Jorge Zepeda Patterson
22/05/2016 - 12:00 am
Peña Nieto se muda a La Condesa
Un hombre joven con alma de viejo, describió recientemente Enrique Krauze a Enrique Peña Nieto, y me parece una imagen perfecta de lo que ha sido el regreso de este PRI anquilosado aunque se presente con la cara lavada. Y es que pese a su porte juvenil, desde su llegada a Los Pinos hace cuatro […]
Un hombre joven con alma de viejo, describió recientemente Enrique Krauze a Enrique Peña Nieto, y me parece una imagen perfecta de lo que ha sido el regreso de este PRI anquilosado aunque se presente con la cara lavada. Y es que pese a su porte juvenil, desde su llegada a Los Pinos hace cuatro años, el Presidente se ha caracterizado por su apego a los cánones políticos y a las costumbres palaciegas acumuladas por su partido a lo largo de tantas décadas. Católico practicante, Peña Nieto es un fiel producto de la fracción que ha liderado por tanto tiempo a Toluca y su entorno.
Y no obstante en las últimas semanas el Presidente ha presentado dos iniciativas, una sobre drogas y otra sobre matrimonio entre homosexuales, que por su apertura no sólo parecen contradecir esta imagen conservadora, sino que están en franca oposición con las opiniones que sostenía hasta hace poco.
Hace algunas semanas sorprendió su pronunciamiento en la ONU a favor de una política de despenalización del consumo de drogas y una estrategia para abordar el problema como un tema de salud. Algo que en público y privado había rechazado una y otra vez.
Ahora provocó la molestia de los sectores conservadores del país, incluyendo al clero, al presentar su iniciativa para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Una idea que, desde luego, nunca estuvo en su agenda de trabajo y mucho menos formaba parte de su visión personal del mundo.
Da la impresión de que el Presidente súbitamente decidió despachar desde un café de moda en La Condesa, en lugar de su residencia de alfombras mullidas y maderas de caoba, escenario en los últimos años de múltiples eventos palaciegos destinados a auto celebrar su buena fortuna.
No, no es que Peña Nieto haya trasmutado súbitamente en un ser progresista o abandonado el corpus de normas y convenciones del grupo social al que pertenece. Lo que sucede, simplemente, es que a la hora de tener que elegir entre sus concepciones ideológicas o sus intereses políticos, prefiere los segundos. Puede ser un hombre conservador, pero antes es un hombre político.
De cara a las elecciones de este verano el PRI tenía que hacer algo. Nadar de «muertito» puede ser útil en determinados momentos, pero no cuando la indignación contra la corrupción y la violencia comienzan a convertirse en un resentimiento peligroso y generalizado y los niveles de aprobación se encuentran en caída libre. Y como es evidente que la élite política se siente maniatada para combatir a fondo la corrupción (porque sería la primera víctima) y más aún para resolver el problema crónico de la inseguridad, había que encontrar otras reivindicaciones capaces de sacudir la molicie y la imagen de parálisis.
La Presidencia decidió enarbolar estas banderas porque no tienen un costo político o económico tangible. Los sectores a los que incordia en general le son favorables y la molestia entre los círculos conservadores no pasará de convertirse en una protesta simbólica y discursiva. O por lo menos ese es el cálculo político que han hecho. En cambio puede ser un guiño a los electores urbanos jóvenes, de los que el PRI se encuentra distante. Lo más importante, se juzgó, fue que permitía al presidente tomar la iniciativa luego de tantos meses de estar agazapado ante los reveses económicos y los escándalos políticos.
Las intenciones pueden ser cuestionables, pero el resultado es bienvenido.
Históricamente la mayor parte de los cambios a favor de una sociedad más plural y tolerante no derivan de una graciosa concesión de las élites, sino del deseo de estas élites para sobrevivir y mantenerse vigentes cuando se sienten contra la pared.
Algunos han calificado estas medidas como un mero intento de manipulación o un equivalente a “dar atole con el dedo”. Pero al margen del propósito del Ejecutivo, lo cierto es que provocará una diferencia sustancial en la vida de muchas personas, y eso no puede ser ignorado. Son tibias e insuficientes, pero abren la posibilidad de que miles de hombres y mujeres dejen de ir a la cárcel por razones insustanciales y que muchas parejas de facto puedan tener protección legal y patrimonial, por decir lo menos.
En atención a los tantos beneficiados habría que ser prácticos y solidarios, y evitar el repudio, la descalificación o el boicot de estas iniciativas, lo cual no significa hacer caravanas al soberano (entendemos sus verdaderos motivos), sino acoger estas medidas, buscar expandirlas y asegurarnos de que no se queden en mera propaganda.
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