Tenía yo tal vez 10 años cuando mi padre llevó a la casa una revista que tenía la foto del Che, Camilo y Fidel en Sierra Maestra; para un niño era impresionante ver esas figuras heroicas, aunque la que más me impresionó, porque tenía la barba más larga, fue la de Camilo Cienfuegos.
Acababa de iniciar 1959 cuando una noticia estremeció al mundo: cayó Fulgencio Batista y un grupo de jóvenes idealistas había tomado el poder. Parecía una esperanza no sólo para Cuba sino para toda América Latina, aunque yo seguía viendo el suceso con ojos de adolescente, desde un pequeño pueblo del noroeste de Chihuahua.
Dos años después mi padre y yo nos desvelamos escuchando en un viejo radio Philips las noticias de la invasión a Bahía de Cochinos, yo apenas cumplía 15 años y era el momento de reflexionar sobre la certeza de los graves crímenes del llamado comunismo que nos restregaba diariamente los diarios de la cadena García Valseca. Ahí estaba Fidel.
Luego llegó la crisis de los misiles y el temor de morir calcinados por el estallido de las bombas tan poderosas me hizo comprender que la seguridad doméstica que brindaban mis padres era insuficiente en un mundo que estaba a las puertas de la extinción. En medio de todo estaba Fidel.
Era inevitable simpatizar con la revolución cubana en aquellos años: se construía una nación con un hombre nuevo y se ganaba la primera gran guerra contra el analfabetismo, que en México era una rémora para el desarrollo Nacional.
Vimos en la primera juventud que el conflicto con los comunistas no era tan grande como el conflicto con la pobreza y la corrupción en nuestro país. Fidel y el Che catalizaron esas reflexiones.
Salí del pueblo en 63 y vine a vivir a Juárez a terminar mi secundaria y preparatoria, con Castro y el Che Guevara vivos en nuestra imaginación desde hacía casi diez años. Combinábamos sus máximas con música de los Beatles.
Fidel siempre se las arreglaba para estar en las primeras y grandes dudas y llevarnos a las primeras y grandes conclusiones, atrás del comunismo había una visión humanista de la sociedad basada en la justicia y la igualdad de los hombres, y en Cuba intentaban caminar hacia allá.
Ya no bastaba con leer al revés todo lo que publicada el coronel García Valseca, sino que era necesario comprender con mayor profundidad qué sucedía en Cuba y en otros países. Otra vez Fidel y sus detractores nos llevaron a la lectura de textos que generaron nuevas ideas, con nuevas preguntas.
En el 67 lloramos la muerte del Che, un hombre que renunció a un puesto de poder para intentar replicar su hazaña en otros países, que finalmente murió en el abandono personal, político y revolucionario.
El mensaje de aquella increíble carta que leyó Fidel ante casi un millón de cubanos en la Plaza de la Revolución nos impactó a los jóvenes que ya estábamos pasando los 20 años: “nos llegaron a visitar a casa de María Antonia preguntándonos a quién avisar en caso de muerte, y la realidad golpeó nuestras mentes, comprendimos que en una revolución se triunfa o se muere si ésta es verdadera”.
Esa certeza se hizo extensiva a la juventud que ya luchaba por un México mejor, ¡teníamos que estar seguros que nuestras convicciones, no había posibilidad del autoengaño! «En una revolución se triunfa o se muere», en la lucha por transformar la sociedad, se lucha hasta la victoria o la muerte.
En esas estábamos cuando en febrero de 1968 los norvietnamitas lanzaron la ofensiva TET y aparecieron las evidencias de la posible derrota de Estados Unidos; eso significó que podía triunfar la revolución cubana; nos estremeció el alma encontrarnos con esa realidad.
Vino luego el canto de libertad de los hippies en San Francisco, el movimiento generalizado por la paz en Estados Unidos, los asesinatos de Luther King y Robert Kennedy… El cambio estaba cerca.
En julio escuchamos el llamado de la historia, y los estudiantes tratamos de avanzar hacia un país democrático ante un energúmeno precursor de Trump nacional. Y chocamos con el autoritarismo.
Llegó el momento de decidirse por la lucha armada, inspirada por la experiencia cubana, o por la organización de los trabajadores, inspirada por el marxismo clásico. Yo me decanté por el movimiento obrero, y en abril de 1972 asesoré mi primera huelga, con mi más reciente movimiento colectivo concluyendo hace apenas diez días, contra BlackBerry y Facebook a través de sus intermediarios laborales.
Cuba transitó de las campañas llenas de optimismo en su alianza con la Unión Soviética, a la resistencia y la supervivencia después de la disolución de ésta. Tal vez aquí es donde se forjó la más profunda revolución, que finalmente triunfó en las peores condiciones.
México también vive en crisis desde 1982, y mientras Fidel y su élite gobernante lucharon en el aislamiento por mantener la dignidad al tiempo que construyeron una economía independiente, en este país nuestros presidentes destruyeron lo que se había construido, extranjerizaron los bancos, regalaron nuestra riqueza y se robaron hasta los gatos hidráulicos de los automóviles oficiales.
Muere Fidel y deja un país que, en muchos aspectos, es superior a todos los países de América Latina, con los que puede compararse.
Por eso, desde mi perspectiva personal pienso que, querámoslo o no, por coincidencias o por diferencias: Todos fuimos Fidel.