Las historias que cuentan los que vivieron en la dictadura de Pinochet se antojan demenciales, bastaba pedir una explicación de alguna acción gubernamental o empresarial para ser acusado de comunista, y de ahí a la ruina había sólo otro paso.
Esto empieza a suceder en Juárez; después de la guerra contra el narco todo lo que signifique un reclamo por los derechos humanos o laborales, constitucionalmente iguales, significa atentar contra la seguridad pública y contra la seguridad nacional.
Cualquier crítica al Gobierno representa hablar mal de la ciudad, lo que asusta a los inversionistas y retrasa la recuperación de Juárez (que sólo beneficia a 20 familias).
Por otro lado, los embajadores del dólar hacen su agosto en abril: sus productos fabricados por la fuerza humana juarense se cotizan en el billete verde mientras ellos pagan en pesos a sus obreros, cuyos salarios cada día se ven más menguados por el uno dos de la devaluación y la inflación. Hoy ellos ganan entre 80 y 90 centavos la hora y no pueden sostener a sus familias, ni siquiera si son pareja y ambos laboran.
Esta condición los ha curado del miedo a la violencia y ya empiezan a reclamar mejores condiciones laborales, pero como en la frontera no hay sindicatos (ni siquiera oficiales) los obreros acuden con abogados y defensores de Derechos Humanos con miras a construir un sindicato independiente o al menos lograr que los indemnicen por el tiempo trabajado en esos niveles de explotación.
Para los empresarios chinos y gabachos hablar de un país con derechos laborales o sindicales es hablar de engaño. Cuando los invitaron a producir en la frontera les garantizaron una mano de obra pacífica, sin problemas y compuesta de empleados dóciles y muy productivos, pero ahora resulta que les exigen derechos que no estaban en la invitación y además tienen el atrevimiento de plantarse a las puertas de las fábricas.
Semejante libertad no estaba contemplada al iniciar su inversión en Juárez, y no le gusta para nada a los que de verdad se creen salvadores de “Meczicou”; por lo tanto el Gobierno estatal (el controlado por las 20 familias) debe asegurar la calma y paz de la población obrera, porque según su escaso entendimiento, el país sólo gana cuando llegan dólares frescos, sin importar el precio humano que se tenga que pagar.
Y como los únicos que pueden representar la voz de los explotados son abogados, abogadas y derechohumanistas, el Secretario del Trabajo, Fidel Pérez Romero, ha tenido la gran idea de considerar la garantía de la inversión externa como prioridad de Seguridad Nacional, y basado en eso todo lo que “asuste a los inversionistas” es contrario a la nación, como defender los derechos laborales, por lo que hay que perseguir a sus representantes con todo el peso de la ley y, así como se hizo con los maestros, será declarado delincuente aquel que mienta en una demanda laboral, a juicio de la Junta de Conciliación y Arbitraje que está bajo sus órdenes.
A pesar de ser licenciado en Derecho, Pérez Romero parece ignorar un principio básico del debido proceso laboral: hay presunción de que las partes dicen la verdad hasta que se dicta sentencia firme, y sólo tiene efectos civiles nunca penales. Además, quiere declarar ilegal hacer manifestaciones en las cercanías de las fábricas.
Con esos anuncios públicos acompañados de denuncias penales promovidas por los patrones quieren amedrentar a los abogados, específicamente a Susana Prieto, a Cuauhtémoc Estrada y a uno que otro defensor de derechos humanos, para escarmentar a los trabajadores y bloquear todo esfuerzo de organización para la mejora de la vida de los miles de obreros que se esfuerzan por salir adelante.
Con esa lógica el secretario va a terminar declarando vigente en Chihuahua la servidumbre medieval, y así resolver el problema de la rotación de trabajadores en las plantas, pues si tienen los mismos salarios y mismas condiciones los obreros cambian constantemente de patrón.
Pero semejantes ideas son impracticables en un país con Estado de derecho y claro que no nos intimidan, como no nos intimidaron los políticos, ni los sicarios, ni los militares; y ya que la vida nos puso en este camino, pues a caminar. Como dijo Antonio Plaza: “porque nació para luchar el hombre / como nació para volar el ave”.