En los discursos todo es bonito. El futuro es prometedor, luminoso y justo. Ante un presente doloroso no faltan las explicaciones que suenan bien; y el pasado… bueno, se puede insistir en nuevas investigaciones hasta que cuadren con la verdad histórica.
Las voces que contradicen las versiones oficiales del presente, del pasado y del futuro son acalladas a toda costa. Y cuando se trata de personajes intocables, como el Papa Francisco, pues se le sumerge en un protocolo que lo amordaza. Encuentro libre sólo para los favoritos del sistema, representados por el aparato gubernamental, los equipos de producción de las grandes televisoras y la élite económica.
“Un muro infranqueable” impidió a Francisco encontrarse con los padres de los 43 y sus mensajes estuvieron matizados por indirectas, señalamientos sin nombres, generalidades en lenguaje bíblico. Ya en el Vaticano, su terreno, se animó a referirse a México como “un pueblo tan a menudo oprimido, despreciado, violado en su dignidad.” La cúpula ya no se sintió aludida, porque este mensaje no fue difundido en México tan ampliamente como los previos.
A veces hay datos duros que contradicen a las versiones gubernamentales. Cuando ese es el caso se sigue investigando hasta que las pesquisas lleguen a la conclusión deseada por el poder. Descalificar a los científicos del GIEI que llegan -otra vez- a la misma conclusión, es matar al mensajero. Nuevo intento: el gobierno insiste en incluir el basurero de Cocula en la versión oficial. Más que la verdad, lo que le importa son los discursos.
La terca realidad nos muestra otra cara de México. Mientras los magistrados ganan hasta un millón de pesos al mes, juntando todo, la educación pública sufre recortes que redundan en desigualdad, cancelación del futuro y una pobreza cada vez mayor. Además, por supuesto, de una dolorosa exclusión para millones de mexicanos. El gasto promedio de los países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) fue de 10,220 dólares por estudiante en 2012; el de México, sólo 3,354. No apuesto a que en los años siguientes haya aumentando este cifra.
Sobran los indicadores de que vivimos dentro de una acción orquestada para que nada cambie, sino al contrario: para que se perpetúe la creciente cascada de irregularidades que perjudican el desarrollo del país, en el que está bien arraigada la indiferencia hacia los diferentes. En el país hay 15 millones de indígenas, pero sólo 7 hablan su lengua materna debido al rechazo. En las escuelas sufren de burlas y aislamiento por parte de sus compañeros y de muchos maestros. Las etnias están presentes, sí, pero sólo en los planes incumplidos de los gobiernos. No es éste un trato justo para quienes son los primeros habitantes de la tierra que hoy llamamos México.
La educación abre el presente y permite forjar el futuro. Nos protege contra la demagogia, nos da herramientas para vivir mejor cada día, salvando los obstáculos que encontramos. Desarma los engaños y saca a flote la verdad. El problema es que los discursos terminan por modificar la percepción que tiene la opinión pública de la realidad. Por eso la guerra contra la verdadera educación, que mata los discursos ilusorios y acaba con la indiferencia.