Sandra Lorenzano
08/01/2017 - 12:00 am
Uvas, calzones y la marea del ser
En el comienzo era el verbo, dice el Génesis. Pero los rituales de inicio de año tienen menos que ver con los orígenes bíblicos que con las supersticiones, con la cultura popular, y –en última instancia- con el deseo esperanzado de que nos vaya bien en el ciclo que comienza. En Río de Janeiro, la […]
En el comienzo era el verbo, dice el Génesis. Pero los rituales de inicio de año tienen menos que ver con los orígenes bíblicos que con las supersticiones, con la cultura popular, y –en última instancia- con el deseo esperanzado de que nos vaya bien en el ciclo que comienza. En Río de Janeiro, la gente entra el mar llevando ofrendas florales para Yemanyá, la emperatriz de las aguas, Orisha femenina del panteón yoruba. En Filipinas, se ponen ropa con lunares, porque los lunares recuerdan a las monedas y atraen por ello al dinero. En algunos lugares de Colombia se escriben en un papel las cosas del pasado que uno quiere dejar atrás y se guardan dentro de un muñeco al que se prende fuego. En Dinamarca arrojan platos contra la puerta de la gente querida para desearle buena suerte. En Irlanda ahuyentan a los malos espíritus golpeando el pan contra las paredes. En Nápoles tiran muebles viejos por las ventanas. Y en toda Italia, retomando una antigua costumbre romana, comen lentejas, símbolo de prosperidad.
Es decir que si para que se cumpla nuestro deseo de que la vida nos sonría en el año que inicia es necesario que seamos un tanto ridículos, pues lo somos, y punto. ¿O no? Así que si ustedes son de los míos, quizás también hayan entrado al primer minuto del 2017 con calzones amarillos para la fortuna, y rojos para el amor (sí, se vale ponerse uno encima del otro), saliendo a la calle con una maleta para viajar mucho, barriendo la casa para alejar las malas vibras, encendiendo velas para que no falte la luz, sumergiendo un anillo de oro en la copa de champaña para que les llegue el dinero, vaciando una cubeta llena de agua para evitar las lágrimas, al mismo tiempo que se comían las doce uvas que acompañan las primeras doce campanadas del nuevo año (y mejor si lo hicieron apoyados en el pie derecho y con el izquierdo alzado). Una digresión: no sé si a alguien le da realmente tiempo de pensar un deseo por uva y no atragantarse. Yo siempre pido el mismo deseo desde hace veintinueve años por convicción, por amor y –debo confesarlo- por instinto de supervivencia (por supuesto no puedo decir cuál es ese deseo. Lo siento).
Los seres humanos somos seres de rituales: los mexicas, por ejemplo, quemaban todo, incluidos sus dioses, cada 52 años en la ceremonia del fuego nuevo. De ese modo comenzaban un nuevo ciclo dejándole las puertas abiertas a las infinitas posibilidades de renovación de la vida. Como el cuaderno en blanco que estrenábamos en la escuela y que nos permitía imaginar las complicidades, las risas con los amigos, las mariposas en el estómago que traían los exámenes, algunos versos o la divisiones de dos cifras y su pesadillesca realidad. Tan parecido ese cuaderno Scribe o Rivadavia a la página en blanco que aterra y seduce al escritor. Seducción y terror, todo junto. Porque los comienzos vienen cargados de esperanzas pero hay que reconocer que un poquito de miedo producen. ¿De verdad esta vez el cuaderno no tendrá manchones de tinta como los del año pasado? ¿Podré realmente llenar estas páginas con los primeros capítulos de una novela? ¿Lograré correr el maratón? ¿Tendré a mis padres aún conmigo el próximo diciembre? ¿Le irá mejor finalmente a este país nuestro que tanto nos duele?
Por eso, como modo de conjurar el miedo, solemos buscar compañía para cumplir estos rituales. “Página blanca fue mi corazón, donde escribimos una página de amor…”, cantaban Los Panchos. Mejor, mucho mejor, si hay alguien dispuesto a escribir con nosotros sobre esa página blanca.
Todo está ahí, en el primer minuto del nuevo año, como posibilidad: el amor, la abundancia, la salud, el trabajo, la inspiración. Entonces sonreímos, tragamos las uvas a las apuradas, barremos la casa, tiramos monedas, abrazamos a quienes tenemos cerca, con la esperanza de que la vida sea generosa.
Y porque, a pesar de todo, en el comienzo siempre es el verbo –quién se atrevería a discutir con los dioses-, vuelvo a la poesía; al poema “Antes del comienzo” de Octavio Paz cuyos versos finales dicen:
El mundo
no es real todavía,
el tiempo duda:
sólo es cierto
el calor de tu piel.
En tu respiración escucho
la marea del ser,
la sílaba olvidada del Comienzo.
En este despliegue de rituales e inicios, mi deseo más profundo es que cada uno de nosotros encuentre a ese ser que nos permita escuchar en su respiración la marea del ser. No imagino mejor comienzo del resto de la vida.
Feliz 2017.
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