Por definición una plaga es un exceso, una saturación o un desborde. Es algo que abunda, que causa desastres y calamidades. Un simple insecto, como un grillo del verano, vuelto legión puede provocar males inimaginables. La plaga puede ser casi cualquier cosa que se vuelva masiva y amenace un sistema o la vida. Lo peor, la plaga no sólo provoca daños físicos (como enfermedades o la muerte) o ambientales y económicos; la plaga suele posicionarse en el pensamiento y la imaginación de los hombres y desde allí seguir causando daño. La plaga puede volverse el pensamiento de los hombres y, claro, los hombres también pueden volverse una plaga.
Por Alfonso López Corral
Ciudad de México, 24 de diciembre (SinEmbargo).- En el libro de relatos Plaga serena (Salto mortal, 2016) de Iván Ballesteros Rojo, la plaga es el ser humano, principalmente hombres y mujeres ya viejos, ancianos que no por ser presa de la lentitud o mirar en primera fila la muerte dejan de causar o causarse daño. La calma y el reposo propios de la vejez son para ellos molestias físicas, reparos del cuerpo ante el embate de los años, porque de ahí en fuera siguen lúcidos, expectantes, con su espíritu intacto. Y sí, nuestros personajes son una plaga, no tanto porque son viejos sino porque ni con los años a cuestas han perdido su humanidad, es decir, todavía gozan, aman, odian y envidian. Aquí lo observamos en las historias de dos viejos que se soportan a base de cocteles de drogas y que quizás ya no distinguen entre el sueño y la vigilia, de una vieja que al final de sus días se apasiona por la comida chatarra, de unos tahúres ancianos que se resisten al sosiego y otros que buscan en los sorteos de lotería la emoción del azar que la inminencia de la muerte les arrebató.
Plaga serena se abre al lector con un primer cuento desconcertante, un cuento cercano a la censura moral y que incluso nos hace preguntarnos si debemos seguir leyendo, pero seguimos, porque para entonces ya nos tiene atrapados. El cuento, “Nieves y juegos Dolores”, es la confesión de un viejo frente a su deseo, una urgencia distinta, peculiar y peligrosa. Le gustan las mujeres que recién han sido, o no, expulsadas de la niñez. El protagonista acepta que lo suyo es una condena y como tal debe cumplirla. Sin embargo, comete o, mejor dicho, atenta contra sí mismo al normalizar sus relaciones y casarse con el objeto de su deseo. Como dice Yourcenar en boca de Adriano, su inolvidable personaje: “No es indispensable que el bebedor abdique de su razón, pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a su dios”. Y el sátiro de este cuento conserva su razón. Hay aquí, a pesar de la edad, un reconocimiento y observancia, aunque sean tácitos, de las normas sociales que satanizan las relaciones entre viejos y niños. Por ello, el viejo, no sin dejar de ser repulsivo, se vuelve una víctima por partida doble: de su goce y de quienes lo provocan. Pues el deseo no es inofensivo y muchas veces quien lo despierta, quien lo provoca, sabe que cuenta con un poder sobre quien anhela. Nuestro hombre aprende que la falta de años no implica necesariamente falta de malicia (como ya nos lo enseñó Dolores “Lolita” Haze).
Pero Plaga serena es también un volumen de narraciones cortas con una prosa evocadora y que no se pierde en metáforas complicadas o fallidas, o con frases que en ánimos de impresionar enredan su sintaxis para que los aciertos lleguen de chiripa. Es decir, si el momento amerita una frase sugestiva, poética, el autor nos la obsequia, si necesita una frase directa que no admita discusión, también la otorga, Quizás por ello, algunas de sus historias, que podrían resultarnos escandalosas al ser referidas de otra forma, se nos vuelven cercanas y casi dignas de comprensión. Por ejemplo, en la historia citada arriba, el narrador nos dice: “Desde aquí percibo los aromas del prematuro mar femenino que a diario se tiende sobre el barrio”. O bien, en “Regalo de bodas”, al explicar las sin razones del instinto de supervivencia, explica “Sólo los verdaderos suicidas entregan la vida como entregar un aparato que no funciona al fabricante”.
Ballesteros nos obsequia con una serie de narraciones donde la muerte y el deseo son protagonistas, pero también el mar. En boca de casi todos sus personajes escuchamos su añoranza por la playa, por las olas, por el espacio infinito que representa, por la cerca que nos queda el cielo desde el mar. Es decir, sus personajes están casi todos limitados por sus infiernillos personales, porque saben que no son nada, tan sólo una parte insignificante de la plaga humana, pero que aún conservan esa capacidad de comprensión de que algo grande nos puede ser obsequiado, aunque en realidad no vaya a ser así, aunque en realidad vayamos a devastar todo, y es donde gana Plaga serena.
No es casualidad que en uno de los mejores cuentos del volumen, “Bungalow”, un hombre que ha sido diagnosticado con una enfermedad mortal, elija retirarse al mar a pasar sus últimos días en soledad. Allí descubre que a pesar su herida le es imposible no pensar en otras cosas, que la muerte, aunque lo tiene cercado, no llena aún todos los espacios, y que necesita el amor, las risas, los amigos, las mujeres, la paz y la tranquilidad obsequiadas por la vida, no por la fría muerte. Enseguida leemos: “Recordando momentos vitales en el mar siento deseo. No lo había sentido desde que me dieron la noticia. El deseo es una forma de la vida. Los muertos no son cachondos, pienso. Me masturbo en el mar.” Yo agregaría, disperso la Plaga en el mar, para no hacer más daño.
¿Quién es Alfonso López Corral? (Navojoa, 1979). Es narrador e investigador. Ha publicado los volúmenes de cuento La noche estaba afuera (Tres perros, 2010) y Musiquito del Talón (Tierra adentro), libro ganador del Premio Nacional de Cueto Joven Comala, 2013.