Una entrevista con Roberto Shimizu, fundador del Museo del Juguete Antiguo Mexicano, nos transportó hasta el México del siglo pasado, un país en montaña rusa que sobrevivió sus propias guerras y vio pasar las ajenas. Que se las ingenió para superar las barreras y vio como sus propios gobernantes le ponían el pie. Que construyó su propia industria «pirata» y la vio caer con el Made in China. Todo eso, reflejado en sus juguetes, ¿qué dicen tus muñecos viejos de ti?
Ciudad de México, 31 de julio (SinEmbargo).– «Nunca dejes de jugar», se puede leer en la azotea del que era un edificio de departamentos en Dr. Olvera 15. Para llegar ahí, tienes que pasar tres pisos repletos de figuras, algunas minúsculas, otras de grandes dimensiones, todas ellas propiedad de Roberto Shimizu, un arquitecto mexicano de origen japonés que tuvo la fortuna de crecer entre una dulcería y una papelería propiedad de sus padres, que en épocas especiales se llenaba de juguetes. Por ello, desde sus 10 años comenzó a coleccionarlos y a aumentar su acervo con piezas recuperadas de tianguis y mercados de pulgas, hasta que se convirtieron en verdaderos objetos de culto, ahora exhibidos en el Museo del Juguete Antiguo Mexicano (Mujam).
“Yo creí que esto era sólo una colección de juguetes. Cuando abrí el museo, lo hice para que mis hijos se comprometieran a cuidar lo que yo había juntado a través de tantos años y no contemplaba ni captaba la magnitud de lo que era, pero al empezar a abrir cajas y a acomodarlos en la bodega de la tienda de mis papás, vi que no estaba hablando de una colección de juguetes, sino del reflejo de la vida nacional”, dice Roberto Shimizu en entrevista con SinEmbargo.
Y así es, entrar al Mujam es viajar al México del pasado, tan polvoso y caótico como el mismo país. En el que sus luchadores con rebabas y sus cocinitas de latón, son el reflejo de una nación con las puertas cerradas al mundo. De un lugar donde las familias no podían costear una televisión y tenían que conocer a sus ídolos a través de afiches e historietas. Un país con superhéroes con “chambritas” tejidas por la abuela y réplicas de un “Arturito” que prometía llevar a los pequeños al espacio.
MÉXICO DE JUGUETE
Roberto Shimizu, ahora de 70 años, paró de coleccionar hace un tiempo cuando se dio cuenta que la mercadotecnia convirtió los juguetes en una cuestión de consumo “apabullante”. Por ello, el acervo del Mujam va desde 1910 hasta la década de los setentas, un tramo de 60 años en el que se notan las transformaciones a socioeconómicas y políticas a nivel mundial y nacional.
El arquitecto cuenta a SinEmbargo que entre 1910 y 1920 fue cuando los juguetes se consideraron como un bien de consumo en México, un producto artesanal hecho de cartón, madera, lámina y tela que no estaba al alcance de todos. “No era como ahorita que llega uno a la calle y ahí hay baleros o trompos, en esos tiempos los juguetes artesanales eran caballitos, estufas, muebles, cosas para gente con más recursos”.
“[En esos tiempos] México vive unas condiciones especiales, que es lo que refleja la colección, era un país muy apacible y en todo el mundo los primeros juguetes reflejan un estado de nacionalismo, aunque México nunca tuvo esos deseos de expansión o de agredir a otros pueblos, había ese sentimiento nacional. Entonces los juguetes de esa época son los atuendos de soldados, de marinos, los caballos, los cascos, tambores. Era en todo el mundo, pero en México se veía en ese sentimiento salido del movimiento de Independencia y un malestar que ya se venía reflejando en la sociedad que deriva en la Revolución”, dice.
Posteriormente, y antes de la Primera Guerra Mundial, se vivió un tiempo de paz en el que las potencias buscaban expandirse, y eso se observó en los “juguetes para ricos”, “muy caros, muy bien hechos, muy artesanales, pero de mano de obra muy cara, como los grandes trenes, barcos, automóviles lujosos, y ese juguete no era para la sociedad común, era para la nobleza como se le dice, que de nobles no tienen nada. Las colecciones también se originan de demostrar ese poder económico, esa riqueza, esa cultura, esos viajes”, continúa.
En México es cuando se hacen los juguetes más emblemáticos con inspiración en la vida nacional, se fabrican carritos y camiones de redilas, por ejemplo. Se va quedando un poco atrás el militarismo y se mueve más hacia la vida diaria.
“En Alemania, Japón, Italia, y en casi todo el mundo, prácticamente se acaban los juguetes cuando empieza la Segunda Guerra Mundial, México sigue produciendo porque no estamos involucrados, y al acabar viene un boom tremendo –explica– el país pasa de una población de 25 millones a 40 o 50 millones, en un tiempo de 15-20 años, y el Gobierno tenía un deseo de hacer una manufactura nacional, entonces la industria juguetera llega a ser una de las cinco más productivas del mundo porque en todas partes ya había ese comercio, pero aquí se trataba de proteger a la industria local y los impuestos de importación eran muy altos, por eso esos juguetes de antes de la Guerra casi nunca llegaron a México, porque eran muy caros, no había aviones, se tenían que traer en los baúles de los vapores que regresaban de Europa, de familias acomodadas”.
LA TECNOLOGÍA Y LA CRISIS PERPÉTUA
La puedes amar u odiar, pero jamás podrás negar su influencia en tu vida: La televisión. Para la industria del juguete fue igual, con su llegada y popularidad se comenzaron a fabricar cientos de muñecos, “los de Walt Disney, de otras caricaturas, los del espacio, de Buck Rogers… que aún a la fecha, lo que no sale en la televisión, no se vende”, dice el entrevistado.
Otros avances tecnológicos como la máquina de vapor, los trenes, barcos, y posteriormente automóviles y aviones, también influyeron en la manera de jugar de los niños, o al menos de los más favorecidos.
Shimizu reflexiona: “En México, desde que yo tengo memoria, siempre hemos vivido en crisis. Ese juguete alemán llegaba pero en cantidades mínimas y todo el que se produjo en México fue un juguete ‘pirata’. Pero yo siempre he dicho que una niña en la sierra no podrá comprar jamás una Barbie de una tienda porque el precio es un abuso y comprará una Barbie ‘pirata’, que en sus tiempos valían ocho pesos la docena. Son dos mercados diferentes”.
NO TIENE LA CULPA EL CHINO…
El próximo gran paso en la industria juguetera nacional es la plastificación, que junto a la popularización de los personajes de TV, empezaron a abaratar los productos, por lo que muchos empresarios viajaron a Estados Unidos para comprar máquinas, moldes, resinas y pigmentos, y empezar a producir en territorio mexicano.
Cuando los impuestos por importación se redujeron, sucedió lo peor, pues había un país que producía todavía más barato que México. “Las clases dominantes sabían lo que iba a pasar, se iba a morir la manufactura mexicana, aun la casera de estos juguetes ‘piratas’, hasta con eso acabó el Made in China, que no tienen la culpa los chinos sino los gobiernos que no pensaron en eso. La globalización en México acabó con la manufactura, pero lo único que nosotros pusimos es una mano de obra barata y un mercado de 120 millones de consumidores”, dice.
Continúa: “Los grandes fabricantes de los 50, 60, 70 como Cipsa, Lily Ledi, Plastimarxs, Jugarama, todos desaparecieron. Dice uno ‘¿qué pasó con la manufactura mexicana?’ pues la mataron, los únicos que ganan son las clases dominantes y las grandes corporaciones. Y eso es lo que está pasando, para recuperar la manufactura mexicana en todos los campos, se requieren otros 50 años, pero todo empieza con un sueño, y ahorita ya ni sueños tenemos.
Y las artesanías también, aunque mucha gente se enoje, se murieron hace 40 o 50 años por las políticas oficiales […] se volvieron un mercado de lástima, de ayudar al pobrecito que está vendiéndolas”.
LA CULTURA DE LOS POBRES
Al cuestionar al director del Mujam sobre si tiene un juguete favorito, no duda en decir que sí.
“Por supuesto, los tradicionales, los que yo jugué. Siempre he dicho que mi juguete favorito es el patín del diablo porque con él recorríamos toda la ciudad, íbamos al Zócalo, descubríamos tiendas, tacos, paseábamos en palomilla. Eran tiempos muy felices”.
Este sentimiento fue también el que lo impulsó a coleccionar bajo la premisa de que guardaría “lo que lo hacía feliz”. “Y lo que buscaba el Museo, ya que lo abrí, era ser quizá el único recordatorio que hay en todo México de lo que fue la cultura popular”, cuenta.
«La dividen en la alta cultura y la que llaman ‘la cultura de los pobres’, el folklore […] y lo que busca el Museo es recordar que México era un gran país, que iba a ser un gran país y que ¿en qué momento nos extraviamos? Que se lo pregunten a la clase dominante. Una cosa es controlar al pueblo y otra es embrutecerlo», continúa.
«Es eso lo que este museo vale, porque conservó las cosas de la calle. Los mexicanos no estamos hechos de mármol, estamos hechos de barro –cita Shimizu–. La cultura se quiere ver sólo con letras mayúsculas y no, la cultura popular mexicana se hizo en las casas, en las vecindades, en las banquetas, en los pueblos. Ese es el Museo del Juguete, yo ya no le debería de llamar así, le debería de llamar “Museo de las chácharas de la vida diaria».
DE MUSEOS, NEGOCIO Y EMOCIONES
¿Es entonces este sitio, que parece más el cuarto de cachivaches de casa de tus abuelos, un museo? Su propio fundador nos explica porqué sí lo es.
“La palabra ‘museo’ está muy prostituida, hay unos que son centros de diversiones, hay los que presentan puras copias, hay museos que son franquicias como el Ripley o el de cera; hay otros como el del Tequila, que una cosa es la mexicanidad y otra cosa es que hagan un museo de degustaciones. Y entonces hay que hacer una catalogación de que es lo que hace un museo, que no es un lugar para ir a exhibir obra que no le dice nada a nadie, yo puedo llenar un museo de jarrones chinos que compré en Balderas y ponerles ‘Dinastía Ming’ y la gente se lo va a creer, pero eso no es un museo.
Los museos están ahorita presentando ropa de diseñador, muebles italianos, que no digo que estén feos, pero de eso a que estén en un museo, estamos chiflados.
Ahorita hay los que no tienen colecciones y viven de rentarlas, entonces lo único que se vuelven es un escaparate de arte de otras partes que es únicamente cuestión comercial. A los mexicanos, a la alta cultura, les sirve como una medallita de ‘ya lo vi’, pero al pueblo en general, que me perdonen, pero no le dicen nada.
Yo sí tengo un compromiso, sé que lo que junté con mi familia es un tesoro cultural de México y se tiene que quedar aquí y se tiene que compartir”, finaliza.