Tomás Calvillo Unna
11/05/2016 - 12:00 am
La agenda de hoy y del 2018
El País se ha vuelto ingobernable en muchas regiones, la fragmentación del estado y de las organizaciones criminales han expuesto a los ciudadanos a una violencia cotidiana; en algunos lugares se vive una silenciosa guerra intermitente. Ésta obligada reestructuración del poder tendrá como consecuencia a corto plazo más violencia.
La agenda nacional tendrá que profundizar en los temas de los derechos humanos, la violencia y la impunidad.
Las elecciones del 2018 van a obligar a los partidos políticos a replantear sus alianzas con el crimen; habrá distanciamientos, rupturas y reacomodos.
El País se ha vuelto ingobernable en muchas regiones, la fragmentación del estado y de las organizaciones criminales han expuesto a los ciudadanos a una violencia cotidiana; en algunos lugares se vive una silenciosa guerra intermitente.
Ésta obligada reestructuración del poder tendrá como consecuencia a corto plazo más violencia.
Los responsables políticos están ahí, unos guardan silencio, a otros no parece importarles en lo más mínimo el descrédito internacional alcanzado, y unos más, hasta ahora los menos, han comenzado a deslindarse de esa ruta equivocada elegida décadas atrás, que entrelazó a la clase política y económica del país con la espiral de violencia que los cárteles han provocado; el flujo de dinero constante para mantener un capitalismo salvaje, caótico y despiadadamente cruel.
Este tema no se podrá evadir y en torno a él se darán las próximas elecciones. Los costos serán altos sobre todo si se sigue pretendiendo ignorar donde está el problema. Los partidos políticos se han mostrado hasta ahora evasivos y cínicos frente a sus responsabilidades ante el deterioro de la seguridad cotidiana de los ciudadanos. Se habla de pactos para evitar que se infiltre el crimen, pero es vox populi, que el crimen ya está adentro.
Basta revisar a vuelo de pájaro el territorio nacional, y después detenerse y verlo con lupa localidad por localidad, y escuchar a la gente en las plazas públicas, en las escuelas y universidades, en las esquinas de las calles, para darnos cuenta que el enemigo no sólo vive en casa sino se ha convertido en uno mismo.
Habrá que preguntarse, ¿qué pasó en el ámbito de los municipios, que de haber sido la punta de lanza de la llamada transición democrática se convirtieron en el talón de Aquiles de la República? Tal vez, en todo ello tenga que ver la invasión de los espacios virtuales que han que han generado la constante expansión de una cultura del consumo y el exceso.
Es un proceso de meticulosa imposición de imágenes, guiones y música de fondo, que fomenta el machismo más siniestro, no ajeno a la tragedia de los feminicidios. Produce un desánimo social, e introduce el miedo en el día a día terminando por destrozar la convivencia social.
La sociedad drogada y alcoholizada, poco puede hacer en esas condiciones. Se ha creado una atmósfera no vital sino mortal, que asfixia la propia imaginación de cambio.
Ante ello los líderes políticos mantienen sus discursos de un país que ya no existe, arremeten contra fantasmas y evitan hablar del tema frente a la nación.
Los 43 estudiantes desparecidos no sólo son una evidencia de la desproporción del crimen fomentado por autoridades, fuerzas de seguridad y cárteles; su holocausto representa el de cientos de víctimas que deambulan entre los escombros de la justicia.
México tiene que hacer algo ante todo esto, y ello va a depender de la capacidad ciudadana, por debilitada que esté, y de una significativa dosis de sabiduría política de quienes tienen aún cierta conciencia y posibilidades de ejercer el arte de la política, no la basura de la complicidad y la fatalidad.
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