Los ciclos históricos son hasta cierto punto profundos reacomodos de las estructuras sociales. Sin duda estamos en uno de esos periodos definitorios para el porvenir. Es relevante saber si la espiral será ascendente, o como a veces nos parece, descendente; la desigualdad y la violencia crecientes serían un signo de esta última percepción. Tal vez es mejor afirmar que estamos en un momento (pueden ser tres décadas) de inflexión sistémica.
La renovación verdadera asume la tradición, la reformula, e incluso se distancia de ella en la medida que logra absorber su presente ya sin la resistencia de su pasado. Nada surge de la noche a la mañana, todo se incuba, todo aquello que tiene consistencia y que no es expresión fugaz.
Sin duda uno de los principales actores sociales en ello, que hasta ahora ha estado ausente, son los jóvenes, los estudiantes que parecieran transitar absorbidos en la inmediatez de los medios electrónicos con que hoy en día cuentan; además de carecer de las utopías que los precedieron, y vivir entre un imaginario más cercano a las pesadillas.
No obstante, tarde o temprano expresarán el ritmo de la propia historia y aparecerán en el escenario público. Es difícil todavía predecir si lograran insertarse en las corrientes libertarias y comunitarias o solo expresarán un activismo nihilista o adherido a capas emocionales reactivas sin conexión con estructuras más profundas.
Ajenos a los partidos políticos, los jóvenes tienen potencialmente una libertad que les puede dar el arrojo necesario y la creatividad indispensable para convertirse en él aglutinador generacional que impulse las transformaciones postergadas de una democracia desvirtuada.
En este sentido lo que sucede en Morelos, es una señal esperanzadora y aún en ciernes, donde autoridades universitarias encabezadas por el mismo rector de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, quién junto con los estudiantes, el cuerpo académico y organizaciones sociales han decidido asumir responsabilidades que los gobiernos de todos los niveles abandonaron al igual que los partidos políticos:
La defensa de los derechos humanos, el respaldo a las víctimas de la tragedia de los desaparecidos en México, la solidaridad con los pueblos y comunidades de Morelos que son ignorados en los macro proyectos que los convierten en habitantes de un territorio que se enajena para alimentar la lógica febril de un capital insaciable, que desprecia en el fondo las palabras “democracia” y “comunidad”.
En ese quehacer desde la Universidad y sus disciplinas humanistas, las fosas de Tetelcingo, se han vuelto emblemáticas. En ese lugar la UAEM asumió un papel fundamental no sólo al acompañar a las víctimas, sino también, al recuperar una racionalidad mínima de trabajo y compromiso, que son un ejemplo para toda la Republica. Sus tareas son una respuesta para salir del círculo vicioso de impunidad y violencia, que cercena a la nación en sus propias reservas morales.
La UAEM logró que los expertos universitarios en la ciencia forense, junto con la PGR, las organizaciones sociales, las victimas, la propia fiscalía del Estado de Morelos, sumaran esfuerzos y saberes. En medio de ese proceso doloroso de exhumar cuerpos para devolverles la dignidad de su identidad aniquilada, nos ha enseñado un camino para encontrar a los desaparecidos.
¿Lo entenderá el Gobernador de Morelos?, ¿Será sensible a ello el Secretario de Educación Pública? ¿Comprenderá su dimensión para el estado mexicano el Secretario de Gobernación?, estos últimos tres actores políticos, están definiendo en el corto tiempo, la suerte de este enorme esfuerzo que puede ser un modelo a seguir en otras regiones que viven la misma experiencia.