Alejandro Calvillo
22/11/2016 - 12:05 am
Emergencia epidemiológica
Es posible que México sea el primer país en el mundo en declarar una emergencia epidemiológica por enfermedades no transmisibles y ha hecho bien: la obesidad y la diabetes están colapsando el sistema de salud pública. Sin embargo, la declaratoria es tardía, es decir, no deberíamos haber llegado a esta situación que obliga a decretar […]
Es posible que México sea el primer país en el mundo en declarar una emergencia epidemiológica por enfermedades no transmisibles y ha hecho bien: la obesidad y la diabetes están colapsando el sistema de salud pública. Sin embargo, la declaratoria es tardía, es decir, no deberíamos haber llegado a esta situación que obliga a decretar una emergencia epidemiológica. La declaratoria es el reconocimiento de que se ha fallado, especialmente, en prevención.
El 20 de junio de 2011, hace 5 años, cuando alrededor de 50 mil personas morían por diabetes en nuestro país, este año posiblemente lleguemos a cerca de 100 mil, cuando las muertes por diabetes eran la mitad de los que son hoy, el Relator Especial de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación, Olivier de Schutter, al concluir su misión de 5 días en México a invitación del gobierno mexicano, recomendó declarar emergencia nacional por la epidemia de obesidad.
Hace ya casi 10 años, el 23 de abril de 2007, organizamos el Foro “La Epidemia de la Obesidad en México” y, en ese entonces, para muchos, decir que la obesidad era una epidemia sonaba exagerado. Pero en esa fecha ya se conocía que el sobrepeso y la obesidad en México había crecido como en ningún otro lugar del mundo. La tasa de sobrepeso y la obesidad en niños de 5 a 11 años había aumentado casi 40% en solamente 7 años (1999-2006). Y los cambios tan bruscos sólo se veían en la dieta: en 14 años había caído 30 por ciento el consumo de frutas y verduras y había aumentado en 40 por ciento la ingesta de bebidas azucaradas.
Y las advertencias venían de tiempo atrás, advertencias no atendidas. Vino con Calderón el Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria (ANSA), como el primer intento que establecía una política de salud pública para enfrentar el incremento del sobrepeso y la obesidad. De 17 dependencias que tomaron compromisos con objetivos más o menos precisos, ninguna los cumplió. Por acceso a la información solicitamos a todas esas instituciones reportes de avances en cada uno de los objetivos que se habían trazado: ni la Secretaría de Salud, promotora del ANSA, los cumplió. La justificación común fue: falta de recursos.
En 2013 vendría con Peña Nieto la Estrategia Nacional para la Prevención y el Control del Sobrepeso, la Obesidad y la Diabetes. Se dio un paso al establecer regulaciones obligatorias como la de las escuelas y el establecimiento de un impuesto reducido a las bebidas azucaradas y los alimentos con alto contenido calórico. Aunque la Estrategia recogía e implementaba las políticas recomendadas a escala internacional, o estás no se cumplen o no son efectivas ya que no han sido elaboradas en base a la evidencia. El mejor ejemplo comparativo en este momento frente a esta política en México lo representa la ley que se ha implementado en Chile y que está teniendo un fuerte impacto entre los consumidores y la reformulación de alimentos.
Entre las políticas dirigidas a cambiar el ambiente obesogénico se ha recomendado regular los alimentos y bebidas en las escuelas, que los productos tengan etiquetados frontales muy claros para los consumidores que les permitan advertir si un producto es alto en azúcar, grasas y/o sal, que se prohíba la publicidad de alimentos y bebidas no saludables a las que los niños se encuentran expuestos.
En México, la regulación de alimentos y bebidas no se está cumpliendo en la mayor parte de las escuelas, la SEP no ha hecho su labor de difundir la regulación, de vigilar y sancionar; el etiquetado frontal que se ha puesto en México no es entendible y establece un máximo de consumo de azúcar que representa un riesgo a la salud, muy por encima de las recomendaciones de la OMS; y la regulación de la publicidad dirigida a la infancia es extremadamente débil, totalmente inefectiva.
Los mensajes que más se han propagado al declararse esta emergencia epidemiológica van en sentido totalmente contrario a la evidencia científica y las recomendaciones internacionales y se ajustan claramente al discurso de los intereses económicos que se han convertido en el principal obstáculo para combatir la obesidad, convirtiéndose en profundas aberraciones.
Primera aberración: la responsabilidad de la obseidad y la diabetes está en casa, los padres de familia eligen los alimentos. Pero los padres de familia no tienen información veraz sobre los alimentos, los etiquetados los engañan, la publicidad los persuade y viven bajo el “Nag Factor”, el factor fastidio que provoca la publicidad dirigida a los niños para que demanden la compra del producto publicitado. Cientos de estudios científicos lo demuestran y lo hemos constatado en talleres con padres de familia, no tienen idea del azúcar que contiene el cereal de caja que se promociona a los niños con “Minerales y Vitaminas”, tampoco el yogursito “enriquecido con probióticos” o el néctar “100% puro néctar”. Piensan que el cereal, el yougur y el néctar que le dan a sus hijos son opciones saludables.
Las dosis de azúcar que ingieren los niños mexicanos a través de todos estos productos, promocionados en el mercado como saludables, alcanzan ingestas que los convierten en candidatos a desarrollar obesidad, diabetes y enfermedades cardiovascualres. La ignorancia de los padres por los etiquetados engañosos y la potente publicidad persuasiva, tanto para ellos como para los niños, ha provocado un analfabetismo alimentario que sólo puede resolverse con campañas públicas que, entre otras cosas, rescaten el valor de alimentos tradicionales como el frijol, el amaranto, los quelites, nopales y, en general, las verduras, frutas y oleaginosas de la región. Parte de estos productos, incluso, bajan los niveles de glucosa en sangre, ayudando a prevenir y controlar la diabetes.
Cuando los padres de familia se enfrenten a etiquetados veraces, fáciles de entender, útiles para enfrentar esta epidemia; cuando los padres de familia reciban información sobre el riesgo de ciertos productos y el beneficios de otros; cuando los padres de familia no tengan que enfrentarse a sus hijos que les demandan, a niveles de fastidio, la compra del producto por la publicidad que se dirige a ellos con los mecanismos más sofisticados de persuasión: entonces si podremos hablar de responsabilidad de los padres de familia, de que el cuidado está en el hogar.
Segunda aberración: no hay alimentos buenos y malos, todo es cuestión de un balance energético. Este es el discurso central de las refresqueras para lo cual han financiado “expertos” y han creado organizaciones para propagarlo. La evidencia es que las calorías no son iguales. Por ejemplo, las altas cantidades azúcares presentes en las bebidas, cuando las ingerimos, entran de golpe directamente al torrente sanguíneo y generan muy fuertes descargas de insulina que buscan introducir estos azúcares al interior de las células. Al repetirse esta situación de manera cotidiana se empieza a provocar resistencia a la insulina. Por su parte, las altas cantidades de fructuosa que se introducen de golpe en el organismo, tanto a través del azúcar de caña como a través del jarabe de maíz de alta fructuosa añadida a estas bebidas, se convierte en grasa en el hígado. Esta es una de las razones principales de que en un gran número de niños está registrando resistencia a la insulina e hígado graso, algo que sólo ocurría entre los adultos.
De esta manera se ignora también que hay productos que aportan altísimas cantidades de calorías y no generan saciedad. Este es el caso de las bebidas azucaradas y el por qué se les ha puesto tanta atención: son calorías que entran de golpe con un fuerte impacto metabólico y no generan saciedad, es decir, son calorías extras. Aquí reside el principal problema con estas bebidas y, por lo cual, tanto los organismos internacionales y los centros de investigación en nutrición y salud pública han puesto la atención en ellas. Podemos comer un alimento altamente calórico, sin embargo, a diferencia de las bebidas azucaradas, nos genera saciedad. Con las bebidas no hay esa sensación, es como si no hubiéramos ingerido ninguna caloría.
La cantidad promedio que consumimos los mexicanos de bebidas azucaradas está asociado ya a un aumento en el riesgo de sobrepeso, obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares tanto por su particular efecto metabólico como por aportar calorías sin generar saciedad, es decir, por aportar calorías extras. Y hablamos de una cantidad promedio, si sacamos a la población que no consume o consume muy bajas cantidades de estas bebidas, los consumidores habituales ingieren 600 mililitros hasta 1 litro y medio de estas bebidas.
En contra de la evidencia, desde Televisa con su reality show de 2008 donde personas con obesidad competían a bajar de peso teniendo como un reto tentaciones como panes dulces de la panadería del barrio y alimentos fritos que encontramos en la calle; pero nunca refrescos, Sabritas o panecitos Bimbo; hasta parte de la industria de alimentos y, especialmente, de bebidas, han puesto la responsabilidad de la obesidad en la comida tradicional. Sin duda, las personas que comen de manera habitual pan dulce en altas cantidades, así como tamales de manera rutinaria, son muy buenos candidatos a desarrollar sobrepeso, obesidad y diabetes. Sin embargo, con datos epidemiológicos, con las encuestas de salud y nutrición y con toda la evidencia científica disponibles, se encuentra que es en las bebidas azucaradas donde se está el aporte de mayor riesgo a la población, recordemos su efecto metabólico y el hecho de que son calorías extras al no generar saciedad. Los refrescos, las botanas y los panecillos industrializados tienen una red de distribución que cuenta con alrededor de 1.5 millones de puntos venta en el país y con una publicidad de respaldo, de varios miles de millones de pesos al año.
Si estamos en una emergencia epidemiológica debe actuarse en profundidad, revisar estas políticas y acompañarlas de campañas públicas nacionales que orienten a los consumidores sobre los alimentos más recomendables y los que deben evitarse y de consumirse, sólo hacerlo esporádicamente. Las recomendaciones deben recuperar nuestros alimentos saludables y orientar en contra del consumo habitual de alimentos ultraprocesados con altas cantidades de azúcar, grasas y sal, así como de preparaciones fritas de alimentos que encontramos en la calle, orientando sobre aquellos alimentos que solamente pueden consumirse de manera habitual.
Lo urgente es una definición de la política de salud pública frente a estas epidemias y elaborarla libre de conflicto de interés, establecer un grupo de expertos con los institutos de salud y la academia nacional de medicina.
Se requiere, como en Chile, una política integral en materia de prevención que establezca los mismos criterios para escuelas, etiquetados frontales, publicidad, campañas públicas y, en nuestro país, la integración de la política agrícola y económica para favorecer los mercados locales y regionales. El informe del Relator Especial de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación lo dejó muy claro al señalar que México es un país que produce buenos alimentos, alimentos saludables, verduras y frutas, pero que estos alimentos van al mercado exterior y nosotros nos alimentamos con comida chatarra y bebidas azucaradas. En 2015, un reporte de la Organización Mundial de la Salud refrendaría lo que el Relator había advertido señalando que México se había convertido ya en el mayor consumidor de alimentos ultraprocesados y como, en la región de América Latina y el Caribe, existía una relación muy clara: entre mayor consumo de ultraprocesados había en un país mayor era la incidencia de sobrepeso y obesidad.
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