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Francisco Ortiz Pinchetti

25/03/2016 - 12:00 am

En busca de Judas

Seguramente los niños no teníamos conciencia de que la quema de Judas, que llegó a ser una costumbre anual, correspondía en efecto a una tradición centenaria cuyos orígenes se perdían en los tiempos de la Colonia.

Seguramente los niños no teníamos conciencia de que la quema de Judas, que llegó a ser una costumbre anual, correspondía en efecto a una tradición centenaria cuyos orígenes se perdían en los tiempos de la Colonia. Foto: Cuartoscuro
Seguramente los niños no teníamos conciencia de que la quema de Judas, que llegó a ser una costumbre anual, correspondía en efecto a una tradición centenaria cuyos orígenes se perdían en los tiempos de la Colonia. Foto: Cuartoscuro

En alguna esquina de la colonia Cuauhtémoc, en Reforma tal vez, comprábamos el monigote de cartón de medio metro de alto. Tenía forma de diablo, de color rojo, y estaba acribillado por una docena de cohetes morados, unidos por una mecha común. Olía a cola de pegar, engrudo y pintura de aceite. Mi padre no perdonaba la tradición de quemar al Judas cada Sábado de Gloria, como entonces se llamaba al día previo al Domingo de Resurrección. Generalmente toda la familia participaba en la ceremonia, con la que invariablemente culminaba un día de campo por los rumbos de Texcoco o en los llanos de La Marquesa.En cuanto llegábamos al paraje escogido lo colgábamos de algún árbol y ahí permanecía hasta que acabáramos de comer.

Don José, que así se llamaba mi jefe, era el encargado de encender la mecha con su delicados ovalados sin filtro, para iniciar el tronadero en serie de los explosivos. La emoción duraba apenas unos segundos, claro; pero era intensa.Junto con las matracas y los carritos de palo del Domingo de Ramos, era lo que le daba sabor a nuestra Semana Santa.

Seguramente los niños no teníamos conciencia de que la quema de Judas, que llegó a ser una costumbre anual, correspondía en efecto a una tradición centenaria cuyos orígenes se perdían en los tiempos de la Colonia. Se dice que, al igual que el Nacimiento, las posadas o las piñatas, los frailes españoles, particularmente los franciscanos, usaban esos divertimentos como instrumento de catequesis. Aunque todavía se venden muñecos de cartón en algunos cruceros de la capital por estos días, la costumbre de “quemar judas” prácticamente se extinguió a raíz de la prohibición de vender y detonar cohetes.

Otra vertiente de la tradición adquirió un sesgo político, sin perder su espíritu festivo y vacilador. Fabricantes de grandes muñecos de cartón, como la familia Linares (que todavía tiene su taller a un lado del mercado Sonora, en la colonia Merced Balbuena), empezaron a hacer judas con figuras caricaturizadas de políticos. Los primeros que recuerdo son Miguel Alemán, Fernando Casas Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Ernesto P. Uruchurtu, Fidel Velázquez… Más recientemente, hasta la fecha, hay un personaje infaltable: el pelón Carlos Salinas de Gortari. También están por ahí Vicente Fox, la maestra Elba Esther, Martha Sahagún. Este año, me imagino, estará “El Chapo” Guzmán al lado de Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera. Cada Sábado Santo, frente a la casa de los Linares, supongo que con el debido permiso, se lleva a cabo todavía la quema de algún personaje de cartón de varios metros de altura, mientras los chamacos del barrio “bañan” a los transeúntes en cumplimiento de otra vieja tradición.

Para nosotros, Judas era la personificación del mal. De la traición. Del pecado. Quemarlo, o tronarlo, sin embargo, no tenía el sentido de un exorcismo ni mucho menos. Era pura diversión. Eso sí: el significado evangélico de esta celebración era la representación de Judas Iscariote, el discípulo que según los evangelios conocidos traicionó y entregó a Jesús a las autoridades, con lo que inició la pasión del Nazareno. Con ese Judas crecí. Entre mis más recónditos recuerdosestá la estremecedora escena de la película El mártir del Calvario, estelarizada por Enrique Rambal, en que Manolo Fábregas, en el papel del Iscariote, arroja arrepentido las 30 monedas de oro por las que vendió a Jesús y va en busca de un árbol para colgarse.Inolvidable.

Y ahora resulta que hay otra historia. En los años setenta del siglo pasado, al parecer un campesino, un buscador de tesoros, descubrió un códice que durante unos mil 700 años había permanecido oculto en el interior de una tumba o cueva a orillas del río Nilo y a las afueras de El Minya, en Egipto. Después de pasar por varias manos, el documento fue adquirido muchos años después por la National Geographic Society, que decidió estudiarlo, restaurarlo y difundirlo. Con el fin de garantizar su autenticidad se realizaron diversos análisis que incluyeron la paleografía, la datación por radiocarbono y el análisis de la tinta para su autentificación.

Un textoreciente de la célebre publicación explica que el códice contenía un fragmento del Evangelio de Judas, que se creía desaparecido, en el que la figura de nuestro personaje cobra una nueva dimensión. Resulta que fue el propio Jesús quien le pidió a Judas, su amigo y discípulo, que le entregara a las autoridades. Un especialista contratado por la empresa editorial no logró comprobar la autenticidad del códice, “pero sí pudo establecer que no se trataba de una falsificación”.

Si así ocurrió, nuestra entrañable tradición familiar se vería trastocada por completo. No tendría sentido la quema del monigote de cartóncomo una escenificación casera del supuesto suicidio de Judas, arrepentido por su traición. Por el contrario, el difamado discípulo habría sido el más leal amigo de Jesucristo, un mártir capaz de pasar a la historia como un delator infame con tal de cumplir las instrucciones de su maestro para que éste pudiera cumplir su destino, de acuerdo a las escrituras.

Habría entonces que buscar un nuevo Judas, un auténtico traidor. Se me ocurre que podríamos escoger a alguno de los ex priistas que hoy se ostentan como dirigentes de partidos de oposición o inclusive se postulan como radicales candidatos de institutos políticos o coaliciones para derrotar al corrupto y antidemocrático PRI. Hay de dónde, sin duda. Imagínense el tronadero. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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