Puntos y Comas

ENTREVISTA | Hitler y las drogas: Un nuevo libro revela cómo el III Reich y los nazis se metían de todo

29/10/2016 - 12:02 am

¿Hasta qué punto Hitler es consciente de que necesita la droga para ser Hitler? Hablemos del Führer. Un nuevo libro lo presenta como un yonki de la jeringa. También de la cocaína, el Eukodal o el Vitamultin. Y presenta a los nazis como consumidores de metanfetamina. “[Hitler] Estaba obsesionado con la idea de ‘reposición inmediata’. En el momento que se sentía ligeramente enfermo le pedía al doctor Theodor Morrell que le restaurase de nuevo. Pero para él esto no iba de tomar drogas, sino de emplear las herramientas que Morell le proporcionaba para poder estar perfectamente haciendo su trabajo y funcionando como el Führer en todo momento”.

Por David Sarabia

Interior De Los Laboratorios Temmler En Berlín Foto Eldiarioes
Interior De Los Laboratorios Temmler En Berlín Foto Eldiarioes

Madrid, 29 de octubre (ElDiario.es/SinEmbargo).– No es el primer libro de Norman Ohler (Zweibrücken, 1970), pero sí es el primero basado en un hecho real. Nos recibe una mañana lluviosa de octubre en un lujoso hotel del centro de Madrid. Lleva puesta una camiseta en la que aparece un tubo de Pervitin, con las letras en grande del producto. «No llevo ninguna pastilla, pero sí esta camiseta», bromea.

El gran delirio: Hitler Drogas y el III Reich (Crítica) no habla de la Segunda Guerra Mundial. Tampoco habla de los millones de muertos, ni de las campañas que llevaron a cabo los aliados o los nazis. Ohler trata un proceso exógeno que empezó con la República de Weimar y terminó con el suicidio de Adolf Hitler en 1945. De cómo la floreciente industria química de la época y la permisividad colectiva cultivaron, lento pero constante, un clima de desenfreno y éxtasis que impregnó hasta a las más altas esferas del Reich.

Antes de llegar a la Wehrmacht, la metanfetamina se habrá diluido por la sociedad como un azucarillo en un café. Comercializada por la farmacéutica Temmler bajo el nombre de Pervitin, los obreros la tomarán para aguantar más en la obra, los abogados para rendir más en sus casos, las amas de casa para ser más eficientes y los doctores y representantes farmacéuticos harán campaña para extender la pervitina (nombre del compuesto químico) por todos los estratos sociales. También se comercializarán cajas de bombones con Pervitin para regalo.

La Alemania de los años 30 alzó a un dictador en el poder y, por momentos, hizo de la metanfetamina su propio leitmotiv, como todos esos soldados que invadieron Polonia o Bélgica bajo el efecto de la droga. Hubo voces críticas, pero nunca nadie las tomó en serio hasta que no fue demasiado tarde. Y eso que Hitler nunca probó el Pervitin.

Muchas Drogas Foto Archivo
Muchas Drogas Foto Archivo

–Los ecos de la República de Weimar aún resuenan cuando Hitler llega al poder en enero de 1933. En el libro se presenta a una sociedad alemana completamente dependiente de la metanfetamina. ¿Cómo una sociedad habitualmente tan estricta, recta y compacta moralmente termina consumiendo drogas?

–Al principio no se dieron cuenta de que la metanfetamina era una droga. Era una medicación permitida, estaba igual de aceptada que tomarse un café, así que no había sentimiento de culpa ni ningún estigma al respecto.

–Choca el hecho de que los nazis hablen de «pureza de la raza» y de «eliminar cualquier veneno del cuerpo» y que luego sean los primeros en tomar Pervitin. ¿Se llegan a dar cuenta en algún momento de que lo único que hacen es contradecir sus principios?

–El líder de la Salud del Reich, Leonardo Conti, se dio cuenta muy temprano de que el Pervitin era una droga. Fue el primero en hacerlo. En marzo de 1940 dio una charla en la Unión de Doctores Nacionalsocialistas y dijo que grandes partes de la población se estaban haciendo adictas, que el Pervitin era una droga peligrosa y tenían que trabajar todos juntos, porque eso contradecía la ideología del nacionalsocialismo.

–Y efectivamente, un año y tres meses después se prohíbe. Pero es una falsa premisa porque la droga se continúa utilizando.

–El Pervitin se prohibió bajo la Ley del Opio del Reich, que no es vinculante para la Wehrmacht. Así que las fuerzas armadas en este momento ya están acostumbrada a la droga. En realidad, las medidas antiPervitin de Conti no son tan eficaces. Siempre está luchando en una batalla perdida.

–Llama la atención el caso del director del Instituto de Fisiología General y de Defensa, Otto F. Ranke, que, junto con Conti, es uno de los primeros que se percata de sus efectos nocivos. Sin embargo, en ningún momento deja de recomendar la droga.

–Ranke es un fenómeno muy peculiar porque él mismo aboga por el Pervitin, lo toma y habla en su diario de cómo lo consume cada vez que se siente deprimido, así que se hace adicto, perdiendo el foco. El problema se le va de las manos y se escapa de su control. Pero no es algo raro: pasa en todo el sistema, el Pervitin se descontrola. Y él quiere detener el uso, pero a la vez también quiere seguir tomando metanfetamina. Al final mira hacia otro lado, centrándose en otras investigaciones.

No sé si siguió tomándola, pero ya no habla de ello oficialmente, se enfoca en otras cosas y deja de estar comprometido con el Pervitin a pesar de que es su responsabilidad, ya que fue él quien lo trajo a la Wehrmacht. Él mismo se zafa de su propia responsabilidad.

–Hablemos de Hitler. Le presenta como un yonki de la jeringa. También de la cocaína, el Eukodal o el Vitamultin. ¿Hasta qué punto Hitler es consciente de que necesita la droga para ser Hitler?

–Estaba obsesionado con la idea de «reposición inmediata». En el momento que se sentía ligeramente enfermo le pedía al doctor Theodor Morrell que le restaurase de nuevo. Pero para él esto no iba de tomar drogas, sino de emplear las herramientas que Morell le proporcionaba para poder estar perfectamente haciendo su trabajo y funcionando como el Führer en todo momento.

Estoy seguro de que nunca pensó: «Vamos a tomar más drogas hoy porque es más divertido luchar una guerra puesto». Hitler no es así.

–¿Cuándo se da cuenta?

–En 1945, bastante tarde, le dice a Morell: «Me has estado dando opiáceos todo este tiempo». Toma conciencia de lo que ha estado pasando. Sospecho que Goebbels habló con él porque en marzo de ese año, el ministro de Propaganda escribe en su diario que el suministro de los narcóticos por parte de Morell hacia Hitler no puede ser bueno. Y Goebbels, hacia el final de la guerra, observó todo desde muy cerca. Él también era un paciente de Morell, había recibido mucha morfina por su parte, así que sabía que el doctor no tenía muchas reticencias a la hora de suministrar drogas. Simplemente, sacó las conclusiones lógicas.

–¿Qué papel juega el doctor Morell en el III Reich?

–Nietzsche decía que una vez sale un libro, el escritor se debería callar la boca. Así que es muy difícil para mí hablar sobre la parte principal del libro. Podríamos decir que la relación entre Morell y Hitler se convirtió en simbiótica. Se hicieron los mejores amigos. Y, en cierto modo, Morell también era el ‘presidente’ de Hitler. No era un tipo militar ni tampoco era un nazi. Solo era un doctor que estaba de moda en Berlín.

Trataba enfermedades que no existían, dando a las actrices guapas alemanas inyecciones para que pudieran ser mejores en el escenario. Él era muy feo, tenía malos hábitos de comida y sudaba mucho, pero Hitler le amaba porque le suministraba todas estas drogas. Y a la vez, esa era la única manera que tenía Morell de agradar a la gente.

–Los primeros éxitos militares de la Wehrmacht en Polonia o más tarde en Bélgica y Francia van ligados al Pervitin. El enemigo les consideraba casi superhombres. Sin embargo, ¿qué concepción tiene el ejército de sí mismo?

–Desde luego no se ven como un grupo de gente puestos de droga. Pero también hay que entender que el Pervitin no era una droga ilegal en aquel momento. El ejército estaba liderado por generales prusianos que estaban trabajando de una manera muy racional y eficaz, así que siempre existía un conflicto con Hitler, que era de Austria, del sur.

Los generales siempre decían que Hitler era un idiota militar. Y él afirmaba que los generales del ejército eran todos unos cobardes, que ellos no sabían las cosas que él sí sabía, porque él tenía «la visión», y ellos estaban simplemente haciendo sus pequeñas campañas militares.

Siempre existió cierta tensión entre Hitler y los generales. Por eso no querían atacar Francia, porque pensaban que no podían derrotarles. Ni a Inglaterra. Los aliados eran mucho más fuertes tanto en munición como en hombres, pero Hitler sabía que iban a ganar, y en este caso acertó. Cosa que para él se convirtió en un problema más adelante: siempre pensaba que tenía razón, en este caso sí la tuvo.

–Quizá esta pregunta pueda sonar muy ingenua, pero ¿se usan actualmente drogas en las campañas militares?

–Hablé hace poco con un piloto de drones estadounidense y me dijo que antes de cada turno, le ofrecen una pastilla que se llama GoPill, y después de cada turno le ofrecen otra para bajar los efectos. Después de los ataques de París por el Estado Islámico,  encontraron captagon, una anfetamina, en las habitaciones de hotel de algunos de los atacantes. Podemos ver que en los conflictos actuales también se usa esta droga, solo que los nazis fueron los pioneros a la hora de utilizar una droga química.

–Más tarde vendrá la cocaína, el Eukodal, la cafeína y otras drogas, todas suministradas por Morell. La decadencia del III Reich va ligada en cierta parte a los estupefacientes. ¿Por qué esta forma de autodestrucción si saben que ya están perdiendo?

–Hubo muchos intentos de deshacerse de Morell hacia el final de la guerra. Heinrich Himmler empezó a sospechar mucho y comenzó a vigilarle. Había rumores de que el doctor era un agente secreto de una potencia extranjera. Himmler se dio cuenta de que el mismo Morell tomaba morfina, así que recopiló toda la información que pudo para iniciar un movimiento que le arrebatara sus poderes en algún momento. Incluso Martin Bormann, secretario de Hitler, intentó regular la medicación que Morell le daba al Führer de forma secreta.

Pero el doctor siempre fue capaz de sostenerse y era intocable porque Hitler no podía dejar de contar con él. Cuando Himmler y el resto llevaron a cabo la maniobra para deshacerse de Morell, él le estaba dando a Hitler mucho Eukodal, una droga muy «bonita». Hay quien me dijo que si tienes acceso al Eukodal no querrás dejar de utilizarlo nunca. Así que estaba bastante claro que Hitler se mantendría junto a su camello, porque tampoco tenía que pagar por nada. Era el paraíso para él.

Por otro lado, Hitler también comía cosas aburridas, no tenía ningún tipo de alegría en la vida, solo estas sensaciones que duraban horas. Así que el Eukodal era lo único que le proporcionaba placer. No tenía tampoco una mujer: Eva Braun estaba en el Berghof, lejos. La llamaba todas las noches a las 10 porque la quería, pero no era suficiente. Necesitaba también las drogas para tener algo de diversión.

–Leyendo su libro uno corre el «peligro» de llegar a empatizar de alguna forma con Hitler en lo referido a su personalidad o a su círculo más próximo: era una persona triste, solitaria, sin muchas diversiones. Solo vive por y para el Reich.

–Y las drogas. Creo que los historiadores no han mirado realmente el tema de las drogas porque puede ocurrir un problema: podrías llegar a empatizar con un personaje incorrecto. Y no quieres porque no es políticamente correcto empatizar con él. Es un monstruo, pero a la vez es un ser humano.

–¿Ganan los aliados gracias a la dependencia que tiene el III Reich por las drogas?

–Creo que habrían ganado igualmente porque la guerra que planteaba Alemania era irreal. Estaban mucho más débiles a nivel de recursos. Si se trata de legitimar un sistema cerrado de miras, fascista y brutal, es muy difícil que eso cale en la gente. No es lo que quieren los seres humanos. Pero sí creo que la guerra habría sido distinta sin las drogas.

–Para terminar, ¿qué concepción tiene usted de las drogas?

Las drogas son siempre un concepto. Me gusta la idea de la república de Weimar en la que las drogas aún no habían sido estigmatizadas, ya que la estigmatización y la prohibición no son lo correcto. Deberíamos vivir en una sociedad mucho más libre. La guerra contra las drogas debería finalizar, al igual que la guerra contra el terrorismo. Ambas están relacionadas y creo que las democracias occidentales tienen que, de una vez por todas, ponerse serias y responder de una manera más eficaz a los problemas urgentes del mundo.

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