Se pregunta si es cierto que el amor, cuando es verdadero, no muere nunca.
Así escrito, así dicho, parece y es un frase de telenovela, de esas máximas a las que incluso nuestra magra inteligencia suele rebelarse con cierto cinismo cool, tan propio de nuestros tiempos.
Se lo pregunta por un sueño inesperado -como son todos los sueños- en el que un ex amigo cobró una presencia absoluta, redimiendo su figura en un territorio de felicidad y armonía, el mismo espacio, idéntico, donde habitaban la amistad, el acuerdo, la empatía.
En su sueño el ex amigo tendía la mano, hablaba de lo mucho que extrañaba sus charlas, de lo difícil que se le hacía dormir ahora que ya no eran los cuates de antaño, esos cómplices naturales que se prestaban los libros de poesía, se llamaban por teléfono en las madrugadas para confesarse miedos vergonzosos, ansiedades inoportunas.
Durante los días que siguieron al sueño, se fueron agolpando los recuerdos de su ex amigo.
En el Metro, en el bus, en el taxi, su sonrisa -más bien sus carcajadas- la tierna ironía que desplegamos con las personas de las que nos hacemos íntimos, las confesiones sin pudor de los defectos que nos empeñamos en disfrazar ante los desconocidos, todo el tesoro del cariño sincero fue exponiendo sus detalles en su memoria.
Fueron días dulces, nostálgicos, en los que la causa de la enemistad, ese abismo establecido recíprocamente por la imposibilidad de llegar a un acuerdo, se había diluido carente de fuerza y de propósito.
La entidad de su ex amigo se levantaba ante sus ojos y su corazón con una voluntad de vida irrefrenable, como si en medio de ellos no se hubiera plantado una encrucijada, una mirada torva, un insulto esbozado entre dientes.
No fueron pocas las ganas de llamar por teléfono a su ex amigo, sólo para saludarlo y certificar que de todos los elementos de un sueño poderoso, no había aparecido en el suyo la zona oscura donde todas las palabras enmudecen y todos los rostros se dan la vuelta en señal de disgusto.
Descubrió que si bien era cierta la distancia que impide regresar al abrazo inconmensurable y moroso, también era verdadera esa rémora onírica que te traslada al principio, al origen, del afecto.
Sintió con un vértigo incapaz de disimular que a aquellos que amas y amaste alguna vez, nunca dejarás de amarlos.
Y que el amor no muere nunca, después de todo. Se queda viviendo en los sueños para siempre, dándole una gracia serena y firme a tu viejo corazón.