Alma Delia Murillo
12/11/2016 - 12:05 am
Es la civilización, idiota
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. Pero esta vez ni siquiera el ritmo del tango logra poner una dosis de simpatía a lo que implica el triunfo de Trump porque las consecuencias serán inabarcables, impredecibles; creo que ni haciendo cónclave con los analistas políticos y sociólogos más brillantes podríamos esperar […]
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.
Pero esta vez ni siquiera el ritmo del tango logra poner una dosis de simpatía a lo que implica el triunfo de Trump porque las consecuencias serán inabarcables, impredecibles; creo que ni haciendo cónclave con los analistas políticos y sociólogos más brillantes podríamos esperar un pronóstico atinado de lo que viene porque, como ya se vio, somos un colectivo capaz de tomar decisiones insospechadas.
Anticipar lo que traerá el futuro me parece francamente imposible, pero pienso que sí podemos tratar de comprender lo que ya ocurrió y creo que el corazón de la sociedad occidental acaba de entregarnos un diagnóstico demoledor de nuestra crisis sistémica.
Lo que ocurrió este 8 de noviembre en EU es la representación impecable de que la serpiente se mordió la cola: democratizamos la exclusión.
Me atrevo a decir que la democracia está alcanzando un escalón perverso porque iguala la sensatez a la locura, la propuesta propositiva a la descalificación violenta, la inclusión a la exclusión, la ignorancia a la información y un largo etcétera que es más que un juego de palabras. Intento explicarme: me pregunto cómo se van a incluir en la historia de este puto mundo los capítulos del «Sí» al Brexit en el Reino Unido, del «No» a la paz en Colombia, de la Presidencia de Trump, y, si me apuran, del regreso del PRI a México luego de décadas de esa dictadura de la que parecíamos estar hartos.
Todos estos eventos que nos dejaron pasmados y sin poder creer lo que nuestros ojos veían tienen un perturbador elemento en común: llegamos a ellos a partir del voto de la mayoría, lo que sea que mayoría signifique en las trampas de la estadística.
¿Qué mensaje hay detrás de esos votos? ¿Qué mensaje colectivo entraña rechazar un acuerdo de paz, elegir a un narcisista violento (un Calígula posmoderno) como Presidente del país más influyente del mundo? Los alcances del triunfo de Trump son para temblar no sólo por él con su bravuconería y su desequilibrada personalidad, no sólo por el inmenso poder que un agresor declarado tendrá en sus manos; son para temblar por lo que desde ya confirman: el colectivo está enfermo y en crisis, no verlo sería una miopía imperdonable.
El problema, repetiré la obviedad, somos todos. Y por ello insisto, la democracia hoy evidencia signos patológicos; ¿qué hay detrás del voto del odio? ¿Será que el voto del odio es el voto del miedo? ¿Por qué tenemos tanto miedo unos de otros?
Nuestras acciones colectivas lo dicen a gritos una y otra vez. Ya sea en las jornadas electorales o en las manifestaciones digitales que desembocan en juicios donde todos, como mayoría abrumadora, damos nuestro “voto” para linchar a un personaje cada tanto, y a muchas personas muy seguido.
Y no quiero pensar que lo de Trump se reduce a la aceptación cínica de que a nuestra civilización le gustan los showman, los payasos, el entretenimiento. Me niego a pararme en la plataforma del cinismo. Me niego porque el cinismo es cómodo y la comodidad, ya se sabe, lo arruina todo.
Vuelvo a preguntarme sobre las elecciones, sobre este sistema que se supone es la manifestación máxima de nuestra evolución y me desespero porque no encuentro respuestas; pero siento escalofríos al pensar que, si el mundo depende de nuestros votos, vamos directo al caos. Para colmo, un caos institucionalizado y legalizado que avala tanto las decisiones destructivas como las constructivas.
Habrá que esperar a que la serpiente pase de engullirse la cola, a comerse el cuerpo y devorarse la cabeza… quizá no falta tanto, quizá entonces podamos replantearnos. O quizá mi pesimismo sea una exageración y mi ánimo está más espeso que nunca. Lo acepto.
Pero hablar de la frustración y el desencanto se antoja sano, necesario. Decir lo que sentimos además de lo que pensamos también es una forma de hacer sociedad, por más que ahora mismo me parezca tan jodida que me dan ganas de quitarle la coma al título de este texto y dejarlo así: Es la civilización idiota.
@AlmaDeliaMC
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