Tomás Calvillo Unna
08/06/2016 - 12:00 am
¿2018?
El vacío electoral de la Ciudad de México, abona a la incertidumbre del 2018 y expresa la debilidad de la llamada Asamblea Constituyente.
El vacío electoral de la Ciudad de México, abona a la incertidumbre del 2018 y expresa la debilidad de la llamada Asamblea Constituyente. Queda en evidencia que una nueva Constitución debe ser consecuencia de un movimiento social amplio que busque nuevos cauces de organización institucional, a la vez que defina horizontes para una vasta comunidad. No es el caso que se ha vivido, más bien lo contrario.
Las recientes elecciones mostraron que aún sobrevive la maquinaria política de los partidos, no queda claro cómo se están reacomodando las organizaciones criminales en todo ello. Ciertamente en el mapa de la narco-política, la caída del PRI en Tamaulipas, Veracruz y Quintana Roo, algo dice.
Los excesos de violencia, corrupción e impunidad, parecieran ser castigados a través de las urnas; pero como esa vinculación es tierra pantanosa, es difícil de precisar realmente cuáles serán las nuevas reglas del juego en la relación del poder político con el crimen.
Otra lectura posible, más allá de las consabidas declaraciones triunfales de los ganadores, particularmente del PAN, como si el país hubiera entrado a una nueva etapa, y no estuviera más enredado en esa pesada carga de complicidades que ha debilitado la naturaleza misma de la democracia, es advertir que el mismo sistema electoral está al límite.
Sólo las emergencias de las sociedades regionales lo rescatan ante la imposibilidad de otras opciones, y a consecuencia de pensar que aún es posible detener el deterioro y la arbitrariedad a través del proceso electoral.
El país votó por el centro del espectro ideológico, y de una manera pragmática y decidida en aquellos lugares donde los excesos de los gobiernos se habían convertido en una plaga que afectaba la misma cotidianidad de los ciudadanos.
En el territorio de la República, las sociedades regionales se apuntan otra vez como los dínamos de posibles y necesarias transformaciones; el centro, la capital del país, aparece vacío de contenido; pero como sucedió al inicio de los ochenta, los cambios políticos vienen de fuera hasta alcanzar a la Ciudad de México.
Desde esta perspectiva pareciera que el escenario de una coalición nacional independiente es más que factible y necesaria, los partidos políticos no son los adversarios, el único enemigo que se tiene y no es menor, es la confusión.
Ojalá un análisis más profundo de lo que sucede más allá de los procesos electorales y de las insuficiencias de los partidos, evidencie el potencial ciudadano latente, de paz y contundencia, que requiere un lenguaje común que está ahí, dando vueltas, esperando concretarse.
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