En un sitio en el que se peleó contra la guerra de Vietnam y a favor de los derechos de los gay y que hace poco estuvo cuestionado por el impacto de la industria tecnológica en la desigualdad económica, ha surgido una alianza improbable entre izquierdistas anticapitalistas de la vieja guardia y elementos de la industria tecnológica que hacen a un lado sus diferencias para enfrentar a un enemigo común.
Por Nicholas Riccardi
San Francisco.- (AP) — Antes de la elección de Donald Trump, las protestas políticas eran una simple curiosidad para Laurence Berland. Adicionalmente, podía observarlas de primera mano: en el distrito Mission de San Francisco, otrora un barrio de inmigrantes y gente radicalizada que ahora acoge cada vez más a personas como él, trabajadores exitosos del campo de la tecnología que hacen subir los alquileres y pueden ir a sus trabajos en Silicon Valley en autobuses de lujo.
Berland observaba el activismo de la gente con una mezcla de empatía y confusión y seguía de cerca las manifestaciones de Ocupemos Wall Street y las protestas contra el aburguesamiento del barrio. Ahora, sin embargo, la distancia entre él y los activistas callejeros es mucho más corta.
Recientemente, Berland y otras 100 personas de su sector, desde programadores de software como él hasta empleados de la cafetería de empresas tecnológicas, se congregaron en la calle frente a un museo céntrico para manifestarse en contra de Trump. Uno de los organizadores se le acercó y le preguntó si quería sumarse a un grupo de base, pero Berland ya se había incorporado.
En un sitio en el que se peleó contra la guerra de Vietnam y a favor de los derechos de los gay y que hace poco estuvo cuestionado por el impacto de la industria tecnológica en la desigualdad económica, ha surgido una alianza improbable entre izquierdistas anticapitalistas de la vieja guardia y elementos de la industria tecnológica que hacen a un lado sus diferencias para enfrentar a un enemigo común.
Durante años, estas dos vertientes del pensamiento liberal estadounidense no se soportaron. Hubo protestas contra los desalojos de personas que no podían pagar los nuevos alquileres y no hace mucho hubo manifestaciones ruidosas para bloquear los elegantes autobuses que transportan a los empleados de las empresas tecnológicas a las oficinas de Google en Silicon Valley, donde Berland trabajó alguna vez.
Cat Brooks, activista de Oakland del movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan), ha visto el impacto que ha tenido la industria tecnológica en mucha gente. La maestra de la escuela primaria a donde va su hija se tuvo que mudar a un barrio distante porque los alquileres están por las nubes. Brooks considera que el dinero de la gente del mundo de la tecnología debe llegar de algún modo a las comunidades locales. De todos modos, ve con buenos ojos la energía nueva en las protestas.
«No importa si nosotros estamos en esto desde antes», afirmó. «Lo que importa es cómo podemos ayudar. Las divisiones en momentos como este no ayudan».
La oposición de la industria tecnológica al gobierno comenzó cuando Trump prohibió el ingreso de inmigrantes y refugiados de siete países de mayoría musulmana. Esa industria se precia de abrir los brazos a los inmigrantes, que representan una cuarta parte de la fuerza laboral de ese sector e incluye a los fundadores de muchas empresas emblemáticas.
Casi un centenar de empresas tecnológicas, incluidas Google, Facebook y Uber, acudieron a los tribunales para pedir la suspensión de esa medida y uno de los fundadores de Google, el inmigrante ruso Sergey Brin, se sumó a las protestas en el aeropuerto de San Francisco. Poco después hubo una protesta sin precedente en la que todo el personal de Google dejó de trabajar y ahora, el 14 de marzo, se planean actos en todo el país bajo el lema «Techs Stands Up» (La tecnología se rebela).
«Cuesta hacer que la gente de Silicon Valley se entusiasme con algo que no está relacionado con la tecnología», comentó Anita Rosen, directora de proyectos de una empresa tecnológica que creó una agrupación de activistas en el suburbio de Mountain View. «Pero todo lo que dice Trump va en contra de lo que nosotros creemos. Odia la tecnología. Odia a los extranjeros».
Kai-Ping Yee vino a San Francisco de Canadá en 1998, obtuvo una maestría en la sede de Berkeley de la Universidad de California y consiguió un trabajo como programadora de la unidad filantrópica de Google en 2007. Ahora trabaja en una «startup» —una empresa emergente o de creación reciente enfocada generalmente en internet y otras tecnologías nuevas— que permite a los inmigrantes enviar dinero a sus países.
Después de las elecciones ayudó a generar un compromiso que circula en internet, firmado por miles de trabajadores del campo de la tecnología, en el que se niegan a crear bancos de datos para musulmanes o ayudar en la deportación de inmigrantes. Yee es canadiense y tiene permiso de residencia en Estados Unidos, pero le estremece tener que pensar en planes de contingencia si no puede seguir viviendo en Estados Unidos.
«La gente acostumbrada a golpear puertas, a llamar a los legisladores y a portar carteles se está asociando con la gente que programa aplicaciones», dijo Yee. «Gente muy diferente está colaborando porque saben que hay una emergencia».
Algunos tienen ciertas aprensiones porque están conscientes de que no tienen los mismos objetivos.
Franki Vélez, ex combatiente en Irak que quedó incapacitada, asistió a una protesta contra el desalojo de inquilinos. No había un solo elemento del mundo de la tecnología a la vista. Opina que ese sector quiere algunos cambios, pero preservando un sistema que los ha beneficiado tanto, mientras que la gente como ella quiere acabar con este sistema y empezar de cero.
«No entienden que es un sistema colonial que nunca contempló reformas», declaró la mujer.
Si bien pueden tener enfoques muy diferentes, sin embargo, las causas de Vélez están siendo adoptadas por gente que no tiene nada que ver con ella.
El grupo de Vélez marchó hacia una sucursal del banco Wells Fargo para entregar una petición de que deje de invertir en el oleoducto Dakota Access. Dos horas después, en el elegante suburbio de Campbell, el ejecutivo de una empresa biotecnológica Michael Clark era aplaudido tras anunciar en un acto anti-Trump que había cerrado su cuenta en Wells Fargo para protestar contra el oleoducto.
Clark siempre fue un independiente, moderado, pero la elección de Trump lo horrorizó y con un amigo fundó una sucursal de la organización liberal «Indivisible» en Campbell.
«El país se corrió tanto hacia la derecha que me dejaron en medio, con gente con la que anteriormente tal vez no me habría aliado», dijo Clark. «Es interesante que alguien como yo esté del mismo lado que muchos socialistas».