Dicker no es Elena Ferrante (¿quién lo es?), pero no es un mal sucedáneo para el síndromede abstinencia que provoca la italiana. Compruébelo.
de México, 23 de julio (SinEmbargo).- Le tengo dos buenas noticias: si usted no ha leído la tetralogía de la escritora italiana Elena Ferrante (es un decir porque nadie conoce el verdadero nombre del autor o autora que firma como Ferrante) su porvenir contempla aún la posibilidad de una inmersión en un universo paralelo fascinante y adictivo.
No me detendré en la obra, que ha merecido la admiración unánime y amplias reseñas en muchos idiomas y publicaciones, incluyendo una firmada en este sitio por Mónica Maristain. (http://www.sinembargo.mx/02-07-2016/3060874). Sólo diré que cuando terminé las 1,600 páginas luego de dos semanas de lectura febril, padecí algo emparentado con la orfandad. Resulta difícil hacerse a la idea de abandonar para siempre la atmósfera en la que nos atrapa Ferrante adentro de su caótica y entrañable Nápoles.
Si por el contrario usted ya las leyó (La amiga estupenda, Un mal hombre, Las deudas del tiempo y La niña perdida, todas en editorial Lumen) y padece el síndrome de abandono, le tengo la otra buena noticia: aun le espera la última novela de Joël Dicker, el joven maravilla que a los 27 años conquistó el mundo con su aclamada La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara).
EL LIBRO DE LOS BALTIMORE
De hecho El Libro de los Baltimore (también en Alfaguara), es una pre cuela de su bestseller anterior. Joël Dicker recupera al personaje Marcus Goldman, el atribulado escritor, quien describe su infancia y adolescencia doradas como parte de un cuarteto de amigos que parecen bendecidos por la fortuna sin saber que en cada uno de ellos incuba la tragedia.
En cierto sentido parecería que el relato de la vida opulenta que llevan estos cuatro jóvenes constituye las antípodas del Nápoles miserable y sórdido que describe Ferrante. Pero es un contraste que pronto desaparece. Ambas obras están narradas en primera persona por un personaje escritor que intenta hacer novelas a fuerza de intentar explicarse la vida explicación a partir de la relación con sus amigos. La manera en que esta relación obsesiva lo destruye y lo reconstruye una y otra vez tiende un puente entre el mundo de Dicker y Ferrante.
Dicker no tiene la prosa aparentemente sencilla pero en realidad abismal de Ferrante (“quieres toda la vida a personas que nunca sabes realmente quiénes son”; “ella era superior a nosotros, así, sin proponérselo. Y eso resultaba insoportable”), pero es sumamente eficaz para inocularnos el misterio de la tragedia de los Baltimore y mantener el suspenso hasta la última página. A su manera es también un relato engañoso. En las primeras páginas parecería la crónica de la vida privilegiada y “ñoña” de unos jóvenes Gatsby, solo para dar paso a un relato meticuloso de las tinieblas siniestras e inexplicables que anidan en el corazón de los hombres.
Dicker no es Elena Ferrante (¿quién lo es?), pero no es un mal sucedáneo para el síndromede abstinencia que provoca la italiana. Compruébelo.