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Diego Petersen Farah

25/03/2016 - 12:00 am

La lotería del terror

El terrorismo es así. Su fuerza no es solo su capacidad destructiva sino la sorpresa. Nunca sabes por dónde va a llegar ni cuándo va a atacar. No hay lógica, no hay razón. Ninguna fecha es mejor que otra, ningún lugar u hora es el preferido. Se busca hacer el mayor daño posible, que sean […]

En esta imagen proporcionada por Daniela Schwarzer, humo alzándose desde el aeropuerto de Bruselas en Bruselas, Bélgica, después de que se oyeran dos explosiones. Foto: AP.
En esta imagen proporcionada por Daniela Schwarzer, humo alzándose desde el aeropuerto de Bruselas en Bruselas, Bélgica, después de que se oyeran dos explosiones. Foto: AP.

El terrorismo es así. Su fuerza no es solo su capacidad destructiva sino la sorpresa. Nunca sabes por dónde va a llegar ni cuándo va a atacar. No hay lógica, no hay razón. Ninguna fecha es mejor que otra, ningún lugar u hora es el preferido. Se busca hacer el mayor daño posible, que sean lugares públicos, que haya víctimas inocentes. Para ello no es necesario que el atentado sea mayor al anterior, lo importante es que genere miedo, que deje en la población la sensación de que en esta lotería del terror a cualquiera le puede tocar, en cualquier momento, en cualquier lugar.

Ayer fue Bruselas, el corazón político de la Unión Europea, antes fue Estados Unidos, en San Bernardino, un lugar desconocidos en las montañas de California. El año pasado le tocó a París, a un barrio aparentemente tranquilo, en un lugar lleno de jóvenes que nada tenían que ver con las políticas públicas del gobierno central. En 2006 fue la estación de Atocha, en Madrid y en 2001 las Torres Gemelas en Nueva York. No hay que buscar la lógica; no la tiene.

Contra el terrorismo no hay respuesta correcta. Atacar a los países donde surgen estos grupos no sirve para nada, excepto para cobrar una venganza cruel matando civiles inocentes, ojo por ojo; vida por vida. Solo sirve para alimentar el ego machista de los políticos y la ira de los terroristas, en una escalada interminable. La única salida es terminar con los motivos del odio, con las causas sociales que están detrás de que cada día más jóvenes musulmanes, la mayoría de ellos nacidos y educados en Europa, prefieran prepararse para morir en un ataque suicida que para participar en un sistema que los excluye y los violenta.

El odio no se gestó en un día ni en una década: son miles de años de historias, de ida y vuelta, siglos de colonialismo y segregación racial que no se resuelve con bombardeos o cierres de fronteras: la yihad está ya dentro de Europa y seguirá creciendo en la medida que la respuesta a la violencia sea más violenta. La única salida es la integración, políticas públicas que favorezcan, a largo plazo, el reconocimiento y la fusión de las dos culturas. Hoy los musulmanes en Europa no llegan a siete por ciento del total de la población, pero su crecimiento y su presencia social crece día a día.

A principios de siglo se debatió fuertemente en Francia sobre el uso de la burka (vestimenta para cubrir el rostro de las jóvenes musulmanas) en las escuelas. En aquel 2004 el Senado de la República mandó hacer un estudio, conocido posteriormente como informe Stasi por el senador que presidía la comisión, sobre las amenazas al Estado laico. Una de las conclusiones, no esperada y que nunca se operó, fue la de incluir en las escuelas no un clase de religión, pero sí una de religiones, en plural, para que los franceses, de diferentes credos, aprendieran a respetarse los unos a los otros. Esa pequeña recomendación que muchos consideraron un atetado al Estado laico, no solo sigue siendo válida sino que es cada día más urgente. Es quizá una de las pocas políticas que ayudará a terminar, algún día, con la lotería del terror.

 

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