Diego Petersen Farah
22/01/2016 - 12:00 am
Igualados en la desigualdad
El uno por ciento más rico tiene lo mismo que los otros 99. Más aún, los 62 más ricos del mundo tienen más riqueza que los 3 mil 600 millones más pobres.
El uno por ciento más rico tiene lo mismo que el otro 99. Más aún, los 62 más ricos del mundo tienen más riqueza que los 3 mil 600 millones más pobres. Los datos resultan tan absurdos y desproporcionados que cuesta trabajo dimensionarlos; los primeros caben en dos camiones de lujo, los segundos equivalen a la población de toda América, Europa, Africa, Oceanía y un poco más. Los datos para México son aún más desalentadores. Somos uno de los países con un índice de Gini o índice de desigualdad más altos del mundo (0.441 contra 0.373 del promedio mundial). En el año 2002 los cuatro mexicanos más ricos tenían 2 por ciento del PIB de México; para 2014 sus riqueza equivalían a nueve por ciento. Para terminar de documentar el pesimismo, la estimación de Oxfam es que en los próximos años la tendencia será aún peor.
¿Cómo llegamos a estos absurdos de acumulación, qué ha pasado en los últimos años que ha hecho que el mundo retroceda? Un factor sin duda es la globalización, pero otro y más importante es el desmantelamiento del Estado, no solo del Estado bienestar o benefactor que permitió que en el siglo XX algunos países lograran un mayor equidad, sino de su capacidades para garantizar un piso mínimo e imponer el bien común sobre intereses particulares. El peso del gobierno (la suma de todos los aparatos gubernamentales desde los federales hasta los municipales) en la economía mexicana es 12 por ciento. En los estados con menor desigualad esta cifra no baja de 25 por ciento. Con la excusa de la ineficiencia gubernamental (esa no está en duda) desmantelamos en tres décadas las capacidades del Estado y le abrimos la cancha completa al capital; los cuatro más ricos de México tienen en común que operan concesiones del Estado. Dicho coloquialmente tiramos el agua con todo y niño.
Las desigualdad y la excesiva acumulación de capital en pocas manos es hoy la principal causa de la falta de crecimiento económico. Sin embargo, los empresarios han desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo y se han convertido en los admiradores y defensores de sus captores. Como todo el mundo está igualado en el crecimiento de la desigualdad (el problema es el mismo en Estados Unidos, Brasil, Chile, China o Rusia) pareciera que no existe solución posible, que lo que hagamos local o nacionalmente no tiene efecto sobre un problema que nos rebasa y que tomar medidas en contra de la lógica del capital nos aísla del mundo con consecuencias aún más desastrosas para la economía.
El mundo está pasmado ante el capital, presa de sus lógicas y caprichos. La ruta lleva inevitablemente a la colisión. Por lo mismo la solución no será global sino local y nacional, y vamos muy tarde.
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