“Este programa tiene que desaparecer porque no es sustentable”, suelen decir desde hace años funcionarios, políticos e intelectuales a favor del adelgazamiento del estado. Y esa frase, en un país donde la burocracia llegó a tener magnitudes dinosáuricas, suele ser bien recibida por el público. Tanto así, que se convierte pronto en lema y acto de fe: todo proyecto, todo programa, toda secretaría debe de ser autosustentable.
Decir que algo sea autosustentable suena maravilloso, tanto por su dimensión económica (qué mejor que no gastar recursos a lo loco) como por su dimensión moral, pues la palabra misma rápido nos hace pensar en problemáticas ambientales y la necesidad de cuidar el planeta. No obstante, por supuesto, la dimensión ambiental normalmente no se aborda y nos quedemos sólo con la parte económica, el término goza de buena prensa y va acorde al espíritu de nuestro tiempo.
En los últimos meses este imperativo de autosustentabilidad se ha utilizado, entre otros asuntos, para discutir la pertinencia de programas y/o proyectos educativos y culturales tanto de la Secretaría de Educación Pública como de la Secretaría de Cultura. Se discute, por ejemplo, la pertinencia del Fondo Editorial Tierra Adentro desde esta óptica: ¿es autosustentable?, ¿quién compra los libros?, ¿quién los lee?, ¿se gasta más en editar, imprimir, distribuir y almacenar que lo que se recupera en ventas?, ¿qué impacto o repercusión social puede tener este fondo si sus publicaciones se venden poco?, etc…
Este tipo de planteamientos, repito, no es nuevo. Ya se ha criticado desde esta perspectiva la existencia de becas para creadores y jóvenes creadores, para estudios de grado y posgrado en México o en el extranjero en cualquier área académica -desde filosofía hasta ingeniería civil-, el mantenimiento de bibliotecas, del Fondo de Cultura Económica, de programas de lectura y “veranos en la ciencia”, del Sistema Nacional de Investigadores, de museos, de talleres artísticos, técnicos, artesanales o científicos, los apoyos a compañías de danza, de teatro, el mantenimiento de orquestas y filarmónicas, de la red del Instituto Cultural Mexicano en el extranjero, y un largo etcétera.
Tampoco es una discusión privativa de nuestro país y la podemos encontrar en buena parte del hemisferio occidental. Sus promotores dicen que los criterios de autosustentabilidad deberían de aplicarse a todos los ámbitos del estado. Pero, ¿es eso posible?
Tomemos por ejemplo un departamento o secretaría de vialidad y tránsito. ¿Cómo lo hacemos autosustentable? Es decir, ¿cómo logramos que financieramente siempre esté en números negros, dé el mejor servicio y no dependa de un flujo económico externo? El servicio incluye, por ejemplo, según la Secretaría de Movilidad de Jalisco:
“[…] generar una movilidad sustentable en armonía con sus características urbanas, con un profundo respeto a los usuarios de las vialidades y al medio ambiente, priorizando al peatón, ciclista, transporte público y transporte privado, desarrollando condiciones de seguridad, eficiencia, eficacia y economía para la sociedad jalisciense, con servidores públicos con espíritu de servicio, profesionales y comprometidos.” (http://semov.jalisco.gob.mx/acerca/que-hacemos ).
Un trabajal, ¿cierto? Algo para lo que se requieren muchísimos recursos. ¿Y cuáles son sus ingresos?: trámites de licencias, placas, cobro de multas por infracciones al reglamento, etc. Así, no cuesta trabajo imaginar qué rubros tienen que aumentar para tener más ingresos. En la práctica ya sabemos lo que sucede: aumentan las tarifas, las multas se vuelven desproporcionadas (más caras las más comunes, no las más graves) o incluso, dicen las malas lenguas, los oficiales de tránsito pudieran tener cuotas de multas por cumplir y terminarían inventando infracciones. ¿De verdad es esto deseable y necesario?
Veamos otra dependencia: la Secretaría de Relaciones Exteriores. ¿Cómo puede volverse autosustentable?, ¿cuáles son sus ingresos? En este caso se podría decir que la “autosustentabilidad” radicaría en la cantidad de acuerdos comerciales que facilite para los empresarios mexicanos. ¿Pero cómo podríamos medir eso? ¿Cómo se haría la prospección de negocios/autosustentabilidad para abrir una nueva delegación diplomática? Peor aún, si la balanza resulta negativa, ¿habría que cerrar embajadas y consulados?
Si bien aquí ya el argumento de la autosustentabilidad comienza a tornarse absurdo, piense en otras dos dependencias más: la Secretaría de la Defensa Nacional y la Secretaría de Marina. ¿Pueden ser autosustentables? Si usted está a favor de la autosustentabilidad, seguro ya estará pensando el contrargumento que dice que sí, que son autosustentables no por los ingresos que generan sino por las pérdidas económicas que previenen. Un argumento que también sirve para justificar la existencia de los departamentos de policía. Y tiene razón, ésa es una de sus razones de ser –aquí o en cualquier otro lugar del mundo-: la prevención. Sin embargo esa prevención, o los costos económicos que implicaría su no existencia, es un supuesto, una proyección a futuro de un escenario inexistente para la que no pueden existir indicadores cuantitativos certeros.
De hecho, la defensa suele ser meramente cualitativa: “Imagínate que no hubiera policías, cómo se garantizaría la seguridad pública”, “imagínate que no hubiera embajadas ni consulados mexicanos, México sería ajeno al concierto mundial”.
Pues bien, la razón de ser de los programas educativos y culturales en cualquiera de sus rubros –artes, ciencias y humanidades- es también cualitativa. Si no hay indicadores económicos certeros para evaluar un fondo editorial o un museo, pues muchos de los beneficios entrarán en el rubro de las “externalidades” o se verán a largo plazo, ese no es criterio para evaluar su pertinencia, igual que no lo es para evaluar la pertinencia de la Secretaría de la Defensa Nacional o la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Aplicar criterios economicistas a las funciones del estado es, como vemos, un desatino. Es momento de pasar la discusión a otro ámbito: a pensar qué país queremos en un futuro. ¿Queremos uno donde no haya bibliotecas porque no son “rentables”?, ¿uno donde no haya museos porque no son “sostenibles”?, ¿uno donde no haya becas para estudios de posgrado porque no son “redituables”?, etcétera.