Jorge Alberto Gudiño Hernández
19/03/2016 - 12:00 am
El ambiente
Me gustaría argumentar alrededor de esa acusación. Es cierto que los automovilistas somos responsables de gran parte del deterioro ambiental. Esa responsabilidad no nos vuelve, en consecuencia, culpables. Para hacerlo es necesaria la intencionalidad, la protensión lábil.
He utilizado varios taxis estos días, por razones obvias. Taxis y Uber, para no entrar en diferenciaciones. Al margen de las opiniones en torno al asunto económico, la constante es que se han quejado de dolores de cabeza y ojos rojos. Algunos lo imputan al incremento de coches en las calles, por causa de la resolución de la Suprema Corte de Justicia. Otros, le echan la culpa al nuevo reglamento. Sobre todo, a lo que se refiere a las velocidades máximas.
Un taxista me hizo ver que, fuera de las horas pico, antes era posible tomar un Eje Vial y no detenerse en ninguno de los semáforos. Ahora eso es imposible, pues están sincronizados a una velocidad mayor a la que se puede transitar. Eso representa muchos minutos más de trayecto, mucha más contaminación. También están quienes señalan al deficiente transporte público, a su problemática, a las decisiones gubernamentales.
También he escuchado las voces que se manifiestan en las redes sociales. Un grupo de jueces me preocupa porque me incluyen: la culpa es de los automovilistas. Sí, de nosotros.
Confieso, sin pudor, que tengo coche, que lo utilizo para desplazarme y que me sigue pareciendo la forma más conveniente para hacerlo de acuerdo a mis recorridos y mis necesidades. A decir de muchos, eso no sólo me vuelve culpable sino, en alguna medida, perverso. Al parecer, no sólo me falta conciencia ecológica, visión de futuro y preocupaciones por la comunidad; también soy malintencionado, un asesino en potencia, pues.
Me gustaría argumentar alrededor de esa acusación. Es cierto que los automovilistas somos responsables de gran parte del deterioro ambiental. Esa responsabilidad no nos vuelve, en consecuencia, culpables. Para hacerlo es necesaria la intencionalidad, la protensión lábil. Salvo por algunos casos extremos, deben ser pocos quienes la tienen. No creo, sin embargo, que eso nos exima del todo. Somos simples sobrevivientes en medio de una circunstancia extrema. Tan es así que el clamor se multiplica: si hubiere un transporte público eficiente, seguro, que alcanzare todas las rutas…
No lo hay y, por eso, también se nos acusa de burgueses. De ricos en un país de pobres. De inconscientes. Resulta que la posibilidad de comprarnos un coche nos convierte en villanos pese a que lo paguemos en cuotas y haciendo sacrificios. Da la impresión de que es necesario el linchamiento público para calmar ciertas conciencias. Las de quienes, arropados por la superioridad moral que les da el viajar en bicicleta y vivir cerca de sus trabajos, pueden lanzar acusaciones a mansalva. ¿Se darán cuenta de que, si un buen día todos siguiéremos su ejemplo, colapsaría toda la infraestructura de la ciudad?
He platicado con muchas personas desde la contingencia. La más complicada de las conversaciones la tuve con mi hijo mayor, de apenas cinco años. Fue difícil explicar ciertos conceptos y la causalidad que existe entre ellos. Se agravó cuando, tras un proceso lógico impecable, su pregunta fue: “¿entonces somos malos porque tenemos coche?”.
A veces no queda más que asumir nuestras propias responsabilidades, hacer lo poco que podemos para mejorar las cosas y guardar la esperanza para un futuro que no se adivina terso. Más allá de los argumentos y las acusaciones, me queda claro que los pequeños no son culpables aunque pronto habrá quien los señale.
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá