Francisco Ortiz Pinchetti
20/05/2016 - 12:03 am
Chihuahua (sin don Luis), 30 años después
Javier Corral Jurado estaba por cumplir los 20 años de edad cuando un despertar cívico sin precedentes cimbró desde sus entrañas al estado de Chihuahua.
A la memoria de Luis H. Álvarez
Javier Corral Jurado estaba por cumplir los 20 años de edad cuando un despertar cívico sin precedentes cimbró desde sus entrañas al estado de Chihuahua. Era entonces un estudiante que hacía sus pininos como periodista en Ciudad Juárez a la vez que iniciaba una participación política activa a través del Partido Acción Nacional, al que había ingresado cuatro años atrás. El joven panista, extraordinario orador desde entonces, era el animador y presentador de los participantes en los mítines de su partido a la vez que una suerte de jefe de prensa del partido.
Corría el año de 1986. Las elecciones estatales que se celebrarían el domingo 6 de julio de ese año significaban por primera vez en la historia de México la posibilidad de una alternancia en el poder, luego de 60 años de absoluta hegemonía priista. Tres años atrás, en 1983, el PAN había conquistado de manera sorprendente los principales municipios de la entidad norteña, la más grande del país, incluidos los de Chihuahua capital, Ciudad Juárez y Parral.
La postulación como candidato del PAN a la gubernatura del carismático Alcalde juarense Francisco Barrio Terrazas, detonó un movimiento ciudadano multitudinario que convertiría aquellos comicios en un parte aguas de la historia política de México. Las concentraciones populares, las marchas, los mítines fueron en aumento, al grado de preocupar seriamente no solo al partido oficial, entonces encabezado por Adolfo Lugo Verduzco, sino al gobierno del presidente Miguel de la Madrid Hurtado.
Pronto se vio que no era el PAN. No era tampoco Francisco Barrio. Ni la derecha «aliada a los más oscuros intereses antimexicanos», como querían algunos justificar el llamado “fraude patriótico”. Lo que puso al PRI en Chihuahua contra la pared fue su propio descrédito ante una ciudadanía que exigía lo único que el partido oficial no podía darle: respeto a su vocación democrática.
Me tocó cubrir como enviado de la revista Proceso aquel episodio. Durante tres, cuatro meses, desde los prolegómenos hasta la consumación del fraude electoral, hice semana a semana la crónica de una infamia, a la que nuestro semanario dedicó siete portadas consecutivas, una marca única en su historia.
El fraude electoral de 1986 en Chihuahua requirió de una cuidadosa y exhaustiva preparación, de la que se encargó personalmente desde su despacho en Bucareli Manuel Bartlett Díaz, el entonces secretario de Gobernación de la administración delamadridista y hoy senador demócrata y nacionalista por el PT, cercanísimo a Andrés Manuel López Obrador. Digamos que esa elección representó una síntesis de las pillerías urdidas durante décadas por el partido de la Revolución para conservar el poder.
Meses antes de los comicios, a finales de 1985, el gobierno y el PRI realizaron reformas legales para facilitar la manipulación del proceso. Se recurrió también al desaliento ciudadano y la adulteración del padrón. Y la jornada electoral fue la suma de los operativos fraudulentos, todos ellos documentados: relleno previo de ánforas, apertura de casillas antes de la hora legal, suplantación de representantes de la oposición, negativa de acreditación a todos los representantes del PSUM, marginación y expulsión de representantes del PAN, alteración de actas, provocación de incidentes, introducción masiva de boletas, votación múltiple de grupos (operación «carrusel»), violación del secreto de voto, intimidación e inducción de votantes, votación masiva de militares. Sólo faltó el robo de ánforas.
La resistencia pacífica ante ese atraco se prolongó semanas y semanas. El entonces Alcalde de Chihuahua, Luis H. Álvarez, fallecido el pasado miércoles 18 de mayo a los 96 años de edad, jugó un papel determinante. Tras de solicitar licencia a su cargo, inició en vísperas de la elección una huelga de hambre en el quisco del Parque Lerdo de la capital del estado, mientras en Ciudad Juárez hacían lo propio el empresario Francisco Villareal y el doctor Manuel Oropeza. Don Luis permaneció 41 días en ayuno.
A pesar del cerco informativo, el caso chihuahuense trascendió y provocó protestas y adhesiones muy significativas, como la célebre carta firmada por más de 20 intelectuales que pedían la anulación del proceso electoral dada la cantidad y gravedad de las irregularidades. Vinieron enormes manifestaciones, acciones de resistencia civil, plantones, bloqueos carreteros, tomas de puentes internacionales. A la denuncia y la protesta se sumaron todos los partidos políticos de oposición, la Iglesia Católica, organizaciones campesinas, los organismos empresariales. Nada detuvo al gobierno y su partido. El 1º de octubre, el priista Fernando Baeza Meléndez, el usurpador, tomó posesión como gobernador del estado rodeado el recinto de un impresionante cerco militar, mientras en la plaza pública más de 30 mil ciudadanos le expresaban su repudio.
A manera de colofón escribí que el anhelo democrático, personaje principal de esta historia, convirtió a Chihuahua en escenario de una contienda nacional decisiva, cuyo desenlace estaba bien lejos de ser conocido. La imposición del PRI no era el final, por supuesto. La oposición, que se unificó y se organizó como nunca antes para la resistencia, estuvo consciente de que apenas se vivía «el verdadero principio» de la lucha. “En Chihuahua lo insólito se volvió cotidiano”, resumí. “Muchas cosas ocurrieron aquí por primera vez en la historia reciente de México, Y por primera vez también, las cosas quedaron claras: los mexicanos se enfrentan a un gobierno incapaz de responder a un clamor tan simple y tan trascendente como es la demanda de democracia. La cerrazón total se opuso al último resquicio de confianza”.
Chihuahua 86 incidió sin duda en el controvertido proceso federal de 1988 (cuando se le “cayó” el sistema al propio Bartlett Díaz), en el triunfo del panista Ernesto Ruffo Appel en la elección de 1989 por la gubernatura de Baja California, primer triunfo opositor respetado y reconocido en siete décadas de historia priista, y en las elecciones chihuahuenses de 1992, cuando Francisco Barrio Terrazas llegó por fin al palacio de gobierno para una alternancia efímera. Es también un precedente de la victoria de Vicente Fox en el año 2000.
Treinta años después, Chihuahua está ante una nueva oportunidad. Y Javier Corral Jurado, ahora con 50 años de edad, se presenta como la figura central de esa nueva posibilidad. El panista ha mantenido la congruencia durante estas tres décadas en la que ha sido diputado local en su estado, dirigente estatal del PAN, dos veces diputado federal y dos veces senador de la República. En 2004 buscó sin éxito la gubernatura de su estado por primera vez, postulado por una coalición del PAN y el PRD.
Su candidatura por el PAN en este 2016 –avalada por el apoyo moral de Luis H. Álvarez, por supuesto—tuvo una plataforma plural a través de un Frente por la Unidad Democrática de Chihuahua –en el que se aglutinaron por cierto connotados personajes del 86, como el propio Barrio Terrazas, Jaime García Chávez, Lucha Castro, Víctor Quintana, entre otros. Su campaña, en la que enfrenta al candidato del PRI Enrique Serrano, ha estado enfocada básicamente a la denuncia del latrocinio cometido por el actual gobernador priista, César Duarte Jáquez, denunciado penalmente por enriquecimiento inexplicable, y a la necesidad de un cambio real que abra posibilidades democráticas a los chihuahuenses para alcanzar una vida mejor.
Corral Jurado, abogado de profesión, es ante todo un hombre honesto. Enraizada su ideología en los principios y doctrina de los fundadores de su partido, se ha diferenciado de los correligionarios suyos que sumidos en la corrupción han traicionado esos valores y que han llevado a su partido al descrédito. No es sin embargo un político dogmático. Por el contrario, ha estado cerca de las posturas y de los personajes que representan lo mejor de la izquierda mexicana. Se ha distinguido por su batalla legislativa en materia de telecomunicaciones particularmente contra los abusos del duopolio televisivo y a su empeño se debe en gran medida la prohibición a partidos y candidatos de comprar tiempo en los medios electrónicos para fines proselitistas, lo que significaba antes transferir miles de millones de pesos del erario público a las empresas televisoras. En alguna forma, es un heredero de la lucha de los chihuahuenses en 1986 y del legado de don Luis. Un heredero legítimo. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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