De poeta a poeta: Tres conferencias sobre José Emilio Pacheco enmarcan la tarea de Vicente Quirarte en El Colegio Nacional. “El joven poeta, entre la aventura y el orden”, “El poeta como cronista” y “El poeta en la prosa”, revivirán la figura siempre fascinante del autor de Batallas en el desierto.
Ciudad de México, 27 de agosto (SinEmbargo).- “Ser poeta y ser inteligente es una de las dualidades más difíciles. José Emilio Pacheco nació con ambas alas y si su obra tiene esa tensión esencial es porque su actividad primordial es la poesía”, escribe el poeta Vicente Quirarte, miembro del Colegio Nacional, donde el lunes inician las jornadas de homenaje al autor de Batallas en el desierto.
El lunes 29, efectivamente, se llevará a cabo la conferencia “El joven poeta, entre la aventura y el orden”. Las jornadas siguen el martes 30 con la charla titulada “El poeta como cronista” y el miércoles 31 es el turno de “El poeta en la prosa”.
“Nunca emociona a su poesía. Por eso nos emociona y enriquece. Si sus dos primeros libros lo muestran continuador de la gran tradición de la poesía como fiesta del intelecto, a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo da un giro radical. Sin abandonar su preocupación por lo mexicano, José Emilio mira la tierra, sus devastaciones, sus ruinas, pero también sus treguas y epifanías. Su poesía se convierte en un inventario del paso de los días, donde no cuenta el testimonio personal sino se privilegia la voz del poeta”, prosigue Quirarte.
“En sus libros de expresión cada vez más depurada, dentro de su difícil sencillez, brinda una constante lección del maestro, un permanente examen de la vista. José Emilio es un poeta de poemas, pero también de series que por su unidad integran momentos inolvidables de nuestra tradición: si la “Elegía del retorno” es el mejor poema extenso escrito sobre el terremoto de 1985, es porque en él la historia y la poesía se funden para construir un poema épico. Sus poemas dedicados a los animales alcanzan la categoría de grabados verbales por el vigor y la objetividad con que el poeta los burila. Una serie como “Circo denoche» es memorable porque en cada poema José Emilio combina, sin que se noten, la rabia y la ternura, la compasión y la objetividad.
En su obra ejemplar, José Emilio Pacheco eligió la humilde y difícil labor de recordar a sus hermanos de planeta la naturaleza de las cosas, la conciencia de navegar acompañados en “esta molécula de esplendor y miseria que llamamos la Tierra”, concluye el poeta nacido hace 62 años y quien como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de El Colegio Nacional considera la la labor poética exigente y rigurosa, pero sobre todo benéfica para la sociedad.
VICENTE QUIRARTE SOBRE JOSÉ EMILIO PACHECO
Desde ese beneficio de la palabra que tan bien cultivó José Emilio Pacheco (1939-2014), el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2011, especialista en la literatura del siglo XIX y del XX, estudioso de la historia de México y conocedor de héroes y poetas de quienes ha realizado antologías, entre los que se encuentran Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto y Francisco Zarco, se detiene ahora en la vida y obra del autor de El principio del placer y No me preguntes cómo pasa el tiempo, entre otros.
Serán tres conferencias en El Colegio Nacional que tienen a Quirarte ocupado en hacer lo que menos le gusta: dar entrevistas. Todo sea por José Emilio.
–¿Recuerda el primer poema de José Emilio Pacheco?
–Creo que todos nacimos con el poema “Alta traición”, que ha sido tan imitado y parafraseado por los jóvenes sobre todo en la época del Bicentenario. Eso pasa entre otras cosas porque José Emilio Pacheco nos hace sentir que escribimos sus poemas. Por eso es un autor clásico y por eso parece tan fácil. En la Universidad de Jerusalén, donde estuve dando clases, los alumnos me dijeron que el único autor de los que les había dado, el único que no les exigió diccionario fue el de José Emilio Pacheco. Eso podría parecer un insulto para un escritor, me parece en cambio una gran alabanza en su caso, porque él es el poeta de la difícil sencillez. Era un escritor además en constante renovación. El primer poema que leí fue, sí, “Alta traición”. Luego vinieron los libros El reposo del fuego y Los elementos de la noche, donde ya en los ’60 mostraba su voz clásica, un autor con todos sus recursos retóricos ya dominados. En el libro No me preguntes cómo pasa el tiempo, al cual le vamos a dedicar la segunda conferencia, tiene un cambio radical, se vuelve más coloquial, exteriorista y sin embargo como un hombre que observa la realidad desde fuera. Un libro que influyó de manera decisiva en mi generación, donde aparece el tema constante de la poesía de José Emilio: el paso del tiempo.
–En una tierra de grandes poetas como México, este estilo conversacional de José Emilio, ¿podría constituirse como un signo de modernidad?
–Bueno, el concepto de modernidad es difícil en México. Podríamos por ejemplo hablar de la modernidad de los ’20, pero pienso que la adopción del coloquialismo por parte de Pacheco obedece a la agitación juvenil de los ’60, a la necesidad de tomar una posición, la de hacer el amor y la revolución al mismo tiempo, como planteaba el París del ’68. Esta necesidad de manifestarse y de ser irreverente, un fenómeno común a todas las generaciones literarias, todos los jóvenes se rebelan en su momento. “A los 20 años ya somos todo aquello que nunca quisimos ser”, dice José Emilio Pacheco, aunque esa es una maldición que no se cumplió en su vida, pues siempre estuvo relacionado con su tiempo, nunca se dejó vencer por las modas, siempre fue un gran lector de los jóvenes…
–¿Fue a la poesía lo que José Agustín a la narrativa?
–Creo que con No me preguntes cómo pasa el tiempo él logra llegar esencialmente a los jóvenes, luego vino una etapa donde se volvió un tanto convencional, como llegó a decir su gran amigo Carlos Monsiváis, fue la época en que su poesía se tornó autocompasiva. Sin embargo, sus últimos libros son de una precisión, de una desolación, de una belleza, tan exigentes; tal el caso del poema “Nubes”, acaso uno de los más hermosos de la lengua en español. Un poema enteramente optimista de José Emilio. Era un hombre profundamente pesimista, pero sentía que todos los dolores del mundo eran los suyos y que era responsable de todos los dolores del mundo. En ese sentido, no parece haber sido un hombre infeliz, pues encontraba las alturas en la poesía y en este continuo vivir descubrió “esta molécula de esplendor y miseria que llamamos la Tierra”. Como todo artista tenía la conciencia de que el mundo está hecho de estas dos mitades, de oscuridad y de luz, de alba y de noche.
–Fue traductor de Eliot y de otros poetas extranjeros, pero parecía estar muy satisfecho de ser mexicano, de estar en México, de ser con México
–Él siempre quiso ser mexicano, por eso cuando tuve el privilegio de entrar a El Colegio Nacional hablé de José Emilio Pacheco y de Rubén Bonifaz como dos miembros trascendentes del universo escritural de México y una cosa de la que no me cabe la menor duda es que ambos honraron a México, siendo muy mexicanos y a la vez muy universales. Cuánto tiempo dedicó José Emilio a la traducción de T.S.Eliot, a los “Cuatro cuartetos”; todavía unos pocos días antes de su muerte, se publicó en la revista Letras Libres su última versión de esta obra.
–Un poeta muy distinto a él
–Sí y no. Un escritor encuentra en otro lo que siempre quise decir. En su recopilación de Tarde o temprano recoge los “Cuatro cuartetos”, donde dice “lo último que nos queda es el intento, lo demás no es asunto nuestro”. José Emilio nunca tiene la última palabra y lo que nos queda es seguir intentado.
–En ese intento permanente, en sus últimos días le dolía –creo- la transformación para mal de la Ciudad de México
–Siempre nos dolerá que José Emilio Pacheco no esté con nosotros; 74 años son pocos para una inteligencia como la suya, egoístamente hubiéramos querido tenerlo más con nosotros, pero también él se marchó cuando ya había consolidado desde muy joven una obra completa y perfecta. Lo que sucede es que él a los 26 años ya era José Emilio Pacheco, ya tenía esa visión tan madura, tan precisa, de lo que era la literatura.
–Ahora que estamos en una fiesta de la juventud, con mucho menos ruido los jóvenes de ayer fueron grandes en la primera juventud
–La conferencia de ingreso a El Colegio Nacional lleva por título “El laurel invisible”, una expresión de Carlos Pellicer con la que traté de encontrar en los textos y los autores de los que hablo, es cómo el concepto de juventud siempre ha existido, al menos desde el siglo XVIII. En estos días está por graduarse de doctor el alumno Anuar Jalife Jacobo, en el Colegio de San Luis, con una tesis sobre la juventud. El joven es el que siempre está en contra de las estructuras prefijadas, aun cuando en nuestros tiempos ha cambiado el concepto de longevidad. Un personaje como el arquitecto Teodoro González de León es a los 90 años de edad más joven que todos nosotros. Como dijo Joaquín Sabina refiriéndose a Joan Manuel Serrat: “yo de joven, quisiera ser como él”.
–Cuando venía para acá, pensaba en que usted todavía es muy joven
–No diga eso, me acuerdo de Ignacio Padilla, desaparecido a los 47 años, aunque nos queda por suerte una gran obra y la percepción de que en vida llegó a recibir todos los honores que merecía. Juan Villoro me decía que ingresar a El Colegio Nacional era como comprar un documento de longevidad, pero la verdad es que nadie tiene la vida comprada. Hay que vivir el día como si fuera el último, tal como lo dijo José Emilio Pacheco: “la página que estamos escribiendo es la última y puede ser también la primera”. Uno espera que la página que escribirá mañana tenga menos imperfecciones que la que escribió ayer. Sin embargo, eso es también una utopía, de pronto uno se encuentra con el joven que fue y ve esos escritos de la juventud, hechos con una irresponsabilidad y frescura que no tiene ahora. José Emilio Pacheco me dijo una vez: “Yo ya me canso”. Pablo Neruda decía “sucede que me canso de ser hombre”, uno se cansa pero también se vuelve más exigente con lo que hace.
–Es relativo el concepto de evolución en el arte
–Sí. Hay procesos creativos. En el libro El cuerpo de la obra, muy hermoso, muy iluminador, Didier Anzieu, habla de esos procesos artísticos que queman sus etapas a la primera, tal el caso de Rimbaud, de Mozart, seres que hacen toda su obra en la juventud, contrarrestados con los procesos artísticos que llevan toda una vida, como en Goethe, Neruda, el propio José Emilio Pacheco. Están Juan Rulfo y Alí Chumacero, escriben en su juventud y luego callan. Didier Anzieu asemeja ese proceso creativo de la juventud con el erotismo…
–¿Encontraremos en estas conferencias a hermanos poetas de José Emilio? Pienso mucho en Eugenio Montale, como otro poeta atado a la geografía, prendido a la tierra y al mismo tiempo con una voz interior tan potente
–Creo que en ese sentido se podrían hacer varias antologías de José Emilio Pacheco. Así como Jorge Esquinca hizo una antología con sus poemas de animales, ilustrados por Francisco Toledo, también se podría hacer una antología de los poemas sobre México como país y otra dedicada a la Ciudad de México. José Emilio Pacheco fue de los autores más fecundamente habló de su tierra natal. Esta ciudad cuya destrucción le dolía tanto; el hecho de que “Las ruinas de México” sea el mejor poema escrito sobre el terremoto del 85 es porque José Emilio tenía esta capacidad para darse cuenta del proceso de destrucción llevado a cabo por la naturaleza y también por los propios habitantes de la ciudad.
–¿Qué significa para un poeta hablar de otro poeta?
–Pues se trata de aprender constantemente de él. Todo mexicano lleva tatuado en el alma, como un segundo himno nacional, el poema “Alta traición”. Sin embargo, José Emilio dijo en una oportunidad haberle encontrado una falla, una rima interna, es decir, era un autor que siempre estaba revisándose. Por eso es un maestro del que aprendemos siempre, que nos lleva además a otros poetas. A sus traducciones, que llamaba “aproximaciones”, también las consideraba parte de su obra. Como un trabajo hacia los demás. Fue un autor que nunca se preocupó por la palabra obra, creía en el proceso de escritura y reescritura. Por eso es tan importante su poema “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”. No le gustaban las entrevistas, prefería la conversación solitaria en la página con el lector. “Escribo y eso es todo”, dice en ese poema.