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Pablo Emilio Doberti

21/08/2016 - 12:01 am

Planificación retroactiva

Siempre me llamó la atención el futuro perfecto. Ya lo quisiera -por un lado; ¡cuánto se nos moviliza con la sola idea de pensar en un futuro perfecto! Pero luego las cosas no son así. El futuro perfecto es también ese tiempo verbal inasible e intrínsecamente nostálgico: habrá sido; parece que se nos hubiera perdido […]

Atardecer
Hagamos Una Escuela Perfecta Solo Así Habremos Tenido Lo Que Tanto Deseamos Tener Foto Cuartoscuro

Siempre me llamó la atención el futuro perfecto. Ya lo quisiera -por un lado; ¡cuánto se nos moviliza con la sola idea de pensar en un futuro perfecto! Pero luego las cosas no son así. El futuro perfecto es también ese tiempo verbal inasible e intrínsecamente nostálgico: habrá sido; parece que se nos hubiera perdido algo que todavía no habíamos tenido. Es la acción pasada de una acción futura, fíjate tu. Y a eso, luego, lo llamamos “perfecto”…

Siempre me incomodó la idea de planificación. Me parece zonza y presumida a la vez; pretende hacer caber lo real en un apriori especulativo. Y después nos jactamos de eso. En educación abusamos insanamente de esta noción, la elevamos a ideal a cada rato; a tal punto que la creo completamente sintomática de nuestros miedos y nuestras inmensas limitaciones. Por eso nos jactamos –en el fondo-, porque sabemos que tapa una precariedad; por eso hacemos de ella tanta rimbombante cuestión y semejantes ceremoniales.

No aboco tampoco por la ausencia absoluta de toda planificación. La simple experiencia abierta no es la panacea a la que aspiro. “Que este año pase lo que tenga que pasar y los niños hagan y estudien lo que salga de esa espontaneidad que los envuelve”: no es eso. Quiero darle a la planificación un lugar mejor y una entidad mejor; que abra y cierre donde tenga que abrir y cerrar, y no al revés como nos tiene acostumbrados. Como aquella historia de Godard, que decían que decía que claro que él trabajaba con las nociones básicas del inicio, desarrollo y desenlace, solo que no siempre necesariamente en ese orden. Acá lo mismo. La planificación que me interesa es la planificación tardía, a destiempo.

La escuela debe vivir de cara a las experiencias abiertas; no puede dedicarse a reducirlas a lo que conoce. Eso lo sabemos y lo anhelamos y no lo hacemos. Cada vez que llega la crítica, justa y lapidaria crítica a lo que se hace en las escuelas, llega cargada de que en ella no hay libertad, no hay exploración, ni construcción de caminos, ni conexiones imprevistas, ni derroteros nuevos, creación y indagación. Y es verdad. No lidiamos bien con lo desconocido y abierto y por eso hacemos lo que hacemos. Es justo ahí que encajamos la planificación: como la instancia de reducción de lo real a un apriori. El control, en su máxima expresión. Queremos –siempre- saber lo que pasará; queremos –siempre también- que pase lo que planificamos. Así opera la escuela y hace grandes despliegues de producción y verificación de sus planificaciones; y se exalta y se pavonea; la máquina entera trabaja para este fin. Todo debe estar previsto apriori. El año escolar (con sus circunstancias, pliegues, historias, imprevistos y construcciones) es apenas una obviedad previsible, una consecuencia necesaria, si la escuela es debidamente profesional. Esa pesada escuela de las garantías que hemos construido.

Y lo que pasa es que –entonces- la experiencia se aplasta, la realidad se calca a sí misma, el tiempo parece congelarse, los rituales le ganan a las actividades y los estereotipos se imponen a las creaciones. Todo cabe en su molde y las redundancias aturden y abomban. Planificamos para reducir lo real a nuestros estereotipos de él. Disecamos; pasteurizamos; aseptizamos.

Lo mismo nos pasa muchas veces con nuestras vidas, y confundimos proyecto de vida con planificación de vida; y no es lo mismo. La vida planificada tiende a la planicie y a la inanición; el proyecto de vida nos empuja vitalmente a los desconocido. Planificar -en buena medida- es exactamente lo contrario de emprender. No es lo mismo querer reducir lo real a mi predefinición –que eso es planificar- que saber que yo construyo lo real –que eso es emprender. No es lo mismo reducirme a lo que puedo prever, que protagonizar. No se trata de traer lo real aquí, bien cortito, para que no se me escape, sino de volar con lo real. Proyecto es norte, horizonte; planificación es suelo, corto plazo. Una cosa es saber hacia dónde voy y otra –bien diferente- es pretender predefinir por dónde voy a ir.

Por eso propongo la noción de planificación retroactiva, o aposteriori; porque encierra –como el futuro perfecto- una paradoja que nos eleva. “Tuvimos la experiencia pero no su sentido –nos decía Eliot-; establecido el sentido, restablecemos la experiencia.” Todo siempre empieza abierto. No hay sentidos apriori ni antecedentes que nos reduzcan; todo puede pasar. Así debemos empezar siempre en la escuela, todos los años, todos los días, todas las asignaturas, a cada hora, en todos los grados y niveles. Con proyecto, sí, pero no con planificación; con un hacia dónde amplio y ambicioso, pero sin su por dónde. Y en la medida que lo real avanza y se va definiendo, entonces sí reconstruimos ese real y lo leemos con su sentido. Nos decimos “ahora entiendo por qué pasó lo que pasó”, que no es lo mismo que querer entender apriori lo que habrá de pasar. Voy, hago, y luego me vuelvo para entender lo que hice. Y con el sentido de lo que hice en mis manos, vuelvo al frente para volver a hacer. Una y otra vez; siempre en ese orden. Eso es la planificación retroactiva. La maestra planifica al final de año, no el año que entra, sino el que pasó. Digo “planifica” para mantener el juego verbal, pero en rigor se trata de darle sentido a lo que pasó; interpretarlo, darle una lectura significativa. El sentido es siempre tardío a la experiencia, porque si se lo pretende anticipo de ella, entonces estamos matando a la experiencia y sustituyéndola apenas por estereotipos. Esa es la escuela que tenemos hoy. Por eso sabe tanto de sí misma y es tan narcisista; porque conoce al dedillo sus estereotipos y tiene eficientemente proscrita la experiencia. Por eso es insoportablemente aburrida; por eso la indisciplina y la desatención se la están devorando cual cuervos a la carroña.

La realidad escolar habrá sido la que planifiquemos. Hay que tener futuro de verdad para poner un pasado útil dentro. Debo ser capaz de ir y volverme dentro de lo que aún no sucede. Si no voy hacia lo real en abierto no puedo alojar lo cerrado de la planificación en el proceso. Aunque no sepa por dónde voy, luego habré sabido por donde fui. Ese es el vaivén.

No te anticipes, querida maestra; ese no es tu tiempo verbal. No te creas que eres buena porque lo haces. No te jactes de reducir el futuro a tu planificación. Podríamos contar las cáscaras de experiencias truncas que dejas en las aulas cuando haces eso. Déjate ir y déjalos ir. Ve atrás; y cuida de dos cosas: de que el rumbo sea el que has establecido y de que todo el tiempo hagas lectura de sentido de lo que va pasando, apenas después de que ha pasado. Te necesitamos para eso. Veras –si, ¡veras!- cómo brotan las sorpresas, cómo todo te trasciende y te hace crecer; verás cómo se acaban cosas que parecían eternas y cómo llegan o vuelven cosas que parecía que habíamos perdido para siempre. ¡Veras! Verás cómo se te convoca para otras labores mejores.

Abstente. Pon tu energía en leer e interpretar y no en predecir y ponderar. Descansa en vacaciones y trabaja –piensa- durante el curso, y no al revés. Ah, por cierto, y dejemos de llamarlo curso y llamémoslo camino -por ejemplo-, que es mejor. Atrásate –epistemológicamente- con las planificaciones; llega siempre después. Sorpréndete y luego regrésate a entender. Demórate en entender.

Todo el tiempo puede pasar cualquier cosa, pero luego lo que ha pasado ya no es cualquier cosa. A eso le llamamos trabajar por proyectos, construir curriculum por mosaicos y esas cosas. Tu expertise no es predefinir lo real sino leerlo e interpretarlo retroactivamente. Somos analistas. Y recuerda que el futuro perfecto que todos deseamos está hecho de una materia etérea que no cabe en su definición y que, sin embargo, nos lo garantiza. Hagamos una escuela perfecta. Solo así habremos tenido lo que tanto deseamos tener.

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Pablo Emilio Doberti
Nací y me crié en Buenos Aires y llevo vividos mis últimos 13 años en Venezuela, México y Brasil, donde estoy hoy día. Me dedico a la educación y escribo por vocación. Lidero una organización llamada UNOi que integra 1000 escuelas en una red, entre México, Colombia y Brasil. Doy conferencias frecuentemente y publico de manera periódica en el Huffington Post de España y Brasil, en El Nacional de Venezuela, en Pijama & Surf y ahora en SinEmbargo. Abogo por una escuela nueva, porque la que tenemos no sirve.
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Nací y me crié en Buenos Aires y llevo vividos mis últimos 13 años en Venezuela, México y Brasil, donde estoy hoy día. Me dedico a la educación y escribo por vocación. Lidero una organización llamada UNOi que integra 1000 escuelas en una red, entre México, Colombia y Brasil. Doy conferencias frecuentemente y publico de manera periódica en el Huffington Post de España y Brasil, en El Nacional de Venezuela, en Pijama & Surf y ahora en SinEmbargo. Abogo por una escuela nueva, porque la que tenemos no sirve.
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