Familias del fraccionamiento Villa Rica 1 en el estado de Veracruz permanecen sin seguridad tras una balacera de más de tres horas, ocurrida la madrugada del pasado martes. Ni antes ni después del enfrentamiento se les asignó vigilancia policial en la zona.
Por Itzel Loranca
Ciudad de México, 3 de marzo (SinEmbargo/BlogExpediente).– Una sacudida violenta arrebató la confianza y tranquilidad de las familias que viven en el fraccionamiento Villa Rica 1, de la ciudad de Veracruz. La balacera de más de tres horas ocurrida en sus calles acabó con la sensación de seguridad que era procurada, no por las autoridades, sino por los propios vecinos.
La pertenencia a redes sociales, el trato cara a cara, así como por teléfono celular, entre ellos, poco hicieron para evitar que la violencia los alcanzara la madrugada del martes 28 de febrero.
A la luz del día, el hecho es un comentario obligado entre los habitantes de la localidad, en la pollería, la tiendita de abarrotes e incluso por WhatsApp. El transcurrir de las horas atrae a curiosos al sitio que fue acordonado por la Secretaría de Marina (Semar).
Más allá de la cinta amarilla, el boquete que las armas de fuego dejaron junto a la puerta de la vivienda 800 de la calle Virreyes, alcanzaron a la casa blanca contigua y a la parroquia “Beato Ángel Darío Acosta Zurita”.
Algunos no resisten las ganas e introducen su dedo en uno de los huecos del muro de la iglesia. Otros se sienten satisfechos solo con observar desde la banqueta lo que quedó del enfrentamiento; hablan de dos personas muertas, entre ellas una señora. Otros, dicen que murieron dos jóvenes “de los malos”, así como un marino herido.
Nadie tiene certeza de lo que ocurrió. Ninguna autoridad informó algo al respecto, ni les han ofrecido garantías de seguridad.
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YA PUEDE SALIR
Nadie pudo dormir en el fraccionamiento Villa Rica 1, después de la 1 de la mañana de ese martes. Yolanda, su hijo y su comadre, ni siquiera pudieron regresar a sus casas. Tuvieron que permanecer encerrados en la tienda de abarrotes que administran, sobre la calle Amparo de la Torre de Pazos.
Por ser época de Carnaval decidieron cerrar hasta las dos de la mañana, pero al escuchar los primeros balazos, bajaron las cortinas de metal con ellos dentro. Sin ninguna rendija por la cual observar lo que acontecía, permanecieron sumidos en la oscuridad, hasta las tres y media de la mañana.
El hijo adolescente de Yolanda relató que el sonido de los disparos era errático, pausado, hasta las dos de la mañana, cuando, con las patrullas de la SEMAR, las detonaciones se volvieron constantes. El chico contó hasta cinco estallidos, a lo que describió como “granadazos”.
Fue el sonido repentino de las aspas de los helicópteros, casi a ras de los tejados, lo que logró que el movimiento en las calles cesara.
Pasaron 15 minutos de silencio total cuando Yolanda decidió abrir la puerta de la tienda. Con temor salió y avanzó unos cuantos pasos hacia la esquina, en donde se encontraba una patrulla de la Marina.
“Ya puede salir. Usted váyase tranquila”, le dijo uno de los marinos. Así partió hacia su casa, a intentar dormir.
A las ocho de la mañana en punto abrió la tienda, aunque consideró que no tendría clientes ese día. Sin embargo, “La gente ha venido normal, hasta un poco más”, comentó.
Antes de que continuara su rutina, señaló hacia una casa verde, a dos cuadras de distancia: “Ahí, hacia adentro todavía están los marinos, no dejan pasar casi. Ahí fue todo”.
PATRULLAJE NO HAY
Luego de varias horas de peritaje y resguardo de la zona del enfrentamiento, elementos de la Marina se marcharon, alrededor de las tres de la tarde, del fraccionamiento Villa Rica 1, dejando a los vecinos a su suerte.
Ellos que tras marcharse los agentes, ninguna patrulla de ninguna corporación de Seguridad, recorrerá las calles de esa zona ubicada en la parte norte de la ciudad.
Varias lonas de “Vecinos vigilantes” o “Alarma vecinal”, colgadas en casas y tiendas del fraccionamiento cercano a la carretera Veracruz-Cardel, advierten a los malhechores que deberán atenerse a las consecuencias.
Son estas prácticas, así como el intercambio de números telefónicos con los cuales crearon redes vecinales a través del Whats App, las que se convirtieron en el único mecanismo de seguridad que poseen las familias del sitio.
“Patrullaje no hay, apenas y se llegan a meter dos o tres veces al mes, o si acaso los he visto patrullar Camino Real, pero patrullaje no hay casi”, dijo Esteban, y enfatizó el temor con el que todos sus vecinos viven, pues en la zona las casas de seguridad y los asaltos son frecuentes.
“Se metían mucho a las casas en el 2014, entonces los vecinos se empezaban a unir porque la problemática era muy grande y las autoridades no hacían nada”, dijo el hombre. Añadió que cerca del 20 por ciento de las calles no tienen luz, lo que contribuye a la inseguridad.
Tras los rumores de saqueos y vandalismo en las colonias de la parte norte del municipio, el pasado 7 de enero todos los vecinos salieron de sus casas con palas, machetes y tubos, con lo que instalaron barricadas en las calles. Desde ese entonces, a decir de Esteban, la unión entre vecinos creció.
Esta unidad entre los habitantes permitió detener a una mujer que se quiso robar a una niña, en la sección privada del fraccionamiento, para luego remitirla a las autoridades correspondientes, que acudió solo tras varias horas de reportes al número de emergencias.
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VECINOS DESCONOCIDOS
Carla recuerda que mantuvieron las luces apagadas desde la una de la mañana con 20 minutos y hasta veinte minutos antes de las cuatro de la mañana.
Sólo la luz del teléfono celular por los mensajes enviados a través de los grupos de WhatsApp, lograba romper con la oscuridad. Imágenes tomadas detrás de las ventanas o audios en los que se escuchaban detonaciones y las aspas de helicópteros.
Acababa de cerrar su negocio de antojitos junto con su marido, se disponían a dormir cuando escuchó “como si clavaran” afuera de la puerta de su local, ubicado en el primer nivel de su vivienda. “Se oía más cerca, cerca y le dije son balazos. Entonces subimos y aquí nos quedamos”, explicó la mujer.
Decidió abrir su casa y su negocio hasta las 11 de la mañana, tres horas después de lo acostumbrado. Solo hasta ese momento se sintió segura. Carla dijo que el ir y venir de los vecinos en las calles fue normal. Sin embargo aceptó que prevalece una sensación de desconfianza.
Aunque consultó noticieros, periódicos y hasta las redes sociales, no ha encontrado ninguna declaración de parte de las autoridades que explique qué ocurrió la madrugada del 28 de febrero.
“Por supuesto que me gustaría saber, porque uno vive cerca esta situación. Ya no sabe uno con quién vive, a quién tiene uno de vecinos”, dice.
A sólo una cuadra del domicilio de Carla, un grupo de habitantes ronda la casa que permanece resguardada por cintas amarillas y sellos adhesivos.
“Hasta dejaron la ropa tendida”, menciona uno de los hombres, al tiempo que señala la prenda color blanco que sacude el viento, del otro lado de la pared perforada por las balas. Junto a él, Carmen, otra de las vecinas, recalca que en esa casa habitaban “los malos”.
La mujer afirmó nunca haberlos visto. Sólo tomó en cuenta el cambio que “de la noche a la mañana” sufrió la vivienda. Recuerda que había un letrero, “Peluqueamos a su mascota”, en la reja blanca que custodia la construcción.
Sin embargo, hace menos de un mes, los barrotes fueron reemplazados por un muro de concreto; las paredes dejaron de ser verde limón y adoptaron un color verde oscuro; en el techo, botellas rotas de vidrio fueron colocadas como protección en el techo.
“Piensa uno que está seguro en su cuadra, en su colonia y no es así. Llega gente a vivir a una casa y no sabes quién es”, expresa Josefina, otra habitante de la localidad.
Después de la balacera, los vecinos continúan organizandose para instalar alarmas y videocámaras en el fraccionamiento, ante el temor y la desconfianza que dejó la violencia, a unas cuadras de sus hogares.