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Julieta Cardona

26/12/2015 - 12:00 am

En piso catorce se desnudan los vecinos

El departamento de la pareja está en una torre de un condominio que, a su vez, está lleno de torres. La cosa es que si tu te paseas por la ventana del cuarto de visitas de su pieza ubicada en el piso catorce, puedes ver el hermoso ventanal del piso catorce de la torre de enfrente.

Woman at Window Richard Tuschman
Woman at Window Richard Tuschman

Leila le sugiere a Julián que se la meta. Cada mañana después de tomar el primer café le susurra, mordiéndole el lóbulo de la oreja, algo así como: métemela, cariño, para que no te me olvides. Julián es un semental muy complaciente, así que la carga de las nalgas, la sube al desayunador y la penetra con la fuerza del primer shot de cafeína. Se ven felices. Cogen con un chingo de iniciativa: como si se lo debieran todo.

Pero Leila está aburrida. Vive hace tres años con Julián, quien además es buenmozo, tierno y tiene una verga muy grande. Y, bueno, con esto no estoy diciendo que Leila no lo ame, no, solo que está, como la mayoría de las mujeres que se creen muy libres y muy inteligentes, aburrida.

El departamento de la pareja está en una torre de un condominio que, a su vez, está lleno de torres. La cosa es que si tu te paseas por la ventana del cuarto de visitas de su pieza ubicada en el piso catorce, puedes ver el hermoso ventanal del piso catorce de la torre de enfrente. Yo pensaría que fue una cosa de suerte e impulso una tarde que, mientras ella decoraba el cuarto de las visitas, al mirar por la ventana encontró a su vecino observándola fijamente; durante minutos enteros ninguno bajó la mirada hasta que Leila escuchó la llegada de Julián y abandonó su ventana caminando hacia atrás, sin pestañear y sin dejar quitarle los ojos de encima al vecino que se quedaba ahí, inmóvil. Ahora este macho cabrón creerá que ganó, pensó Leila divertida al abandonar el cuarto.

Horas después Leila regresó a la ventana, pero su contendiente, como era de esperarse, ya no estaba. Al día siguiente, a la misma hora del día anterior, Leila volvió a su ventana: ahí estaba el hombre sentado en una silla, observándola con semblante rígido y apenas entretenido. Leila, cansada de mirar, se soltó el brasier dejándolo resbalar hasta caer al piso. Él, al apreciar los pezones erectos que no se asomaban ni un poco, se desabotonó la camisa y, paseando la mano por su pene, lo sobó suavemente por encima de la ropa. Abruptamente y quizá por haber escuchado que llegaba su mujer, el vecino se llevó la silla y abandonó el ventanal.

En efecto, así pasaron quizá un par de semanas hasta que llegó el día en el que ninguno tenía una sola prenda o accesorio: no aretes, no calcetines, no mancuernillas, no sombreros: nada. Ni un poco de vergüenza. Leila fue directo a su clítoris y, mientras lo frotaba con su índice derecho, acercó su lengua a la ventana, como besándola. Para ese momento, el vecino estaba en la parte más avanzada de su paja, así que cuando estaba a punto de eyacular, advirtió que Leila, viniéndose, no dejaba de mirarlo a los ojos. Entonces eyaculó también con los ojos abiertos.

Se vistieron con calma y como si se lo debieran todo. Después, al mismo tiempo, se retiraron sin volver a verse. Será que cuando le encuentras salida a tus caprichos sucede que te recargas a full hasta que cualquier otra estúpida cosa de tu vida de mujer listilla te fastidia.

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