Dice el escritor mexicano Álvaro Uribe que la rueda y el zapato son antagónicos. “Sí, hace poco estuve en Ámsterdam y las bicicletas allí son peligrosísimas. Hay miles y miles a toda velocidad por las calles de la ciudad y el peatón debe cuidarse mucho si no quiere ser atropellado por un ciclista”, manifestó el autor de Crónica de un atentado, entre muchos otros libros.
En su compendio de ensayos Leo a Biorges, Uribe hace una encendida defensa de una de sus máximas aficiones: caminar.
“Una lista arbitraria y en modo alguno exhaustiva de los escritores decimonónicos que buscaron en las caminatas su fuente o más bien su método de inspiración iría de William Wordsworth a Manuel Gutiérrez Nájera, pasando por Charles Baudelaire”, afirma sin querer de ninguna manera querer compararse con lo que él denomina “inspirados poetas”.
“Todos escribían antes de que el automóvil, diseñado en principio para acortar las distancias, terminara por alargarlas hasta lo inconmensurable…”, dice.
En el documental Urbanized, de 2011, la pregunta a hacerse y la respuesta a buscar, tiene que ver con cómo insertar las bicicletas en los intrincados mapas de las grandes urbes contemporáneas.
Si se piensa que fue la mismísima ONU la que puso la voz de alerta en torno a los desafíos que implica la rápida urbanización mundial, exigiendo nuevas estrategias que incluyan el aumento de la demanda de energía eléctrica, agua, saneamiento, servicios públicos, salud y educación, el tema no es liviano.
Hay, como dice uno de los arquitectos que participan en Urbanized, una legítima preocupación por la vida en las metrópolis del futuro y todas tienden a enmendar lo mucho y malo que hemos hecho para llegar hasta aquí.
Una ciudad que privilegia el uso de las bicicletas, como la siempre elogiada Copenhague, va de suyo que se constituye en un ejemplo de lo bueno, contra lo malo representado por los vehículos de cuatro ruedas, que usan los recursos energéticos sin ton ni son y que, de paso, contaminan el ambiente de manera irreversible.
Se trata, además, de una urbe que propicia el bienestar del individuo más allá de su poder adquisitivo, sabido como es que para comprarse una bicicleta basta con un puñado de dólares frente a las grandes sumas que hay que desembolsar por un coche.
Sin embargo, aunque tal vez sea una percepción exagerada (los lectores dirán), pocas de esas preocupaciones lógicas y loables hacen hincapié en el peatón, en esa categoría doliente y anónima que los periodistas suelen llamar “ciudadano de a pie”.
Caminar por las calles de cualquier ciudad superpoblada es la enunciación de una imposibilidad. No se puede caminar por el exDF, ni por Pekín ni Buenos Aires.
Cuando uno llega, por ejemplo, a Los Ángeles, lo primero que sus habitantes manifiestan –algunos con cierto orgullo- es que por la ciudad de las estrellas de Hollywood no se camina. No eres nadie si no tienes un automóvil en LA y ni se te ocurra subirte a una bicicleta que te lleve del Staples Center a Rodeo Drive.
En las colonias populares del “ex defeño” persiste, en medio de este panorama más que desolador para los transeúntes, la idea de que las banquetas son de uso privado y no público. Así, es fácil comprobar como ese territorio diseñado para que los caminantes no tengan que atravesar con riesgo incluso de muerte las vertiginosas avenidas capitalinas, se convierte en cuna del negocio informal, de improvisados espacios para estacionar las camionetas apá y demás vehículos a cuatro ruedas, cuando no una buena oportunidad de expandir el restaurancito familiar o el puesto de tacos de algún diputado anónimo.
El horizonte es más que negro en este aspecto. Y aunque no se trate de crear una disputa entre peatones y ciclistas, lo cierto es que el 76 por ciento de accidentes viales en la capital de México afecta irremediablemente a los peatones y las autoridades no encuentran cómo bajar una cifra tan funesta.
Claro que sí: ¡Ni una bicicleta blanca más! Y como una cosa no quita la otra, la pregunta inmediata se levanta en el aire y se queda allí, sin respuesta eficaz a la vista.
A los peatones, ¿quién podrá defendernos?