Tomás Calvillo Unna
07/09/2016 - 12:00 am
Miércoles 31 de agosto
– Tenga confianza Motecuhzoma, que nada tema. Nosotros mucho lo amamos. Bien satisfecho está hoy nuestro corazón. Le vemos la cara, lo oímos. Hace mucho tiempo que deseábamos verlo…Ya vimos, ya llegamos a su casa en México; de este modo, pues, ya podrá oír nuestras palabras con toda calma. -Luego lo cogieron de la […]
– Tenga confianza Motecuhzoma, que nada tema. Nosotros mucho lo amamos. Bien satisfecho está hoy nuestro corazón. Le vemos la cara, lo oímos. Hace mucho tiempo que deseábamos verlo…Ya vimos, ya llegamos a su casa en México; de este modo, pues, ya podrá oír nuestras palabras con toda calma.
-Luego lo cogieron de la mano, con lo que lo fueron acompañando. Le dan palmadas al dorso, con que le manifiestan su cariño.
Palabras de Cortés en su primer encuentro con Moctezuma contenidas en el libro XII cap. XVI de la Historia General de las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún.
El muro para Trump significa el mar, el océano que separa las olas migratorias de los demás continentes. La migración mexicana y centroamericana, es un continuo que va y viene, un círculo constante, más bien una elipse de quienes durante siglos han caminado en su mismo territorio dilatado, son una densidad demográfica creciente que emerge como amenaza, como un alto riesgo; para quienes participan de una visión estrecha que tiene como eje el poder del blanco y advierten la pérdida de su preeminencia racial, económica y social a mediano y largo plazo.
En el temor a Trump, se proyectan también nuestras debilidades y se distorsiona el propio entramado institucional de los Estados Unidos que lo acota incluso en su imaginado ejercicio de la presidencia de su país.
El territorio compartido, su riqueza y complejidad, trasciende los deslices de las administraciones que se suceden en ambos lados de la frontera. Las medidas extremas que cualquiera de las dos naciones quiera tomar unilateralmente no tienen futuro alguno; estamos atados nos guste o no a compartir parte de un destino común.
Por todo ello sorprende la precipitación de la decisión que el Ejecutivo tomó en México, involucrándose innecesariamente de más en la dinámica del espectáculo obligado que son las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Su decisión solo evidenció la asimetría de una relación de poder político que quedó al desnudo al no contar con un mínimo de protocolo diplomático, como parte de una antigua disciplina que facilita las relaciones entre los países.
El vértigo de la cotidianidad, la simplificación temporal de los procesos económicos y políticos, el abuso de la interpretación mercantilista de los escenarios y sin duda un cierto autismo de clase y de ejercicio de gobierno, pueden explicar una decisión equivocadamente costosa para la representación de la autoridad dentro de nuestro propio país.
Más allá de justificadas y exacerbadas expresiones de rechazo, el miércoles 31 de agosto, la fecha del encuentro del Presidente Enrique Peña Nieto y el candidato republicano Donald Trump, se golpeó la línea de flotación de la conciencia nacional, lo que resta de ella.
Es decir sus efectos más negativos inmediatos no están ni en el orden económico ni político, sino en una dimensión simbólica que lo remite inevitablemente a la memoria colectiva; la del pasaje de Moctezuma recibiendo a Hernán Cortés así como la toma de los soldados norteamericanos de la ciudad de México en 1847, cuando encontraron un país débil debido a sus divisiones internas que les permitió izar la bandera de las barras y las estrellas en el Palacio Nacional.
Se puede señalar que no son comparables los eventos mencionados, que es una desproporción incluso hacerlo, pero los hechos cuando tocan fibras más profundas de la psique colectiva, tienen la capacidad de absorber esas diferencias y adquirir el nuevo sentido de las mismas trayendo al presente pasados hipotéticos y reales volviéndolos parte de una renovada historia.
La conciencia nacional deja de ser retórica y expresa un conjunto sutil pero contundente de valores y actitudes que se pueden manifestar e incluso desbordar a partir un acontecimiento que para algunos puede ser insignificante o menor. Octavio Paz escribió en su Laberinto de la Soledad que: «El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad».
Lo sucedido no es fácil asir en sus consecuencias a mediano y largo plazo, no obstante ya advierte que algo se ha roto, que un periodo de gobierno terminó, que la incertidumbre es ya un desafío a resolver, que la zona de confort disminuye cada hora que pasa.
¿Cómo se va a expresar todo ello?, depende de la manera en que la fuerza social del país se esté conformando en una etapa velocísima de construcciones de nuevas representaciones, que no dejan de estar enraizadas en un pasado que exige revividas inspiraciones para el propio presente. Una etapa donde la realidad virtual pretende apropiarse por completo del guión de las tareas y los azares de la propia vida de los ciudadanos.
Desde esta perspectiva los actores políticos aparecen, como personajes de una tragedia que se escribe con fechas precisas de un calendario no ajeno a su propio ritual laico; donde los pueblos como los ciudadanos ante los embates de la historia, tienen el ancla de su alma.
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