Jorge Zepeda Patterson
03/04/2016 - 12:05 am
La maldición de los delfines
Desde hace treinta años ningún mandatario en México ha sido capaz de colocar en el trono a su elegido, lo cual dice mucho sobre el alicaído poder presidencial. Habría que remontarnos a José López Portillo y a Miguel de la Madrid, cinco sexenios atrás, para encontrar a los últimos de aquellos faraones dotados de la […]
Desde hace treinta años ningún mandatario en México ha sido capaz de colocar en el trono a su elegido, lo cual dice mucho sobre el alicaído poder presidencial.
Habría que remontarnos a José López Portillo y a Miguel de la Madrid, cinco sexenios atrás, para encontrar a los últimos de aquellos faraones dotados de la gracia divina para imponer a un sucesor (y supongo que la figura de faraón se me vino a la mente en el caso de Jolopo por la asociación con el imponente mausoleo a donde se retiró, conocida como la Colina del Perro). Miguel de la Madrid, incluso debió echar mano a la caída del sistema para instalar en Los Pinos a su delfín, Carlos Salinas. Después de eso lo que se ha caído es ese sistema de sucesión llamado dedazo.
A partir de ese momento, los candidatos elegidos por los mandatarios no sólo no llegaron a Palacio; tampoco a algún otro lado. Como si el favor del soberano los hubiese maldecido. El de Carlos Salinas, Luis Donaldo Coloso, terminó con el cerebro destrozado, como sabemos, aunque bien a bien ignoremos aún quién lo hizo. El de Ernesto Zedillo, Francisco Labastida, es menos recordado por su trayectoria que por el mote de lavestida, luego de su infortunada participación en el debate. El de Vicente Fox, Santiago Creel, debió refugiarse de nuevo en la abogacía y exiliarse de la política. Y, por último, el de Felipe Calderón, Ernesto Cordero, vive el sueño de los marginados como senador de la república.
Desde luego la incapacidad de un líder para asegurar alguna forma de continuismo tiene ventajas. En México permitió, entre otras cosas, la alternancia política y el refresco de las élites gobernantes. Algo que el país necesitaba luego de 70 años de una “estabilidad” que había agotado sus fórmulas.
Pero también es cierto que buena parte de las políticas públicas y la operación política han quedado afectadas por estos tramos cortos con rupturas continuas. Zedillo se volvió en contra de Salinas; Fox inauguró la alternancia pero apenas pudo gobernar, empeñado como estuvo en seguir siendo candidato; y Calderón, a pesar de ser también panista (o ese sí panista), hizo todo lo posible por distanciarse de su antecesor. En suma, dos cambios de partido gobernante, en 2000 y 2012; y cuando el partido en el poder pudo ganar, en 1994 con Zedillo y en 2006 con Calderón, los triunfadores hicieron todo lo posible por sacudirse quitarse de encima la sombra de su correligionario.
Enrique Peña Nieto no lo tendrá fácil en materia sucesoria. Muy probablemente el PRI llegará al 2018 como partido favorito, aunque habría que peguntarnos si lo hará con el candidato del presidente. Para colocar a su delfín, los de Atlacomulco tendrían que comenzar a proyectarlo desde ahora para darle visibilidad, para convertirlo en material presidenciable a los ojos de la opinión pública. Pero esa proyección, si no es cuidada, podría convertirse en el beso del diablo.
Por ahora la disputa se centra en algunos miembros del gabinete. Si bien hay varios gobernadores que suspiran por la candidatura, tendrían que abrirse de capa para obtener reconocimiento a escala nacional. Algo que puede ser contraproducente, como se ha visto en el caso del panista Rafael Moreno Valle y del perredista Graco Ramírez, de Puebla y Morelos, respectivamente. Ambos han sido cuestionados por un protagonismo nacional que redunda en descuido o desatención de sus tareas a favor de su entidad. Por otra parte, las posibilidades de Manlio Fabio Beltrones son prácticamente nulas. Cuando aceptó la presidencia del PRI, el experimentado político sabía que desempañaría un papel clave en la sucesión presidencial, pero en la estrategia y la operación, no en la boleta electoral.
Al encabezar el gabinete Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray (Gobernación y Hacienda) han sido considerados precandidatos naturales desde el inicio. A ellos se han sumado los ministros de Educación, Aurelio Nuño, y de Desarrollo Social, José Antonio Meade. A mitad del sexenio ambos fueron colocados en secretarías que les permiten adquirir notoriedad, recorrido territorial y amarres sociales y políticos.
Todo indica que Peña Nieto intenta ampliar sus opciones para que cuando tenga que inclinarse por un sucesor, a fines del próximo año, cuente con una carta con posibilidades de ganar. Un delfín capaz de romper con la maldición de las últimas décadas.
Desde luego, Morena y el PAN no son de palo y disputarán al PRI la elección final. La pregunta es si el presidente podrá al menos llegar a la boleta electoral con un candidato suyo. Fox y Calderón ni siquiera eso consiguieron.
@jorgezepedap
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