A propósito del despido de la súperheroína como embajadora honorífica de la ONU, nos planteamos cual es su validez como icono actual y como símbolo feminista. ¿Actuó bien la ONU cuando la nombró Embajadora de Honor en octubre? ¿Ha hecho bien en retirarle el título solo por su aspecto físico?
Por Elisa McCausland
Ciudad de México, 24 de diciembre (SinEmbargo/ElDiario.es).– Escribir sobre por qué es importante hoy por hoy Wonder Woman requiere pensar, sobre todo, en el potencial del arquetipo que el personaje ha contribuido a establecer a lo largo de sus setenta y cinco años de historia. Un personaje nacido de la cabeza de William Moulton Marston, Elizabeth Holloway y Olivia Byrne, tres creadores comprometidos con el feminismo de la época y con una idea de la ficción, del propio cómic, como vehículo para influir en la percepción de las nuevas generaciones. A priori, esta idea no está muy alejada de la campaña que la Organización de Naciones Unidas diseñó el pasado mes de octubre con Wonder Woman por bandera; una idea pedagógica, propagandística, en la que la ficción es concebida para un objetivo concreto: comunicar, persuadir, convencer.
Aunque la superheroína no fuera la principal de sus apuestas, resultó ser el más fructífero y duradero de los proyectos de Marston. El psicólogo de Harvard supo seducir a los inocentes con un personaje que celebraba, muy conscientemente, la fuerza de voluntad. Su Wonder Woman, Diana de Themyscira, bebía del mito amazónico, transmutado por un halo pulp que marcó a varias generaciones de lectores y lectoras; entre ellas, a la fundadora de la revista Ms., Gloria Steinem, que tuvo a bien dedicarle la portada del número inaugural, en 1972. Estamos hablando de la revista pionera en hacer feminismo pop, y Wonder Woman sirvió a este fin entonces, tal y como le sirve al feminismo 2.0 ahora.
Desde la perspectiva histórica, es importante destacar que ha sido Warner, conglomerado multimedia en los setenta y en el presente, la responsable última de sostener ciertas alianzas entre productos de la casa. Que en pleno siglo XXI se tengan que evidenciar cómo funcionan la comunicación y el marketing, y cómo estas estrategias sirven, a su vez, para nutrir aquello que entendemos como mito actualmente, nos da alguna pista de las contradicciones de nuestro presente. Porque, por mucho que insistamos en los intereses económicos del conglomerado empresarial de turno, lo cierto es que los iconos han devenido marcas que, a su vez, extraen todo su poder de la ficción. ¿Cómo nos enfrentamos críticamente a ello?
En estos tiempos de gestión de marca y manipulación de percepciones, adquiere un carácter casi heroico insistir en la defensa de la ficción, como ha hecho recientemente el guionista de la serie regular de Wonder Woman, Greg Rucka. No obstante, quienes confían en la ficción como abismo, no deben (debemos) perder comba sobre las herramientas con las que esta ficción es sometida a empaquetados para su venta. Como intercambiar capitales simbólicos, por ejemplo. Tal y como apuntábamos al principio, la intención comunicativa tiene sus riesgos, así como las joint venture, que siempre nacen del oportunismo. En este caso, la decisión de la Organización de Naciones Unidas de hacer “embajadora de honor” a Diana de Themyscira y declarar un ‘Wonder Woman Day’. ¿El producto de una empresa abanderando la lucha “por el empoderamiento de mujeres y niñas en todo el mundo”?
Esta podría ser una pregunta legítima, que también podría haberse hecho en relación a campañas anteriores protagonizadas por personajes de ficción como Winnie the Pooh, Campanilla o los Angry Birds. Sin embargo, las razones por la que parte de la plantilla de Naciones Unidas ha reunido 45 mil firmas online para expulsar del “paraíso institucional” a la amazona se han limitado a su físico, pues consideran que Wonder Woman no es más que “una imagen hipersexualizada” y que el rol de embajadora honorífica debería encarnarlo una “verdadera mujer maravilla”. Los argumentos utilizados, que la reducen a “una mujer blanca con pechos exuberantes, de proporciones imposibles y un traje escueto” poco o nada tienen que ver con el mito, con los cómics, pero sí con el prejuicio. Como bien ha precisado la dibujante Nicola Scott en una columna en The Guardian al respecto, “toda la historia de Wonder Woman, su sitio en el progreso de la cultura, ha sido ignorado. La petición de dimisión la reduce a una joven atractiva en traje de baño, sin capacidad de agencia. Es solo otra mujer que ha perdido su trabajo“.
Más allá de lo cuestionable que pueda haber sido para el conglomerado DC/Warner el amago de legitimación institucional de uno de sus productos estrella de cara a su estreno cinematográfico, lo que resulta preocupante de esta situación es que quienes firmaron por su salida consideren que de la censura de una ficción puede surgir una realidad mejor, cuando lo que habría que cuestionar es la función de la propia ONU en sí. Sin embargo, y gracias a los argumentos que delatan una falta de conocimiento, ya no solo de la superheroína, sino del poder de la cultura popular y mainstream, “se agradece” de este boicot la evidente necesidad de volver a la elevación del mito, de la ficción, sobre el mensaje guiado, sobre la comunicación. A lo largo de estos 75 años, Wonder Woman ha servido a causas pedagógicas, propagandísticas, empresariales… y ha sobrevivido como marca, pero también como icono. Y es que, si la amazona es relevante a día de hoy, es porque todo eso forma parte de ella, incluida la institucionalización del feminismo, de la que ella misma ha dado cuenta en sus cómics.
Para aquellas que sientan curiosidad por el presente de la superheroína, decirles que unos cuantos autores comprometidos con la ficción se revelan inspirados por la amazona: Jill Thompson en la todavía por editar en España Wonder Woman: The true amazon; Renae De Liz y Ray Dillon en La leyenda de Wonder Woman; Greg Rucka, Nicola Scott y Liam Sharp en su serie regular; Grant Morrison y Yanick Paquette en Wonder Woman: Tierra Uno… Diana de Themyscira se habrá quedado sin trabajo en la ONU, pero tiene todo un futuro brillante (y cinematográfico) por venir.