Francisco Ortiz Pinchetti
23/12/2016 - 12:00 am
El medio Metro que nos deben
Me encanta la semana “interfiestas” que se da cada año entre la Navidad y el Año Nuevo. Son siete días que nos dan la oportunidad única de poder disfrutar nuestra amada ciudad capital, convertida como por arte de magia en una metrópoli vivible y gozable. Recorrer el Centro Histórico, visitar sus museos, pasear por sus […]
Me encanta la semana “interfiestas” que se da cada año entre la Navidad y el Año Nuevo. Son siete días que nos dan la oportunidad única de poder disfrutar nuestra amada ciudad capital, convertida como por arte de magia en una metrópoli vivible y gozable. Recorrer el Centro Histórico, visitar sus museos, pasear por sus parques, admirar sus monumentos. O caminar por sus más hermosas calles y avenidas, como el Paseo de la Reforma. Una chulada.
Uno de mis placeres favoritos en estos días es viajar en el Metro por diferentes líneas, sin un destino fijo, sólo por el gusto de poder acceder al sistema sin aglomeraciones ni empujones, sin ambulantes ni vagoneros. Y poderme sentar a mis anchas en los asientos libres del vagón semivacío. Me voy de Mixcoac a Zapata, cambio hacia Indios Verdes, me apeo en Hidalgo, transbordo hacia el Zócalo, vuelvo hasta Balderas, me lanzo a La Raza, camino la larga transferencia para seguir a Politécnico, llego hasta El Rosario, y así de norte a sur, de oriente a poniente, para arriba y para abajo.
Este gozo es mayor por el contraste que ofrece con la cotidianeidad terrible de nuestro Sistema de Transporte Colectivo: saturado, tortuoso, sucio, impuntual, peligroso, insuficiente, que a cada rato sufre interrupciones por el deficiente mantenimiento que reciben los trenes. Y es cuando me da coraje, carajo, el abandono de las sucesivas administraciones “de izquierda” de este transporte vital. Durante más de 12 años no se agregó un sólo metro al Metro.
Quienes se supone habrían gobernado de manera preferencial a favor de los pobres, se han dedicado a construir vialidades, segundos pisos, pasos a desnivel y viaductos para la circulación de los automóviles particulares, mientras han olvidado de plano –con excepción de Marcelo Ebrard Casaubón, hay que reconocerlo— el Plan Maestro del Metro capitalino, concebido originalmente en 1985 y ajustado en 1996.
Hoy, a 47 años de la inauguración de su primera línea en 1969 –durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz y la regencia capitalina de Alfonso Corona del Rosal–, la red tiene 12 líneas con un total de 226 kilómetros y transporta casi cinco millones de pasajeros cada día. Según el Plan Maestro, debería contar ya con 18 líneas, 480 kilómetros y capacidad para transportar a 10 millones de capitalinos. A la fecha hay cinco nuevas líneas trazadas pero pendientes: 10, 11, 13, C y D. que significarían otras tantas opciones que desahogarían las actuales rutas. Nos deben además siete ampliaciones y 10 rutas adicionales de tren ligero.
Un ejemplo es la proyectada y no construida línea 10, trazada a lo largo de la avenida Insurgentes, de Eulalia Guzmán (Eje 2 Norte) a Cuiculco, en el sur de la ciudad. Su ruta la cubre actualmente la línea 1 del Metrobús, que padece terrible sobresaturación. La 10 tendría correspondencias con la línea 2, en Revolución; la 1, en Glorieta de Insurgentes y la 9 en Chilpancingo; así como con la B, en Buenavista y con la 12 en Insurgentes Sur. Además conexión con otras no construidas como la 11 (tren elevado) y la 13. Es decir, sería una especie de “columna vertebral” de la capital.
Las otras líneas que según el Plan Maestro nos deben son: la 11, de Santa Mónica a Bellas Artes; la 13, de San Lázaro a Parque Naucalli; la “C”, de Cuautitlán Izcalli a El Rosario; la “D1”, de Coacalco a Ojo de Agua, y la “D2”, de Coacalco a Santa Clara.
En cuando a las ampliaciones de líneas ya existentes están proyectadas –y abandonadas— las de las línea 4, de Martín Carrera a Santa Clara; 5, de Politécnico a Tlalnepantla; 6, de Martín Carrera a Villa de Aragón; 7, de Barranca del Muerto a San Jerónimo; 8, de Garibaldi a Indios Verdes; 9, de Tacubaya a Observatorio y línea “B”, de Buenavista a Hipódromo.
Imaginar lo que sería la red que debería ser resulta un sueño alucinante, cada vez más lejos de verlo convertido en realidad por el rezago que se sigue acumulando. Prácticamente toda la red actual fue construida por gobiernos del PRI, el último de ellos encabezado por Oscar Espinosa Villarreal. Durante su gestión se construyó la línea “A” y se inició la línea “B”, inaugurada en el año 2000, durante el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León y el interinato en el DF de la entonces perredista Rosario Robles Berlanga, que por cierto acusó de peculado al último regente tricolor por un presunto desvío de más de 420 millones de pesos.
Los gobiernos del Sol Azteca, en cambio, contradictoriamente con su supuesta línea de responsabilidad social, han optado por beneficiar prioritariamente al transporte individual, al automovilista. Sólo Ebrard Casaubón se atrevió e emprender, con apoyos federales, la línea 12, llamada Línea Dorada, aunque a la postre acusó graves deficiencias y posibles prácticas de corrupción todavía no dilucidadas.
El abandono del transporte público, que ahora busca mitigar el gobierno de Miguel Ángel Mancera Espinosa con nuevas líneas del Metrobús, ha tenido efectos infames para la población capitalina y parte de la mexiquense, que siguen a pesar del aumento en la tarifa sin una manera mínimamente digna de viajar por la ciudad. Diez millones de ellos siguen padeciendo el infierno de los microbuses. Simplemente no tienen acceso, en su diario trajinar, a este lujo pasajero que puedo darme en la anhelada semana de asueto que empieza el próximo lunes. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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