Benito Taibo
03/04/2016 - 12:00 am
Síndrome de Pol Pot.
Viendo lo que pasa todos los días en mi ciudad y en mi país, no puedo menos que pensar que estamos enfrentando un dramático Síndrome de Pol Pot. Muchos de los que aparecen por estas páginas no deben saber bien a bien a que me estoy refiriendo, pues cuando sucedieron los trágicos sucesos en los […]
Viendo lo que pasa todos los días en mi ciudad y en mi país, no puedo menos que pensar que estamos enfrentando un dramático Síndrome de Pol Pot.
Muchos de los que aparecen por estas páginas no deben saber bien a bien a que me estoy refiriendo, pues cuando sucedieron los trágicos sucesos en los que Cambodia (o Camboya) pasó a ser la Democrática Republica de Kampuchea en 1975 y se instaura el experimento «khmer», ni siquiera habían nacido.
Pues bien, Saloth Sar, conocido como Pol Pot, o para sus allegados «el camarada cero», líder de este movimiento de corte «comunista-mesiánico-agrario-anticolonialista» (como se le ha calificado estrambóticamente, quedándose muy corto, a la vista de los sucesos que siguieron), instaura durante cuatro años un régimen de absoluto y absurdo terror.
Con una población de más de siete millones de habitantes en Camboya, el genocidio sistemático y cruel de los «Jemeres rojos» (Khmer Rouge), elimina a casi millón y medio de personas. Se abandonan las grandes ciudades en éxodos masivos y controlados y se envía al campo (de trabajos forzados) a casi todos para ser “reeducados”.
Se prohíben los libros y músicas «occidentales» y se establece una suerte de comunismo primitivo bien vigilado por muy modernas armas.
Uno de los lemas preferidos de Pol Pot era «Destruir para construir».
Todo esto viene a cuento porqué estoy pensando que esta lógica de olvidar y enterrar el pasado para construir el futuro, se adapta (sin el genocidio, aunque se le parece en muchos sentidos, aunque sea de manera menos rápida, los miles de muertos y desaparecidos de los últimos años nos hablan de un paralelismo dramático) perfectamente a las muy mexicanas maneras de comenzar siempre todo de nuevo, aunque lo anterior ya esté hecho y sirva.
En cuanto algunos toman un puesto, inmediatamente el que lo precedió en el cargo pasa a ser, si bien le va, «sospechoso». Y se dan a la tarea de inventar desde cero, todo nuevamente, sin detenerse un segundo a ver sí algo, por poco que fuera, podría servir.
Así, pasan semanas, meses e incluso años en los que se perfecciona el sistema, se le da un barniz de eso que Don Daniel Cosío Villegas llamaba «el estilo personal de gobernar» y se adorna con un nuevo hito y relumbrón a la tarea por hacer. Se habla de la construcción de nuevos paradigmas, y siempre se les llena la boca con la palabreja que usan sin denuedo y sin acabar de saber bien a bien su significado.
Mientras esto sucede, los beneficiarios últimos (el pueblo de México) ven cómo se destruye para construir, polpotianamente, todos los días. Calles, canales, escuelas, carreteras, programas de gobierno que languidecen y acaban por marchitarse y desaparecer, mientras se prepara un nuevo y luminoso futuro que a la larga languidecerá y se marchitará exactamente igual que su predecesor.
Los viejos paradigmas se sustituyen por nuevos, a pesar de que les quedaba un kilometraje suficiente para seguir caminando.
¿No seremos nunca capaces de reconocer aciertos y no sólo errores?
¿Tomar lo mejor y continuarlo?
¿Pensar que los que vendrán después, también creerán que son, los que ejercen momentáneamente el poder, por lo menos sospechosos?
Y que luego, ellos se convertirán en los nuevos sospechosos en una espiral que no termina nunca.
No hemos aprendido nada. Y los políticos no han aprendido nada de nada.
Pol Pot estaría muy orgulloso de ver cómo su máxima de destruir para construir, una y otra vez, aplica en México, sin que nadie la detenga.
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