En México, como en otros países de Latinoamérica (y el mundo), a ciertos niveles de poder (económico, político e incluso sacerdotal) las leyes se callan.
El Estado de Derecho mexicano es un guante movido por el poder político, el dinero y el renombre.
Todo lo que esté debajo del sumo poder, por tanto, es normado. Todo lo que esté por encima, exonerado.
En la clase política mexicana (dentro del círculo de los sumo poderosos: Presidente, gobernadores, diputados, senadores, incluso ciertos alcaldes) sólo la Ley se aplica bajo criterios de revanchismo o de cortina de humo, no bajo criterios legales.
Dicho lo anterior, en México vivimos en una jungla, y cuidado con que te toque perjudicar los intereses de algún miembro del sumo poder porque no habrá juez ni Ley ni Constitución que pueda absolverte.
El caso del ex Gobernador de Coahuila y también ex presidente nacional del PRI, Humberto Moreira, es un ejemplo claro de este exacerbado deterioro de nuestro Estado de derecho.
Es el rostro, pues, de la impunidad.
Detenido por lavado de dinero en España, Moreira salió a los pocos días de su encierro, contra lo que muchos pensaban: que por fin se había hecho justicia en contra de un ex Gobernador acusado de probada corrupción y de una millonaria malversación de fondos, muchos de los cuales –según se dice- fueron a parar a la campaña del actual Presidente de nuestro país.
Libre allá en la madre patria, Humberto Moreira volvió a nuestro país con la frente en alto y quejándose todavía de que su honor había sido pisoteado. Aun así, declaró que estaba tan libre de culpa que de existir la reelección en su estado, él se volvería a postular como candidato a Gobernador.
No faltó, como siempre, quien le arrojó vivas y hurras, todas insuficientes para un ex presidente nacional del PRI que volvió a nuestro país (y no se fue a ningún otro lado) precisamente por aquí no tenemos vergüenza y lo seguiremos dejando que camine por las calles despóticamente.
A mí no me queda más remedio que ponerle un laurel a su cinismo.
@rogelioguedea