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Jorge Zepeda Patterson

08/05/2016 - 12:05 am

Hoy sí circula

La contaminación llegó para quedarse y es cosa seria. Más allá de las soluciones que intentan los políticos para salvar sus carreras, sabemos que tendremos que tomar decisiones difíciles, radicales quizá. Pero cualquier sacrificio sólo tiene sentido si sabemos exactamente por qué y para qué lo estamos haciendo. Algo que hoy no sucede.

La Contaminación Llegó Para Quedarse Y Es Cosa Seria Más Allá De Las Soluciones Que Intentan Los Políticos Para Salvar Sus Carreras Sabemos Que Tendremos Que Tomar Decisiones Difíciles Radicales Quizá Foto Cuartoscuro
La Contaminación Llegó Para Quedarse Y Es Cosa Seria Más Allá De Las Soluciones Que Intentan Los Políticos Para Salvar Sus Carreras Sabemos Que Tendremos Que Tomar Decisiones Difíciles Radicales Quizá Foto Cuartoscuro

Un amigo se siente tan perdido con las restricciones para los automovilistas en los planes de contingencia ambiental fase 1 y fase 2, que empieza a temer que en algún momento decreten el programa “Hoy Circula”. Es decir, una calcomanía o salvoconducto que permita al afortunado propietario saber qué día de la semana puede sacar el coche de su casa. Cuando lo escuché no pude menos que imaginarme una sociedad distópica (la Ciudad de México dentro de diez años) en la cual los ciudadanos vivan entre restricciones y se vuelquen sobre el pequeño y efímero oasis que ofrezca un permiso especial. A mi mente acudió la imagen de una película polaca de los años setenta, en la que una ama de casa contempla, con la cartilla de racionamiento en la mano, los anaqueles vacíos de una tienda.

Una imagen excesiva, lo sé. Pero en esencia no muy lejana de la sensación que la semana pasada me describió una mujer que intentó tomar el Metro pues su auto era víctima de la dichosa contingencia. Debió dejar pasar ocho trenes en la tumultuosa estación antes de animarse a entrar en uno de ellos, luego de juzgar que podría sobrevivir a su inminente empalamiento. Durante media hora observó la imposibilidad de hacer uso de su derecho al transporte público de la misma manera en que el ama de casa polaca esgrimió impotente su inútil cartilla de racionamiento.

El problema no es sólo que este tipo de imágenes se han vuelto una realidad, sino que podrían convertirse en costumbre. Peor aún, en costumbres agravadas. Más allá de la aspirina para intentar aliviar un síntoma, en realidad estamos haciendo muy poco para evitar que el futuro nos rebase. Entiendo que cuando el índice de contaminación ambiental supera los niveles tolerables, debemos hacer algo. Pero suspender días escolares y pedirle a la gente que no salga de sus casas (por que en la práctica es lo que se está buscando, toda vez que el transporte público es incapaz de responder a los automovilistas varados) son en la práctica soluciones últimas, un tanto cuanto apocalípticas. Supongo que el futuro ha llegado cuando comenzamos a normalizar situaciones que habríamos considerado absurdas hace algunos lustros.

Por lo demás, los expertos aún no se ponen de acuerdo sobre el impacto que resulta de parar 20 por ciento de los automóviles en un día de contingencia. Se dice que algunas personas simplemente recurren a un segundo vehículo y que los que sí circulan emprenden recorridos más largos, lo cual neutraliza parte del efecto. Más preocupante aún es el hecho de que el componente más importante de la contaminación tiene que ver con transportistas e industrias, o que las verdaderas razones de fondo tengan que ver con el cambio climático, la deforestación y la ausencia de planificación urbana. Es decir, factores que tienen muy poco de “contingentes”.

El diccionario de la Real Academia define “contingencia” como aquello que puede o no suceder; es decir algo aleatorio. Otros diccionarios resaltan además su carácter pernicioso; algo ante lo que se debe estar prevenido, un suceso que puede ocurrir, en especial si es problemático y se debe prever.

A estas alturas la contaminación ambiental no tiene nada de contingente. Es una certeza. Y más bien una certeza ominosa: podemos estar seguros de que va a empeorar, porque el calentamiento global no va a mejorar ni el número de autos, industrias y transportes va a descender en una metrópoli que sigue creciendo.

No se trata de repartir culpas ni buscar chivos expiatorios donde no los hay. Pero sí habría que evitar que las autoridades, en su desesperación para no pagar los platos rotos, recurran a medidas cada vez más draconianas en detrimento de la población, sin saber a ciencia cierta el impacto real que dichos programas puedan ejercer en el problema. Algunos políticos están convencidos de que imponer altas cuotas de sacrificio les otorga una imagen de asertividad y eficacia que resulta favorable a sus carreras.

Necesitamos más recursos económicos e institucionales para conocer cabalmente situación real. Se han hecho esfuerzos de monitoreo y análisis, pero evidentemente insuficientes. Y basta ver la diferencia de opiniones entre los expertos para constatarlo. No sólo se trata de información técnica y científica sobre la contaminación en el valle de México, sino también de carácter urbano y antropológico sobre el comportamiento de sus habitantes. La recolección masiva y digital de información de los traslados y las actitudes es imprescindible para poder dictar las medidas pertinentes y conocer sus alcances. Google o Uber saben más de la vida urbana de los capitalinos que las autoridades que buscan modificar sus hábitos.

La contaminación llegó para quedarse y es cosa seria. Más allá de las soluciones que intentan los políticos para salvar sus carreras, sabemos que tendremos que tomar decisiones difíciles, radicales quizá. Pero cualquier sacrificio sólo tiene sentido si sabemos exactamente por qué y para qué lo estamos haciendo. Algo que hoy no sucede.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.
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