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Benito Taibo

07/02/2016 - 12:00 am

Imaginación y maravillas

Mi memoria y mi imaginación, conjuradas, viven traicionándome.

Como Polizón Abordé La Segunda Expedición Del Hms Beagle Foto Shutterstock
Como Polizón Abordé La Segunda Expedición Del Hms Beagle Foto Shutterstock

(Primera parte)

Mi memoria y mi imaginación, conjuradas, viven traicionándome.

A veces creo que hice cosas que realmente no hice. Que estuve en lugares donde jamás he estado, que frecuenté épocas vedadas para mí. Y sin embargo, estuve, hice y frecuenté. Y no hay dioses ni poderes humanos que me convenzan de lo contrario. Me explico.

Como polizón, abordé la segunda expedición del HMS Beagle, que zarpó de Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y en vez de ser tirado por la borda, como ameritaba mí condición, tuve la inmensa fortuna de ser testigo de las maravillas que paso a paso iba descubriendo y describiendo el señor Darwin. Maravillas que luego desatarían su apasionante teoría evolucionista de la cual, soy, desde siempre, un acérrimo defensor. Creo que sobreviví ese largo viaje gracias a mi capacidad de observación y de adaptación al medio. El señor Darwin siempre bromeaba conmigo, diciéndome que yo era casi un ejemplo de «selección natural».

A pesar de que las matemáticas no son lo mío. Mi buen amigo Evaristo Galois, mientras festejábamos con otros republicanos franceses el derrocamiento y exilio de Carlos X en julio de 1830, me explicó, brillantemente, y yo, entendí, medianamente, como determinar la condición necesaria y suficiente para que un polinomio sea resuelto por radicales. Fui su ayudante de campo, cuando el 3 de mayo de 1832, perdió ese fatídico duelo de espadas con un capitán del ejército, campeón de esgrima. Y escuché, como los escucho a ustedes, decirle a su hermano Alfredo –¡No llores, necesito de todo mi coraje para morir a los veinte años-. Era todo un personaje.

Estuve en el instante preciso, el primero de mayo de 1893, en que Nikola Tesla, bajó el interruptor que iluminó, como por arte de magia dirían algunos, yo digo que por su brillantez científica, la Feria Mundial de Chicago, mostrando por primera vez al mundo, la corriente alterna y sacándonos para siempre de las tinieblas. Era un bromista nato. Tan sólo un año antes, provocador e irreverente, se mostraba en exhibiciones públicas y privadas, encendiendo lamparitas sin cables, usando su cuerpo como conductor de la electricidad. Tesla quería, y uso sus palabras «crear un sistema de comunicaciones que convirtiera a la tierra en un inmenso cerebro”. Cómo me gustaría que estuviera hoy aquí, viendo su sueño convertido en una espléndida realidad.

El 5 de noviembre de 1922, tuve el inmenso privilegio, junto a Howard Carter, de bajar esas míticas escaleras que conducían a la tumba del joven emperador egipcio bañado en oro y que correspondía al nombre de Tutankámen, faraón de la XVIII dinastía, asesinado a los dieciocho años, en el siglo XIV antes de nuestra era. Cuando horadamos el agujero en la pared para poder ver al interior de la tumba, Carter introdujo primero una vela y después su propia cabeza. Volteó hacia nosotros, segundos después y dijo una frase que sería perpetuada para la historia: “¡Veo maravillas!» exclamó. Y era cierto.

Diré que sobreviví a ese viaje y a la supuesta maldición del joven faraón, que por lo visto, no afecta a los agnósticos como yo.

EI caso es que a pesar de dedicarme a las letras, la ciencia y el pensamiento científico, me han acompañado desde siempre y a él me atengo, y gracias a él, en ocasiones sobrevivo. Puedo gritar, desnudo y feliz, por las calles de Siracusa, junto a mi amigo Arquímedes: ¡Eureka! , sabedor de que lo he encontrado, que allí están siempre las respuestas a mis preguntas, y descubrir simultáneamente y sin un ápice de desilusión, que las preguntas sirven también, para generar constantemente nuevas y nuevas preguntas; porqué finalmente, de eso se trata.

De qué, contra todos y contra todo, el racionalismo y el sistema de prueba-error acompañen nuestra vida, saber que uno puede frente al tribunal de la inquisición, con la vida pendiendo de un hilo, decir socarronamente que a pesar de habernos retractado minutos antes, querido Galileo, la tierra, sin embargo se mueve.

Soy un absoluto partidario del asombro. Creo en esa capacidad exclusiva e inherente al ser humano que nos permite seguir creyendo fervientemente en que lo imposible es
posible y que en la ciencia, sin duda, también hay aventura y hay poesía…

Sirenas, dragones y demonios.

Hay niños que, al crecer quieren ser bomberos, otros, médicos, los más, lo que su papá es. Si me permiten una confesión, a mí, lo que realmente me hubiera gustado en la vida, es haber sido cazador de objetos para Cuartos de Maravillas o Gabinetes de Curiosidades.

Vayamos unos minutos a un lugar indeterminado en la inexplorada e ignota Oceanía en un tiempo indeterminado entre el siglo XVIl y XVIII. Tengo una encomienda del Conde Moscardo para su Cuarto de Curiosidades, que es mucho más que un cuarto; ya son dos casas abarrotadas. Tiene uno de los más impresionantes que existen; cientos, miles de objetos, animales disecados, plantas, inventos, huesos humanos , cuadros, reliquias religiosas y paganas traídas de todo el vasto e inmenso mundo. A mí, me encargó un dragón, y se lo estoy buscando.

Moscardo ha organizado sus colecciones de una manera esquemática y muy inteligente, con sus respectivos nombres en latín. Hay cuatro divisiones, a saber:

Artificialia: Se agrupan allí los objetos creados o modificados por la mano humana; se incluyen desde artesanías a objetos rituales, antigüedades, obras de arte y muchas cosas más.

Naturalia: En la que se agrupan las criaturas y objetos naturales, plantas, minerales, animales.

Exótica: Colección de plantas y animales raros y extraños traídos desde los más remotos confines de la tierra. (Allí quiere, el obstinado conde, exhibir el dragón).

Y Scientifica: La exhibición de objetos e instrumentos relacionados con la ciencia, básculas, telescopios, lentes de aumento, escalpelos…

Moscardo tiene un catálogo de todas sus colecciones, con descripciones, dibujos, mapas. Uno en particular que tiene un nombre evocador y poético: “Cose piu notabili» (Cosas extremadamente notables).

Estos gabinetes de curiosidades y maravillas fueron esos espectaculares lugares que durante la época de los grandes descubrimientos y exploraciones, exhibían y coleccionaban una multitud de objetos, sobre todo, raros o extraños que representaban todos o alguno de los tres reinos de la naturaleza, como se entendían en la época, animalía, vegetalia y mineralia, además de realizaciones humanas de muy distintas variedades e índoles.

Algunos de los más famosos fueron: La Kunstkammer de Ole Worm, creada en 1654 en Copenhague, o el gabinete de curiosidades de Elías Ashmole, que donó a la Universidad de Oxford en 1677. Y por supuesto, el cuarto de maravillas del Collegio Romano, el más famoso de toda Europa.

Nunca Moscardo pudo tener en exhibición a su dragón. Estábamos equivocados de lugar. No había que buscar en Oceanía, sino en Indonesia Central. EI Dragón de Komodo (Varanus Komodoensis) se catalogó para la ciencia hasta 1910. Pero yo no perdí el tiempo, mientras buscaba un dragón, fui encontrando un mundo nuevo.

La ciencia moderna le debe mucho a estos coleccionistas y son esos espacios dedicados al asombro, la maravilla y la sorpresa, antecedente primordial de nuestros museos modernos.

(Continuará…)

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