Este devoto de la religión católica comenzó a acoger niños, mujeres encinta y madres de recién nacidos en 2001, poco después del alumbramiento del primero de sus dos hijos biológicos.
Nha Trang (Vietnam), 10 sep (EFE).- El vietnamita Tong Phuoc Phuc lleva 15 años acogiendo en su casa a bebés cuyas madres no pueden ocuparse de ellos y enterrando a miles de fetos abortados en dos cementerios que ha creado en la ciudad de Nha Trang, en el sur del país.
Phuc, de 53 años, se sienta en una silla en la sala de estar de su casa, rodeado de una quincena de niños que corretean alborotados y solo se calman cuando su padre adoptivo enciende el televisor y aparecen los dibujos animados.
Tienen entre 3 y 12 años y aunque no los concibió, los considera hijos suyos, ya que viven con él desde que nacieron.
«Llegué a tener 50 en casa, pero el Gobierno me dijo que eran demasiados y tuve que enviarlos a un orfanato gestionado por la Iglesia Católica y ahora tengo 18», explica a Efe.
«El Gobierno también me obligó a convertir la casa en un orfanato para poder registrar a los niños y escolarizarlos. Ahora tenemos cuatro mujeres trabajando con nosotros», añade.
Todos los niños le llaman padre en vietnamita y comparten todos, según su sexo, un nombre común: Vinh (honor) para los chicos y Tam (corazón) para las chicas.
«El segundo y el tercer nombre (los nombres vietnamitas siempre son compuestos) son el de sus madres y mi apellido», apunta.
Aunque recibe ayuda de su esposa y de sus cuatro empleadas, Phuc está muy pendiente de la educación de los pequeños y en especial de sus resultados escolares.
«Todos los años organizamos un viaje juntos a algún lugar de Vietnam, pero les digo que para venir tienen que sacar buenas notas», dice mientras muestra un taco con todos los expedientes académicos.
Este devoto de la religión católica comenzó a acoger niños, mujeres encinta y madres de recién nacidos en 2001, poco después del alumbramiento del primero de sus dos hijos biológicos.
«Cuando estaba en el hospital por el parto de mi esposa, una mujer abortó y me di cuenta de que era un gran problema en Vietnam. Pensé que tenía que hacer algo para evitarlo», indica.
Aunque muchos de sus vecinos le tacharon de loco por asumir una carga que no le correspondía, empezó a contactar con madres que querían abortar para convencerlas de lo contrario.
Además de buenas palabras y consejos éticos, Phuc les ofreció su casa y cuidar él mismo a los niños mientras sus madres no pudieran hacerlo por la razón que fuera.
«En su mayoría son estudiantes muy jóvenes, con tres o cuatro meses de embarazo que están asustadas de lo que dirán sus familias, de no tener dinero, de que el padre se haya ido «, explica.
Al principio acogió a cuatro mujeres embarazadas en su casa, pero se corrió la voz por la región y por todo el país y fueron llegando más mujeres y niños recién nacidos.
Después de los dos o tres primeros meses de vida de los niños, Phuc pide a las madres que decidan si vuelven a su lugar de origen, se quedan más tiempo en la casa con el niño o se van dejando al bebé con él.
Propietario de una pequeña explotación agrícola y antiguo contratista inmobiliario, obtiene los alimentos de su huerto y su pequeña granja, que también le proporciona algún ingreso.
«Lo más difícil es pagar por la leche en polvo de los bebés. Cuando recibimos donaciones suelo reservar el dinero para eso», comenta.
Además del cuidado de los niños y las embarazadas, Phuc está empeñado en que todos los fetos abortados en la región reciban sepultura.
Vietnam es el país asiático con mayor índice de interrupciones voluntarias del embarazo, con más de un millón al año, y Phuc casi todos los días recibe una llamada del hospital para avisarle de un nuevo caso.
Explica cómo limpia al feto con vino de arroz, lo introduce en una cajita y lo entierra bajo una lápida minúscula.
Calcula que en estos años han sepultado unos 14 mil en dos terrenos: un cementerio que creó al efecto y, en los últimos años, en una tierra adyacente a su granja.
Muchas de las lápidas, del tamaño de un azulejo, están adornadas con una flor de plástico, algunas llevan inscrito un nombre cristiano, otras solo «la fecha de nacimiento y de deceso» (la misma), mientras que unas pocas (las de niños que murieron al nacer) están decoradas con juguetes o biberones.
A pesar del gasto que le ha ocasionado la construcción del camposanto y la manutención de tantos niños y mujeres (ha perdido la cuenta de cuántos han pasado por su casa), Phuc se dice cansado pero feliz.
«Sigo el dictado de mi corazón», afirma.