Pedro Tamayo Rosas inició como policía municipal y esa profesión lo acercó por primera vez al periodismo. Y no lo dejó hasta el día de su muerte. Documentó la existencia del rancho El Diamante, que Los Zetas usaban como casa de seguridad y en la que tenían secuestrados a migrantes; exhibió las primeras atrocidades de ese cártel contra las personas en tránsito y fue despedido. En enero pasado dijo a su esposa: «Déjame aquí, iré a ver una nota, regresas en un rato por mí». Huyó a Oaxaca, ante el temor de ser asesinado. Horas después fue localizado. Regresó a la entidad gobernada por Javier Duarte de Ochoa sólo para encontrar la muerte la noche de ayer, cuando trabajaba en su negocio, orillado a buscar otra fuente de ingresos ante las amenazas en su contra.
Por Ignacio Carvajal
Coatzacoalcos, Veracruz, (SinEmbargo/BlogExpediente).– 6:00 a.m. del 20 de junio de 2011: Suena el Nextel de Pedro Tamayo:
–Qué onda, ¿mataron a don Milo Vela (Miguel Ángel López Velasco) y a su familia?
–Sí, Pedro, en su casa, en la zona norte de la ciudad.
–…
–Aún están trabajando las autoridades en bajar sus cuerpos; acá estamos los compañeros en su casa.
–Qué gacho, carnal, conocí a ese señor, era a todo dar conmigo cuando colaboraba en Notiver. No puede ser, un abrazo a todos, acá estoy para lo que sea, mi solidaridad con ustedes.
4:00 a.m. del 26 de julio de 2011: Otra vez el Nextel parpadeando con el contacto de Pedro Tamayo en el display:
–¡Mataron a Yolandita, qué poca, hermano, no es posible, a dónde vamos a parar, les mando mi solidaridad, ya saben!, Yolanda era una mujer valiente, bragada, entrona para la policiaca, Dios la cuide.
Mayo del 2012: Otra vez Pedro Tamayo a la distancia desde Tierra Blanca:
–Supe lo de Mariachi (Gabriel Huge) y su sobrino (Guillermo Luna). Ese cabrón era a todísima madre, siempre estaba dispuesto a ayudar a uno aunque no te conociera. Ta’ cabrón, hay que cuidarnos, por favor, cuídense mucho y mi solidaridad con todos ustedes, el gremio de Veracruz, mucho apoyo moral desde Tierra Blanca.
Así era Pedro Tamayo Rosas, de 45 años, el último reportero asesinado en Veracruz, el número 17, esta vez en Tierra Blanca, en su domicilio de la colonia Centro, frente a su esposa e hijos. A Pedro Tamayo le llegó la muerte mientras ayudaba en su negocio de venta de comida.
El ataque se consumó a las 10:45 p.m. Afuera de la casa ubicada en avenida Cinco de Mayo.
Quienes fueron a matar a Pedro lo saludaron y pidieron comida para llevar.
“No traigan cartas; quieren cuatro hamburguesas de res”, alcanzó a gritar al de la cocina, y pocos segundos después se oyen dos disparos.
Algunos testigos hablan de once detonaciones, otros que más. En la plancha del forense de Tierra Blanca, consta en las primeras averiguaciones, sólo extrajeron dos balas calibre .9mm del cuerpo de Pedro Tamayo. Le deshicieron los pulmones.
***
Pedro no estudió periodismo. Joven, ingresó a la Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz (SSP) como policía raso.
Sin esperarlo, el 8 de diciembre de 1994 se estrenó como periodista, contó un miembro de la familia: Acompañó a los investigadores que daban seguimiento al caso de una mujer acusada de haber robado a un bebé.
“El caso sonó mucho en Tierra Blanca y en el estado porque no la encontraban, ni al bebé, y los padres estaban haciendo todo lo posible en medio del drama para encontrarlo, hasta que lo hicieron, se lo había llevado una lesbiana”, recuerdan.
El operativo para la detención de la mujer, que tiempo después recibió sentencia por la sustracción del bebé, atrajo a curiosos y periodistas al sitio en donde se ubicó a la infractora.
“La familia de la mujer se puso mal y no dejaron pasar a nadie, corrían a los reporteros”, relató la misma fuente, pero Pedro era vecino de la lesbiana y le tenían confianza. Un periodista, que también era director del diario La Crónica, lo notó, y le propuso: ‘oye, métete a hablar con la mujer, pregúntale porqué lo hizo, qué tenía pensado, si iba a vender al bebé o qué’, con una grabadora escondida entre el uniforme, Pedro ingresó y comenzó a entrevistar a la chica durante más de 30 minutos, le hizo una entrevista chingona”, rememora.
El director de ese diario, con la cinta en su poder, no cabía del asombro de la exclusiva en sus manos, pero más, por la forma en que ese policía raso había obtenido datos sobre las motivaciones psicológicas y esencialmente humanas de esa mujer para arriesgarse a robar un infante: quería sentir que era ser madre, y así salió la entrevista al día siguiente en el diario, firmada por Pedro Tamayo Rosas.
Motivado por esa publicación, Pedro Tamayo pidió trabajo en La Crónica, y también la oportunidad para aprender, y lo aceptaron. Hoy el director de ese diario ya es veterano y vive alejado de la prensa. Cuando comenzó la ola de asesinatos en el puerto de Veracruz, lanzó a un rincón la cámara fotográfica, la grabadora y la libreta, y después de descansar unos días, renunció a sus deberes de reportero e inició un negocio de venta de ropa de bazar en colonias populares.
En una borrachera con quien esto escribe, el viejo reportero compartió vivencias con Pedro Tamayo:
Le notó cualidades a ese oficial chaparrito, moreno, retacón, para sacar datos en el lugar de los hechos, reportarlos, y aún con la precariedad de su formación, escoger los más importantes y relegar lo menos trascendente.
Con dos semanas reporteando, el Delegado de la SSP, jefe de Pedro, lo mandó llamar y éste ya se esperaba el regaño del comandante. Pero no. Estaba feliz, con varios ejemplares de La Crónica en su escritorio. Palmeó la espalda de Pedro y le deseó suerte en su nuevo emprendimiento, su trabajo como oficial, si deseaba, lo podía conservar mientras aprendía periodismo. Hasta una motocicleta le obsequió para facilitarle su labor.
Tamayo Rosas abandonó la oficina de su jefe aún más convencido del próximo destino.
Pedro Tamayo Rosas fue lanzado a la calle con una camarita de rollo, una libretita y un lapicero para anotar datos de accidentes, homicidios, protestas y toda clase de eventos políticos en esa región de la Cuenca del Papaloapan, colindante con la frontera intangible con Oaxaca, una de las regiones más violentas del estado de Veracruz, donde el día a día se desarrolla entre cadáveres que aparecen de un lado y del otro. Si al muerto lo encuentran en el lado de Oaxaca, a unos metros de Tierra Blanca, entonces el reporte lo pasan a las autoridades de Veracruz y viceversa; pues casi siempre las víctimas son de Tierra Blanca o de Tres Valles. Los asesinos les arrancan el último privilegio de morir en su tierra.
Ese director, le enseñó a Tamayo redacción periodística, el relato, la narración, la descripción y la jerarquización de los datos, de cómo se le tenía que dar forma en la hoja en blanco frente a la máquina de escribir, abarcar todos los antecedentes, aún más si estaba implicado algún político o líder de la industria azucarera.
Los resultados de Tamayo en las calles ganando notas y fotos exclusivas, de inmediato se reflejaron en la circulación a la alza del diario, y claro, en la animadversión de algunos sectores políticos.
“Ya cuando estábamos bien chingones, que el diario La Crónica era la referencia en esa región, y en el Ayuntamiento se enojaron mucho con nosotros porque les sacábamos sus cosas chuecas. En un carnaval de Tierra Blanca, a los organizadores de la fiesta se les ocurrió darle mi nombre a un monigote de papel y cartón como representación del mal humor, y pues fui quemado en la plaza pública”, narra el veterano periodista.
Tamayo Rosas siempre contaba entre carcajadas esa anécdota, las autoridades de Tierra Blanca desquitaron todo su rencor contra el equipo de La Crónica, y a la figura incendiada la bautizaron como “El EvaCrónico.
“Siempre le dije a Pedro, que lo más importante en una nota, era la cabeza. Si no tienes la cabeza, no tienes nada. Debes saber cuál es la noticia, y eso se aprende en el lugar de los hechos, presenciando la noticia, corriendo para no perder nada y tomar las mejores fotos y oír la información directamente de los involucrados”, relató su antiguo jefe y amigo.
***
De la voz de Pedro Tamayo:
“Mira Nachito, el periodismo es lo más bonito que me ha pasado en la vida, sumado con mis dos hijos y mi esposa. Esto me ha dejado grandes satisfacciones te voy a contar lo que una vez me pasó. Estaba yo trabajando para La Crónica de Tierra Blanca, ya tiene rato eso, y se dio un accidente allá por El Amate [Sobre la carretera federal 145 La Tinaja – Tierra Blanca], era un coche bonito, creo que un Mustang se había volteado por una llanta reventada. En el coche venían dos personas, un gringo y su novia, ella murió y él quedó malherido. Sacamos la nota a una plana completa en el diario. Pasó el tiempo y de Estados Unidos me contactaron de un despacho de abogados, querían los negativos de mis fotografías y que rindiera testimonio para una Corte gringa, pues el dueño del coche había demandado a la empresa donde se fabricaron las llantas que fallaron, pues le habían dado una garantía y alegaban que sus defectos habían causado el accidente. Les dije que sí, me vinieron a ver, se llevaron el material, y al poco tiempo declaré. Instalaron una especie de sala de juicios en un salón de un lujoso hotel en Boca del Río, colindante con el World Trade Center y Plaza Américas, también fueron otras personas, peritos y autoridades que habían dado parte del accidente. Yo di mi testimonio y el caso se ganó. El dueño del coche recibió una indemnización millonaria y a mí me regaló unos centavos, que invertí en mejoras para mi casa”.
EN EL SANTUARIO ZETA
La fama de Tierra Blanca durante mucho tiempo la ubicó como origen de buenos jugadores de béisbol y además, terruño de los más eficientes y efectivos sicarios. Para matar a líderes cañeros, políticos locales, enemigos, para ajustar cuentas, los grupos criminales de la cuenca del Papaloapan han recurrido a pistoleros de Tierra Blanca. Eso hasta el arribo de Los Zetas y su estrategia aplastante para imponer el miedo.
Paso de «La Bestia», el ferrocarril empleado por los centroamericanos para ir del sureste del país a la frontera con Estados Unidos, Tierra Blanca se convirtió en una de las peores referencias para quienes vienen de Honduras, Guatemala y El Salvador porque allí Los Zetas implantaron el más sanguinario sistema para controlar la ruta migratoria.
Con el arranque de la guerra contra el narco lanzada por el ex Presidente Felipe Calderón, además de las balaceras y ejecuciones al por mayor en casi todo territorio mexicano, Los Zeta se fortalecieron con ingresos por el secuestro a granel de migrantes en Chiapas, Tabasco, Veracruz y Oaxaca.
Esta realidad comenzó a ser denunciada tras el encarcelamiento del padre Alejandro Solalinde, por la policía municipal de Ixtepec, Oaxaca, el 10 de enero de 2007, cuando intentaba rescatar, con otros extranjeros, a un grupo de migrantes secuestrados por Los Zetas. Los policías, infiltrados, lo evitaron para quedar bien con sus patrones, los criminales.
Es ese hecho, el que pone en la palestra nacional a ese cura rebelde con su discurso sobre los secuestros masivos de centroamericanos, las tablizas, las violaciones a mujeres y asesinatos y desapariciones a quienes no contaban con recursos para pagar, pero fue el periodista de Tierra Blanca, Pedro Tamayo, el primero en el país en tomar fotos, y documentar, una casa de seguridad de Los Zetas, el 17 de julio de 2008, en la colonia Hoja de Maíz.
El Ejército Mexicano dio con la casa de seguridad en la cual había unos 30 ciudadanos extranjeros recluidos. Se supo entones que la cuota por cabeza era de unos 500 dólares. En las fotos captadas por Pedro Tamayo de ese hecho, se retrataba el horror: vigilados por una gran imagen de la Santa Muerte, yacían amarrados con mecates, tapados los ojos, descalzos, desnudos unos, con glúteos destrozados a tablazos para obligarlos a entregar números telefónicos de quienes les esperaban en Estados Unidos para extorsionarlos, sino pagaban, les cortarían la cabeza, los harían pedazos y arrojarían sus restos a un tambo de metal para prenderles fuego o echarles ácido.
De cubrir accidentes, suicidios y ejecuciones, Pedro Tamayo tuvo que entrarle al tema de la migración, ya que Tierra Blanca, con la presencia de Los Zetas en todo el territorio, la volvieron un infierno. La documentación y emisión de estas noticias, los relatos de la crueldad expresados por sus víctimas en los pocos albergues en la ruta, motivaron visitas de delegaciones de organizaciones defensoras de los derechos humanos.
LA REGIÓN DE LA MUERTE
Alguna vez, quien esto escribe, escuchó de Pedro Tamayo relatos terribles sobre la violencia en la frontera entre Tierra Blanca y Veracruz, basta zona geográfica, de carreteras destrozadas, y amplias parcelas de cultivos de caña de azúcar.
“Desde que recuerdo, siempre se han matado entre ellos, parece que nunca se acaba el odio, matan y matan líderes cañeros y no se acaba”, contaba Pedro, quien reconoció que lo más efectivo para transitar esos caminos y brechas en la frontera Oaxaca–Veracruz, siempre sería una buena escopeta o pistola acomodada discretamente en el coche, lista para la defensa.
Nacido en Piedras Negras, municipio de Tlalixcoyan, Pedro Tamayo ingresó a la SSP de policía, sólo con la secundaria, de allí sacó la preparatoria, y con esfuerzos, había acabado hace poco la licenciatura en Derecho en la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV).
“Ya hasta andaba pensando en una maestría, tenía ganas de ejercer y ayudar a la gente luego con sus casos”, cuenta otro familiar, quien recuerda las horas robadas al sueño e invertidas por el periodista asesinado para estudiar y hacer tarea.
«¿Necesidad?, no la tenía. Sus hijos ya son grandes», señala la misma persona.
“Mi papá nos dio alimento, techo, vestido y carrera del periodismo, nos dio el mejor regalo, nos enseñó a trabajar”, relata uno de ellos.
Al demostrar su talento en La Crónica de Tierra Blanca, tras años en su redacción, Tamayo Rosas abortó ese proyecto por problemas internos y ante el fastidio con la línea editorial cercana al Gobierno priísta de Veracruz. Hoy ese diario aparece en la lista de proveedores reclamando adeudos por publicidad, como un pendiente de 976 mil pesos.
Después de La Crónica, pasó Pedro Tamayo al proyecto La Voz de Tierra Blanca, primero como reportero, después como director general. Pedro Tamayo era director, reportero, fotógrafo, voceador, repartidor, mandadero, chalán, lo que se ofreciera. Todo por un mismo sueldo. Todo por amor a la carrera y amplia fe en el proyecto.
Entre los “golpes informativos” asestados por Pedro Tamayo estando en ese diario, su cobertura de la aparición de varias fosas en el rancho El Diamante, en el municipio vecino de Tres Valles, de las cuales exhumaron a unas 35 víctimas en julio de 2014. Sólo estuvo diez minutos en ese campo de exterminio pero documentó fotográficamente los entierros clandestinos, los dormitorios empleados por los sicarios y espacios usualmente para violar a las víctimas mujeres delante de una imagen de la Santa Muerte como testigo.
Horas después de terminado el operativo, y que el Gobierno de Duarte se empeñó en ocultar, el periodista llegó a ese rancho con la ayuda de un amigo de Tres Valles, también reportero, quien a la distancia de dos kilómetros, con el terror en el rostro, señaló la entrada del rancho El Diamante, y sin despedirse, salió huyendo a toda prisa, pero Pedro tenía las fotos que comprobaban la matanza y daban cuenta de la existencia del lugar. La censura del duartismo había perdido una más.
“Al día siguiente, La Voz de Tierra Blanca se terminó y hasta hubo que mandar imprimir más ejemplares”, relató el familiar de Tamayo Rosas.
Pero extrañamente, cuando el diario iba bien, el dueño, Francisco Aguirre Vélez, lo cerró, despidió al director y a toda la plantilla laboral, pisoteando sus derechos, para montar un restaurante en el inmueble donde operaba el periódico.
“El jefe me dio las gracias, dice que le aconsejaron mejor poner un restaurante, que hizo un estudio, y a su dinero le convenía más eso”, relató Tamayo en alguna ocasión a la sazón de su despido.
Pero apenas quedó en la calle, por recomendaciones, el psicólogo Joaquín Rosas le dio una oportunidad en AlCalorPolitico como corresponsal para Tierra Blanca, y seguía como colaborador del diario El Piñero de la Cuenca.
La última noticia a la que dio cobertura en esa etapa, la desaparición de cinco jóvenes de Playa Vicente que después se supo los detuvo la SSP y entregó a una célula de la delincuencia organizada, para acabar con sus destinos en un rancho de Tlalixcoyan, El Limón, hecho que sacudió a todo Veracruz, y el mismo debió exiliarse el 25 de enero pasado ante intimidaciones en su propio domicilio, al cual arribaron supuestos trabajadores de Telmex en actitud sospechosa.ç
Tamayo Rosas no vio a esos sujetos. Supo de sus rondines por la mañana, mientras circulaba en la ciudad en compañía de su esposa. Olfateaba el peligro a la distancia:
–Déjame aquí, iré a ver una nota, regresas en un rato por mí –le dijo Pedro Tamayo a su mujer y le entregó las llaves del coche.
Él descendió en lugar de ir por la nota, tomó un taxi a la zona cañera, buscando la frontera con Oaxaca, se bajó, y caminó durante horas hasta dejar atrás a Tierra Blanca y a los sujetos sospechosos que hicieron preguntas extrañas y dejaron una amenaza velada.
La esposa recibió un mensaje del reportero: “Ya no regreses por mí, me fui a un lugar seguro. Tengo miedo. Al llegar, te aviso. Apagaré el teléfono”. Lo de la cobertura de la nota había sido un engaño para no exponer a su mujer si es que lo anduvieran siguiendo.
En medio de la nada, entre brechas, potreros, cruzando ríos, cerros y caminos sinuosos, siempre lejos de las carreteras, de madrugada, rumiando el miedo, llegó hasta Vicente Camalote, Oaxaca. Ante la falta de comunicación, la esposa ya había tramitado la denuncia por la desaparición y su caso era un escándalo en redes sociales. Sobre la mañana del día siguiente, se reportó. Estaba bien, y con un amigo. Elementos de la Policía resguardaron su salida de Oaxaca rumbo a la capital del estado, con su familia, al exilio.
El exilio se genera en el contexto de la detención de Francisco Navarrete Serna en Tierra Blanca, presunto jefe de plaza de la delincuencia organizada; Tamayo Rosas confirmó que antes de ser detenido, Navarrete Serna estaba en planes de relanzar La Voz de Tierra Blanca, había comprado el equipo, material y también contrató a la plantilla de trabajadores despedida originalmente, reinstalando al ahora finado en la dirección. A Navarrete lo detienen un fin de semana y el rotativo estaba programado para salir el lunes próximo, lo cual se vino abajo.
Al regresar del exilio, de unos tres meses, en familia iniciaron un negocio de venta de comida para sostenerse; económicamente quedaron golpeados por el tiempo sin trabajar.
“Tuvimos que vender lo poco que teníamos, y nos regresamos para trabajar. Pedro decía que no había hecho nada malo y no tenía porqué andar huyendo con su familia, por eso nos venimos”, relató su familiar.
EN LA LÍNEA DE FUEGO
Al llegar los atacantes a donde Tamayo, él acababa de entregar un pedido de hamburguesas. Estaba sentado en la calle, aunque se oyeron varias detonaciones, sólo dos disparos dieron en el cuerpo de Pedro. Las demás, presuntamente, efectuadas para intimidarlo, lanzadas al suelo. Agonizó unos 20 minutos, durante los cuales se despidió de sus seres queridos. Ese tiempo tardó en llegar la ambulancia aunque los hechos se dieron en el centro. La familia señala que los policías que llegaron a atender la alerta de disparos, dieron mal la dirección a la Cruz Roja.
La muerte del reportero número 17 caído durante el duartismo, a diferencia de otros, no estuvo acompañada por horas de angustia después de un “levantón”; tampoco hubo tortura, no lo hicieron pedazos, como a los cuatro fotoreporteros masacrados en Veracruz; no le decapitaron como a Yolanda Ordaz; no afectaron a su familia, como en el caso de Miguel Ángel López, masacrado con esposa e hijo; Pedro Tamayo murió como siempre vivió, en la Línea de Fuego.