Julieta Cardona
19/03/2016 - 12:01 am
Ella que no está
Me despierto a las cinco de la mañana en una cama que no es la de ella. En esta ciudad que tampoco es la de ella aunque viva acá.
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Me despierto a las cinco de la mañana en una cama que no es la de ella. En esta ciudad que tampoco es la de ella aunque viva acá. Una ciudad que tampoco es mía aunque acá nací. Pero este es el lugar en donde nos conocimos y es suficiente.
Llegué ayer a esta ciudad que ya me escupe. Tomé un taxi y me dirigí hacia donde ella. Siempre tomé cualquier medio de transporte para dirigirme hacia donde ella. Fue una ruta algo larga para este lugar tan pequeño, pero llegué al punto de encuentro que según Google Maps.
Al verme llegar se bajó del auto y, sin mirarme, me besó la mejilla y de inmediato metió mi maleta a la cajuela de su Toyota viejo en donde nunca hicimos el amor. Abrí conversación y le pregunté que adónde íbamos. Me sugirió un bar: –No sé, si tú te sientes cómoda en territorio neutro. No quise ir porque nunca fuimos ese tipo de personas que cuando estaban juntas salieran a algún bar. Más bien gastábamos nuestro tiempo en vernos. En serio: en vernos a los ojos largamente sin agonía y sin hartazgo. Entonces decidimos emprender camino a su casa.
Tendidas en su cama, boca arriba y sin tocarnos las manos, nos despedíamos. Borrábamos del techo todo cielo y hablábamos de nosotras en pasado. Ahora mismo intento recordar algo de la conversación. Algo. Pero no puedo porque el tiempo que ella habló –que, además, fue poco– yo iba sintiendo que no la tenía. ¿Qué piensas?, me preguntaba. Que ya no te tengo, pensaba sin decirle porque sentía el corazón atravesándome la garganta. Que marzo está de la verga, le contesté y ella se echó a llorar con una necesidad aplastante por callarme la boca, ahora sí, por todo mi silencio.
Cuando algo se cierra tiene una manera peculiar de rendirse entero. Como de terminarse todo en donde comenzó. Lo sé porque ayer, mientras ella conducía ese pedazo verde de hojalata que también es el lugar en el que nunca hicimos el amor, me llevaba a la casa donde nos conocimos: a esa casa que era una ciudad que sí reconocíamos. Lo sé porque, mientras ella conducía, algo se reventaba sin hacer ruido.
Me despierto a las cinco de la mañana todavía borracha y llorosa. Resquebrajada también por fuera. Intento lo de siempre cada que me siento perdida: me preparo un dirty martini y procedo a sabotearme de la manera más pendeja porque necesito que algo me duela más que ella. Que ya no está.
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