relación bastante bipolar con su novio, Jack. Nunca pude entender eso. Si se van a estar jodiendo uno al otro el noventa por ciento del tiempo, ¡mejor terminen!

—Tenemos que encontrarla.

¿Por qué a mí? Esperaba tener una noche divertida con mis amigas y no andar persiguiendo a una chica que debió haberle pateado el trasero al pendejo de su novio desde hace mucho. Con un pesado suspiro me resigné a lo inevitable.

—Ok, ¿en qué dirección se fue? Kerri me miró con los ojos entrecerrados.

—Si lo supiera, Summer… La jalé de la mano y empezamos a caminar hasta el final de la calle.

—A ver, yo voy a la izquierda y tú ve a la derecha. Kerri me dijo adiós y se echó a andar hacia la derecha. Yo le sonreí y me fui hacia el lado contrario. Más le valía a Rachel estar cerca. Caminé por en medio del campo de futbol que hay cerca del club, volteando hacia la reja, a mis espaldas, para ver si ella había tomado el atajo hacia su casa. El aire estaba cada vez más frío y me froté los brazos. Kerri dijo que el celular de Rachel estaba apagado, pero de todas maneras traté de llamarla y, por supuesto, me mandó directo al buzón de voz. Si no quería hablar con nadie, entonces ¿por qué estamos tratando de encontrarla? Le dejé un mensaje raro en el buzón —odiaba dejar mensajes de voz— y atravesé la reja para llegar a la rampa de skate, en la parte trasera del parque. Las nubes se arremolinaban en el cielo creando un efecto extraño, entre gris y turbulento. Era al mismo tiempo estremecedor y fascinante. Una ligera brisa helada me llegó de golpe, haciendo que el cabello me cubriera la cara —mi cabello “rubio claro color miel”, según Rachel, que se creía estilista—, y una ola de escalofríos recorrió todo mi cuerpo.

—¿Lily? —llamó una voz profunda a mis espaldas. No lo reconocí. Giré y retrocedí al ver que un hombre alto, de cabello oscuro se aproximaba. Mi estómago se contrajo de miedo. ¿Se había estado escondiendo entre los árboles? ¡Qué le pasa a ese idiota! Estaba tan cerca que podía ver su sonrisa maliciosa y el cabello tan rígido, que no lo mecía ni el viento. ¿Cuánto fijador habrá usado? Si no hubiera estado tan asustada en ese momento, le hubiera preguntado qué marca usaba porque mi cabello siempre ha sido un desastre.

—Lily… —repitió.

—¿Perdón? —contuve la respiración y di otro paso hacia atrás. Miré hacia todas partes con la vana esperanza de que alguno de mis amigos estuviera cerca.

— Yo no soy Lily —dije, y enderecé la espalda para mirarlo de frente en un intento de mostrarme segura y firme. Él se inclinó hacia mí de forma agresiva clavando en mí sus aterradores ojos negros, agitó ligeramente la cabeza y dijo:

—No. Tú eres Lily.

—Está confundido señor, me llamo Summer —¡pedazo de subnormal! Podía sentir el golpeteo de mi propio pulso. Cómo pude ser tan estúpida al decirle mi verdadero nombre. Él seguía mirándome fijamente, sonriendo. Sentí náuseas. ¿Por qué pensaba que yo era esa tal Lily? Tenía la esperanza de que me pareciera a su hija, que fuera alguna extraña confusión, y que no se tratara de un loco pervertido. Volví a dar otro paso atrás y busqué en los alrededores algún lugar hacia dónde poder escapar en caso de necesitarlo. El parque era muy grande y yo estaba todavía en la parte trasera, frente a un bosquecillo. No había posibilidades de que alguien pudiera verme hasta ahí. Ese solo pensamiento hizo que me ardieran los ojos. ¡¿Cómo se te ocurrió venir aquí sola, Summer?! Quería regañarme a mí misma por ser tan estúpida.

—Sí, tú eres Lily —volvió a decir él.

Antes de que pudiera siquiera parpadear, el hombre se lanzó hacia mí y me atrapó entre sus brazos. Traté de gritar, pero él apretó su mano contra mi boca para callarme. ¿Pero qué diablos hace este imbécil? Agité los brazos desesperada, tratando de liberarme. Dios mío, va a matarme. Comenzaron a brotar lágrimas de mis ojos y mi corazón se aceleró al máximo. Las puntas de los dedos me hormigueaban y tenía el estómago hecho un apretado nudo de miedo. Voy a morir. Va a asesinarme. El hombre me jaló con tanta fuerza que, al chocar contra su pecho, escapó todo el aire de mis pulmones. Me había dado la vuelta, de modo que mi espalda presionaba fuertemente su torso y su mano sellaba con firmeza mi boca y mi nariz. Apenas podía respirar. No podía moverme, no sabía si a causa de la fuerza de su abrazo o si era por lo aturdida que estaba. Me tenía. Podía hacer lo que quisiera conmigo porque yo no podía mover ni un maldito músculo. Me empujó del otro lado de la reja, hacia el fondo del parque, y luego cruzamos el campo. De nuevo traté de gritar para que me ayudaran, pero su mano impedía que escapara el sonido de mi clamor. Susurraba “Lily” una y otra vez mientras me arrastraba hacia una camioneta blanca. Sólo podía ver las ramas de los árboles pasar sobre mí y los pájaros que se posaban en las ramas. Todo sucedía conforme a su plan. Dios mío, ¡tenía que escapar a como diera lugar! Planté los pies en el suelo y grité tan fuerte, que de inmediato sentí lastimada la garganta. De cualquier modo era inútil, no había nadie que oyera mi grito, además de los pájaros. Volvió a jalarme con sus brazos, ahora apretándome el estó­mago. Solté un aullido de dolor. Tan pronto como me soltó para abrir la puerta de la camioneta, grité con todas mis fuerzas para pedir ayuda.

—¡Cállate! —ordenó, y me empujó dentro del vehículo. Mi cabeza golpeó con el suelo de la camioneta mientras luchaba por liberarme.

—Por favor, déjame ir. Por favor, por favor. Yo no soy Lily. Por favor —supliqué mientras trataba de contener con mi mano el dolor en el costado de mi cabeza. Todo mi cuerpo se estremecía de terror, jadeante, desesperada por que mis pulmones se llenaran de aire. Arrugó la nariz y sus ojos se agrandaron.

—Estás sangrando —dijo—. Toma, límpiate —gruñó con tono amenazante y me entregó un pañuelo y gel desinfectante. ¿Qué? Estaba tan asustada y perpleja que apenas podía moverme—.

¡Límpiate! ¡Vamos! —gritó de forma tan violenta que me hizo retroceder. Presioné el pañuelo contra la herida en mi cabeza y traté de limpiar la sangre. Mis manos temblaban tanto que casi dejo caer el botecito del gel mientras trataba de desparramar un poco sobre mi mano para aplicarlo en la herida. El intenso ardor me contrajo la quijada y me retorcí de dolor. El hombre me observaba con atención, con la respiración pesada. Parecía sentir repulsión. ¿Pero qué mierda le pasa? Se me nubló la mirada conforme las lágrimas brotaban de mis ojos y escurrían por mis mejillas. Él tomó el pañuelo con cuidado de no tocarlo de la parte donde tenía sangre y lo metió en una bolsa de plástico antes de guardarlo en su bolsillo. Luego se limpió las manos con el mismo gel desinfectante. Lo miré horrorizada. El corazón me martillaba contra el pecho. ¿Realmente esto está pasando?

—Entrégame tu celular, Lily —dijo con voz calmada, alargando hacia mí la mano extendida. Lloré más fuerte mientras trataba de sacar mi celular del bolsillo para dárselo—. Buena niña. Azotó la puerta de la camioneta y quedé inmersa en la oscuridad.

—¡No! —grité y golpeé los puños contra la puerta. Un instante después oí el inconfundible ruido del motor y sentí que la camioneta empezaba a moverse. Me estaba llevando… ¿adónde? ¿Para hacerme qué? —¡Auxilio! ¡Ayúdenme, por favor! —grité con todas mis fuerzas en repetidas ocasiones mientras mis puños azotaban la puerta trasera. Sin importar que fuera inútil hacer que la puerta cediera, tenía que intentarlo. Cada que daba vuelta en una esquina, mi cuerpo rodaba contra uno de los costados de la camioneta, y yo volvía a levantarme para seguir pidiendo ayuda y seguir golpeando la puerta. Creía que iba a asfixiarme, jadeaba para poder respirar, pero sentía como si el aire no entrara en mis pulmones. El hombre siguió conduciendo. Cada segundo que pasaba empezaba a dar por perdida toda esperanza de escapar. Iba a morir. La camioneta finalmente se detuvo y se me heló la sangre. Estoy muerta. En este momento va a venir por mí y me matará. Luego de unos segundos de dolorosa espera y de escuchar sus pisadas crujir sobre el suelo allá afuera, la puerta se abrió. Gemí tratando de decir algo, pero me había quedado sin voz. Él sonrió y me sujetó del brazo antes de que pudiera retroceder de un salto. Estábamos en medio de la nada. Había una casa enorme de ladrillo rojo al final de un camino empedrado. La casa estaba rodeada de árboles muy altos y abundante maleza. ¿Quién iba a encontrarme ahí? En los alrededores no había absolutamente nada que yo conociera. Parecía un camino vecinal de cualquiera de las ciudades cercanas a la mía. No tenía la menor idea de adónde me había llevado. Traté de oponer resistencia cuando me sacó de la camioneta para empujarme hacia la casa, pero él era demasiado fuerte. Grité lo más que pude en un último intento por pedir ayuda. Esta vez lo permitió, lo cual me pareció mucho más aterrador: significaba que estaba seguro de que nadie podría escucharme.

Repetía en mi mente una y otra vez “te amo, Lewis”, mientras me preparaba para morir o para cualquier cosa que el hombre intentara hacerme antes de eso. Mi corazón se detuvo. ¿Qué era lo que planeaba hacer conmigo? Me obligó a entrar por la puerta principal y me arrastró por el pasillo. Traté de observar todo lo que se cruzaba a nuestro paso: el color de las paredes, dónde estaban las puertas, con la esperanza de escapar, pero estaba en shock y no podía memorizar nada. Hasta donde puedo recordar, el pasillo estaba iluminado y era cálido. No era nada de lo que había imaginado. La sangre se me había helado en las venas y me punzaba la piel de los brazos donde él me encajaba sus manos. Miré hacia abajo y vi la punta de sus dedos que se clavaban en mis brazos, abriendo cuatro profundos cráteres en mi piel. El hombre me aventó hacia adelante y mi cuerpo fue a dar contra una dura pared pintada de verde menta. Me agazapé contra la esquina del cuarto, temblando violentamente y rezando para que ocurriera algún milagro que lo hiciera cambiar sus intenciones y me dejara ir. Sólo haz lo que él te ordene, me dije a mí misma. Tal vez si lograba permanecer en calma, podría hablar con él y convencerlo de que me liberara o escapar de alguna manera.

Dio un ligero resoplido al empujar un pesado librero recargado contra la pared, que al moverse mostró la cerradura de una puerta. Abrió la puerta oculta y yo ahogué un grito al ver la escalera de madera que descendía hacia lo profundo de la oscuridad. Mi mente empezó a hacer las más terroríficas conjeturas. Era ahí abajo donde él me haría cualquier cosa que hubiera planeado. Imaginé un sucio calabozo con una mesa de operaciones, charolas con afilado instrumental de tortura y una tarja salpicada de suciedad. Encontré de nuevo fuerzas para gritar y esta vez no me importó sentir que se me desgarraba la garganta.

—¡No! ¡No, por favor! ¡Nooo! —vociferé una y otra vez con toda la fuerza de mis pulmones. Se contraía mi pecho tratando de jalar aire. Estoy soñando. Estoy soñando. Estoy soñando. Estoy soñando. Estoy soñando. El hombre me sujetó y me arrastró sin mucho esfuerzo, aun cuando yo luchara y me opusiera tanto como podía. Era como si no tuviera peso ni fuerza entre sus manos. Me empujó por la estrecha abertura hacia la pared de ladrillos desnudos del otro lado de la puerta. Volvió a sujetarme del brazo, esta vez más fuerte, y me aventó hasta la mitad de las escaleras, donde me quedé quieta, congelada. Ni siquiera alcanzaba a darme cuenta de lo que estaba pasando. Mis ojos se agrandaron llenos de sorpresa al ver en derredor. Era una amplia habitación pintada de color azul cielo, demasiado lindo para ser el cuarto de tortura de un maldito desquiciado. Había una pequeña cocina en uno de los extremos, dos sillones de piel y una silla frente a una televisión que estaba en medio de la sala. En el extremo opuesto a la cocina había tres puertas de madera. Estaba tan desconcertada por lo que veía, que hasta sentí cierto alivio. No parecía un sótano. Estaba demasiado limpio y bonito. Todas las cosas estaban en su lugar, todo perfectamente ordenado. Un intenso olor a limón me picaba en la nariz. Había cuatro floreros colocados en el trinchador, detrás de la mesa rodeada de cuatro sillas. El primero tenía rosas; el segundo, violetas; el tercero, amapolas, y el cuarto estaba vacío. Me derribé sobre el escalón sujetándome del muro para no rodar por las escaleras. La puerta se azotó a mis espaldas, lo que me produjo un pesado escalofrío. Estaba secuestrada. Empecé a llorar con el rostro entre las rodillas. De pronto, tres mujeres aparecieron al pie de las escaleras. Una de ellas, una morena muy bonita que me recordó a mi madre cuando era joven, sonrió compasiva y triste; me extendió su mano.

—Vamos, Lily…

Una Historia De Mujeres Secuestradas Editada Por Selector Foto Especial

2.SUMMER Sábado 24 de julio (presente)

La mujer avanzó unos pasos hacia mí, todavía extendiendo su mano como si de verdad pensara que yo iba a estrecharla.

—Vamos, Lily. No te preocupes. Yo no me moví ni un ápice. No podía. Avanzó un paso más. Mi corazón se llenó de pánico y presioné mi espalda contra la pared intentando inútilmente alejarme de ella. ¡¿Qué era lo que quería?!

—No me llamo Lily. Por favor, díganselo, ¿sí? Dígale que yo no soy Lily. Necesito salir de aquí. Por favor, ayúdenme —supliqué y volví a subir el resto de los escalones hasta llegar a la puerta. Me di la vuelta y golpeé el metal con los puños sin importar el dolor que atravesaba mis muñecas.

—¡Lily, ya, basta, detente! Déjame explicarte —dijo extendiendo nuevamente hacia mí su mano. ¿Acaso no se daba cuenta de que no iba a tomarla? Qué pena me das, pero estás idiota si crees que voy a confiar en ti. Me di la vuelta y ahogué un grito al ver lo cerca que estaba de mí. Ella alzó las manos en gesto de darse por vencida y avanzó un escalón más.

—No pasa nada. No vamos a lastimarte —yo agitaba la cabeza mientras escurrían por mis mejillas pesadas lágrimas sin que pudiera contenerlas

—. Por favor, ven, siéntate. Vamos a explicarte todo, ¿sí? —señaló el sofá de piel.

Pensé en las opciones que, por lo visto, eran bastante limitadas. Tenía que saber qué era lo que estaba sucediendo y quiénes eran ellas, así que no me quedó más remedio que poner mi mano temblorosa entre las suyas. Mi cuerpo estaba tan tenso que me dolían todos los músculos por tratar de controlar los temblores. ¿Por qué no simplemente me fui con Kerri? Nunca debí haber andado hacia el parque yo sola, de noche. Debí haber escuchado a Lewis cuando me sermoneó acerca de caminar sola. Pensé que estaba siendo sobreprotector. De hecho era sobreprotector, sólo que nunca pensé que podía tener razón. Long Thorpe era una ciudad muy aburrida.

—A ver, Lily…

—Deja de llamarme Lily. Mi nombre es Summer —le dije furiosa. Me importaba un carajo quién era esa tal Lily, lo único que quería era que entendieran que yo no era, que me dejaran ir.

—Corazón —me dijo la chica con la que había bajado las escaleras—, ahora eres Lily. Por favor no permitas que él te escuche decir que no lo eres.

—¿Qué pasa? ¿De qué estás hablando? Por favor sólo dile que me deje ir —resoplé y dejé escapar todo el aire de mis pulmones como si me estuviera hundiendo—. ¡¿Por qué no me escuchan?!

—Lo siento, linda, no puedes irte. Ninguna de nosotras puede. Yo soy la que lleva aquí más tiempo, casi tres años ya. Mi nombre es Rosa —contrajo los hombros—, antes era Shannen. Ella es Amapola, se llamaba Rebecca. Y Violeta, quien era Jennifer. ¿Pero qué pendejada demente era esa? ¿Tres años? En serio, ¿¡tres años!?

—¿An… antes de qué? —balbuceé.

—Antes de Trébol —respondió. Agité la cabeza tratando de encontrarle sentido a lo que estaba escuchando.

—¿Quién es Trébol? ¿Él? —¿el enfermo hijo de puta que me secuestró?—. Por favor, díganme qué es lo que pasa. ¿Qué es lo que quiere hacerme?

—Le decimos Trébol. Haz todo lo que te pida y estarás bien, ¿entendido? Nunca lo contradigas y por nada vayas a decirle tu verdadero nombre. Tú eres Lily a partir de ahora. Summer ya no existe —sonreía levemente, como tratando de disculparse. Un gemido me estrangulaba la garganta y quería abrirse paso hacia mi boca, mientras luchaba por no devolver el estómago. No puedo seguir aquí. Tengo que irme. Ella me rodeó los hombros con su brazo y trató de masajearlos con cariño. Yo quería gritar y empujarla, pero ya no tenía fuerzas para hacerlo.

—Vas a estar bien, no te preocupes.

—Quiero irme a mi casa. Quiero ver a Lewis —lloriqueé—. Quiero a mis enfadosos padres, al insoportable de mi hermano, quiero regresar a mi aburrida vida normal. La otra chica, a quien me habían presentado como Amapola, agitó la cabeza con gesto triste y me dijo:

—Lo siento mucho, Lily. Debes olvidarte de Lewis. Es más fácil así, créeme. ¿Qué? ¿Olvidarme de él? ¿Cómo podría? Si la única cosa que me mantenía en pie era imaginar su rostro, saber que estaba ahí afuera, en alguna parte. Saber que pronto estaría buscándome era la única cosa que impedía que me desmoronara por completo.

—Tenemos que escapar. ¿Por qué no tratan de escapar? —les dije y vi que todas al mismo tiempo bajaron la mirada al piso, como si hubieran practicado el gesto

— ¿Qué…? —Algunas lo han intentado —murmuró Rosa.

—¿Eso qué significa? —sentí cómo se me helaba la sangre al preguntarlo. Adivinaba la respuesta, pero necesitaba escucharla.

—Tú eres la segunda Lily desde que yo estoy aquí. Por eso debes hacer caso de lo que te decimos. Escapar no es una opción. Tampoco tratar de matarlo —agitó la cabeza y se calló, aunque me dio la impresión de que quería decir más. ¿Quién había tratado de matarlo?

Habían dado por perdida la esperanza de escapar. Podía ver la derrota en sus ojos, pero yo no permitiría que me sucediera. Tenía que salir y regresar con mi familia. No podía siquiera imaginar cómo sería no volver a escuchar la voz de Lewis diciendo que me amaba o a mi hermano gritándome para que saliera del baño.

—Espera, ¿qué es lo que quieres decir con que yo soy la segunda Lily?

—Había otra… —tomó mi mano y la apretó ligeramente—.

Estaba aquí desde un mes antes de que él me encontrara. Una noche, ella trató de matarlo, pero él la sometió y… —desvió la mirada y tomó una profunda respiración—… Sólo te pido que por favor no intentes nada, ¿sí? Mi corazón se estrellaba contra mi pecho tan fuerte que dolía. No quería dar por perdida la esperanza, pero esta chica había estado aquí durante ¡tres años! Pasé saliva para aclararme la garganta y pregunté lo que tanto temía:

—¿Qué es lo que quiere de nosotras?

—No estoy muy segura, pero creo que lo que quiere es tener una familia. La familia perfecta. Elige a chicas que piensa que son perfectas, como flores.

—¿Flores? —vacilé ante lo que acababa de escuchar. ¿Era ese el motivo por el que nos ponía nombre de flores? Me quedé boquiabierta. Este tipo estaba completamente loco.

—Le gustan las cosas en su estado puro —prosiguió—, no puede soportar el desorden o los gérmenes —claro, por eso pareció tan asqueado cuando vio que mi cabeza estaba sangrando, y era también por eso que todo tenía ese penetrante olor a limón que me irritaba los ojos de tan fuerte que era

—. Tenemos que asegurarnos siempre de mantener la casa perfectamente limpia en todo momento y nos tenemos que bañar dos veces al día. Él baja para desayunar con nosotras a las ocho de la mañana en punto, y ya tenemos que estar bañadas, arregladas y peinadas; listas para él. Me reí sin la menor pizca de humor, convencida de que todo esto era una oscura broma. Seguramente estaba en un reality show o alguna cosa por el estilo.

—¡¿Qué es lo que le pasa a ese pinche enfermo?! —grité al tiempo que saltaba del sofá. Sentía las piernas como de gelatina, no tenía fuerzas. Rosa tiró de mí y volvió a sentarme sin el menor esfuerzo.

—Por nada del mundo vayas a decir malas palabras enfrente de él, Lily, por favor escúchame —siguió diciendo—: Él nos trae flores frescas cuando las anteriores se marchitan… —se detuvo y se quedó pensando en algo, tal vez un mal recuerdo. Volvió a mirarme a los ojos y tomó aire para seguir—… Cuando se enamore de ti querrá… hacerte el amor. Mi corazón se detuvo y agité la cabeza totalmente fuera de control mientras mis ojos dejaban brotar el llanto. Volví a saltar del sofá, pero esta vez pude encontrar la fuerza, no sé de dónde, para soltarme de su mano que rápidamente trató de atraparme. No. Era imposible que él se me acercara. Prefería morir.

—¡No! Dios mío, tengo que salir de aquí —corrí hacia las escaleras.

—¡Lily! ¡Lily! Shhh, ¡espera! —dijo frenética Rosa, quien me alcanzó y me sujetó del brazo antes de que pudiera subir las escaleras—. Tientes que calmarte. No creemos que él pueda escucharnos aquí, pero no podemos estar seguras, así que basta, tienes que calmarte. Me desplomé al suelo y me puse a llorar. Rosa me sostenía, de modo que no azoté tan fuerte, de cualquier manera, no me importaba.

—Necesito volver a mi casa —clamaba entre sollozos. Mi cuerpo se sacudía de miedo. No quería que él se me acercara. Yo sólo había estado con Lewis y quería que siguiera siendo así. El solo pensamiento de que alguien más me tocara hacía que mi piel se contrajera en terribles escalofríos, especialmente si era él quien pretendía tocarme.

—Te prometo que vas a estar bien, Lily, pero tienes que hacer lo que yo te diga. Vamos a tratar de ayudarte, ¿de acuerdo? —dijo Rosa. Me tomó varios minutos, pero finalmente logré calmarme un poco. Rosa tenía razón, debía hacer lo que ella me dijera hasta que encontrara la manera de escapar. Tenía que calmarme y pensar en un plan. Por fuerza tenía que existir alguna manera de salir. Nada era imposible. Debía seguir la corriente hasta que se me ocurriera algo. Debía sobrevivir. Me levanté como pude y dejé que me condujeran de regreso al sofá. Rosa me limpió las lágrimas con un pañuelo de papel. Una vez que mis ojos estuvieron limpios, pude ver que todas ellas habían estado mirándome fijamente, sin saber si iba a ponerme loca o a portarme bien, como hacían ellas.

—Lily, ¿estás bien? —me preguntó la otra chica, Violeta. Era la primera vez que la oía hablar y esa era la pregunta más estúpida que podía haber hecho. Yo negué con la cabeza, por supuesto que no estaba bien

—. Lo siento mucho —dijo, y apretó mi mano. La puerta del sótano osciló al abrirla y salté, nerviosa. Mi corazón se aceleró al tiempo que todo mi cuerpo se estremecía. Él bajó las escaleras muy lentamente, como si quisiera adrede producir un efecto dramático. Se detuvo debajo de la luz y al fin pude verlo claramente por primera vez. Pasé saliva. Mi corazón latía a un millón de kilómetros por hora. Tenía el cabello café oscuro y bien recortado, peinado de manera impecable, ni un solo cabello fuera de lugar. Estaba sorprendida por su fuerza, ya que a pesar de ser bastante alto no era un tipo musculoso. Vestía unos pantalones bien planchados y un suéter de hilo azul marino sobre una camisa blanca. Parecía demasiado fresa, demasiado normal para lo que nos hacía.

Rosa tomó mi mano y la apretó.

—Hola, flores. ¿Cómo está Lily?, ¿se está adaptando bien? —preguntó con una sonrisa cálida, como si no hubiera sido él la misma persona que acababa de secuestrarme. ¿Qué le pasa a este pendejo? ¿Cómo puede fingir de esa manera? Violeta avanzó hacia él y agitó la cabeza con los ojos entrecerrados.

—Esto está mal, Trébol, lo sabes. Esta vez llegaste demasiado lejos. Ella es muy joven. Tienes que dejarla ir —dijo. Su voz era firme, pero las manos le temblaban. Con todo lo que Rosa me había contado, ellas debían estar aterradas ante su presencia. Me inspiró mucho respeto ver que alzaba la voz. Las otras dos, en cambio, era claro que no lo harían. Él, de pronto, se puso serio. Se borró de su rostro la sonrisa campante y me quedé helada. Mi pulso se precipitó. Su rostro ahora parecía tenso, se veía como una persona totalmente distinta, como un asesino en potencia, iracundo, fuera de sí. La sujetó del brazo con rudeza, tan rápido que ni siquiera me di cuenta del momento en que se había lanzado a ella. Violeta se retorció de dolor. Sus ojos se tensaron mientras miraba hacia su brazo aprisionado.

— Trébol, por favor, no lo hagas —murmuró. Yo no quería mirar lo que él estaba por hacer, pero mis ojos estaban adheridos a esa imagen, mientras sentía cosquillear la punta de mis dedos.

—¡Egoísta hija de puta! —gruñó al tiempo que le atravesaba la cara con una fuerte bofetada. ¿Hija de puta? Sí, había dicho esas palabras, pero era tan extraño que salieran de su boca, como si fuera alguien más quien las hubiera pronunciado, como si no encajaran. La bofetada resonó en la habitación y Violeta gimió entre dientes, sujetándose el costado adolorido de su rostro, pero no se atrevió a emitir queja alguna.

—¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma, después de todo lo que he hecho por ti? Somos una familia, tienes que recordarlo. Se me heló la sangre. Él quería que yo fuera parte de su familia, quería mantenerme aquí con él, ¡pero yo ya tenía una familia! Tenía padres de los que me escapaba para no despedirme debidamente, un hermano con el que había peleado antes de salir. Violeta se recompuso y algo en ella cambió. Sus ojos se oscurecieron, su nariz se contrajo y le soltó directo a la cara:

—¡No somos una familia, maldito psicópata! —gritó al tiempo que dio un fuerte tirón a su brazo para liberarse. El sonido que escapó de entre los dientes de él era un rumor ronco, como de animal. No parecía un sonido humano. Debí correr, pero el miedo me dejó petrificada, con los pies clavados en el suelo. Violeta cayó al suelo, llorando de dolor. Él la había derribado con un solo golpe.

—¡Quítate! —rugió él y sacudió los brazos con fuerza. Mis ojos se llenaron de terror. Esto tiene que ser una pesadilla, una fea, fea pesadilla de la que tengo que despertar ya, me repetía a mí misma, pero era incapaz de despertar. Amapola reaccionó y rápidamente llevó los pañuelos y el desinfectante de la mesa que había junto a mí. Vi que había varios recipientes colocados en lugares estratégicos: junto a la tele, en la encimera de la cocina, en el librero. Ella le limpió la frente con un pañuelo y le entregó el recipiente. Él vertió un poco de gel sobre su mano temblorosa para esparcírselo sobre el rostro. Rosa y Amapola intercambiaron una mirada. No quería ni imaginarme lo que esa mirada significaba, fuera lo que fuese estaba segura de que no era nada bueno. Él se dio la vuelta para confrontar a Violeta. Ella retrocedió despacio hasta topar con la pared. ¿Y ahora qué? Rosa y Amapola se colocaron a un lado y a otro de mí, como un gesto protector.

No, Dios mío. Contraje la garganta y apreté las manos temblorosas. Esto no puede estar pasando. Él tensó la cabeza hacia el lado derecho, como preparándose para una agresión, y extrajo del bolsillo una navaja. ¡No! ¡No, por favor!, me dije, totalmente petrificada. Iba a matarla. Iba a apuñalarla frente a nosotras. ¿Por qué no hacían nada? Estaban inmóviles. ¿Acaso era eso lo que significaba la mirada que compartieron? ¿Sabían lo que iba a ocurrir?

—¡¿Qué?! —susurré, tratando de apartar la mirada. ¿Por qué resulta imposible apartar la mirada de las cosas terribles? Es como si estuviéramos programados para castigarnos a nosotros mismos.

—No, por favor, Trébol, perdóname. Por favor, no lo hagas —suplicaba ella, con las manos en alto, arrastrándose despacio en gesto de sumisión. Él negaba con la cabeza muy lentamente mientras una pesada respiración salía de sus pulmones. Sólo podía ver una parte de su rostro desde donde estaba, pero lo que pude ver en su gesto era frialdad e indiferencia.

—Tienes razón, perdóname, por favor. Somos una familia. Tú eres mi familia y se me olvidó por un momento. Por favor, olvida que lo dije. No debí haber dudado de ti —agitaba la cabeza desesperada

—. Tú siempre has hecho todo lo mejor para nosotras. De no haber sido por ti, yo ahora probablemente estaría muerta. Tú nos salvaste. Tú nos cuidas y yo te traté mal, pero me arrepiento. Él empezó a suavizar su gesto, aunque todavía se erguía firme, orgulloso. ¿Qué era lo que había pasado? ¿Así era como funcionaban las cosas? Había que inflar su ego sobrevalorado y retorcido para tener la oportunidad de sobrevivir? Sostuve la respiración mientras el tiempo transcurría en suspenso. El único sonido que se podía percibir era la respiración agitada de él y de Violeta. Rosa y Amapola permanecían quietas,  con los ojos muy abiertos, a la espera de su decisión. La atmósfera no podía ser más pesada y tensa. Rosa fue la primera en relajar los hombros al ver que él bajaba la mano que empuñaba el cuchillo.

—Está bien. Te perdono, Violeta —dijo él, y se alejó sin decir otra palabra. Lo vi alejarse ante mi mirada borrosa, congelada de miedo. Mis labios estaban secos y me escocía la nariz a causa del penetrante olor a limón de los productos limpiadores. Rosa, Amapola y Violeta fueron en silencio a sentarse en el sofá y se tomaron de las manos, mientras que yo me quedé viéndolas como idiota, esperando despertar de la pesadilla de un momento a otro.

3.SUMMER Sábado 24 de julio (presente)

—¿Qué fue eso? —susurré. Miraba fijamente la pesada y gruesa puerta del sótano, que parecía como si hubiera sido reforzada o algo por el estilo.

—Fue mi culpa. Nunca debí cuestionarlo —escuché a mis espaldas la voz de Violeta. Retrocedí horrorizada por sus palabras, al tiempo que me daba la vuelta para mirarla.

—¡¿Tu culpa?! ¿Pero cómo puedes decir eso si tienes razón? ¿De verdad iba a apuñalarte? Quería que por lo menos una de ellas me dijera que no, pero su silencio lo dijo todo.

—Ven, siéntate, Lily. Vamos a decirte absolutamente todo lo que quieras saber —dijo Rosa acariciando la mano temblorosa de Violeta. Yo, por mi parte, no estaba segura de querer saber nada. Hice un esfuerzo sobrehumano para tragarme mi miedo y fui a sentarme en una orilla del sofá. Apenas cabíamos, muy juntas, como si él lo hubiera puesto ahí especialmente pensado para cuatro personas. Me sorprendió lo confortable que era. Todo ahí abajo, a excepción del olor, era acogedor y cómodo: la pintura azul cielo de las paredes, las superficies de madera tenuemente iluminadas, la mesa que parecía invitar a sentarse. Si el aséptico olor no hubiera sido tan penetrante, podría haber sido un espacio muy lindo. Era un lugar totalmente contrario a lo que se esperaría de la casa de un psicópata.

—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó Rosa. Sus ojos azules eran tan serenos como el color de las paredes.

—¿De verdad iba a apuñalarla? —como respuesta, ella asintió con la cabeza sólo una vez. Suspiré tratando de que el aire llegara a mis pulmones

—. ¿Y sólo por haber tratado de defenderme? Estaba consciente de que le hablaba a Rosa como si estuvié­ramos solas ella y yo, pero desde el instante en que llegué aquí y ella me ofreció su mano, fue la que había tomado la iniciativa de ayudarme. Era como la hermana mayor.

—Así es. Me humedecí los labios secos antes de preguntar:

—¿Lo ha hecho antes? Sus ojos perdieron la amabilidad de antes y se oscurecieron:

—Sí, ya lo ha hecho.

—¿Tú lo viste? —Sí.

—¿Ellas murieron…? —dije apenas en un murmullo.

—Sí, él las mató —asintió con el cuello tenso. Miré detrás de ella y vi a Violeta encogida entre los brazos de Amapola. Él andaba por ahí matando personas y nadie sabía nada. ¿Cómo es posible? Agité la cabeza negando porque no podía creerlo.

—No entiendo. ¿Cómo puede salirse con la suya? ¿Acaso la gente no se da cuenta cuando alguien falta? Yo nunca vi el rostro de Rosa, de Amapola ni de Violeta en las noticias o en los postes de luz.

—Las chicas que elige, por lo general viven en la calle. Si nadie se da cuenta de que desaparecieron, no hay sospecha de que algo anda mal —dijo Rosa, y se recogió su oscuro cabello detrás de la oreja—. Yo me escapé de mi casa cuando cumplí los 18. En mi familia nunca fuimos muy unidos y nuestra relación era… tensa. A mi padre —se oscureció su mirada y encogió su postura— le gustaba beber y no nos quería —parecía como si la tristeza y el miedo de pronto la hubieran consumido—. Después de mi cumpleaños decidí dejar a mi familia. Simplemente ya no podía soportarlo. Estuve viviendo en la calle y en hostales de mala muerte durante varios meses cuando Trébol me encontró, y llevo aquí casi tres años desde entonces —se encogió de hombros como si lo que decía no tuviera importancia.

Quedé horrorizada. ¿Cómo podía estar tan tranquila? Yo me hubiera vuelto loca después de tres semanas. Mi pecho se encogió tanto que sentí que iba a colapsar. No se trataba de algo transitorio.

—Por favor, no llores, Lily. De verdad no es tan malo vivir aquí abajo —dijo Rosa.

Me le quedé mirando fijamente, tratando de averiguar si había perdido la cabeza por completo. Sonaba demente. ¿Que no es tan malo? Él nos había secuestrado, nos mantenía encerradas en el sótano, podía violarnos cuando se hubiera “enamorado” de nosotras y, si nos atrevíamos a confrontarlo, nos asesinaba. ¿Por qué trataban de convencerme de que no era tan malo?

—No me mires así, Lily, por favor —insistió Rosa—. Sé lo que debes estar pensando, pero si haces exactamente lo que él te diga, todo estará bien. Te tratará bien. Debía estar completamente loca.

—O sea, ¿aparte de violarme?

—No lo llames violación en frente de él —me advirtió. Desvié la mirada. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía pensar que todo estaba bien? ¡Estaba más que jodido y ella todavía lo estaba defendiendo! No podía ser que Rosa hubiera sido así desde siempre. Tal vez, en el pasado, ella sabía que todo esto estaba mal y odiaba a ese maldito loco tanto como yo. ¿Cuánto tiempo le habrá llevado lavarle el coco? Amapola, Violeta y Rosa se pusieron de pie al mismo tiempo, en perfecta sincronización, y fueron hacia la cocina. Se congregaron y hablaron en voz baja, aunque apenas podía escuchar sus murmuraciones, era obvio que estaban hablando de mí. Violeta me miraba por encima del hombro. A mí no me importaba, ni siquiera intentaba escuchar. Podían decir lo que quisieran, jamás iba a pensar que estaba bien estar aquí o que el tal Trébol no era un psicópata malnacido. Alguien me encontraría tarde o temprano. Yo no había escapado ni vivía en la calle como ellas. Tenía una familia y amigos, gente que sabía que había desaparecido. Pronto llamarían a la policía y empezarían a buscarme. ¿Quién se habría dado cuenta primero? ¿Mis papás al ver que no regresé a casa o Lewis cuando no respondí sus llamadas o mensajes? ¿Habrá tratado de contactarme hoy? Cuando salíamos con nuestros amigos, cada quien por su lado, no acostumbrábamos mandarnos mensajes de texto hasta que hubiéramos llegado a casa, y si lo hacíamos, era solo una o dos veces. Apreté los ojos para apartar de mi mente la imagen de la cara de Lewis. No podía siquiera pensar en mis padres. Traté de tragarme el nudo que apretaba mi garganta y me encajé las uñas en las palmas de las manos. No llores, Summer.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí, Amapola? —pregunté. Ella esbozó media sonrisa y caminó despacio desde la cocina hacia el sofá. Se sentó junto a mí y apretó mi puño.

—Poquito más de un año. Mi historia es parecida a la de Rosa. Vivía en la calle cuando él me encontró. También tenía 18 años. Ya era un adulto. ¿Eso era por lo que Violeta se había enojado tanto? No era que importara tanto nuestra edad. Tampoco era que el tipo supiera cuántos años tengo. ¿Cuántos años aparentaba yo? ¿Acaso eso importa?

—¿Entonces, por qué yo? No tiene sentido. No soy un adulto como ustedes —dije. Tal vez no le importaba secuestrar a mujeres adultas o adolescentes, con tal de conseguirse una familia. Agité la cabeza. Me hervía la rabia en la sangre

—. Mi familia me buscará. Me encontrarán, ya verán.

—Tal vez —dijo Amapola, y volvió a sonreír débilmente. Como sea, no me importaba que no me creyeran. Sabía que ellos no se darían por vencidos. Yo no iba a pasar años aquí abajo como ellas. El rechinido de la puerta del sótano me hizo saltar el corazón y mi estómago dio un vuelco. Había regresado. Escuché con mucha atención, pero no pude oír nada además de la manija de la puerta. ¿Por qué no podíamos escuchar los sonidos de afuera? Mis pulmones se quedaron sin aire. Sentí como si me hubieran dado un golpe sofocante en el estómago al darme cuenta de que estábamos en un lugar a prueba de ruido. No podíamos oír nada de lo que sucedía afuera, pero más importante todavía, nadie allá afuera podía escucharnos o saber que estábamos aquí. Rosa se incorporó y fue hacia el pie de las escaleras a su encuentro. ¿Cómo puede acercársele? Si de tan sólo ver su aspecto engominado y ñoño, el gesto petulante de su rostro, me dan ganas de vomitar.

—Voy a pedir pizza para la cena —anunció—. Creo que merecemos un premio esta noche. Además hay que darle la bienvenida a Lily a nuestra familia. Mi estómago volvió a retorcerse. En serio este tipo está loco, tienen que encerrarlo en un manicomio. Volteó hacia mí con una sonrisa estúpida.

—Lily, normalmente pedimos doble queso, pepperoni y pollo a la barbacoa, ¿está bien? Si quieres, podemos ordenar algo más para ti. Me quedé mirándolo fijamente, como en shock. ¿De verdad estaba hablando de lo que íbamos a cenar justo después de que me había secuestrado y de que había amenazado a Violeta con una navaja? Era un maldito loco, enfermo, depravado. No quería ni dirigirle la palabra, pero Amapola me hizo un discreto gesto incitándome con premura a responder.

—Essss… tá bien —contesté con una respiración temblorosa. Él sonrió mostrando sus dientes demasiado blancos y perfectos. Todo en él parecía impecable: su piel, su cabello, su ropa estúpidamente limpia y planchada, sus malditos dientes. La expresión “lobo en piel de cordero” estaba hecha para él.

—Perfecto, sabía que ibas a adaptarte bien. Voy a llamar entonces. No tardo. Sin decir más, subió las escaleras a paso lento. La puerta del sótano había quedado abierta durante el tiempo que él había estado ahí. Lo vi cerrar la puerta y escuché que volvía a cerrarla, enojada conmigo misma por haber dejado ir la oportunidad para escapar.

—¿Pero qué demonios? —susurré. Mis ojos se hundieron en el punto donde él había estado, demasiado desconcertados para parpadear. Todo esto debía ser un sueño. Tenía que serlo. Este tipo de cosas a mí no podían pasarme. No le sucedían a nadie que yo conociera. Amapola sonrió:

—Todo estará bien. Cerré los ojos y tomé un profundo respiro. La única manera en que todo esto pueda estar bien, es si logro escapar antes de que me ponga un dedo encima. Desperté cuando alguien me sacudió ligeramente el brazo del modo que me disgustaba tanto. Sonreí y abrí los ojos esperando ver a Lewis respondiéndome con una sonrisa. Mi corazón se hundió en lo más profundo cuando vi el rostro de Rosa, su cabello oscuro y largo, sus ojos azules. ¡Dios! ¿Cómo pude quedarme dormida? Contuve un grito al darme cuenta de que no se trataba de un horrible sueño. Salté en el sofá y retrocedí para apartarme de ella.

—Perdóname, Lily, no quise asustarte. Trébol ya llegó con las pizzas —murmuró—, ven con nosotras —mi respiración se detuvo y sentía como si un elefante se hubiera sentado encima de mi pecho. ¿Cómo iba a sentarme a cenar con él? No tenía opción. Rosa me puso la mano en el hombro y me empujó hacia adelante

—. Siéntate aquí, a un lado de Amapola ¿él también decidía nuestros lugares en la mesa? Me senté con el cuerpo completamente rígido. Él estaba justo frente a mí, relajado, como si no pasara nada. Para él todo esto era perfectamente normal. Jamás mencionó haberme secuestrado. Era como si yo le perteneciera y siempre hubiera estado ahí, como si realmente fuéramos una familia. De verdad creía que éramos una familia. Alucina. Qué equivocado estaba. La mesa estaba cubierta con un reluciente mantel blanco de algodón y un fresco florero lleno de lilis color rosa. Habían sacado las pizzas de las cajas y las habían apilado en grandes platos a los costados del florero, que supuse habían colocado ahí en honor a mi nuevo nombre.

—Por favor, sírvanse —dijo señalando la comida. Primero muerta. Lo había dicho como si tuviéramos opción, pero la acerada y fría mirada en sus ojos, además del destello del puñal que había sacado de su bolsillo y que reposaba a su lado, significaba que no. Quería que comiéramos como si fuéramos una verdadera familia y sabía de lo que era capaz si me negaba a hacerlo. Tomé la rebanada que me quedaba más cerca y quité la mano rápido para mantenerme lejos de él como fuera posible. Él me dirigió una sonrisa cálida. Sus ojos brillaban. Yo bajé la mirada hacia mi plato de plástico y pellizqué la orilla de la pizza. Mientras Rosa, Violeta y Amapola conversaban acerca de lo que iban a preparar de cenar el resto de la semana, yo me obligué a dar un par de bocados en silencio. La comida se sentía tan extraña en mi estómago, que en lugar de queso parecía como si estuviera comiendo plástico. Me atragantaba cada que trataba de pasar el bocado. Rosa levantó la mano para captar mi atención sin voltear a verme.

—Ah, por cierto, Trébol, nos estamos quedando sin libros otra vez. Él asintió una vez y contestó:

—Está bien, les traeré más.

—Gracias —sonrió ella y dio un trago de agua. Yo quería gritarle. ¿Cómo podía estar tan tranquila y no darse cuenta de lo mal que estaba todo esto? Parecía tan calmada con su presencia, que incluso su torso se inclinaba ligeramente hacia él, mientras que Amapola y Violeta se sentaban derechas hacia el frente. Yo era una estatua que trataba de pasar desapercibida.

—Gracias por su compañía, chicas. Las veré por la mañana —dijo él y se levantó de su silla

—. Que pasen buenas noches. Sentí como si mi cuerpo hubiera estado todo el día sepultado bajo la nieve. Estaba rígida, adolorida, casi no podía moverme. Él se inclinó para besar a Rosa en la mejilla, luego a Amapola y a Violeta. Yo empecé a respirar más rápido, aterrada. A mí no, por favor, a mí no. Casi podía escuchar mi propio pulso estrellarse contra mis oídos y la amargura de la bilis me subía a la garganta. Inclinó la cabeza hacia mí, se dio la vuelta y se fue. Dejé escapar un profundo suspiro de alivio. No podía dejar que me tocara. Se detuvo en lo alto de las escaleras y abrió la puerta. No le quité los ojos de encima hasta que dejó la habitación y echó el cerrojo del otro lado. Quería estar segura de que realmente se había ido. Rosa y Amapola levantaron los platos y limpiaron. Él sólo era uno y nosotras éramos cuatro. Podíamos someterlo si nos poníamos de acuerdo. ¿Lo habrían intentado o siempre habían estado demasiado asustadas para hacerlo? No estaba segura siquiera de que Rosa tuviera la voluntad para hacerlo.

—Ven con nosotras a ver una película —dijo Amapola. Levanté la mirada y me di cuenta de que habían limpiado todo. Rosa ahora estaba sentada frente a la televisión. Me uní a ellas y me senté en el sofá a mirar la pantalla, pero sin darme cuenta de nada. Me abracé las piernas contra el pecho y me hundí en el sofá tratando de desaparecer. Todo parecía irreal. Debieron pasar horas porque Rosa apagó la tele y todas se levantaron.

—¿Lily? —dijo Violeta con voz suave, como si le estuviera hablando a una niña

—. Vamos, tenemos que bañarnos antes de ir a la cama. Te mostraré la regadera. Puedes ir tú primero. Me condujo hacia el baño y me dio una pijama. Ni siquiera me pregunté por qué tenía que bañarme en lugar de simplemente irme a dormir. No me pregunté de quién era aquella pijama. Me dejó sola. La puerta del baño no tenía seguro. Hubiera querido encerrarme y apartarme de ellas. Abrí la regadera de forma automática y puse la mano bajo el chorro hasta sentir que salía caliente. ¿Por qué estaba haciendo eso? Porque él podía matarte sin dudarlo, sin titubear ni por un instante. Me quité la ropa, me metí a la regadera, me senté en el suelo y me puse a sollozar. Estallé en llanto, suspirando entre hipos, cada vez más fuerte. Me agarré el cabello y cerré los ojos. Dejé que las lágrimas se mezclaran con el agua caliente. Cuando se me acabaron las lágrimas y sentí que la cabeza me iba a explotar, me obligué a salir de la regadera y a vestirme. De cualquier modo, llorar no iba a llevarme a ninguna parte y no quería atraer más atención de la que de por sí tenía. Me envolví en la toalla esponjosa que olía a fresco, como si acabaran de sacarla de la lavadora, y envuelta en ella, salí al área del lavabo. De inmediato me di cuenta de que no había rastrillos, en lugar de eso había dos cajas de tiras de cera. No había nada en el gabinete que pudiera causar daño a nadie. Cerré el gabinete y cometí el error de mirarme en el espejo pegado en la puerta. Mis ojos estaban hinchados e inyectados de sangre. Parecía como si hubiera perdido una pelea de box. Me di la vuelta para no seguir viendo lo mal que estaba y me enfundé en una pijama ajena.

—¿Estás lista? —me preguntó Rosa cuando regresé a la sala. Asentí y me envolví en mis propios brazos

—. Ok, voy a mostrarte el lugar en el que dormirás —me condujo hacia la habitación contigua al baño. Las paredes estaban pintadas de rosa pálido y todos los muebles eran blancos. Había cuatro camas individuales con sendos edredones rosas y almohadas. En su respectivo buró había cuatro lámparas idénticas, también color rosa. Todo combinaba tan bien, como si hubiera sido especialmente decorado para unas hermanas cuatrillizas.

—Esta de aquí es la tuya —Rosa señaló la cama próxima a la pared de la izquierda. ¿Mía? Tenía una cama. ¿Se suponía que esta debía ser mi casa? Estaba demasiado cansada para discutir, así que me dirigí aturdida hacia la cama y me metí debajo de las cobijas. Cerré los ojos y recé porque el sueño se apoderara de mí, me llevara lejos de aquí, y cuando despertara, estuviera de regreso en mi propio cuarto.

4.LEWIS Domingo 25 de julio (presente)

Desaparecida. Repetía la palabra una y otra vez en mi mente. “Lewis, tenemos que irnos. Summer está desaparecida. Esas habían sido las palabras de Henry. Su rostro estaba pálido al explicar que nadie había visto a su hermana —mi novia— durante horas. Eran casi las tres de la mañana y habíamos estado conduciendo por los alrededores, y buscándola a pie durante horas. Summer nunca antes había desaparecido. El único momento en que nadie la veía o hablaba con ella eran los diez minutos que tardaba en bañarse. No podía pensar una sola razón por la que ella se hubiera ido sin decírselo a nadie. Mi hermano, Theo, conducía despacio entre las calles. En cualquier otra situación le hubiera gritado que acelerara o que me dejara conducir a mí. Ahora quería pedirle que fuera todavía más despacio. Afuera estaba tan oscuro como un pozo y las malditas lámparas apenas alcanzaban a iluminar el suelo en torno al poste. Pudimos no haberla visto miles de veces porque no podíamos distinguir nada entre la oscuridad. Sin embargo, no podía simplemente volver a casa y esperar sin hacer nada, como habían sugerido mis padres. Me hubiera vuelto loco si me quedo sentado a esperar.

—Lewis, ¿estás bien? —volvió a preguntarme Theo. Era la misma pregunta estúpida que me había soltado hacía diez minutos. ¿En qué pensaba? ¡Me estaba llevando la chingada! ¿Cómo iba a estar bien?

—No —contesté. ¿Dónde estaba Summer? Ella no había huido así nomás. No es el tipo de persona que huye de repente. Ella era de espíritu fuerte, aguerrida. Ni siquiera podía discutir con ella como cualquier pareja porque siempre terminaba sentándose en la orilla de mi cama, me decía que me calmara para que pudiéramos hablar y resolver las cosas. Ella enfrentaba los problemas de manera directa, y eso era, en gran medida, lo que más amaba y odiaba de ella al mismo tiempo. A veces, yo solo quería estar enojado, pero ella se aseguraba de arreglar las cosas siempre.

—Vamos a encontrarla, hermano.

—Sip —concordé con él, pero no estaba tan seguro. Lo esperaba con todas mis fuerzas, sin embargo, tenía una rara sensación en el fondo del estómago de que no se había ido así nomás. Algo definitivamente debía estar mal

—. Podría estar en cualquier lugar. Habían pasado más de siete horas desde que la habían visto por última vez. Desde entonces no habíamos sabido absolutamente nada. Era como si se hubiera desvanecido.

—Summer no pudo haber huido —dijo Theo. Lo sé. Sentí que mi corazón caía hasta el suelo.

—Es justamente eso lo que temo. Ella no pudo haber huido… Alguien debió llevársela.

—No digas eso, Lewis. Mira, todavía no sabemos nada —Theo tenía razón, no podía estar seguro de nada, pero conocía a Summer

—. ¿Quieres que regresemos a la ciudad y vayamos a buscarla del otro lado? “Del otro lado”. Kerri había dicho que Summer tomó hacia la izquierda desde el club. Habíamos revisado ahí antes de venir hacia acá, pero pudimos haber pasado de largo alguna pista. No estaba de más volver a buscar. Por Dios, no estaba de más buscar otras tres o cuatro o cien veces. Quería revisar cada milímetro de la ciudad diez veces para asegurarme de no pasar por alto absolutamente nada. La policía tenía gente buscando alrededor del área donde la habían visto por última vez, pero como todavía no habían pasado veinticuatro horas, se negaban a poner a más oficiales en la búsqueda. Nunca me había enojado tanto como cuando me enteré de que estaban esperando veinticuatro horas para tomarse en serio la búsqueda; mientras tanto, ella podía estar en cualquier pinche lado. Por lo visto, una buena cantidad de vecinos habían empezado a buscar por su cuenta y estaban yendo de puerta en puerta, con la esperanza de que alguien hubiera visto algo. Ellos conocían bien a Summer, sabían que no se había escapado de casa. Todas las personas conocidas, a excepción de la mamá de Summer, estaban afuera buscando. A Dawn le dijeron que esperara en la casa por si Summer regresaba o llamaba. No me hubiera gustado estar en su lugar. Saqué mi celular de la bolsa y lo revisé por millonésima vez: no tenía llamadas perdidas. Suspiré y marqué el dos, que tenía programado con su número, para llamarla de nuevo. Empezó a sonar como la vez anterior y sostuve el aliento. Por favor contesta, amor. Su voz llenó el coche, era la grabación de su buzón, que le decía a todo el mundo que dejara un mensaje y que si eras Channing Tatum sí, aceptaba casarse contigo.

—Amor, por favor llámame en cuanto puedas. Sólo necesito saber que estás bien, ¿sí? Me estoy volviendo un poquito loco por no saber nada de ti. Te amo, Sum —colgué y apreté el celular en mi mano. Esto está mal. Buscamos durante toda la noche y temprano en la mañana. Me pesaban los ojos de cansancio. Tan pronto como abrieron las tiendas, Theo compró algo de comida y bebidas energéticas. No habíamos estado en casa desde que nos llamaron al club, así que llevaba puestos los mismos pantalones de mezclilla y la misma camiseta.

—Me voy a estacionar aquí para que podamos recorrer a pie la parte del parque y el campo —dijo Theo, y asintió al tiempo que se embutía en la boca el último pedazo de su sándwich—. ¿Estás seguro de que no quieres comer nada? Agité la cabeza y miré en torno al estacionamiento contiguo a la iglesia.

—No tengo hambre. Busquemos primero en el parque. Theo salió del auto y se echó a andar hacia la entrada. Lo seguí y rápidamente lo rebasé.

—¡Summeeeeer! —grité. Por supuesto que no podía estar aquí, si así fuera, ya la habrían encontrado

—. ¡Vamos, Theo! —grité. Él no parecía tener la misma urgencia que yo por encontrarla, pero era lógico, él no estaba enamorado de ella. Con cada minuto que pasaba de su ausencia, yo me sentía cada vez más perdido. Me sentía mal, mi corazón no podía apaciguarse. No podía siquiera imaginar qué demonios iba a hacer conmigo si le hubiera sucedido algo.

—Lewis —gritó Theo—, ¿qué tal si buscamos ahí abajo? Miré hacia donde señalaba. La vereda con pasto crecido que corría entre el parque y cientos de acres de tierras de cultivo y granjas. Asentí y me encaminé hacia allá. Valía la pena echar un vistazo. A cualquier cosa, a cualquier lugar valía la pena darle un vistazo. Habían buscado ya en el parque, pero el sendero de pasto crecido no habrían podido verlo a causa de la oscuridad. Lo que sea que hubiera sucedido no iba a darme por vencido hasta recuperarla.

—¿Encontraron algo? —preguntó Dawn al verme pasar por la puerta. No habíamos encontrado nada. Ni una sola pista. Mi última esperanza estaba en ella. Cuando le regresé la pregunta, agitó la cabeza y susurró:

—No. Una palabra tan pequeña y sin embargo es capaz de lastimar como una puñalada. Sus ojos estaban inyectados de sangre por la falta de sueño y el llanto, y me imaginé a Summer de la misma manera, esperando a que la encontráramos. Dawn tenía restos de maquillaje escurrido debajo de los ojos y en las mejillas.

—La policía va a empezar hoy con la búsqueda. Van a encontrarla. Ella asintió con la cabeza como si tratara de convencerse a sí misma de ello.

—Nos vemos, ya me voy —dijo el papá de Summer, Daniel, quien se detuvo al verme

—. ¡Ah!, Lewis, ¿sabes algo? —yo negué con la cabeza y fue como si mis palabras lo desvanecieran. Sus hombros cayeron y el hecho de que fuera alguien que siempre había sido fuerte y optimista me hizo temer lo peor

—. Regreso más tarde —dijo a Dawn con tono grave y le dio un ligero beso en la mejilla. Parecía tan exhausto como yo.

—¿Tienes hambre? —me preguntó Dawn mirando al vacío

—. Tu mamá está preparando algo de comer.

—Gracias, Dawn —dijo Theo—. ¿Por qué no vamos a la cocina? Él la condujo rodeando su espalda con el brazo para ayudarla, como si se tratara de una anciana enferma. No era que yo quisiera andar dando vueltas a lo loco allá afuera, sólo quería averiguar cuál era el plan y seguir buscando. Sentarme a comer no iba a hacer que Summer regresara.

—Theo, Lewis —dijo mi mamá, efusiva, dejando caer una servilleta de cocina—, siéntense.

—Gracias por cocinar, Emma —dijo Dawn. Mi mamá la miró con los ojos llenos de tristeza, mostrando lo asustada que se sentía.

—No quiero sentarme —dije—. Sólo quiero saber qué haremos. ¿Alguien nos dirá cuáles son los pasos para que comencemos a buscarla como es debido? —pregunté. Seguramente la policía tenía un plan, además de mandar a todo mundo a que buscara de manera aleatoria.

—Ya lo están haciendo, cariño —replicó mi mamá—. Empezaron una exhaustiva búsqueda, empezando por el lugar en donde piensan que Summer estuvo por última vez.

—¿Y cómo saben eso?

—¿Saber qué?

—En dónde estuvo por última vez —solté con un soplido de desesperación. Mi mamá se encogió de hombros.

—No estoy muy segura —dijo—, supongo que debe ser una combinación de señas entre la dirección en la que se fue, dónde pudo haber ido una chica y cuánto tiempo ha pasado desde que Kerri la llamó y se dio cuenta de que no contestaba, para saber qué tan lejos puede estar. No sé con exactitud. —¿Entonces están adivinando? ¿Ni siquiera conocen a Summer y están adivinando adónde pudo ir?

—Tranquilízate, Lewis —me ordenó Theo.

—No, ¡a la chingada! Ni siquiera tienen una maldita pista y ahora Summer podría estar en cualquier parte. Me precipité fuera de la casa. No sabía adónde me dirigía, pero tenía que salir. Mi novia estaba desaparecida y no tenía idea de dónde podía estar o de cómo encontrarla. Y lo peor era que la policía tampoco parecía tener la menor pista por dónde empezar a buscarla.

—¡Lewis! —me gritó mi hermano. Escuché sus pasos cada vez más fuerte y supe que me había alcanzado

—. ¡Espera! —me tomó del brazo y me dio la vuelta

—. No puedes salirte así como así. Mira, yo ahorita voy al centro, al lugar donde se concentra la búsqueda. Ven conmigo y podemos preguntarles todo lo que quieras, ¿te parece bien? Suspiré y me sacudí la cara con las manos.

—Y qué pasaría si ella está… muerta.

—No lo está. No, ella está bien.

—¿¡Y tú cómo sabes!? —exclamé. Mi corazón no daba tregua

—. Han pasado muchas horas y nadie ha sabido nada de ella. Summer jamás desaparece y…

—Basta, Lewis. No sirve de nada que te pongas así. Esto no está ayudando a Summer, ¿o sí? Ella te necesita, así que déjate de pendejadas y haz algo que realmente la ayude. Tenía razón. Asentí. Mis ojos escocían, pero no quería llorar. Necesitaba estar fuerte para ella y desplomarme en ese momento no contribuía a que regresara.

—Está bien, tienes mucha razón —suspiré y sentí que mi corazón pesaba como si fuera de acero

—. Es que no puedo perderla, bro —susurré. No me importaba lo cursi que sonara, mi mayor temor era perder a Summer, en cualquier sentido. La amaba.

—Vamos —Theo sonrió y le quitó el seguro al auto

—. Toma… —me alcanzó algo envuelto en servilletas de papel. Era una bagel de tocino

—. Come. Yo iba en el asiento del copiloto y me obligué a comer. Cada bocado me hizo sentir náuseas, pero Theo tenía razón: Summer me necesitaba y yo tenía que ser fuerte. No sería bueno para nadie que yo me dejara caer.

—Ella está bien, ¿verdad?

—Lo estará, hermano —asintió—, ya verás. Estará. No pensaba que ella estuviera bien en ese momento, pero ¿lo estaría cuando la encontráramos? Yo debería ser capaz de saber dónde estaba, yo la amaba así que ¿no debería saber lo que andaba mal? ¿Dónde estás, Sum? Nos estacionamos en un apretado espacio junto al salón principal, en el centro. Era el último que quedaba, el lugar estaba repleto. ¿Todas esas personas estaban ahí para ayudar? El salón principal estaba atestado de gente. Justo en frente había una mesa cubierta de mapas, botellas de agua y chalecos fosforescentes. ¿De dónde había salido todo eso? Una fotografía de Summer estaba pegada en un tablero junto a la mesa. El mundo dejó de girar a mi alrededor y tomé una profunda respiración mientras caminaba hacia los oficiales de policía. Encima de la fotografía de Summer estaban impresas las palabras: desaparecida, summer robinson, 16 años.

5.SUMMER Domingo 25 de julio (presente)

Me levanté y me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. No estaba en mi casa, seguía en aquella recámara. ¿Por qué no podía despertar de ese sueño terrible? Todo lo que quería era estar en casa, con la familia que me volvía loca la mayor parte del tiempo. Ni siquiera me quejaría de que Henry se metiera al baño antes que yo, o de la mierda de horarios que mi papá nos imponía como si tuviéramos toque de queda.

—Buenos días, Lily —dijo Rosa desde su cama, en el extremo opuesto a la mía. Buenos días mi coño. Este era el amanecer de una pesadilla. Una de la que no lograba despertar. Traté de sonreír, pero creo que mi boca ni siquiera se movió. ¿Y ahora qué? ¿Qué se suponía que debía hacer hoy? Quería decirle algo a Rosa, tal vez preguntarle, pero no estaba segura de querer saber nada. Sentía como si todo eso no me estuviera sucediendo a mí, como si estuviera atrapada en un sueño o en una película de terror. Rosa sonrió simpática y abrió un ropero de una sola puerta que había junto a mí.

—Toma, puedes usar algo de esta ropa hasta que Trébol te traiga la nueva. Me quedé pálida. Rosa dejó sobre mi cama un par de pantalones de mezclilla y un suéter ancho color lila. Sacudí la cabeza. Cómo esperaba que fuera a vestir las prendas de una chica que acababa de ser asesinada aquí mismo, la Lily que estaba antes que yo.

—No —murmuré—. No puedo. No iba a andar por ahí con la ropa de una chica muerta.

—Es todo lo que tenemos.

—Será mejor que te acostumbres —dijo Violeta sosteniendo en su mano un conjunto similar al mío. Todas teníamos la misma ropa, aunque los suéteres y las blusas eran de un color ligeramente distinto. Éramos como un estúpido grupo de amigas que piensan que son lo máximo por ir coordinadas a la escuela. Creí que en cualquier momento íbamos a estar peinándonos mutuamente y hablando del novio de nuestros sueños.

—Bueno, pues yo me voy a meter a bañar. Violeta y Amapola, ¿pueden por favor explicarle a Lily? —dijo Rosa al tiempo que tomó su ropa y una toalla. ¿Explicarme qué? Creo que no quería saber. Esperaron hasta que Rosa entró al baño y luego se sentaron en mi cama.

—La rutina de las mañanas —dijo Amapola mientras se cepillaba su cabello rojo oscuro—: tenemos que bañarnos y estar listas a las ocho en punto, que es cuando Trébol baja a desayunar.

—¿Qué? —sacudí la cabeza sin poder creerlo

—. ¿Tenemos que arreglarnos para él? —era demasiado enfermo para ser real—. ¿Para ese maldito psicópata?

—No es exactamente que nos arreglemos —Amapola frunció las cejas—, le gusta que estemos limpias, que nos vistamos de manera respetable, que nuestro cabello esté bien peinado y que nos maquillemos bien. Le gusta que nos veamos bonitas para él y también para nosotras mismas. Se me revolvió el estómago. No me gustaba para nada su idea de “verse bien”. A mí me gustaban mis pantalones y mi camiseta. No quería ese ridículo atuendo de niña buena, en especial si era para ese loco asesino.

—Yo no quiero verme bien para él. Puta madre, ¿pueden escuchar lo que están diciendo?

—La verdad, Lily, a mí tampoco me gusta, pero créeme, es mejor que la otra alternativa —dijo Violeta. Tragué saliva y cerré los ojos. La respuesta a mi siguiente pregunta era más que obvia, pero como si fuera idiota, de todos modos pregunté:

—¿Y cuál es la otra alternativa?

—No quieres… saberlo —dijo Violeta con dificultad y mi corazón empezó a agitarse. ¿Por qué no iba a querer saberlo?

—Yo lo único que quiero es regresar a mi casa —las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas y apreté los ojos cerrados

—. Quiero ver a Lewis, a mi familia…

—¿Él es tu novio? —preguntó Amapola. Asentí y sorbí los mocos de manera poco sutil y delicada

—. ¿Y lo quieres mucho?

—¡Claro que lo quiero mucho, lo amo! Había estado enamorada de él siglos antes de que estuviéramos juntos. Era simpático, me divertía muchísimo cuando estaba con él, aunque también podía sacarme de quicio por cosas insignificantes. Era terriblemente sobreprotector con las personas que amaba. Discutimos tantas veces porque andaba por ahí caminando yo sola. Si le hubiera hecho caso, en lugar de espantar sus temores diciéndole que nunca iba a pasarme nada en aquella vieja y aburridísima ciudad de Long Thorpe, entonces tal vez estaría en casa en este preciso momento.

—Eso es muy lindo —agachó la mirada y su cabello rojizo le cubrió la cara.

—Sé que va a encontrarme —dije con tono seguro. Lewis no iba a quedarse tan tranquilo, haría todo lo humanamente posible para encontrarme, al igual que mi familia. Mi mamá era experta en encontrar cosas perdidas. Nada se le escapaba (eso incluía a Henry y su reserva oculta de porno).

—Esperemos que sí —Violeta sonrió sin mucha convicción. Violeta no estaba tan perdida como Rosa. Sonaba distinta, como si quisiera salir, ¿pero acaso eso no significaba que estaría dispuesta a ayudarme a hacer algo para que pudiéramos escapar? Quería lanzarle la pregunta al grito de ya, pero sabía que debía averiguar más. Debía estar segura de que ella realmente quería escapar antes de decir cualquier cosa.

—Como sea, tienes que dejarte el cabello natural —dijo Amapola, volviendo al tema con un suspiro. Como si pudiera ir a la tienda a comprarme un maldito tinte

—. No le gusta cuando te lo arreglas demasiado. Y hay que aplicarse sólo un poco de maquillaje, poquito rímel —me dieron ganas de vomitar, estaban dándome indicaciones de cómo debía vestirme y maquillarme cuando jamás nadie lo había hecho. Rosa regresó del baño y se puso a tender su cama y a esponjar las almohadas. La observé ir de aquí para allá, pasando las manos sobre el cubrecama para alisar las arrugas y me preguntaba si yo podría estar haciendo lo mismo después de tres años. No. No hay manera de que eso ocurra. No puedo estar aquí ni siquiera tres días. Cuento con gente que me quiere y que debe estar buscándome. Esto es temporal y acabará tan pronto como la policía nos encuentre. Porque lo hará. Di una profunda respiración para aclarar mis pensamientos. Me metí a bañar y a arreglarme. No tenía sentido eso de bañarse antes de ir a la cama y otra vez por la mañana, pero no iba a ponerme a discutir por eso. Dejé que el agua corriera por mi cuerpo unos minutos y salí. Delante del espejo empañado, casi pude hacerme a la idea de que me encontraba en casa, arreglándome para salir con Lewis o para ver a mis amigos. Me apliqué un poco de rímel en las pestañas, preocupada por la cantidad que debía usar. No tanto que se viera vulgar, pero suficiente para que mis pestañas se notaran. ¿Acaso me castigaría por usar mucho o demasiado poco? ¡Uf! Y pensar que apenas ayer mi más grande preocupación era qué blusa iba a ponerme para ir al concierto. Me vestí con la ropa que Rosa me había dado y me sequé el cabello. Volví a mirarme en el espejo y apenas pude reconocerme. Parecía exhausta y me sentía peor que como me veía. No parecía que tuviera 16 años. Unos círculos oscuros debajo de mis ojos me hacían ver mayor. Dejé caer la cabeza y me di la media vuelta para salir de ahí. Ver mi propio reflejo era demasiado deprimente. No llevaba en ese sitio ni siquiera un día y ya me sentía como una persona diferente. Como Lily. Amapola pasó junto a mí cuando salí del baño, era su turno de alistarse para él. Me detuve a mitad de la sala y vi que Rosa estaba preparando huevos con tocino. Era muy diligente en todo lo que hacía. La escena me recordaba a mamá preparando el desayuno cualquier mañana de domingo. Eso hizo que se me partiera el corazón. ¿Qué estaría haciendo mi mamá en ese momento? ¿Buscándome? ¿Sentada junto al teléfono, esperando a que la llamara? ¿Parada frente a la puerta esperando mi llegada? Con toda seguridad no estaba preparando el desayuno. Quería con todas mis fuerzas regresar a casa. Dejaría que mamá me abrazara todo lo que quisiera, sin rechazarla ni voltear hacia arriba los ojos. Rosa tomó una espátula de plástico y volteó los huevos. Todo lo que había en la cocina había sido elegido cuidadosamente. De hecho, todo lo que había en el sótano había sido escogido con toda precaución de que no supusiera peligro alguno para nadie. No había objetos afilados o que pudieran producir contusiones, nada que pudiéramos usar para escapar o para lastimarlo. Lo único que pensé que podíamos hacer era envenenarlo con alguno de los muchos productos de limpieza que había. Pero cómo iba a pasar desapercibido el fuerte olor del cloro. E incluso si lográramos envenenarlo, no teníamos garantía alguna de que no moriríamos de hambre aquí abajo encerradas antes de que lo encontraran. Sin la ayuda de Rosa, Violeta y Amapola parecía que no quedaba ninguna esperanza. De cualquier manera, no iba a darme por vencida. Debía existir alguna forma de escapar, sólo tenía que ser paciente y seguir su mierda de juego hasta encontrarla. Me senté en el sofá y me hice bolita. No podíamos estar tan lejos de Long Thorpe, no condujo la camioneta por mucho tiempo. La policía revisaría el lugar, es lo que normalmente hacen cuando alguien desaparece, ¿no? Van de puerta en puerta preguntando a los habitantes si han visto algo raro. Eso era lo que había visto alguna vez en las noticias, estaba segura. El ruido de la puerta al abrirse me hizo saltar y el corazón se me aceleró. Mis hombros se relajaron al darme cuenta de que había sido la puerta del baño y no la del sótano. Amapola me sonrió brevemente y fue a la cocina a ayudar a servir el desayuno. Me preguntaba si Rosa en realidad odiaba estar aquí y se esforzaba por aparentar lo contrario. ¿Estaba tan asustada que no era capaz de ser honesta por temor de que él se diera cuenta? ¿O realmente pensaba que no estaba tan mal vivir ahí abajo? Colocaron el último plato sobre la mesa y ambas sonrieron. La comida olía muy bien y tenía hambre, pero tan sólo de pensar en comer, mi estómago se ponía de cabeza. El chirrido de la puerta del sótano resonó por toda la habitación y quedé congelada. Era él. Tomé aire y me sujeté las manos temblorosas. Mantente en pie.

—Buenos días, flores —dijo él esbozando una sonrisa cálida mientras bajaba las escaleras. Sostenía un bello ramo de lilis color rosa, parecido al que había en la mesa de la cocina, sólo que más grande, del mismo tamaño que los ramos de rosas, violetas y amapolas. Me puse rígida contra el respaldo del sofá cuando lo vi aproximarse.

—Son para ti, Lily —dijo sosteniendo las flores frente a mí. Mi piel se erizó como si se me hubiera subido un ejército de hormigas. No me dirijas la palabra. Volteé hacia Rosa como suplicando que me ayudara. Ella hizo un ligero gesto hacia las flores y supe que tenía que aceptarlas. Solo síguele la corriente, Summer. Me puse de pie muy lentamente y levanté mi mano temblorosa para tomar el ramo.

—Gracias —dije en voz baja y di un paso hacia atrás, hasta topar con la orilla del sofá.

—No seas tímida, Lily —dijo él—. Somos una familia. ¿Por qué no vas y las pones en agua? —luego, con el ceño fruncido, añadió—. No me gustaría que se murieran. Las otras tres chicas lo miraron de soslayo y fueron a sentarse a la mesa. ¿Qué había sido eso? Estaban actuando raro. ¿Acaso esas palabas significaban algo especial? No quería hacerlo enojar, así que fui por el florero vacío y lo llené de agua. Estaba hecho de plástico, aunque era una buena imitación de vidrio; si no lo hubiera sostenido, no me hubiera dado cuenta. Puse las flores dentro y las coloqué junto a los otros ramos de amapolas rojas, violetas encendidas y rosas blancas. ¿Por qué flores? Quería saber todo acerca de él para ver si podía usar algo de esa información para escapar, pero al mismo tiempo no quería saber nada. Me senté en la misma silla que había ocupado el día anterior, enfrente de él. Cada músculo de mi cuerpo me dolía de lo tensa que había estado, pero el dolor físico me parecía bueno porque me distraía de lo que estaba pasando.

—¡A comer! —dijo Violeta. La comida no se asentaba en el estómago. Tenía mucho asco. Podía sentir su mirada encima de mí, estudiando cada uno de mis movimientos. ¿Estaría tomando una decisión? ¿Si quería conservarme o no? Pellizqué una orilla de pan tostado, más consciente de mi persona de lo que jamás había estado. ¿Por qué no me quitaba la mirada de encima? Mi mente disparó el recuerdo de Lewis como una forma de sentir alivio. Me concentré en él sin dificultad. Me preguntaba qué estaría haciendo en ese momento. Normalmente sabía que todavía estaría dormido, pero no ahora, podía estar segura de eso. Mis padres se sentaban a beber infinitas tazas de café las mañanas de domingo antes de empezar a hacer cualquier cosa. ¿Habrán llenado un termo para salir a buscarme? Eso espero, porque mamá se siente terrible cuando no ha tomado su dosis de cafeína, no puede despertar del todo y camina medio dormida.

—¿Lily? —me llamó alguien para despertarme de mi enso­ñación. Él, Rosa, Violeta y Amapola se me quedaron viendo sin que yo pudiera interpretar la expresión de su rostro.

—Perdón —susurré y moví la comida en el plato para que pareciera como que estaba haciendo algo con ella.

No sabía si se habían puesto así porque querían algo y no les respondí o sólo porque no querían que estuviera en mi propio mundo. Volvieron todos a comer con normalidad.

—¿Qué planes tienes para hoy, Trébol? —preguntó Rosa, como si se tratara de una situación totalmente normal, como si fuera a contestarle “pues, un par de secuestros, tal vez un asesinato o dos, lo de siempre, ya sabes”. ¡Cómo podía siquiera preguntarle así, de ese modo tan casual! No podía estar segura siquiera de que le siguiera teniendo miedo.

—Tengo que hacer algunas cosas de trabajo —dijo él y sonrió con gesto amable

—. Después de eso tengo que salir.

¿O sea que trabaja? Por supuesto que sí, tiene que trabajar para mantener a cinco personas. No parecía ser una persona especialmente sociable. ¿Adónde iba a salir?

—¿Por qué no le hablas a Lily acerca de tu trabajo? —sugirió Rosa—. Parece un poquito confundida. Aquí va. Haz de que cuenta que no es real, que está contando una película. Aunque quería encerrarme en mi mente para imaginar que me encontraba de vuelta en mi casa, necesitaba cada pieza de información que pudiera obtener. Sus ojos se clavaron en mí y sonrió. Traté de no permitir que mi nariz hiciera un gesto de disgusto. Parecía una persona amable y amistosa. Era difícil creer que era el mismo hombre que me había secuestrado y que había asesinado a puñaladas a una mujer apenas ayer. Si me cruzara con él en la calle, pasaría de largo sin prestar mayor atención, aunque es verdad que tampoco me cuidaría de él. Parecía perfectamente normal.

—Soy contador, trabajo para una firma de abogados en la ciudad. Me tuve que tragar la carcajada irónica que amenazaba con estallar en mis labios. O sea que trabajaba para abogados. Qué paradójico. La otra parte de él, su trabajo, era absolutamente normal. Nadie jamás adivinaría que este cortés y bien vestido contador escondía una segunda vida como sádico asesino. Debe llegar todos los días a su escritorio, conversar con sus compañeros y realizar su trabajo puntualmente. Después vuelve a su casa, con las mujeres que tiene encerradas en el sótano.

—Come ya, Lily. No queremos que te pongas más delgada —me miró fijamente por un segundo, como desafiándome a que lo desobedeciera. A pesar del miedo que sentía, corté un pedazo de huevo y lo puse en mi boca. No quería hacerlo enojar como había hecho Violeta, así que me obligué a pasar el bocado y recé para que se mantuviera en mi estómago. Quería enflacar hasta ponerme esquelética sólo para molestarlo. El bocado resbaló por mi esófago y sentí una leve arcada. Tomé aire. Mastica.

—Muy bien, flores, me tengo que ir a trabajar. Que tengan bonito día, las veo para la cena. Rosa, hoy comemos pollo rostizado.

—Sí, Trébol —dijo y asintió con la cabeza. Él se puso de pie y besó en la mejilla a Amapola, a Violeta y a Rosa. Por favor a mí no. Mi corazón saltó dentro de mi pecho.

—Adiós, Lily —subió las escaleras y yo dejé escapar un profundo suspiro de alivio. ¿Qué iba a hacer cuando tratara de besarme como a ellas? Porque supuse que tarde o temprano lo haría.

—Vamos, Lewis —susurré entre dientes. Él siempre lograba hacer que las cosas fueran mejores, me llevaba mi comida favorita cuando no me sentía bien, me ayudaba a estudiar para los exámenes en los que estaba segura de que iba a reprobar o regañaba a Henry si se pasaba de la raya conmigo. Sabía que era mucho esperar que arreglara también esto, pero no podía evitarlo.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —preguntó Amapola, con la ceja levantada.

—Poquito más de año y medio, pero ya me gustaba desde millones de años antes.

Ella sonrió con los labios apretados. Parecía tener verdadero interés. Me preguntaba cuál sería su historia.

—¿Dónde se conocieron?

—Es amigo de mi hermano, ellos se conocieron porque jugaban en el mismo equipo de futbol. Al principio, pensaba que no era más que la hermana latosa de Henry, pero cuando fue creciendo empezó a fijarse en mí y a verme de manera diferente, por suerte.

—Ojalá que puedas volver pronto con él —dijo con tono sincero, y se retiró de la mesa. También yo. Domingo 4 de enero (2009) Entré el cuarto de Henry para tomar una película que veríamos Kerri, Rachel y yo. Él y Lewis estaban jugando PlayStation, como de costumbre. Volteé los ojos hacia arriba. Parecían tan clavados en el juego, disparándole a algo, no sé, tal vez eran zombis. ¡Par de bobos!

—Hola, Sum —dijo de pronto Lewis. Volteó a verme y me dirigió una sonrisa. Un ejército de mariposas me revoloteó en la barriga y me mordí los labios. No vayas a decir algo estúpido, Summer.

—¡Hey! —contesté tratando de sonar lo más indiferente posible, aunque por dentro estaba que bailaba de gusto. Desde siempre me había gustado Lewis, y notaba que desde hacía poco él había empezado a mirarme de manera distinta. O eso pensaba yo, de todas maneras tenía que mirarme. Esperaba que no fueran alucinaciones mías, aunque estaba cien por ciento segura de que sí lo eran. Vi cómo brillaron sus ojos color verde claro y me derretí. Se veían realmente lindos contrastados con su cabello oscuro, casi negro. Él inclinó un poquito la cabeza y preguntó:

—¿Qué andas haciendo por acá? ¿Necesitas algo? Uf, que me beses, por ejemplo.

—¡Lewis! ¡Hiciste que nos mataran! —gritó Henry, con el ceño fruncido. Podías jurar que de verdad acababan de matarlo por la manera exagerada en que había reaccionado.

—¿Eh?… Ah, perdón —dijo Lewis al voltear hacia la pantalla y ver el “Game over”; arrojó con desgana el control a la cama. Dios mío, acaban de matarlo por verme a mí. Ok, cálmate y deja de sonreír como loquita de manicomio. Apreté los labios para fingir que me mantenía seria, pero sentía cómo mis mejillas luchaban por sonreír. Y cómo no sonreír, si era oficialmente el mejor día de toda mi vida.

—¿Qué es lo que quieres, Summer? —soltó Henry con rudeza, enojado por haber perdido su estúpido juego.

—Necesito una película de miedo —contesté y levanté el rostro con gesto de suficiencia.

—Pero si a ti no te gustan las películas de miedo —dijo Lewis

—. ¿Te están obligando a verla?

—Sip. Kerri y Rachel quieren pasarse la tarde abrazadas de una almohada, temblando. Idiotas —las películas de terror son lo peor que hay en el mundo. Lewis sonrió. Sus dientes blancos y perfectos contrastaron con su bronceado natural. ¿Por qué tiene que ser tan guapo? ¡No es justo!

—¿Y por qué no la ven aquí con nosotros? —dijo.

—¿Qué estás haciendo? —volteó Henry acribillándolo con la mirada. Uy, al hermanito mayor no le va a gustar esto. Trataba inútilmente de borrar la sonrisa tonta de mi cara, pero me resultó imposible. Lewis quería que viéramos la película con él y yo no podía sentirme más feliz.

—De todas maneras este juego apesta —dijo Lewis, y se encogió de hombros con un gesto espontáneo. A ver, espera, ¿está aburrido o quiere estar conmigo? Los chicos dicen que nosotras somos complejas cuando son ellos los que tienen telarañas en la cabeza.

—Está bien, voy a decirles que vengan, pero yo elijo la pelí­cula —dijo Henry, suspirando derrotado. Salió de su caótica recámara susurrando palabrotas entre dientes. Ni modo, perdiste, menso. Lewis dio una palmadita a la cama a un lado de él. Mi estómago revoloteó. Tal vez sí quiere pasar tiempo conmigo. Me acerqué despacio y me senté en la cama tratando de no parecer ansiosa. Kerri y Rachel llegaron haciendo escándalo. Parecían felices de ver la película en la recámara de Henry. Me decían todo el tiempo que también yo le gustaba a Lewis y anhelaba que tuvieran razón. Me acomodé cerquita de Lewis para que cupiéramos los cinco en la cama tamaño king size. No me importaba que estuviéramos apretujados, mientras que fuera Lewis quien estuviera al lado mío. De hecho, hubiera querido que mis padres no fueran tan consentidores y le hubieran comprado a mi hermano una cama matrimonial para que estuviéramos todavía más juntitos.

—¡Ay, no, por favor! —exclamé cuando apareció el título de la película en la pantalla: La masacre de Texas. Eso iba a ser mucho peor de lo que yo pensaba. Ahora iba a asustarme tanto que iba a parecer una perfecta idiota enfrente de Lewis. Perfecto. Y ni siquiera tenía una almohada para esconderme. Encogí las piernas y escondí la cabeza entre las rodillas.

—Este… Sum… Todavía ni siquiera empieza —se burló Lewis y dio ligeros golpecitos con su hombro en el mío. Yo le respondí con un codazo en las costillas que lo hizo reír. Por la orilla del ojo pude ver que Kerri me alzaba la ceja. Mierda, donde se le ocurra decir algo, ¡yo me muero!

La película comenzó y esa fue la señal perfecta para huir de la realidad y hacer como que no pasaba nada. De todas las pelí­culas que el idiota de mi hermano pudo haber elegido, tuvo que ser justo esa. Ni modo. Tenía que fajarme los pantaloncitos, aunque me asustaba cada que se veía que alguien se asomaba detrás de una puerta y preferí seguir con la cabeza agachada. Como a los diez minutos de iniciada la peli, me atreví a mirar. No estaba sucediendo nada grave, pero sabía que todavía le faltaba bastante. ¿Por qué a la gente le gustan este tipo de cosas? Son unos enfermos. Algo en la película hizo ¡bang!, y yo volví a esconder la cabeza entre las rodillas. A la chingada todos. No me importaba si querían llamarme bebé llorona, yo contenta con que piensen que lo soy. Salté al sentir que algo me acariciaba el costado de la pierna. ¿La mano de Lewis? El aliento se me quedó atorado en la garganta. Muy bien, así sí puedo olvidarme de lo horrible de la película. No me atrevía a mirarlo, pero pude sentir que sonreía. Ahora sí no había manera de que pudiera concentrarme en la película, así que levanté la cabeza. Sólo míralo a él. Oye, de verdad que soy miedosa. Levanté la mirada y vi que Lewis me miraba también.

—¿Estás bien? —murmuró con ternura. Yo asentí despacio. Estaba más que bien con el dorso de su índice trazando círculos sobre el costado de mi pierna. Uf, sentía que mi piel cosquilleaba donde él me había tocado.

—¡Buuuuu! —gritó Henry con toda la fuerza de sus pulmones. Mi corazón se detuvo por un instante, salté y di un grito. Si será pendejo.

—¿Qué te pasa, idiota? —le grité. Él se dobló de la risa, con la cara metida entre la colcha, carcajeándose como loco. Lewis, Kerri y Rachel estaban en las mismas, aunque creo que también saltaron del susto

—. Es en serio, Henry. Casi me da un ataque cardiaco.

—Son los efectos especiales —dijo, girando los ojos hacia arriba. Yo le lancé una mirada de muerte. El cuerpo de Lewis se estremecía junto a mí de la risa.

—Oye, fue muy chistoso —dijo casi sin aliento y siguió riéndose.

—Ja, ja, sí, chistosísimo —dije yo con sarcasmo. Mi corazón todavía latía agitado. Mi hermano era un idiota. Todos eran unos idiotas. Finalmente, la asquerosa película terminó y Henry bajó por el menú de la pizzería para ver qué íbamos a ordenar, ya que ninguno de nosotros sabía cocinar sin incendiar la casa. Por suerte, mamá y papá habían dejado algo de dinero. Ellos seguían en su cena con el aburrido amigo de la universidad de papá, y su igualmente aburrida esposa. Seguramente regresarían tarde. Kerri fingió que tosía y dijo:

—Como que necesito tomar agua. ¿No vienes, Rachel? Dios-De-Mi-Vida. ¿No pudo ser más obvia? La miré con los ojos muy abiertos y ella sonrió inocentemente. Vamos, tierra, por favor trágame ya. Se fueron abajo y la habitación quedó en silencio. Literalmente no podía pensar en una sola cosa qué decir. Todo lo que pensaba me sonaba tonto.

—Estás muy callada —dijo Lewis reafirmando lo que era más que evidente.

—También tú —le respondí. Él se rio y se movió para quedar frente a mí.

—¿Te gustó la película?

—No, nada, es horrible.

—Miedosa. Puse los ojos en blanco y él hizo ese gesto de torcer la boca que me parece tan sexy. Escuché que Herny, Rachel y Kerri hablaban al pie de las escaleras y me pareció que era muy pronto para que regresaran.

—Hace mucho que quería hacer esto.

—¿Hacer qué? —pregunté. Él se inclinó hacia mí y sus labios tocaron los míos y se detuvieron ahí un segundo. Mi corazón latía tan rápido que sentía que iba a explotar. Se apartó y me miró fijamente. Dios mío, ¡Lewis acaba de besarme! Yo estaba totalmente aturdida y él se veía tan fresco. Cruzó una pierna sobre la otra y miró hacia la puerta en el momento en que ellos regresaron.

—¿Qué pizza van a ordenar? —preguntó Lewis. No escuché lo que Henry respondió. Nada me importaba, y menos la pizza que iban a ordenar. Me mordí los labios para tratar de disimular la enorme sonrisa que me hacía doler la mandíbula. ¡Besé a Lewis, besé a Lewis, besé a Lewis! Maldita sea, por qué tuvieron que regresar tan rápido.

6.SUMMER Domingo 25 de julio (presente)

—Vamos a limpiar esto —dijo Rosa, y juntó sus manos en una entusiasta palmada, como si asear fuera la cosa más divertida. Me levanté para ayudar, pero sólo para tener algo que hacer. Rosa lavó los sartenes, los cubiertos de plástico y los platos, mientras que yo los secaba y Amapola los colocaba en su lugar. Lavábamos y acomodábamos en silencio, respirando ese aroma cítrico a limón que me picaba en la nariz. Había un millón de cosas que quería preguntar. Finalmente, luego de que el lugar estuvo completamente limpio, nos sentamos en el sofá. Me di cuenta de que estaba actuando como si fuera una de ellas y me dieron muchas ganas de llorar. Me hice bolita y lloré tan fuerte, que me empezaron a arder los pulmones. Esta no puede ser mi vida. Nunca antes me había sentido tan terriblemente sola.

—Vas a estar bien, Lily —dijo Violeta palmeándome la espalda con suavidad.

—No… no estaré bien —lloré todavía más fuerte. Las lágrimas escurrían por mi rostro y me empapaban las rodillas.

—Sh, sh, sh —trató de calmarme Rosa—, respira, vamos, respira y trata de calmarte. No estás sola, Lily. Sí lo estoy, por supuesto que lo estoy.

—Todas estamos metidas en esto —añadió Amapola.

—¿Cómo puede hacernos esto? —dije tomando una profunda respiración para detener el llanto y poder hablar. Me tallé los ojos y la visión borrosa se aclaró

—. Él saldrá esta noche. ¿Cómo puede hacernos esto y después ir allá afuera y ser una persona normal para todos los demás?

—No es como que vaya a ir a un bar, Lily —Rosa suspiró.

—¡Dejen de llamarme Lily! —grité. Rosa ignoró mi estallido e hizo como si no le hubiera dicho nada. Tal vez en su mundo nunca se lo dije.

—Hasta donde sé —dijo— no es una persona muy sociable que digamos. La mayor parte del tiempo se la pasa en el trabajo o aquí.

—¿Entonces qué es lo que hará esta noche? —pregunté—. Y a todo esto, ¿cómo es que sabes lo que él hace allá afuera?

—Digamos que es una persona bastante sincera. Si le preguntas algo, te responde de forma directa. Eso sí, tienes que pensar muy bien qué le preguntas —advirtió—. A Trébol no le gustan cierto tipo de personas, y lo que a veces hace es… —miró al vacío con el ceño fruncido.

—¿Es qué? —la acucié.

—Él… dispone de las personas que hacen daño. Me quedé con la boca abierta.

—¿O sea que los asesina? ¡Cómo puede ser posible!

—Sí. Aunque no es exactamente así como él lo ve. Las mujeres que se prostituyen son nocivas. Lastiman a familias inocentes, a los hombres que hacen uso de ellas.

—¡Puta madre!, ¿estás escuchando lo que dices? —murmuré completamente ofuscada—. Lo estás defendiendo.

—No lo estoy defendiendo.

—Claro que sí. Haces que suene como si fuera correcto lo que hace.

—No lo es, y no lo estoy defendiendo. Sólo trato de explicar cómo son las cosas para él, eso es todo.

—¿De modo que él se pasa las tardes asesinando prostitutas? ¡No podía ser cierto! Probablemente les había dicho eso para asustarlas y que lo obedecieran. Si alguien anduviera asesinando prostitutas a diestra y siniestra saldría en los noticieros, sería todo un escándalo.

—Lo dices como si lo hiciera cada noche, y no es así —Rosa frunció el ceño. ¿Ah, sí? ¿Y tú cómo sabes? De cualquier manera, no podía ser verdad. No podía matar mujeres de forma regular sin que lo hubieran aprehendido. Eso, seguro. No podía creer lo tranquila que estaba hablando de todo esto. ¿Acaso no tendría que estar enloquecida arañando la puerta? ¿Acaso debía importarme lo que pensara o dejara de pensar, de sentir o de hacer? ¿Cómo se sale con la suya?

—Son prostitutas, Lily. La mayoría de ellas escaparon de su casa o siempre han estado solas —aun así era difícil que nadie se diera cuenta de su ausencia

—. Él cree que son algo sucio, que representan todo lo que está mal en la humanidad —Rosa miró a Amapola y a Violeta

—. Creemos que algo debió pasarle cuando era pequeño, uno no piensa de esa manera nada más porque sí. Sólo que nunca nos hemos atrevido a preguntarle. Por supuesto que no iban a hacerlo, no iban a arriesgar su vida por ello.

—¿Qué les hace? ¿A cuántas ha asesinado? —pregunté. Esto se estaba poniendo más delirante a cada segundo. Era como personaje de una película de terror. —No lo sé —contestó Violeta. —Está de la chingada. Tenemos que salir de aquí. Podemos hacerlo juntas. Sé que podemos, sólo tenemos que actuar en conjunto.

—No, Lily —dijo Rosa con firmeza. Me recordó a los maestros de mi escuela

—. No podemos. No hay manera de salir, así que tienes que sacarte esa idea de la cabeza ahora mismo. No tienes idea de lo que él es capaz. No tiene sentido de lo que en realidad está bien o está mal. Y puede ser bastante… despiadado y cruel. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al escuchar su cortante advertencia. Despiadado y cruel. Ya había visto lo que le había hecho a Violeta, lo iracundo que puede llegar a ponerse y cómo la amenazó con una navaja. ¿Qué tanto podía empeorar? No quería darme por vencida, esa no era yo, sin embargo, estaba aterrada. Rosa respiró profundamente y se puso de pie.

—Bueno, me toca lavar el baño. Después, si quieren, podemos ver una película. Me limpié las lágrimas y pasé saliva para tratar de calmar la sensación de náuseas.

—No me puedo quedar aquí. Tengo que regresar a mi casa. ¿Por qué no pueden comprenderlo?

—Ojalá se pudiera, Lily —dijo Amapola negando con la cabeza. Se acercó y apretó mi mano

—. Pero, por favor, te pido que no vayas a hacer una estupidez —dijo, y se puso de pie.

Sus palabras quedaron resonando en mi cabeza. Por favor, te pido que no vayas a hacer una estupidez. De manera instantánea, mi mente conjuró la imagen de él sosteniendo un cuchillo contra mi garganta. Un disparo de horror me atravesó hasta la médula de los huesos. Me estremecí de miedo. Luego de un rato, Rosa salió del baño y preguntó:

—¿Qué película quieren que veamos?

—No sé, alguna comedia romántica en blanco y negro. ¿Esto iba a ser lo que ocurriría todos los días? Me sentí sofocada. Un peso gigantesco presionaba mi pecho. Rosa puso la película y las tres se sentaron en el sofá junto a mí. Rápidamente quedaron absortas por lo que ocurría en la pantalla. ¿Cómo podía importarles la película cuando él estaba allá afuera, a la caza de alguna pobre mujer? Me la imaginé asustada y confundida, luchando con él para liberarse. Podía figurarme sus ojos muy abiertos, saltando llenos de terror fuera de sus órbitas. ¿Pero realmente haría algo así? No podíamos saberlo. Bien podía estar jugando bingo y hacer que pensáramos eso para sonar aterrador y hacer que nos portáramos bien, que no fuéramos a combatirlo. Mi corazón estaba contraído. Necesitaba saber cuál versión era la verdadera.

—¿Podemos ver televisión normal? —pregunté y parpadeé para sacarme de la mente la imagen de la mujer. Pensé que tal vez saldría en los noticieros. A estas alturas tenía que aparecer en los noticieros. Por la orilla del ojo pude ver a Amapola sacudir su cabeza diciendo que no. Por supuesto que no. Estamos totalmente aisladas de todos y de todo. Dependemos por completo de él. Ojalá no hubiera salido aquella noche. Debí haberle hecho caso a Lewis, a las preocupaciones de mis padres. Debí haber dejado que alguien me llevara. Siempre que uno de ellos salía con que no era seguro que anduviera sola en la calle cuando era de noche, yo lo ignoraba con enfado y le decía que no fuera ridículo. Ahora que veo hacia el pasado, me dan ganas de darme un buen puñetazo en la cara por lo estúpida que fui. Me sentía invencible porque era demasiado ingenua y pensaba que las cosas malas sólo le ocurrían a los demás.

—Tenemos que empezar a preparar la cena —dijo Rosa y apagó la televisión después de un rato

—. ¿Quieres ayudarnos, Lily?

—querrás decir Summer. ¿Acaso me quedaba de otra?

—Claro. ¿Qué más se podía hacer ahí para pasar el tiempo? Era mejor que sentarse a pensar. Aunque me gustaba distraerme pensando en mi familia porque me permitía escapar aunque fuera por unos segundos, también necesitaba detener los pensamientos y hacer algo que me entretuviera para no extrañarlos tanto. Hubiera dado cualquier cosa por sólo hablar con ellos.

—¿Con qué quieren que les ayude? —pregunté. Ellas ya habían sacado todo lo necesario y estaban llenando de agua dos cacerolas. Colaboraban en perfecta armonía juntas. Parecía como si trabajaran en la cocina de un restaurante.

—¿Puedes, por favor, pelar las zanahorias y las papas? Amapola me entregó un pelador, también era de plástico, excepto por la hoja del centro. No parecía muy afilada que digamos, pero era una posibilidad. ¿Qué tanto daño podría hacer con ella? Sabía que ellas debían estar mirándome, así que mejor aparté la vista del pelador y tomé una papa.

—¿Ustedes creen que vayamos a salir de aquí? —pregunté mientras pelaba la papa.

—No —respondió Rosa y dejó escapar un suspiro, pero no parecía de tristeza, sino de frustración. ¿Por mí?

—O sea, pero… ¿sí quieren? —Violeta, ¿me puedes pasar un plato hondo, por favor? —preguntó Rosa, ignorando por completo mi pregunta. Entonces será un no. Sentí tanta pena por ella. Él realmente le había lavado el cerebro. Rosa acomodó el pollo en el molde y lo metió al horno. Hacía como si no me hubiera escuchado, pero sabía que debía estar pensando en mis palabras. ¿Cómo podría no hacerlo? ¿Acaso estaba consciente de que le había lavado el cerebro? Terminé de pelar y de picar las verduras, las eché a la olla llena de agua y encendí la estufa eléctrica. Oficialmente eso era lo más que había hecho en la cocina. Mamá estaría en shock y orgullosa al mismo tiempo. Creo que hasta me pondría el dorso de su mano en la frente para ver si no estaba enferma. El ambiente había cambiado. Era tan denso que se podía cortar con un cuchillo, y sabía que era por mi pregunta. Ellas siguieron con la cabeza agachada, concentradas en lo que estaban haciendo. Sin embargo, alguien tenía que decirlo. Rosa tenía que darse cuenta, realmente reconocer que lo que él hacía estaba mal. Me quedé mirando el agua de la olla que empezaba a burbujear y negué con la cabeza. Acababa de ayudar a hacerle la cena, cuando ni siquiera a Lewis le había preparado de cenar jamás. Me reí al recordar que una vez se lo propuse y él hizo una broma acerca de que no quería morir envenenado. Era realmente mala para cocinar. Se acercaba el momento en que Trébol regresaría. Podía adivinarlo por el modo en que ellas iban y venían de un lado a otro, agitadas. Revisaban una y otra vez cada cosa para cerciorarse de que todo estuviera limpio y perfectamente ordenado. Mi corazón se aceleró con anticipación. No quería que bajara, pero casi podía decir que quería que abriera esa puerta de una vez por todas para no sentirme en el filo de la expectativa aguardando su aparición. Pensé fingir que estaba enferma para ausentarme, pero no quise arriesgarme a que él se acercara a ver cómo estaba. Sólo siéntate a la mesa, come y trata de mantenerte en pie hasta que se vaya. Era capaz de hacer eso dos veces al día entre semana y tres veces al día los fines de semana hasta que me encontraran. Por fin ese sonido, que rápidamente aprendí a reconocer, retumbó en la habitación: la cerradura del sótano. Mis manos temblaron y el corazón se me quería salir por la boca. Violeta me dirigió una sonrisa y me dijo que todo estaría bien. No fue así.

—Buenas noches, flores —dijo con esa sonrisa de “mírenme, soy una persona completamente normal”, lo cual le permite salirse con la suya. Se veía tan amigable, que uno de inmediato podía confiar en él (a menos de que estuvieras encerrada aquí, por supuesto).

—Buenas noches —respondieron ellas al unísono. Yo me puse a escurrir las verduras mientras me aseguraba de ver exactamente dónde estaba él en todo momento.

—¿Ya casi está listo?

—Sí, ya sólo estamos sirviendo —respondió Amapola. Yo llevé a la mesa dos de los platos y las dejé llevar el resto. Rosa le sirvió a él con esa enorme sonrisa en su rostro. Probablemente le complacía servirle de cenar a su psicópata.

—Comamos, pues —dijo él con tono alegre y atacó su enorme pieza de pollo rostizado. Yo me forcé a dar un bocado, desesperada por no atraer su atención hacia mí por negarme comer, sin embargo cada que la comida tocaba mis labios, se me revolvía el estómago. Mantuve la mirada en el plato haciendo como que comía. Lo único que quería era desaparecer, que no se fijara en mí. No podía sentirme relajada mientras él estuviera en la habitación. Tenía el cuerpo tan tenso que me dolía.

—¿Qué tal tu día? —le preguntó Rosa a Trébol.

—Bastante bien, gracias. Hice muchas cosas.

—¿Qué tal ustedes?

—Bien. Vimos un par de películas. Muy buenas, por cierto. Sí, claro, pues qué otra cosa íbamos a hacer.

—Qué bien. Díganme cuando necesiten más —dijo él y asintió con la cabeza.

—Claro, lo haremos. Gracias —respondió ella. Me preguntaba si Rosa se daría cuenta de que hablaba igual que él cuando Trébol estaba aquí abajo. Se hablaban mutuamente de manera educada y muy formal. Era escalofriante

—. Nos preguntábamos si sería posible que nos consiguieras más patrones. Nos gustaría mucho hacer algunos vestidos de verano. Mi mente saltó de pronto. ¿Cosen ropa? ¡Se necesitan tijeras para cortar la tela! Un plan se formó en mi mente de inmediato. Sería justicia poética si muriera apuñalado, de la misma manera en que él había matado a tantas chicas.

—¿Me pueden enseñar? —disparé con voz aguda y cantarina. Trébol sonrió triunfante, como si pensara que finalmente me había acostumbrado a este desquiciado estilo de “vida”.

—Es una gran idea, Lily. Estoy seguro de que Rosa, Violeta y Amapola estarán encantadas de enseñarte. ¿No es así, chicas?

—Por supuesto —dijo Rosa. Mi corazón por fin había encontrado una pequeña esperanza. Finalmente había un plan de escape que comenzaba a tomar forma en mi mente casi por sí solo. Me esforcé en comer un poco más y traté de sonreírle de manera educada. Era capaz de hacer eso. Podía llevarle el juego y resultaba un poco más fácil ahora que veía una ínfima luz al final del túnel oscuro. Cuando terminamos de cenar, pensé que él se marcharía, pero no fue así. Tomó a Rosa de la mano y la llevó a una habitación en la que yo no había estado. Parecía que una parte estaba en el hueco de las escaleras, no debía ser muy grande, había pensado que se trataba de un armario.

—¿Adónde van? —pregunté mirando hacia la puerta del armario. Amapola agachó la cabeza y dijo entre dientes:

—Ese es el cuarto donde él… —sus ojos se llenaron de lá­grimas.

—¿Qué? ¿Donde él hace qué? —dije y fui disminuyendo la voz al tiempo que caía en la cuenta de lo que estaba tratando de decir. La sangre se me congeló en las venas. El cuarto donde él nos viola. Él y Rosa estaban ahí en ese momento. Ella acudió de buena gana, sin vacilar ni por un momento, sin muestra alguna de horror en su mirada.

—Necesito regresar a mi casa —murmuré, más para mí misma que para ellas.

—Tienes que acabar con eso, Lily. No hay manera de regresar a casa. Entre más pronto lo aceptes, más fácil será todo, créeme —dijo Amapola. Lo único que podía escuchar era el retumbar de mi propio pulso golpeando contra mis oídos. Mierda.

—No —contesté y me senté para tratar de asimilar lo que estaba ocurriendo. Rosa estaba siendo objeto de abuso sexual en una habitación a unos cuantos metros de mí. Pero ¿en realidad era una violación? ¿Sería que ella quería estar con él? No podía tener tan lavado el cerebro como para creer que estaba enamorada de él. Pasé saliva con dificultad y sentí una lágrima escurrir por mi mejilla.

—¿Lily? —Amapola me había puesto su mano en el hombro y me hizo saltar

—. Perdón. ¿Estás bien? Agité la cabeza y me quedé mirando la nada. Me sentía hueca. Llegaría el momento en que él querría que yo entrara en ese cuarto. ¿Podía sobrevivir a eso? Prefería mil veces morir antes de que se me acercara. Sin embargo, si me moría, no volvería a ver a Lewis o a mi familia nunca más. Era una decisión imposible. Permanecer con vida con la esperanza de volver a ver a mi familia y haber sido violada, o morir para librarme de él, aunque sin haberme despedido de la gente que amo. No supe cuánto tiempo estuve ahí, inmóvil como una estatua, mientras que ellos estaban en el cuarto; no me pareció que fuera mucho. La puerta se abrió y rápidamente me hice bolita y me limpié las lágrimas de la cara.

—Buenas noches, flores.

—Buenas noches, Trébol —dijeron Amapola y Violeta detrás de mí. Yo no pude hablarle, ni siquiera podía voltear a verlo. ¡Desgraciado malnacido! Rosa salió del cuarto, se sentó en el sofá y encendió la televisión como si nada hubiera pasado. No había señal de lágrimas ni dijo media palabra acerca de lo que acababan de hacerle. Yo no me atreví a preguntarle nada. Me apreté contra el brazo del sofá y agaché la cabeza para que mi cabello cayera sobre la cara y ocultar nuevas lágrimas que brotaban, esta vez por ella. Después de la película fue suficientemente tarde para ir a la cama. Quería dormir. Necesitaba ese escape.

—Lily, ¿te quieres bañar tú primero? —preguntó Rosa, y yo asentí. De hecho, no, no quería bañarme, pero sin decir nada tomé la pijama de “mi” cama y me metí a bañar. ¿Por qué lo hacía? El segundo baño del día duró un poco más. Dejé que la cascada de agua caliente cayera sobre mi cuerpo y lavara lo que sentía como una espesa nata de mugre. ¿Acaso volvería a sentirme limpia alguna vez? Di un largo bostezo y cerré la llave de la regadera. Me sequé con la toalla y aun cuando no fuera muy noche —apenas serían las diez—, estaba completamente exhausta. Mi mente había estado trabajando de manera desesperada y necesitaba descansar. Era extraño cómo procuraba dormir y dormir. De hecho, hubiera dormido todo el tiempo mientras estuviera aquí abajo. Al recorrer el tramo del baño a la habitación vi hacia atrás, hacia las escaleras que llevaban a la puerta. ¿Cómo diablos voy a salir de aquí? No podía creer que fuera imposible, como hacían ellas, sin embargo, sabía que no era algo que pudiera resolver de manera impulsiva. Debía jugar a lo seguro, porque si cualquier cosa llegaba a salir mal, él me mataría sin pensarlo dos veces. Me metí a la cama y jalé el edredón para taparme por encima de la cabeza y quedar completamente escondida. El cuarto podía ser bastante bonito, pero se encontraba en el corazón de un infierno. Cerré mis ojos y de forma estúpida traté de contactarme con Lewis. Al rezar, pedí que por algún extraño milagro él pudiera escucharme. Por supuesto, sabía que eso no era posible. Por favor, ven, le suplicaba mentalmente a Lewis, mientras lloraba en silencio. Desperté con el sonido de un estruendoso golpe seguido de un agudo grito. Mi corazón saltó y me puse pálida. ¿Qué había sido eso? Salí de entre las cobijas y corrí hacia la puerta. Me topé con Amapola, quien me sujetó del brazo para que regresara a la habitación.

—¿Qué está pasando? —dije en voz baja.

—Tú quédate aquí. Él va a querer que alguna de nosotras le ayudemos —dijo; ella, Rosa y Violeta salieron a la sala y cerraron la puerta tras de sí. Me quedé sola. La tenue luz de la lámpara no iluminaba mucho y quería elevar la intensidad, pero estaba demasiado asustada para moverme.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó una nueva voz que no reconocí. Me atravesó un relámpago de miedo. ¿Quién era?

—¡Cállate! —vociferó Trébol. Su voz retumbó a través de las paredes del cuarto con tanta fuerza que hizo que el corazón se me subiera a la garganta. Lo había escuchado gritar antes, pero ahora era diferente, sonaba mucho más violento y enojado. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Por qué le gritaba? Todo se quedó en silencio. Incliné el oído hacia la puerta para escuchar más, pero no me atreví a acercarme. Mi corazón martillaba dentro de mi pecho. ¿Acaso va a dejarla aquí abajo a ella también? ¿Estaba oponiendo resistencia? Me humedecí los labios secos y esperé a que algo sucediera. No podía escuchar las voces de Amapola, Violeta o Rosa. No podía saber lo que hacían. Una ínfima parte de mí quería salir para ver lo que estaba sucediendo. Un súbito golpe me hizo saltar y retrocedí hacia la cabecera de mi cama, me cubrí la cabeza con el edredón y presioné la cara contra la almohada. Me sentía como si estuviera sola en casa y de pronto hubiera escuchado un ruido, sólo que ahora el ruido no estaba en mi mente.

—¡Cállate! —volvió a gritar Trébol. Su voz sonaba tan desquiciada que me lo imaginé con el rostro lleno de rabia y los ojos inyectados de sangre. Las sábanas frescas, recién lavadas, olían a lavanda, igual que en casa de mi abuela. Pensé en mí como una niña chiquita, acurrucada en medio de aquella enorme cama king-size, entre almohadones de plumas y suaves edredones que me tapaban hasta la barbilla, respirando con tranquilidad el suave aroma a lavanda mientras me quedaba dormida, escuchando la voz de mi abuela que me narraba un cuento para dormir. Sin embargo, otro grito hiriente y gutural me recordó en dónde estaba. No era posible que la estuviera lastimando. ¡No podía hacer eso! Al menos no con Rosa, Violeta y Amapola como testigos en la misma habitación. La mujer debía estar luchando para escapar. Él quería que se quedara aquí abajo y ella se resistía. Todo volvería a la tranquilidad una vez que se fuera y la dejara aquí con nosotras. No obstante, una incisiva voz me decía desde lo profundo de mi mente que si él quisiera que la mujer se quedara aquí, habría otra cama para ella. Pero de todo había sólo cuatro cosas, no había un lugar para ella, aunque era posible que después le hiciera un lugar. Unos cuantos segundos después todo se quedó en silencio. No podía soportarlo. Era terrible no saber lo que estaba pasando ni, peor, saber dónde estaba él. No quería que de pronto se apareciera en el cuarto y me viera. Sólo déjala aquí y lárgate. Él me dejó a mí tan pronto como me arrojó escaleras abajo y le dijo a Rosa lo que pasaba. Entonces ¿por qué no se iba? Me quedé estática esperando escuchar algo. Respiraba de forma ruidosa, con dificultad. Luchaba para controlar la respiración y no perderme el más leve ruido de allá afuera. Presioné todavía más la cara contra la almohada conforme la tensión me iba consumiendo. Mi corazón se aceleró hasta dolerme y mis manos empezaron a temblar. Un golpe sordo retumbó en el suelo. Se escuchó exactamente igual a la vez que Henry reclinó demasiado el respaldo de su silla y se cayó. Todos subimos corriendo las escaleras pensando que se había desmayado o algo así. ¿Qué había sido eso? ¿El ruido de una persona que cae? Pasé saliva con dificultad y sollocé mientras que mi mente me forzaba a ver cosas que yo no quería ver. Todas deben estar bien. Algo se cayó, sólo es eso. Un minuto más tarde escucharía la puerta del sótano que se abría y se cerraba, y entonces las chicas regresarían al dormitorio acompañadas de quien fuera que se encontrara allá afuera. Mi pecho se alzaba y se contraía, pesado, con cada respiración. Justo como pensaba, la puerta del sótano se abrió y se cerró con su ligero rechinido. Pronto ellas regresarían y alguien iba a tener que compartir su cama con la nueva chica hasta que le trajeran la suya. La puerta del cuarto se abrió de golpe. Yo me incorporé y presioné mi espalda contra la cabecera. Violeta. Sólo era Violeta. Ella sonreía, pero de forma hueca, su mirada era de pánico.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—No, ¿y tú?

Ella pasó saliva y desvió la mirada. ¿Dónde estaban Rosa y Amapola? ¿Y la nueva chica?

—Tú no eres como ellas, Lily. Rosa y Amapola se dieron por vencidas. Tú no. No, yo no. Hice un gesto de extrañeza. ¿Adónde quería llegar con eso y qué era lo que estaba sucediendo allá afuera? Escuché el sonido de pasos y las puertas de la alacena que se abrían y se cerraban.

—¿Qué pasa? —pregunté, prestando atención a medias, mientras trataba de adivinar lo que sucedía en la sala.

—Ya no puedo seguir haciendo esto —respondió ella y se metió en su cama. Me dio la espalda y se tapó con las cobijas por encima de la cabeza. Quería preguntarle a qué se refería, ver si estaba bien, pero escuché afuera un chapoteo, como de chorros de agua en el suelo, y el vigoroso siseo de un spray. Segundos después, el penetrante olor a limón del líquido limpiador me golpeó la nariz y me irritó los ojos.

—¿Qué están haciendo, Violeta? —susurré, con los ojos muy abiertos, asida con fuerza del edredón. Ella no respondió. En lugar de eso, jaló la cobija para cubrirse. Podía ver su cuerpo hecho bolita debajo de las mantas. Tomé una profunda respiración y miré hacia la puerta. ¿Qué es lo que están haciendo?

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