En el ritual un monje les hace preguntas como: «¿Padeces tuberculosis? ¿Eres epiléptico? ¿Eres un humano?», mientras ellos responden en un tono que parece más cantado que hablado. Deben aceptar 227 reglas están listos para pasar tres meses como monjes con la sola posesión de tres mudas de túnica, un cuenco para recoger las ofrendas de comida en sus salidas diarias y algunos enseres para su higiene.
Por Gaspar Ruiz-Canela
Bangkok, 21 julio (EFE).- Mientras muchos universitarios realizan viajes por el mundo tras terminar sus estudios, los tailandeses Abhisit Jiwwichai y Teeraporn Jeamphue han decidido ordenarse como monjes budistas durante tres meses tras licenciarse.
Según la tradición tailandesa, muchos varones cuando llegan a la veintena ingresan en un monasterio durante semanas o meses como una fase de transición a la edad adulta y para transmitir méritos a sus progenitores, sobre todo a las madres.
Por lo general, las mujeres no pueden ordenarse para mejorar su karma como los hombres.
Pasadas las seis y media de la mañana, Abhisit y Teeraporn llegan a Kaewpithak Jaroentham, un tranquilo templo en Bangkok, para iniciar los rituales en su transición de la vida secular a la disciplina monástica.
«Quiero ganar mérito y honrar a mi padre y a mi madre. Estaré en el templo durante tres meses», señala a Efe Abhisit, un recién licenciado de Informática de 21 años.
«En la primera parte nos convertimos en ‘nagas’ y escuchamos los rezos de los monjes, luego damos tres vueltas a la capilla para ordenarnos como monjes», explica antes de iniciar la ceremonia.
Los familiares empiezan a cortarles mechones de pelo, una costumbre que evoca cuando el príncipe Sidarta Gautama se cortó la cabellera antes de retirarse a meditar para convertirse en Buda, el Iluminado.
Un monje finaliza la tarea rasurándoles todo el cabello de la cabeza y las cejas, tras lo cual los unta con una pasta rojiza hecha con turmérico, una especia asiática, para desinfectar los pequeños cortes que puedan tener.
Primero se visten de blanco para convertirse en «nagas», que es el nombre de una serpiente mitológica venerada en entre los hinduistas y budistas.
Según un relato budista, un naga adoptó una vez apariencia humana y trató de ingresar en la orden monástica con Buda, quien al reconocerlo se lo impidió, pero con la promesa de que lo aceptaría cuando renaciera como humano en su siguiente vida.
La parte más festiva llega cuando los dos «nagas», bajo sendas sombrillas, encabezan una procesión al son de música tailandesa, bailes y gritos de júbilo de los acompañantes en torno a la capilla donde se encuentra la figura dorada de Buda.
Tras tirar pequeños amuletos y monedas a los asistentes, Abhisit y Teeraporn se someten a la última parte del ritual, ante un grupo de quince monjes, incluido el abad del templo, y se enfundan en sus túnicas color ocre.
«¿Padeces tuberculosis? ¿Eres epiléptico? ¿Eres un humano?», les va preguntando un monje, mientras ellos responden en un tono que parece más cantado que hablado.
Cuando aceptan seguir las 227 reglas del monacato, están listos para pasar tres meses como monjes con la sola posesión de tres mudas de túnica, un cuenco para recoger las ofrendas de comida en sus salidas diarias y algunos enseres para su higiene.
«Yo quiero limpiar mi mente, tener una mente pacífica, no lo hago tanto por la tradición de dar mérito a los padres», asegura Teeraporn, ya convertido en un bonzo.
«No creo que la vida de un monje sea dura. Es más duro ir al gimnasio», asegura el joven, quien tras los tres meses en el templo espera contraer matrimonio con su novia.
La ordenación de los dos tailandeses casi coincide con el inicio del Khao Phansa, también conocido como la «cuaresma budista», el periodo durante la época del monzón en el que los monjes se recluyen durante tres meses en sus templos.
En este tiempo, los recién ordenados monjes seguirán una estricta disciplina de meditación y estudio de la doctrina de Buda, el monje itinerante que hace 2 mil 500 años inició una corriente religiosa para enseñar cómo superar el sufrimiento y la ignorancia.
«Tanto los recién ordenados como los que llevan más tiempo madrugan a las cuatro de la mañana para rezar. A las seis salen a la calle a recibir las ofrendas (de comida). Se come dos veces, la primera vez a las ocho y la segunda alrededor de las once», explica Teerayut Chaiya, un monje de 37 años.
Según el religioso, el día se completa con tareas de limpieza, estudio de las escrituras budistas, meditación y rezos antes de volver a la cama temprano.