“A los tiranos les conviene un pueblo inculto.” Ésta y otras frases similares se pueden escuchar a diario en los cafés y cantinas, leer en las redes sociales y en artículos de opinión. Normalmente sirven para dar pie a una queja o para rematarla: “por eso estamos como estamos”. Una queja que parte de un individuo que, ahí nomás humildemente, está convencido de que si toda su sociedad fuera tan culta como él, entonces viviría en un mundo mejor.
Ejemplos abundan. Ya sea para explicar el Brexit, el “NO” en Colombia, el triunfo de Trump en EU o el regreso del PRI a la Presidencia en México, se alega la ignorancia de los otros como causa. Incluso no faltan las ONGs, empresas privadas e instituciones varias que utilizan este tipo de frases como lema o slogan publicitario. Ni faltan tampoco las transmisiones por televisión o internet que muestran dicha ignorancia con un reportero preguntándole a la gente –a botepronto, en la calle- si prefiere desayunar con jugos cítricos o jugos gástricos, cuándo inició la Segunda Guerra Mundial o pidiéndole que indique en un mapamundi dónde se encuentra Afganistán (risas de los telespectadores). Pero la responsabilidad de la solución, claro, suele caer en lo mismo que se critica: “el gobierno debería de invertir más en educación”. O en una suerte de cruzada individual: “supérate, está en ti” (compra con nosotros).
Por supuesto, en la búsqueda de esta sociedad más letrada, sería maravilloso que las instituciones educativas del mundo mejoraran harto y que todas las personas sintieran ese deseo arrebatador de “superarse intelectualmente” y leyeran (tuvieran las posibilidades económicas) un libro al día. Pero el asunto es un poco más complejo.
No ahondaré en la problemática escolar sino sólo en un par de obstáculos que suele enfrentar cualquiera que sí sabe leer y escribir y desea cultivarse. Asumo que lo que está más a la mano para leer, para buscar entender más allá de las conversaciones entre amigos y familiares (de viva voz o a través de las redes), son las publicaciones periódicas: diarios, revistas y blogs. Aquí nos encontramos por lo general con dos tipos de textos: las noticias y las columnas de opinión.
Con las noticias, los principales obstáculos para entender qué se está leyendo son la ausencia de precedentes y la falta de continuidad o de seguimiento a un suceso. Haga usted la prueba con una nota internacional (digamos, el éxodo de más de 45,000 personas que hoy, a inicios de 2017, sucede en Gambia), intente ir hacia atrás en el tiempo y construir una historia coherente que explique el acontecimiento sólo leyendo los periódicos (se encontrará que no hay mención alguna de Gambia en su periódico antes de la catástrofe… que la última mención fue hace mucho, cuando sucedió otra catástrofe, y que básicamente ninguna de las notas le explican consistentemente cuál fue la razón de ninguna de éstas); luego intente ir hacia delante en el tiempo, de estar al pendiente los próximos meses para no perderse el desenlace (y se encontrará con que Gambia –o el ejemplo que quiera- desaparecerá de los periódicos antes de que la historia termine). De modo que no, lamentablemente, leer las noticias internacionales no le servirá mucho como una forma directa para entender mejor el mundo: tendrá una nota alarmista, se podrá inventar a sí mismo una narración para llenar los vacíos y, si tiene mucho tiempo libre, podrá investigar e investigar en otras fuentes hasta que medio entienda qué pasó. Eso es lo que tal vez nos pasa ahora a todos: medio entendemos.
Dicho de otro modo, las notas periodísticas hoy día explican menos de lo que perturban.
Algunos periodistas afirman que lo anterior es así pues las notas no están para explicar sino para informar, que si uno busca explicaciones entonces lea reportajes o columnas de opinión. Los reportajes de investigación, por desgracia, son una especie en vías de desaparecer. Entonces nos quedamos con las columnas. Y con las columnas sucede algo curioso. Si uno se da la vuelta por los diferentes periódicos del mundo (maravillas del internet) encontrará que las formas de escribir de los columnistas cambian de lugar a lugar y de periódico a periódico (o blog). En particular, cambia el número y tipo de acotaciones o explicaciones que hacen acerca de lo que están tratando. Por ejemplo, los columnistas de los principales diarios de Belice se toman la molestia de decir “la Segunda Guerra Mundial, que ganaron Gran Bretaña y sus aliados contra Alemania, Italia y Japón”; otros, por ejemplo, dicen “René Descartes, filósofo francés del siglo XVII que desarrolló las teorías de…, afirmó que”, mientras que otros sueltan “como dijera Deleuze, ‘desear es construir un agenciamiento, construir un conjunto, el conjunto de una falda’ por tanto es imperativa la reapropiación de…”
¿Qué tipo de columnista le parece más adecuado para alguien que, como la mayoría de personas en el mundo, no tiene carrera universitaria y sí quiere entender un poco más su entorno?
La réplica viene de inmediato: “no hay que vulgarizar la cultura, hay que culturizar al pueblo”. O “hay publicaciones para diferentes tipos públicos, para públicos más especializados y para públicos menos especializados”. Sí y no.
Es decir, qué bueno que existan Physical Review Letters, Foreign Affairs o el Journal of Clinical Oncology, sería absurdo estar en contra de este tipo de publicaciones especializadas. Mi punto es que, en ciertos países, faltan los puentes que comuniquen entre los especialistas y esta mayoría de personas que pueden tener deseos de aprender (y, digamos, sólo terminaron la secundaria o el bachillerato). Estos puentes, en teoría, son los diarios y revistas menos especializadas que las mencionadas al inicio de este párrafo. Sin embargo, siendo sinceros, ¿a cuántas personas en su entorno cercano y familiar les parece ilegible un artículo de Proceso, Letras Libres o Nexos? ¿A qué porcentaje de estudiantes de licenciatura en todo el mundo les parecerá simple y trivial leer un artículo del Washington Post, Le Monde Diplomatique o del Corriere della Sera?
No, no es trivial leer esas publicaciones. Lo peor es que entre éstas y los diarios y revistas sensacionalistas (donde difícilmente alguien se toma la molestia de abordar las principales problemáticas mundiales) hay pocas opciones. Y encima, las que llega a haber, suelen ser denostadas por los autores y lectores de las publicaciones “serias”. El éxito de Pictoline (http://pictoline.com/ ), por ejemplo, ha radicado en que, a la manera de RIUS, resume de forma ilustrativa y simple un asunto, dando sus antecedentes y características principales, pero ya empiezan a sonar esas voces “ilustradas” que dicen que Pictoline es para tontos. Entonces, ¿dónde buscar?
O, mejor dicho, ¿dónde se documenta uno si uno no quiere volverse experto en una materia (política interior de Gambia, por ejemplo), con toda la inversión de tiempo que eso requiere, sino que simplemente quiere tener una visión general y coherente (por qué hay un éxodo de más de 45 mil personas en Gambia hoy)?
El meme o la burla respecto al Brexit, cuando los electores de Gran Bretaña votaron el año pasado por dejar la Unión Europea, fue que justo después de los resultados se pusieron a buscar masivamente en internet qué diablos era la Unión Europea. “¡Cómo es que no lo sabían y estaban votando!”, clamaron las buenas conciencias intelectuales. Con Trump, similar: “¡Votarán por él los lectores de periódicos amarillistas y vulgares!, ¡no saben por qué votan!”. Muy probablemente, no. Pero el asunto va más allá, Peter Hessler, en el Newyorker, se lamentaba de que en las últimas elecciones honestamente no sabía si había votado a favor o en contra de la esclavitud; aquí la pregunta que venía en las boletas (la pongo en original para mayor confusión): “Shall there be an amendment to the Colorado constitution concerning the removal of the exception to the prohibition of slavery and involuntary servitude when used as punishment for persons duly convicted of a crime?” (http://www.newyorker.com/magazine/2016/11/21/aftermath-sixteen-writers-on-trumps-america ) Con una pregunta así, ¿extraña que haya ganado el voto a favor de la esclavitud con un 50.6 por ciento?
Así, si bien es maravilloso que busquemos mejorar los sistemas educativos y presionemos a nuestros gobiernos para ello, y es buenísimo que existan publicaciones especializadas como el Jounal of Arthropod-Borne Diseases, tal vez no nos vendría mal que algunos de los autores de nuestros medios se parecieran más a los columnistas beliceños y no le pidieran a sus lectores tanto conocimiento previo para poderlos alcanzar en sus torres de marfil. De verdad, agregar un par de explicaciones y antecedentes en sus textos podría convertirse en miles de lectores agradecidos.