Raymundo Rivapalacio, en su artículo del miércoles pasado (Declaración de Guerra en Sinaloa), señala que los sucesos violentos del viernes 30 septiembre en Culiacán representan una declaración de guerra del narcotráfico “a la última frontera de la seguridad nacional”, y que esos hechos lamentables llevan a poner sobre la mesa lo ocurrido en Colombia en los años 80.
Afirma que lo sucedido esa madrugada fatídica escala un escenario similar que llevó al Gobierno estadounidense a intervenir, a través del llamado Plan Colombia, y parar el “baño de sangre” que vivía ese país sudamericano.
Los hechos narrados, sin duda, son extremadamente violentos, sin embargo, no son una declaración de guerra, ni están dadas las condiciones para que el Gobierno estadounidense incremente su presencia en la lucha contra el narcotráfico en México. Aún cuando nuestro Gobierno “por ignorancia…está construyendo” un escenario que cada día nos deja a todos en una mayor indefensión.
Una declaración de guerra de una franja del crimen organizado contra el Estado mexicano sería un atrevimiento extremo y a sabiendas que se puede perder esa apuesta. El ataque más bien parece ser un pasaje más de la guerra que sostienen desde hace meses los cárteles Beltrán Leyva-Jalisco Nueva Generación con la franja del Cártel de Sinaloa que representan los hijos y un hermano de Joaquín El Chapo Guzmán.
Y este matiz no es menor. La franja del Cártel de Sinaloa, que encabeza Ismael "El Mayo" Zambada, ha sido muy cuidadosa para que no se le involucre en ese diferendo, aunque sin duda le afecta por el despliegue de efectivos del Ejército.
La prensa nacional e internacional ha dado cuenta de la guerra que existe en la zona serrana de Badiraguato y del desmantelamiento de la estructura del narcomenudeo en el estado, con especial énfasis y brutalidad en Mazatlán, donde los crímenes masivos están a la orden del día.
Ante esta escalada de violencia, el Sistema de Estatal de Seguridad Pública ha seguido la estrategia de “dejar que se maten entre ellos” y reducir al mínimo sus acciones de confrontación con los grupos que se disputan del territorio.
En esa lógica, resultaría mejor confrontarse con uno de esos grupos que hacerlo con dos igualmente violentos. Y el balance, hasta el viernes pasado, les era favorable. Las bajas estaban en otro lado.
¿Qué ocurrió la madrugada del viernes 30 de septiembre? Se habla del traslado de un delincuente herido desde la sierra de Badiraguato y ha sido confusa la información porque algunas autoridades dicen que es un sicario importante, mientras otros afirman que la identidad corresponde a la de Aureliano Guzmán.
Asimismo, es confusa la información acerca de qué cártel fue el brazo ejecutor, pues en un principio se manejó que la responsabilidad era de los miembros del cártel de Los Beltrán Leyva y días después se dijo que se sospechaba de los hijos de Joaquín "El Chapo" Guzmán.
En esta guerra entre cárteles que ha dejado decenas de muertos en los centros urbanos y un número incierto en los pueblos de la sierra, ¿qué lugar ocupa el ataque al convoy del Ejército? ¿Se trata de una declaración de guerra al Estado mexicano? ¿O simplemente estamos al final de este episodio que pretende dejar caliente la plaza del Cártel de Sinaloa?
La historia del narcotráfico ha dado cuenta de cómo se comportan los grupos criminales cuando pretenden expandir su presencia. El interesado entra y sale al territorio de su adversario dejando una estela de muerte. Y, entre más dirigido sea el ataque, mayor será el daño que le ocasione a la organización local. ¿Por qué pensar que en esta ocasión no fue así?
Hoy están en curso las investigaciones y los primeros sospechosos de brindar protección son la Policía Municipal de Badiraguato y Culiacán, pues se sospecha que dieron pitazo y que no alertaron de la caravana de vehículos desde donde se lanzó el ataque contra los miembros del Ejército.
Entonces, la hipótesis de Rivapalacio sobredimensiona los hechos. No hay manera de que un grupo criminal, incluso el más violento, se atreva a hacer una declaración de guerra a lo que él llama “la última frontera de la seguridad nacional”. La experiencia de Pablo Escobar la conocen ellos y saben que es temeraria una decisión de este tipo. ¿Y para qué, si está demostrado que pueden influir en candidaturas partidarias y al menos les benefician algunas decisiones políticas? ¿Acaso no están detrás de la violencia en las pasadas elecciones sinaloenses? ¿O acaso no les beneficia el diseño del Presupuesto de Egresos de la Federación para 2017?
Bien, lo señala Rivapalacio en otro de sus artículos (El enojo del General), cuando menciona que los recortes presupuestales para 2017 tendrán efectos inmediatos en la renovación de tecnología de punta. En esos recortes pareciera querer reducirse la capacidad de respuesta del Ejército ante los ataques del crimen organizado y eso tiene molestos a muchos en el cuerpo castrense.
O sea, el ataque a los militares en Culiacán tiene pilares explicativos más sólidos no en la insensata declaración de guerra o en una eventual intervención norteamericana, sino en la relación tensa entre el gobierno peñista y los generales que debe llevar a superarse.
Ahí está un discurso del General Salvador Cienfuegos, pronunciado a principios de noviembre de 2014 en Monterrey, donde afirmó sin cortapisas: ‘‘La indolencia, la insensibilidad, el silencio, la violencia desmedida y la complicidad, obstruyen y limitan la verdadera esencia de la justicia’’. Y cerró así: ‘‘el rumor, la intriga y la deslealtad corroen cimientos, mancillan convicciones, frenan el potencial que tiene el país y debilitan las instituciones’’.
Al tiempo.