Francisco Ortiz Pinchetti
12/02/2016 - 12:00 am
El que por su gusto es buey…
Ningún respeto se tiene por la vida de esos seres cuando se afirma en tono festivo que tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata o que muerto el perro, se acabó la rabia.
Algo urgente debieran hacer los animalistas, que tan activos están en estos tiempos, para reformar por entero el refranero hispánico y suprimir, prohibir, erradicar las alusiones discriminatorias u ofensivas contra nuestras especies hermanas. No es posible que a estas alturas se siga tolerando el uso de dichos supuestamente populares en los que se hace escarnio de los animales al ponerlos como ejemplo o referencia de los vicios y torpezas del ser humano.
El tema viene a cuento hoy más que nunca por la inminente visita del Papa Francisco a nuestro país. Precisamente el jesuita Jorge Mario Bergoglio adoptó ese nombre pontificio en honor de Francisco de Asís, el santo protector de los animales que defendió al mismísimo lobo al conocer las justas razones que lo hicieron volver a convertirse en una fiera temible luego de aceptar portarse como un manso cordero y convivir con los humanos del pueblo, que acabaron por decepcionarlo.
Resulta inaudito que en esta época de reivindicaciones animales se mantengan vigentes referencias infames que relacionan a la gordura y la suciedad con los cerdos, la lentitud con las tortugas, la torpeza con los elefantes, la pereza con los osos, el hedor con los zorros o la infidelidad con los cornudos, alusión animal ésta última reconocida oficialmente por la mismísima Real Academia Española de la Lengua. Algo similar ocurre con aquello de que la cabra tira al monte o que cada quien tiene su forma de matar las pulgas.
No se vale tampoco manejar como un premio a la constancia y perseverancia el asesinato de un ser vivo, como ocurre en el dicho de que el que porfía mata venado. Ni falsear con supuesto reconocimiento a nuestras mascotas con ocurrencias como la que entre más conozco a la gente, más quiero a mi perro.
O poner a los animales como medida para nuestras ambiciones terrenas, cuando decimos que más vale ser cabeza de ratón que cola de león. Tampoco recurrir a advertencias totalmente fuera de lugar, como aquella de cría cuervos y te sacarán los ojos, con lo que se difama sin más a esas aves inocentes.
Lo peor es la connotación negativa que tienen esas alusiones a los animales. Hemos convertido al burro en sinónimo de tontería e ignorancia. Así, decimos que no se hizo la miel para la boca del asno, que de los burros, la destreza, no radica en la cabeza; que el miedo no anda en burro, que entre menos burros más olotes, que Igual que el burro, tocaste la flauta por casualidad o, a manera de asombro, que ¡el burro hablando de orejas!
Para ilustrar la fealdad de una persona, se dice que aunque a la mona la vistan de seda, mona se queda. O que el hombre y el oso, cuanto más feo es más hermoso. No faltan desde luego las frases de contenido misógino referidas a animales, o los que comparan a las mujeres con ellos: A la mujer y a la mula, mano dura; animales ingratos, la mujer y los gatos; caballo, mujer y escopeta, son prendas que no se prestan; el hueso amarra al perro y el dinero a la mujer, la mujer y la sardina, cuanto más pequeña, más fina. E incluso las insinuaciones sexuales: Recoge tus gallinas…que voy a soltar mi gallo.
Me parece que quienes pugnan porque las mascotas tengan un lugar en la sociedad y puedan vivir en nuestros edificios, disfrutar a sus anchas de nuestros parques y utilizar nuestras calles como sanitarios, no pueden permitir que se festinen las matanzas de animales, como cuando se afirma que a todo cerdo le llega su San Martín o que a todo guajolote se le llega su Nochebuena. Se justifica la cacería con frases como que al mejor cazador se le va la liebre o que más vale pájaro en mano que ciento volando. Y el colmo: A chillidos de marrano, oídos de matancero.
En el refranero popular, el que nace para buey, del cielo le caen los cuernos, pero eso sí, aludimos a estos cornúpetas para decir como oración “hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre”. Se agrede de nuevo a las bestias preferidas de San Francisco cuando se dice que el que con lobos anda, a aullar se enseña y se interpretan a modo las características o costumbres animales, porque pa’ los toros del Jaral, los caballos de allá mesmo; hijo de tigre, pintito; vaca de dos amos, ni da leche, ni come grano y ovejas bobas, si corre una, le siguen todas.
Puede ser cierto que la gallina vieja hace mejor caldo o que de noche todos los gatos son pardos; pero invariablemente estos proverbios llevan un dejo de desprecio o burla. Sin dejar de tener a veces su parte de razón, los dichos zoológicos utilizan a los animales para ridiculizar actitudes humanas: Quien tiene bestia y anda a pie, es más bestia que él, o el que da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro.
Ningún respeto se tiene por la vida de esos seres cuando se afirma en tono festivo que tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata o que muerto el perro, se acabó la rabia. O aquello de que el pez por su boca muere, frase con la que estamos además solapando la práctica de la pesca. Es intolerable.
Quienes con tanta vehemencia denuncian una y otra vez el maltrato a los animales, y qué bueno, debieran poner atención también a esta versión lingüística de la misma actitud. Habría que empezar por llevar a cabo una campaña de concientización a nivel nacional contra esta práctica deleznable. Y luego buscar en los órganos legislativos de nuestro país y en las instancias internacionales, incluida por supuesto la RAE, una reforma que literalmente extirpe de nuestro idioma ese tipo de expresiones. Mientras eso ocurre, sin embargo, habrá que seguir asumiendo que el que por su gusto es buey –ni modo– ¡hasta la coyunda lame! Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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