Francisco Ortiz Pinchetti
10/06/2016 - 12:00 am
Un país viable
El PRI había sido derrotado en siete de los 12 los estados en los que el domingo 5 de junio se disputaron gubernaturas. Los ciudadanos había acudido a las urnas sin incidentes graves y los votos habían sido contados. Y lo más asombroso: todos los actores parecían aceptar los resultados, que los respectivos gobiernos estatales, y el federal, respetaron. La democracia, sin adjetivos.
Luego de una noche de pesadillas –víctima de la fiebre provocada por una inoportuna faringitis– en la que soñaba una y otra vez a todos los candidatos y a todos los dirigentes de todos los partidos en todas las entidades donde hubo votaciones que se proclamaban vencedores y blandían para probarlo sus encuestas de salida, amanecí con la sensación extraña de vivir en un país políticamente viable y democrático. Fueron necesarios un expreso doble y un par de madalenas de Bimbo para constatar que ya no eran alucines febriles las mías y empezar a asumir tamaña sorpresa.
El PRI había sido derrotado en siete de los 12 los estados en los que el domingo 5 de junio se disputaron gubernaturas. Los ciudadanos habían acudido a las urnas sin incidentes graves y los votos habían sido contados. Y lo más asombroso: todos los actores parecían aceptar los resultados, que los respectivos gobiernos estatales, y el federal, respetaron. La democracia, sin adjetivos.
A la obvia y previsible victoria panista en Puebla (donde se dio, no nos hagamos, una descarada elección de Estado), se sumaban casos como el de Tamaulipas, un estado copado por el crimen organizado y sumido en la violencia, o el de Aguascalientes, un oasis de serenidad y desarrollo económico en el centro del país gobernado por el PRI sin mayores sobresaltos.
Aunque la sorpresa mayor, por inesperada, habría sido el triunfo de la alianza PAN-PRD en Quintana Roo, el caso más emblemático –a pesar del candidato ganador– me parece que es el de Veracruz, por el significado histórico y la importancia política y electoral que esa entidad significa para el priismo y para el país, aunque se trate en realidad de la elección de una especie de gobernador interino, para sólo dos años. Y el más importante y sólido, por su profundidad y trascendencia, pienso que es el de Chihuahua, donde 30 años después del fraude electoral de 1986 Javier Corral Jurado, con el PAN y un movimiento ciudadano plural, obtuvo una victoria sin precedentes por su contundencia y claridad.
A reserva del análisis particular de cada elección, que vale la pena hacer, es absolutamente válida y justa por lo pronto la euforia de los dirigentes nacionales del PAN, encabezados por Ricardo Anaya Cortés, ante tales resultados. Hay que subrayar que si bien en tres de esas victorias el PAN fue en alianza con el PRD, en todos los casos los candidatos fueron panistas (por cierto, ex priistas los tres aspirantes aliancistas). Eso lo tuvo bien claro el dirigente perredista Agustín Basave Benítez, también ex priista, que al compartir el festejo victorioso con su colega blanquiazul presumió sus propios méritos al decir que el saldo es positivo para “un partido que hace siete meses estaba atravesando la peor crisis de su historia”. También fue interesante la mesurada aceptación de sus derrotas por parte del dirigente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, que aseguró que los priistas escucharán y atenderán “el mensaje de las urnas”.
Bueno, hasta Andrés Manuel se manifestó satisfecho con la jornada, en la que según sus cuentas Morena sumó a sus alforjas en esas 12 entidades otros 670 mil votos nuevos. Aunque fieles discípulos del Mesías de Macuspana sus candidatos en Veracruz y Zacatecas hayan ya amenazado con la impugnación de sus respectivas elecciones, la verdad es que el Peje asumió bien los resultados. Claro, sin dejar de minimizar los triunfos del PAN y del PRD con el argumento de que “todos son iguales, más de lo mismo” y que en México no existen más de dos partidos: Morena y todos los demás.
Y es que, además, el partido de López Obrador ganó holgadamente –aunque sin arrasar al PRD como se esperaba, hay que decirlo– la elección mocha de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México. Con una votación superior a 633 mil sufragios, Morena ganó en 10 de las 16 delegaciones, incluidas las tres que están en manos del PRI, la perredista Iztacalco y también en Miguel Hidalgo, que en 2015 ganó Xóchitl Gálvez con vestimenta azul. Y a punto estuvo de quedarse con Benito Juárez, el último, endeble bastión panista en la capital. Allí Morena quedó a sólo un punto porcentual (mil 99 votos para ser exactos) de alcanzar al PAN… y superarlo.
Por cierto, el victorioso partido del 5 de junio en siete entidades del país, sufrió en cambio en la CdMx, donde es rehén –y víctima– del cacicazgo corrupto de Jorge Romero Herrera, un descalabro histórico, al caer su votación por primera vez a niveles de un dígito. De eso no han hablado los panistas, todavía: el PAN obtuvo apenas 198 mil votos, lo que representa el 9.48 por ciento del total de sufragios emitidos. El detestable líder de Los Ocean debiera rendir cuentas al respecto.
En estas elucubraciones sobre la viabilidad de México como Nación estaba cuando SinEmbargo me devolvió de manera abrupta a otra realidad, con la publicación de un reporte del Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), según el cual entre diciembre de 1987 y abril del 2016 los mexicanos se han visto orillados a cuadriplicar las horas de trabajo para poder seguir comiendo, ya que la pérdida acumulada del poder adquisitivo del salario mínimo durante ese periodo fue de ¡79.11 por ciento!
De acuerdo con el estudio «México: más miseria y precarización del trabajo», el precio de la Canasta Alimenticia Recomendable (CAR) subió en ese lapso de 3.95 a 213.46 pesos diarios. “Esta situación se expresa en el deterioro de los niveles de vida de las familias mexicanas: los trabajadores tienen que laborar más tiempo para intentar nivelar su consumo, lo que los priva de descansar, convivir, educarse o ejercer actividades recreativas”, concluyen los investigadores de la UNAM. Además, advierten, el aumento del precio de la canasta se refleja en la contracción del consumo de productos básicos como leche, tortillas, pan, huevo y frijol. Para poder comer bien hoy un mexicano necesita trabajar 23 horas. ¿Es este un país viable? Válgame.
Twitter:@fopinchetti
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