Una minuciosa crónica aborda, a 30 años de la hazaña, el partido entre Argentina e Inglaterra en el Estadio Azteca durante el mundial de México en 1986. Aquel partido que inmortalizó «la mano de dios» de Maradona.
Por Ignacio Pereyra
Buenos Aires, 22 de junio (dpa) – Diego Maradona cimentó su leyenda el 22 de junio de 1986 con los dos goles extraordinarios -uno por lo ilegal, otro por su belleza- que le dieron el triunfo a Argentina sobre Inglaterra por 2-1 en los cuartos de final del Mundial de México. Tres décadas después sigue siendo, para muchos, el partido del siglo.
«Hasta entonces, Maradona aún era discutido y estaba a la altura de (Michel) Platini. Pero ese día, en el estadio Azteca, se convirtió en un semidiós y entró en la categoría de Pelé. Y ese partido pasó a ser parte de la galería de los más importantes de la historia», dice a la agencia dpa el periodista Andrés Burgo, autor de «El partido», libro de reciente publicación en Argentina y México (bajo el título «El partido (del siglo)»).
Se trata de una minuciosa crónica donde el autor repasa hasta el mínimo detalle del 22 de junio de 1986, ese día del que mañana se cumplirán 30 años. A lo largo de casi 300 páginas, el cronista va revelando los hilos de un partido que tuvo -sostiene Burgo- «de todo, literalmente».
«Hubo dos goles fuera de lo común y que nunca se volverían a repetir: uno con la mano, la famosa ‘Mano de Dios’, y otro que es una obra maestra. Pero hubo muchos más condimentos, desde la cercanía de la Guerra de Malvinas, de cuatro años antes, hasta miles de pequeñas historias», explica Burgo sobre el duelo que luego -tras los triunfos ante Bélgica y Alemania- daría lugar a la segunda y última Copa del Mundo que ganó Argentina.
Entre esas historias mínimas, por ejemplo, el autor revela las peripecias del cuerpo técnico argentino para obtener a horas del partido ante Inglaterra las camisetas azules: fueron compradas en una tienda de México DF y se terminaron de confeccionar de apuro, ya que no tenían números.
En México 1986, dicen los jugadores argentinos, Maradona pasó a ser sin discusión el líder espiritual y futbolístico del plantel. «Pero antes del Mundial se lo ponía en duda», recuerda Burgo, que investigó los entretelones que terminaron marginando a Daniel Passarella, que no jugó ni un minuto en México 1986.
«El defensor, campeón del Mundo en Argentina 1978, perdió la capitanía meses antes del Mundial y quedó postergado al punto de que no solo no jugó en México sino que terminó en una clínica viendo por televisión Argentina-Inglaterra», detalla el periodista.
El partido ante Inglaterra, como el resto del Mundial, incluyó una sucesión interminable de cábalas para la «albiceleste». Entre otras costumbres, el equipo tenía el ritual de comer hamburguesas con gaseosas antes de cada partido en un centro comercial donde debían repetir ciertos comportamientos con la intención de ayudar a la suerte.
«Las cábalas seguían hasta un minuto antes de jugar, incluso, hay jugadores que creen que tenían lugar en los partidos», dice Burgo, que cuenta que tras los masajes que recibían los jugadores en la previa del partido, en el vestuario debía sonar un teléfono público.
«Había un entrenador, (Carlos) Bilardo, en el que los jugadores confiaban pero también se preguntaban si no era demasiado apegado a la cábalas. Llegaron a creer que en los partidos hacía cambios por cábala», comenta Burgo, que en el libro repasa una cantidad interminable de hábitos que adquirió ese seleccionado.
«La selección era una cábala ambulante, pero no era solo Bilardo, los jugadores también las seguían a rajatabla», dice Burgo, que para el libro se basó en los testimonios directos de varios de los protagonistas -jugadores, entrenadores, médicos, masajistas, dirigentes e hinchas-. También recurrió a los archivos, desde la prensa hasta las biografías de los futbolistas, sobre todos de los ingleses.
El partido, disputado en el mítico Estadio Azteca, quedó en el recuerdo por los dos inolvidables goles que hizo Maradona. El primero con la mano izquierda, la famosa «Mano de Dios», y el segundo tras partir desde la mitad de campo y eludir a medio equipo inglés en el que es considerado uno de los mejores goles de la historia de los Mundiales.